COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “De Carne y De Huesos”. D.D. OLMEDO. Viernes 17, Octubre de 2008. 09:55 horas.


COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: “De Carne y De Huesos”.
D.D. OLMEDO.
Viernes 17, Octubre de 2008.
09:55 horas.

Que el corazón se abre y se cierra una y otra vez, es otro de tantos hechos claros. Probablemente hoy en día se abra bastante menos que en la época de los abuelos y no de gratis en todo caso, pues hay que ver que razones para cerrarlo, abundan... sobran.

Me he agarrado una especie de rutina anti estrés medio peculiar, pero bastante efectiva en la dinámica de anestesiar ciertas zonas de la mente.
Fíjense que durante el curso del año 2007, a razón de la tortura china que implicaba el Transantiago, opté por dármelas de atleta y acabé caminando todas las cuadras que separan mi casa del lugar donde trabajo. Hoy por hoy, entonces, hago lo que nunca debí dejar de hacer: caminar premunida de paciencia. Le doy a la andanza libre pues de otro modo habría concluido internándome en El Peral, más que persiguiendo cura, sofocada por el rugido de la ciudad y pidiendo clemencia en la provisión de algún refugio austero. La peculiaridad de mi rutina se desprende del hecho que, mientras camino hacia muchas partes, me acompaña una libreta de apuntes en la cual anoto las impresiones del recorrido; las muecas de la gente, los ropajes de las tribus urbanas, los garabatos de los flaites, el comportamiento general de las personas que observo (alegres, tristes, agobiados, irresponsables, enfermos, saludables), que veo, que miro en medio de todo esto que a veces surge como una verdadera fauna. Siendo Santiago una ciudad bastante estrecha, las probabilidades de encontrarnos conocidos en la ruta parece planificado dentro de la rutina. Así las cosas, uno se cruza con compañeros de universidad, con amigos de barrio, con ex profesores y aún, con ex compañeros de trabajo; con algunos ex de ex, con los ex propios y con los típicos personajes que uno siempre quisiera jamás volver a ver...

Pero tal vez, uno no está preparado para encontrarse con personas que ha querido ver (siempre, durante algún tiempo, o en algún momento particular de la vida) y respecto de quienes no existe posibilidad cercana de reunión. Entonces, ¿qué ocurre si has pensado a menudo en una persona determinada y ésta se cruza contigo en la calle? ¿Quién acercó a quien? ¿De dónde proviene la energía para atraer a ciertas personas y asimismo, alejar a otras tantas? ¿Por qué, si has meditado tanto en una circunstancia, se aparece de la nada un sujeto considerado determinante para tus cavilaciones y aspiraciones literarias? Dicen que basta ver sólo una primera vez a alguien para que las probabilidades de reencuentro se disparen. Eso fue precisamente lo que me pasó a partir de fines del año 2006.
Entretenida con el artículo de una publicación “x”, supe de la historia del Empampado Riquelme y de la respectiva narración escrita con el puño de Francisco Mouat. Pero quizá sea conveniente explicar que desde ya hacía mucho antes, disfrutaba de este cronista con visión de investigador e historiador que alguna vez sacó chispa en la revista Apsi. A Pancho lo ubicaba sólo por fotografías y siempre me pareció un gallo desgarbado muy poco ocupado de las sutilezas del qué dirán. Se me hizo urgente y necesario, consumir todos los sábados un conjunto de historias, palabras, sensaciones y emociones varias que arrancan, supongo, desde lo más profundo de su meditar. Posteriormente, otro hecho relevante se traduce en la caída literal entre mis manos de su publicación “Crónicas Ociosas”. Para variar, entretenida entre las góndolas del Fondo de Cultura Económica, decidiendo entre Schopenhauer y Tolstoi, pasé a llevar un libro de tapa fosforescente y cuya foto de portada llamó poderosamente mi atención. Abrí el texto y me encontré con la primera crónica de la compilación: Mapocho. Por razones que desconozco, el día antes de hallar este libro en barata, le había comentado a un amigo la columna publicada los sábados por el mismo periodista. Ese fin de semana me devoré Crónicas Ociosas y necesitaría muchas semanas para describir las impensadas casualidades cósmicas encontradas en gran parte de sus líneas; nombres, circunstancias, episodios varios narrados en sentido tal que abrigaba necesidades e inquietudes compartidas... una especie de comunicación subliminal que no encontraba significancia textual en esa época.

Más adelante y con todo el aparataje propio de facebook y las redes de contacto generadas, encontré a mi cronista favorito con todo y su página. Rápidamente me dispuse en su búsqueda y contacto para solicitarle diera una ojeada a mi primera novela (proyecto aún en marcha) aún teniendo en consideración su preferencia por los personajes de carne y hueso. Así que me inspiré y le escribí no más... cara de... Y mi sorpresa fue enorme al recibir casi inmediatamente una respuesta positiva. El enganche para mi arremetida no fue arbitrario ni casual, simplemente apelé a sus sentimientos y emociones. Me había enterado por propia narración suya que alguna vez él también acudió a otro prócer del periodismo con la intención de obtener un prólogo para su libro. Se le ocurrió a Mouat ir no más cara de palo, a hacerle la guardia a Julito Martínez y, valientemente, solicitárselo. El connotado comentarista de fútbol (Q.E.P.D.) apresuradamente le dijo: ¡Déjemelo, si me gusta, lo escribiré! Ya sabrá usted de mí cuando venga en un mes a buscarlo. Sentenció Martínez. Y así fue como de una vez me propuse ubicarlo.

Pasó un período largo en que sólo me dediqué a trabajar en mis escritos y en todos esos meses seguí acompañándome de su prosa hasta enterarme de la impartición de unos talleres a su cargo. Un escalofrío descomunal me recorrió el cuerpo dado a que dos semanas antes manifesté a un amigo escritor lo bien que la haría a la humanidad tener a un tipo como Francisco de maestro. Y sin embargo, mi estructura permanecía limitada en el trato relacional con el prójimo y por lo mismo, marginada del campo de la interacción con aquello que él siempre denomina “de carne y de huesos”. Me tomó un rato resolver si ingresar o no al ruedo del debate abierto, de esa cosa tipo seminario que se da en las cofradías. Estaba en eso, divagando bastante un día no lejano y pegada a la vidriera de una pastelería cuyos manjares siempre me colocan a prueba cuando al girarme, justo de la nada se me cruza precisamente él, el cronista que sábado a sábado me ayudaba a recordar lo mucho que nos cuesta, a los de “carne y huesos”, entender qué significa ser HUMANO. Y entonces, de algún modo comprendí que un significado mucho más fuerte y enigmático (traducido en esa serie de eventos afortunados) pulsaba fuerte emitiendo una señal conducente a replantear el camino trazado. Igualito que en las fotos, el chascón de figura imponente pasó de junto con una sonrisa fluida y con facciones perfectamente radiantes. Ni por un momento el cronista famoso, idea tendría de que era yo, delante de él, la misma furtiva osada pidiéndole abrir un sobre conteniendo mariposas.

Cuento corto, hace dos semanas recibí un mail invitándome a la presentación del libro “La vida deshilachada”, el cual ya mencioné la semana pasada. Acudí a la cita del 9 de octubre del año en curso, puntualmente a las 19:30 horas. Y ahí estaba, entre el gentío, la farándula, los sospechosos de siempre... ahí mismo figuraba don Francisco Mouat en pleno. Rodeado de su familia, sus amigos entrañables, sus cercanos y su alumnado; el cronista favorito del día sábado era, en cierta forma, homenajeado por sus presentadores y por cierto, con la asistencia de la concurrencia que repletó la sala. Y ahí también estaba yo, apostada al final del pasillo, silenciosa, expectante, soñadora como siempre y respetuosa de la contingencia de la cual, aún invitada, me hacía dificultosamente parte. Dios sabe que hice lo humanamente posible por permanecer de pie, estoica e incluso, desafiante, pero aún con el gran aprecio que me merece el señor Mouat, una vez más fue imposible sustraerme de la vorágine. A parte de la innegable mala posición en la que tuve que presenciar el acto (digamos que siempre uno acaba de pasadizo en los accesos), tuve que bancarme la conversación a todo volumen del señor Eric Paul Hammer, las truculencias de un pelambre entre adolescentes, el besuqueo primerizo de una pareja de novatos, los bostezos de unas veteranas a las que de seguro faltaba el aire y sobre todo, el mensajeo iphone de una tontorrona que de seguro en su perra vida ha tenido un libro que no sea de Cohelo entre sus manos. ¡Too much!
Hice lo que pude. Y sin embargo, me ganó la mala fe que tengo en las personas empeñadas en confirmar la regla que detesto tanto. Me cuesta trabajo comprender cómo es posible utilizar un celular en plena conferencia en medio de la cual se habla de sentimientos hacia un amigo entrañable, cuya máxima virtud literaria es envalentonarse a escribir sobre razones que hacen rescatables a algunas personas; imperdonables actitudes de algunas autoridades que no hacen lo suyo; proezas humanas que deleitan por su bienaventuranza; situaciones varias del acontecer nacional e internacional que revelan la inexplorada gama de episodios tiernos desarrollándose justo en frente de nuestras narices, eventos ante los cuales muchas veces simplemente damos vuelta la espalda. Y por eso, me vuelvo a preguntar, ¿Cómo es posible?

Si tienes prisa, no te detengas; si te produce lata, no escuches; si no te importa, no mires; si no respetas, entonces conviértete en idiota… pero no te ocupes de viciar el poco aire limpio que nos queda. La presentación de un libro es un acontecimiento importante para el escritor, es un acto honesto, bondadoso y lleno de virtudes que le pertenecen románticamente sólo a su artífice y a la comunidad que se hace parte de él. Si soy invitada a compartir su minuto de pasión y producto final de su esmerado trabajo, entonces sólo me resta abrir el corazón pero callarme la boca para ofrendarle mi silencio, mi admiración y mi respeto.

Con todo y desastre para mi, La Vida Deshilachada me recordó que hay seres de CARNE y de HUESOS obreros y silenciosos que basan su visión de vida en la proeza de regenerar la fe aún a costa de muchos sacrificios. Pancho escribe sobre la vida, incluso, sobre sus inconsistencias y a pesar de ello, pasa de junto con una mirada transparente, se te acerca y en silencio te besa en la mejilla agradeciéndote que estés ahí para ser testigo de su hazaña.

Me gustaría sólo por esta vez simplemente existir, permitirme que sea el corazón quien hable para decirte que tu simpleza pule la dificultad, la desprende y la deja caer como si fuese apenas una delgada cáscara… otra vez miro y está todo aquello que me cuesta tanto aceptar y sin embargo, la tristeza muchas veces se ha desvanecido por el sólo hecho de haberme enseñado a recordar lo bueno que es simplemente observar, observar, observar y volver a observar aún cuando muchas inequidades quiten la calma.

Tal y como le escribiste a César alguna vez, en silencio y sin que él lo supiera, así lo hago yo, para ti estimado Pancho, por todos esos chilenos de raza, por las sutilezas del fútbol, por el alma de un extraño hallado en la pampa, por la satisfacción que produce el ocio y por las incontables formas en que se despedaza la vida, con la esperanza de la carne y los huesos que hay en ti para intentar RE-ARMARLA.



 

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