COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “¿De qué está hecha tu carne?…” Viernes 31 de Agosto, Año del Bicentenario. D. D. OLMEDO.
COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: “¿De qué está hecha tu carne?…”
Viernes 31 de Agosto, Año del Bicentenario.
D. D. OLMEDO.
Nunca como ahora, mi corazón había sentido tanta claridad en cuanto a sus reales motivaciones. Cuesta decirse a sí mismo: ¡Hey, nos han toreado y la cornada ha sido tremenda… Entonces, sólo entonces resta descansar, sobreponerse, dejar que pasen los días, las semanas, meses y tal vez, dependiendo del daño, también los años. Es necesario comulgar con el silencio, dejar que la herida respire y que el hilo de sangre se deslice pasivo y aletargado hasta que palidezca en un dibujo añoso que ha dejado de ser descubierto por el gentío…
Yo no sabía para qué servía. Y sin embargo, ahora comprendo un poco más de qué está hecha mi carne. Renegaba del dolor, de sentir esto acá adentro, queriendo taparlo con innumerables ocupaciones, con colores fosforescentes, con voces taladrándome el cerebro, acercando personas incoherentes que tapearan mis falencias… Pero, todo fue en vano; no se puede escapar de nuestra esencia por más esfuerzos que pongamos en ello.
Tuve la vida que tuve, ya fue. Ya pasó. No puedo envejecer creyendo que todo eso sirve para arrastrar sufrimiento hacia el presente e incluso, hacia el futuro. Todo ese martirio de creerse maldito, no es más que la excusa perfecta para no hacerse cargo de actos propios y desquitarse un poco también en los ajenos… A veces, es muy fácil sucumbir, creer que no hay más fuerzas, echarse a morir y lamentarse de todo. ¡Suerte perra la mía! DECRETAR PARA MORIR. ¿Hasta cuándo seguir con ese predicamento?
Pero todos nosotros somos dolientes a los tres cuartos, cuando nos conviene. Incluso, tenemos el descaro de manipularnos a nosotros mismos, haciendo tretas de todo tipo, saboteándonos, y desestimando recomendaciones que apuntan a romper os denominadores comunes dañinos. Ahí vamos, una y otra vez como saco roto, echando a perder, fastidiando, botando a la basura elementos preciosos que se de dan una vez cada ciertos años… E incluso, cuando ya no queda nada para corroer, ahí vamos por enésima vez, persiguiendo el show de quedar completamente aniquilado.
¡Me cansó esa mierda de vida!
¡Me cansó estar harta de mis despojos, cada vez que pretendo ser un manojo de atados!
¿Para qué? ¿Para qué seguir escapando del tiempo? ¿Con qué objeto?
Nada ni nadie puede evitarnos SENTIR y qué terrible es intentar evitarlo. Quien trate tan solo de pasar por la vida, está muerto y enterrado.
Sé que es complejo andar de tumbo en tumbo, se nos agota la pila, se nos quiebra la cabeza de dolor, los pensamientos se congestionan, los maldecires van y vienen. Puede que a los quince ello esté bien, que nos fascine el drama, la intensidad, la comedia melodramática de corte venezolano, pero ya estuvo. Fue bueno andarse arriba de la montaña rusa hasta que acabamos vomitando. Como el tercer vodka que marea pero no atonta.
Los años te dan saber.
Las sensaciones nuevas, también.
Me he sentado en un parque vacío, me he sentado en medio de este lugar a contemplar las cosas que creía había perdido y de repente, entendí, se me cayó la teja en buen chileno: Yo siempre he de necesitar más, más preguntas y también más respuestas, más verdad, más congruencia, más sentido, más vida. Yo quiero más de la vida, hacer más por ello y estar dentro, crecer, sentir, experimentar todos sus dobleces y todas sus vueltas de tuerca, aunque duela, aunque se te retuerza todo adentro y nunca más vuelvas a ser la misma. He ahí la gracia, ese es el sentido, cambiar, evolucionar, darse permiso para cambiar de opinión si ello te lleva ser una mejor persona… involucrarse todas las veces que sea necesario aunque el proceso te genere dolor.
La vida me ha pedido más y he entendido que mi deber como ser humano es entregar algo a cambio.
Nunca imaginé que mis palabras podían servir a otras personas (recuerden que partí escribiendo por pretensiones egoístas; dar respuestas a cosas que en la vida real no siempre se otorgan). Pero me he sorprendido gratamente con posteos, con correspondencia alentándome a escribir, con personas que se han cruzado en mi vida trayendo mensajes… NO IMPORTA EL MENSAJERO SINO EL MENSAJE QUE TIENE PARA DARTE.
—Me dijo Nancy hace poco. Y es tan cierto que algo se conmueve adentro.
La vida, con todos sus truenos y relámpagos tiene esa cosa que inunda en el momento preciso, no cuanto nos apetece, sino todo lo contrario, puede embargarte de un zapatazo, con un solo rayo en medio de la cabeza, fundirte… Y eso es lo mejor que podría pasarnos, no ocurre de otro modo, somos así, cabezas duras, cabezas obtusas, cabezas miedosas que no paramos de andar escapándonos de todo con tal de evitar el cuetazo. No sé en qué momento los señores “inteligentes” (los que se creen que pueden manejarnos la vida a su antojo con falsedades) nos envolvieron con modelos estándares de felicidad, a esa que apelamos de cuando en cuando y en la que, si no calzamos, nos damos por desahuciados… somos una eterna rueda que no para de girar… Pero la verdad es que no podemos despegarnos del sufrimiento, no se puede no más. Si pensamos que evitando no sufriremos rasguño alguno, estamos equivocados y en el trayecto, nos perderemos de cosas que podrían ser buenísimas o tal vez no, eso nadie lo sabe. Pero el no arriesgar no es sinónimo de que los rayos no quemen nuestra casa… si cae uno en medio de la techumbre, sólo quedará arrancar y servir para otra guerra. Pero en caso alguno puede evitarse el incendio.
La naturaleza se esconde. Pero siempre, tarde o temprano, nos encuentra. Incluso, si tenemos suerte, nosotros mismos podemos encontrarle alguna vez.
Por eso siento que en la sabiduría de la naturaleza, todos y cada uno de sus misterios se develan de manera mágica y ante ello sólo queda aclimatarse, esperar a ver qué nos trae la vida, que nos entrega desde el centro de su ser, que a veces nos roba nuestros hermanos para enviarlos renovados con su experiencia, para decirnos en clave qué quiere de nosotros, para devolvernos una porción de sano juicio y comprometernos con nosotros mismos a ser más entregados, a colocarnos en el lugar de los demás, a aprender a tener segundas lecturas de los actos atravesados, de los espacios, de las necesidades ajenas, de las variantes, de los bemoles… de todas y cada una de las secuencias que hasta hace un tiempo parecían no tener sentido y que hoy se abran como un manual que te conduce de regreso a tu centro, al equilibrio.
Yo no sabía para qué era buena mi carne. Y de pronto, lo supe.
Esta es mi veta, mi propia mina, mi yacimiento, los frutos de estas paredes son para ser regalados y mi mineral son las palabras conciliadoras, las palabras desafiantes, las interrogantes y la búsqueda de respuestas, el ser consigo mismo hasta encontrarse, el desafío y el arribo, las puertas y los accesos, la vida misma y todos sus recovecos… Este es mi don y lo pongo a disposición del sentir, del expresar, del dar sin esperar nada a cambio.
Creo que la vida, con todas sus señales y misterios develados nos aleona, nos busca y nos desafía a entender para qué fuimos colocados en este sitio, quiénes somos y de qué está hecha la fibra humana: De sentires, de decires, de vivires… De corazón.
Cuando a pasión de nuestro ego nos nubla, entonces hay que apelar a que la natura nos vuelva a nuestro centro.
Y esta tierra nos reclama.
¿Qué estás dispuesto a entregar?



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