CARTAS DE AMOR: My dear James Escrita a Jaime Solar. Julio 18/Lunes. Año 2008.- D.D.Olmedo.
CARTAS DE AMOR: My dear James
Escrita a Jaime Solar. Julio 18/Lunes. Año 2008.-
My dear James: Hace un tiempo atrás, una buena amiga se mudó al departamento que me sirve de refugio desde hace algo más de dos años a la fecha. Paradojalmente con su inclusión en escena, no sólo cambiaron los hábitos espaciales, ciertas costumbres inconfesables y una que otra manía frenética, también la forma de entender los acontecimientos que marcan un antes y un después en algunas etapas de la vida.
Una de las cosas que se me quedó grabada a poco andar de esta nueva experiencia, fue una despertada en día sábado, compartiendo fotografías e historias que envolvían dichas imágenes. Marmota también me contó otras anécdotas y detalles varios que en todos los años de amistad tal vez había pasado por alto… Y así fue como llegamos a un libro de cuentos obsequiado por una de sus amigas… “Blancanieves y los siete enanitos” ¿Quién no leyó alguna vez esta tierna historia de amor? El formato del texto era realmente bello; tapa dura, tamaño oficio, de ilustraciones acuareladas casi como diagramando fotografías pasadas por agua de río… cada imagen evocaba la instancia dulce en que alguna vez fuimos niñas y caíamos en el encanto envolvente de apreciar lecturas inocentes de aquello enfundado secretamente en nuestro oído cauto, mediante el suave murmullo de quien tanto amor nos profesó. Mi amiga contó que la obsequiante se dedicaba a leer cuentos. Pensé que era un chiste, pero no. En efecto, la chica en cuestión podía darse el lujo de andar por la vida contando cuentos. Y más encima, de aquellos tan vilipendiados en nuestra vida de adultos. No recuerdo con claridad cómo o porqué salió el tema a la palestra, pero la flaca y yo acabamos conversando del PRÍNCIPE AZUL (que en nuestro caso ni siquiera daba para tono celeste y que bien pudo concluir en grisáceo), de qué arquetipo fue y en cual sujeto poco idílico acabo convirtiéndose en nuestra mente. Comentamos medio en broma medio en serio, nuestras opiniones al respecto, qué cosas creíamos había de cierto en el temático eterno cuento y qué otras cosas se habían deformado conforme los años boicotearon los sueños irrealizables. Yo le dije: ¡NOS ESTAFARON! Y ella respondió: ¡DEVUELVAN LA PLATA! Aparte de las bromas, la risa parafernálica y las conclusiones absurdas, una cuestión resultó gravitante: Al final, lo que sostuvo la ilusión por tanto tiempo no fue el formato, la edición o el sentido axiomático de los cuentos que tantas veces nos narraron, sino la fe en que todo ello (su contenido ilusorio) fuese de algún modo sustentable en el transcurso del saldo de tiempo.
Por inmaduro o irrisorio que te parezca, en algún tramo de aquella charla, mi amiga me transmitió esa fe, esa forma de creer y para ratificar la capitulación de esa confianza extraviada, me exhortó a dejar el texto abierto justo en la página en que el cuento acaba, justo en la ilustración que Blancanieves y su príncipe se quedan mirando embobados, reconocidos entre tanta calamidad, justo en ese punto donde se observan los ojos proyectados de él, clavados en la mirada romántica de ella, tanto que hasta parece amor ciento por ciento real. Su recomendación era jamás dejar de creer aunque todo estuviese en contra y que no venía mal, tal vez, una ayuda cósmica extra. Así que le hice caso y dejé la página abierta, dejé el libro de par en par justo en la parte final del cuento, la misma que toda mi infancia obligaron a estimar como el ideal, como el evento cierto. Y en buenas cuentas, yo también quería creer, con berrinches y epítetos varios, al final y como toda vil y sucia nena, también necesitaba creer. Y así fue como el librito aquel se apuntaló entre otras especies en mi estantería. No obstante, los cuentos se desvanecen con la rapidez del hielo derretido al sol furioso… y asimismo quité de mi vista la nefasta imagen de una pareja de tortolitos ante la cual me sentía haciendo mal tercio. Cuando mi amiga me miró sorprendida, yo le respondí que estaba vieja para cuentos, que esas historias eran puras pelotudeces y que más encima, eran irrealizables. Por más extraño que parezca, a los pocos días se me colocó una sensación rara en el pecho, una suerte de angustia de rara procedencia, una especie de alerta sin razón conocida… fue cuando le comenté: ¡ALGO VA A PASAR MARMOTA!
Una noche no lejana me senté a orar. Y aunque no soy mujer de rezos ni palmotazos en el pecho (pues hace tiempo que los rigores de la iglesia dejaron de infundirme temor reverencial), me incliné a pedir que el tormentoso ir y venir de sentimientos encontrados en mi corazón acabara, que se terminara mi estupidez humana, que concluyeran mis episodios de incredulidad y desconfianza… que de una vez por todas tuviese una razón suficiente para sostenerme delante de alguien otorgándole el beneficio de la duda. Admito que pedí factores de catalogo, reconozco que no me medí ni privé de nada al definir cada una de las características adjuntas y también, al precisar el contenido del envase. Solicité atributos que pudiese reconocer al instante y me propuse ser extremadamente diligente en desglosar los sentimientos fluyendo en el corazón del ser que pedí encontrarme. Me repetí constantemente que “en pedir no hay engaño”, así que me puse a pedir como enajenada. Creo que así fue como me volví una total y completa pedigüeña… Si me preguntas ahora que pedí en ese tiempo y cómo fue que todo ello se volvió realidad, tendría que dedicarte muchos episodios, biografías y demases… ahora sólo diré que tuvo que pasar toda una vida para que fuese cierto…
Estás a mi lado y yo me siento orgullosa de estar junto al tuyo… me siento recompensada por cada bache en el camino, por cada lluvia torrencial, por cada vez que dije ¡FUCK! NO OTRA VEZ… Me siento agradecida de que seas tú aquella persona a quien pedí con tanta devoción, creencia y fe recapituladas. Me siento aliviada por no tener que exclamar por enésima vez: ¡Mi radar está dañado!
Tú eres el hombre más divertido con quien haya estado, el más ingenioso sin ser rebuscado, el más espontáneo, el más generoso, el más simple y sencillo, el más paciente, el más entregado, jugado, dulce tierno, bello (POR DENTRO Y POR FUERA), puro -tanto que impresiona-, el más apasionado y el más bravo. El más inteligente sin tener necesidad alguna de enrostrarlo.
Contigo he constatado aquella frase típica que todo el mundo ha usado para consolarnos y en la que costaba tanto trabajo creer: “No esperes nada que justo entonces, sucederá”. Tú, llegaste mientras esperaba nada, me das mucho más de lo que pedí y me lo entregas justo cuando más lo necesitaba.
Me siento afortunada de que seas tú quien lave mis penas, me estimule a permanecer loca de atar y seguir intentando hacer todo para afianzar lo que tenemos, incluso vencer barreras, dejar malos presagios y olvidar sufrimientos pasados que solo conducen a la limitación y a más dolor.
No soy de promesas, creencias formales que me parecen ridículas y fórmulas extravagantes que se han vuelto impracticables, además, existe una suerte de estela deficiente sobre mis créditos, así que mejor tenderé a hacer, a estar, a sentir; simplemente al “es”, porque sé que es contigo, siempre ES.
Así que como diría el gran Cerati: ¡AHÍ VAMOS!
Besos totales.
Escrita a Jaime Solar. Julio 18/Lunes. Año 2008.-
My dear James: Hace un tiempo atrás, una buena amiga se mudó al departamento que me sirve de refugio desde hace algo más de dos años a la fecha. Paradojalmente con su inclusión en escena, no sólo cambiaron los hábitos espaciales, ciertas costumbres inconfesables y una que otra manía frenética, también la forma de entender los acontecimientos que marcan un antes y un después en algunas etapas de la vida.
Una de las cosas que se me quedó grabada a poco andar de esta nueva experiencia, fue una despertada en día sábado, compartiendo fotografías e historias que envolvían dichas imágenes. Marmota también me contó otras anécdotas y detalles varios que en todos los años de amistad tal vez había pasado por alto… Y así fue como llegamos a un libro de cuentos obsequiado por una de sus amigas… “Blancanieves y los siete enanitos” ¿Quién no leyó alguna vez esta tierna historia de amor? El formato del texto era realmente bello; tapa dura, tamaño oficio, de ilustraciones acuareladas casi como diagramando fotografías pasadas por agua de río… cada imagen evocaba la instancia dulce en que alguna vez fuimos niñas y caíamos en el encanto envolvente de apreciar lecturas inocentes de aquello enfundado secretamente en nuestro oído cauto, mediante el suave murmullo de quien tanto amor nos profesó. Mi amiga contó que la obsequiante se dedicaba a leer cuentos. Pensé que era un chiste, pero no. En efecto, la chica en cuestión podía darse el lujo de andar por la vida contando cuentos. Y más encima, de aquellos tan vilipendiados en nuestra vida de adultos. No recuerdo con claridad cómo o porqué salió el tema a la palestra, pero la flaca y yo acabamos conversando del PRÍNCIPE AZUL (que en nuestro caso ni siquiera daba para tono celeste y que bien pudo concluir en grisáceo), de qué arquetipo fue y en cual sujeto poco idílico acabo convirtiéndose en nuestra mente. Comentamos medio en broma medio en serio, nuestras opiniones al respecto, qué cosas creíamos había de cierto en el temático eterno cuento y qué otras cosas se habían deformado conforme los años boicotearon los sueños irrealizables. Yo le dije: ¡NOS ESTAFARON! Y ella respondió: ¡DEVUELVAN LA PLATA! Aparte de las bromas, la risa parafernálica y las conclusiones absurdas, una cuestión resultó gravitante: Al final, lo que sostuvo la ilusión por tanto tiempo no fue el formato, la edición o el sentido axiomático de los cuentos que tantas veces nos narraron, sino la fe en que todo ello (su contenido ilusorio) fuese de algún modo sustentable en el transcurso del saldo de tiempo.
Por inmaduro o irrisorio que te parezca, en algún tramo de aquella charla, mi amiga me transmitió esa fe, esa forma de creer y para ratificar la capitulación de esa confianza extraviada, me exhortó a dejar el texto abierto justo en la página en que el cuento acaba, justo en la ilustración que Blancanieves y su príncipe se quedan mirando embobados, reconocidos entre tanta calamidad, justo en ese punto donde se observan los ojos proyectados de él, clavados en la mirada romántica de ella, tanto que hasta parece amor ciento por ciento real. Su recomendación era jamás dejar de creer aunque todo estuviese en contra y que no venía mal, tal vez, una ayuda cósmica extra. Así que le hice caso y dejé la página abierta, dejé el libro de par en par justo en la parte final del cuento, la misma que toda mi infancia obligaron a estimar como el ideal, como el evento cierto. Y en buenas cuentas, yo también quería creer, con berrinches y epítetos varios, al final y como toda vil y sucia nena, también necesitaba creer. Y así fue como el librito aquel se apuntaló entre otras especies en mi estantería. No obstante, los cuentos se desvanecen con la rapidez del hielo derretido al sol furioso… y asimismo quité de mi vista la nefasta imagen de una pareja de tortolitos ante la cual me sentía haciendo mal tercio. Cuando mi amiga me miró sorprendida, yo le respondí que estaba vieja para cuentos, que esas historias eran puras pelotudeces y que más encima, eran irrealizables. Por más extraño que parezca, a los pocos días se me colocó una sensación rara en el pecho, una suerte de angustia de rara procedencia, una especie de alerta sin razón conocida… fue cuando le comenté: ¡ALGO VA A PASAR MARMOTA!
Una noche no lejana me senté a orar. Y aunque no soy mujer de rezos ni palmotazos en el pecho (pues hace tiempo que los rigores de la iglesia dejaron de infundirme temor reverencial), me incliné a pedir que el tormentoso ir y venir de sentimientos encontrados en mi corazón acabara, que se terminara mi estupidez humana, que concluyeran mis episodios de incredulidad y desconfianza… que de una vez por todas tuviese una razón suficiente para sostenerme delante de alguien otorgándole el beneficio de la duda. Admito que pedí factores de catalogo, reconozco que no me medí ni privé de nada al definir cada una de las características adjuntas y también, al precisar el contenido del envase. Solicité atributos que pudiese reconocer al instante y me propuse ser extremadamente diligente en desglosar los sentimientos fluyendo en el corazón del ser que pedí encontrarme. Me repetí constantemente que “en pedir no hay engaño”, así que me puse a pedir como enajenada. Creo que así fue como me volví una total y completa pedigüeña… Si me preguntas ahora que pedí en ese tiempo y cómo fue que todo ello se volvió realidad, tendría que dedicarte muchos episodios, biografías y demases… ahora sólo diré que tuvo que pasar toda una vida para que fuese cierto…
Estás a mi lado y yo me siento orgullosa de estar junto al tuyo… me siento recompensada por cada bache en el camino, por cada lluvia torrencial, por cada vez que dije ¡FUCK! NO OTRA VEZ… Me siento agradecida de que seas tú aquella persona a quien pedí con tanta devoción, creencia y fe recapituladas. Me siento aliviada por no tener que exclamar por enésima vez: ¡Mi radar está dañado!
Tú eres el hombre más divertido con quien haya estado, el más ingenioso sin ser rebuscado, el más espontáneo, el más generoso, el más simple y sencillo, el más paciente, el más entregado, jugado, dulce tierno, bello (POR DENTRO Y POR FUERA), puro -tanto que impresiona-, el más apasionado y el más bravo. El más inteligente sin tener necesidad alguna de enrostrarlo.
Contigo he constatado aquella frase típica que todo el mundo ha usado para consolarnos y en la que costaba tanto trabajo creer: “No esperes nada que justo entonces, sucederá”. Tú, llegaste mientras esperaba nada, me das mucho más de lo que pedí y me lo entregas justo cuando más lo necesitaba.
Me siento afortunada de que seas tú quien lave mis penas, me estimule a permanecer loca de atar y seguir intentando hacer todo para afianzar lo que tenemos, incluso vencer barreras, dejar malos presagios y olvidar sufrimientos pasados que solo conducen a la limitación y a más dolor.
No soy de promesas, creencias formales que me parecen ridículas y fórmulas extravagantes que se han vuelto impracticables, además, existe una suerte de estela deficiente sobre mis créditos, así que mejor tenderé a hacer, a estar, a sentir; simplemente al “es”, porque sé que es contigo, siempre ES.
Así que como diría el gran Cerati: ¡AHÍ VAMOS!
Besos totales.



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