Interpelarse. D.D.Olmedo.

Todas las noches oigo sirenas. Patrullas policiales recorren las calles alrededor y se oyen algunos gritos muy a lo lejos. Esto pasa a diario, sin excepción. La más de las veces mientras esto ocurre, mi pequeño departamento está a oscuras, bueno casi... alumbra algo la diminuta pantalla del celular en donde tecleo con un dedo, como si fuese un lápiz digital. El aparato traía una libreta de notas a la que acabé acostumbrándome. Escribo varias veces al día en ella, se volvió un hábito casi ritual. 
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Sé de las repercuciones que esta costumbre traerá a mi visión, y ni aun así lo dejo de hacer; es una más de tantas otras malas actitudes agarradas desde un tiempo a esta parte. En días como hoy me pregunté si esto de escribir no es acaso mantener una plática conmigo misma. No hablo mucho con otros (no es un eufemismo), y puede que lo esté haciendo de un modo figurado para no enloquecer. Todavía no llego a la instancia de hablarme en voz alta. Por ahora.
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Las noches se eternizan, hay tramos de estas en que no paro de mirar cuestiones por internet, es un atontamiento que ahora comprendo como otra manera de hacer ruido y de interactuar mientras el resto está sumido en sus propias viciscitudes. Son tan largas las noches que a veces no logro conciliar sueño y me quedo pegada en imagenes, en algún video, en virtualidades que distraen tener que encontrarse con aspectos oscuros, de esos entristecedores y agobiantes. Los ruidos son contínuos, el centro nunca se calla. Cuando acaba el sireneo surgen bocinazos, frenasos,  chantadas quema neumático sobre las aceras. Un grito destemplado de algún ebrio que de último se instala en la esquina, perros ladradores, alguien atravesando la cuadra en modo trote de seguro intentando esquivar la cuarentena. Y yo iluminándome apenas con escasa dosis.  
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Me di cuenta que evito mucho mis pensamientos reales, esos que yacen debajo de todo, lo que está al fondo revolviéndose con amarguras, con espacios vacíos intensificando su peso y el forado que ofrecen. He repudiado aceptar que en mucho me he rendido y lo que subsiste se agarra de los bordes de un despeñadero que todos los días, erosiona más esas hendiduras. En algún momento no habrá más volúmen de donde afirmarse; las superficies cambian, pero yo no he cambiado con ellas. Sigo encaramándome fingiendo que puedo seguir haciéndolo pero los días reales como el de ayer o el de hoy, dicen algo diferente y obligan un poco a hacerse cargo de la situación. ¿Qué hay en estos pensamientos tapados de un vago propósito? Si dijiese mucho cansancio estaría siendo sincera, aunque insuficiente para que sea solo eso. Tengo la impresión que este agotamiento es más profundo que la sola fatiga de complexión. Me di cuenta, entre otras cosas, que soy incapaz de enfrentar los miedos sin ser frágil y al mismo tiempo, reprochármelo. Me digo que ya no se puede acudir, ni buscar ni aun, reclamar porque serás juzgada, y de pedir lo que sea y estés pidiendo, se burlarán de ti. Entonces ¿Qué queda? Quizás esta percepción explique por qué voy optando por cubrir, por apilar materiales encima que desvíen la atención el socavón. 
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¿Qué nos queda? ¿En qué fiarse? ¿A quién decirle entonces cuan cansado y abrumado te sientes? No se puede. Hay que quedarse quieto sin vociferar y mentirte hasta ti mismo diciendo que todo va a pasar. Pero yo sé que no será así esta vez. Tengo la sensación de andar perdida y de no querer ubicarme ni que otros lo hagan. Llorar es un ejercicio habitual de estas últimas tres semanas como si hubiese abierto un grifo que no es tan sencillo de volver a cerrar, y de tanto que ha bajado por este ducto, me figuro que puede y me salga hasta las tripas. No sé. ¿Qué tanto se puede botar? ¿Qué elementos son los que aparecerán enmarañados en el llanto? ¿A qué dan respuesta las lágrimas? La contestación fisiológica abriga a la insuficiencia emocional brindándole un respiro. Puede y sea solo esto. Pero luego anticipo que abarca a todos los años de inhibición, de apenas sobrevivencia que esquivaba entenderse con aquel fondo desplazado. Había que seguir, y seguir no consideraba paréntesis de relajo y desconocimiento del rigor. Así me tocó. 
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He visto debajo de los escombros y hay una persona que me es tan lejana, más que ajena distante, una a la cual no sé por donde tomar ya que algunas piezas se desensamblaron. Pero el residuo en ese cuerpo resume a una niña asustada, limitada, golpeada y reducida de opciones. Puede que ni siquiera supiese de quién se hablaba, quién de veras y a qué tenía derecho de pensar. Esa niña soy yo, sobrepasada en acontecimientos violentos, dispuesta siempre a sobreentender y presionada a fraguar planes escapistas, enfrentarse a lo duro voloviéndose del mismo material de dureza. Pero, ¿Entendía qué pasaba? ¿Sabía por qué se dió de ese modo? ¿Comprendió alguna vez que no era su culpa? Todas las respuestas alcanzan un NO. 
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Retroceder hasta esa época, se puede. Invocar qué sabíamos o lo experimentado, no mucho. Creo que no pensaba y actuaba apurada por las circunstancias, casi siempre a contrapelo, muchas veces con pocas opciones. Y eso se fue replicando. Creo que solo hasta lo 28 o 30 años tuve parte de un márgen diferente, aunque siempre estuvo hipotecado en la sujeción de ciertas imposiciones destinales. Amar de cierta manera se volvió salvavidas tanto como puñal de muerte; lo que me regeneraba a la larga me aplicó tortura y aflicción. 
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No me había puesto a pensar cuándo dejé de intentarlo. Estos días eso surgió en mi cabeza, entremedio de esas bullas, alarmas y vociferares, el reclamo largamente postergado reprochó su urgencia, vencida en un desahucio crónico. Ya no hay más espacio de prolongación se oye desde muy adentro de mi, es acá, es ahora, es en este momento. Y veo cómo hice a un lado tantas cuestiones fundamentales; las heridas fueron agresivas como para rajar vastas zonas que no irían a regenerarse. Pero aun así no me había dicho de forma categórica que no fue mi responsabilidad. He visto cómo me sobrepuse hartas veces, no está ahí la rotura. La imposibilidad de sanar reside en la magnitud de los efectos, de no haberlos procesado y asimilado cuando pasaron, y pretender la mejoría inventándome que estaba lista para arremeter, para seguir caminando cuando en verdad, no lo estaba. Ese sin licencias para decaer, es en mucho el que ahora pasa la cuenta. He ahí la expresión en donde los elásticos se cortan y ya no están para reconstitución. Necesito cirugía mayor. 
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He soñado con mi madre, se veía radiante y hasta jovial. Retuve de ese sueño que vestía algo de color verde en la parte de arriba y que ibamos caminando en una vereda con mucha gente. De pronto me extraviaba, sentí algo de angustia, y de pronto me daba cuenta que ella agitaba un brazo desde una esquina, llamándome. Últimamente me acuerdo muy poco de los sueños, pero este lo retuve y me desperté con una sensación cuya forma no puedo dsscribir. Ahora pienso en la raíz de todo, ya no en cómo hubiera sido... sino para qué fue de la única manera en que me tocó, por qué debía ser así y qué hay detrás de este acervo que me pesa tanto. A ratos, me gustaría creer en la fantasía de la preparación previa, esa que narra que todo sufrimiento no es más que una contundente panorámica que pule, afina y determina todo aquello que no es, no será ni debe ser, y así estemos listos para «reconocer» lo que sí es, apenas lo veamos. Pero otras, me asumo en contestarme que no hay nada misterioso ni mágico, y que lo hecho para mal nos acompaña el resto de nuestra vida; que no habrá mejoría ni conejos saliendo de un sombrero, ni buenos hombres, ni transfiguraciones ni transmutación energética que arregle lo existente. Que solo se trata de esto, oscilación reproduciéndose siempre con apurados insulsos matices inventando pasajes diferentes, pero que a la larga redirige a la misma esfera una y otra vez, de modo inalterable, hasta que tu tiempo deba cumplirse conforme al plan trazado (desde antes que una micropartícula de tu ser, Incluso fuera concebida). Sin embargo, antes de ayer pasó algo inusual, y reaccioné de modo distinto. Puede que no sea mucho, pero así lo percibí. Lo que hubiese hecho no lo hice y en cambio paré el azote entendiendo que es uno quien atraviesa ciertos umbrales. Hubo un razonamiento que me recordó cuáles circunstancias no necesito más en mi vida pues ya no tengo que ni probar ni demostrarme nada... La cuarentena más larga del mundo (la que llevamos en Chile), ha encerrado dentro de los mismos espacios físicos la contingencia sanitaria, los demonios organizados, los monstruos en fila, el peso de las lógicas y los hábitos consumados. Y los ha enfrentado al cansancio perentorio de ser uno mismo encerrado entre esas cuatro paredes (como pasa en mi caso), para sacarse la cresta, pero sacársela bien. Es decir, darle corte definitivo al pasado y cada uno de los lastres que tiran hacia el fondo. Emerger o Morir. Creo que para eso toca ser como se es, para optar. Para decidir ser feliz. 
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