COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: ¿Dónde miércale está El I.S.A? D.D.Olmedo.



COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: ¿Dónde miércale está El-i.s.a?.
D.D. OLMEDO.
Viernes xx, Junio de 2009.
01:15 horas.

A veces, sobre todo en cuando el cielo se pinta de gris, uno quisiera padecer de amnesia crónica. 

Que espectacular sería despertarse por la mañana y no cachar absolutamente nada, ni siquiera captar la urgente necesidad de echar mano al Indicador Sobre Amnesia; el mediático y bullado ISA. Ojala y fuese tan simple como firmar una solicitud de antemano, algo así como las órdenes de no resucitar no bien te sobrevenga un paro cardiaco fulminante. Pero no siempre uno tiene lo que quiere, cada cosa que uno busca alberga un defecto (como escribiría Coiffeur) y en ese tono, cada cosa que toca, cala hasta los huesos aunque uno más encima, ya tenga osteoporosis.

Sin contemplación de ninguna clase, de pronto se aparece no más la noche negra y tienes que bancarte toda clase de recuerdos amargos, desabridos o bizarros, de esos que no apetece imaginar por mucho que a otro se le ocurra describírtelos. Se vuelve en contra tuyo el propósito de abandonar el vil pucho, se vuelve en contra tuyo haber sindicado un hígado desahuciado, se vuelven encima de ti, las críticas, los prejuicios, la mala fe, la desconfianza, la tortura de saberse equivocado sin poder colocar acentos otra vez.

Ahora, no me queda más remedio que admitir que fumo como carretonero (para capear la falta de sueño), que miro con obsesión una botella de vino guardada para una gran ocasión y que se me hace verdaderamente insoportable saber que no puedo dejar de vivir conmigo. ¡Qué mejor!

En otra época, si te sentías irremediablemente mal por algo, cas siempre venía una cuota de un “que se yo, nada es definitivo” arremetiendo por los palos, otro tanto de tolerancia grupal, un cuarto de paciencia, varias dosis de resistencia y por supuesto, una buena tajada de dolalgial. Este arsenal permitía al menos, caminar con un poco de dignidad, no equilibrándose, no tropezando, no cayéndose… Permitía, en parte, entender que ese paréntesis no es eterno y que es altamente probable que llegue otro buen día en que uno revoque la firma estampada en el complejo ISA… Por ahora, sólo tengo un flotador de plomo que viene con una inscripción apenas legible, se parece bastante a una vieja canción del dúo dinámico (No precisamente Batman y Robin) y me exhorta en un precario español a seguir adelante, a ser como un junco que siempre sigue en pie. Pero, ¿Quién sabe lo que le pesa tanto al otro? ¿Quién es realmente capaz de comprender lo que le duele a otro con exactitud? ¿Quién podría hacerse el mal del otro, el tiempo oscuro del otro, la inconsistencia del otro? ¿Quién, me pregunto yo?

A veces, tal vez uno llegue a enterarse de ciertas cosas por la fuerza de la costumbre, las cuestiones de la convivencia revelan hábitos, maneras, manías pero, ¿Se sabe a ciencia cierta cómo y cuánto pesa el dolor ajeno? Uno sabe que no; en vez de ello, hay especulación y detrás de esto, una mala suposición que origina la gran mayoría de los desastres y las equivocaciones. Con todo, no hay una razón enferma que lo sustente. Por lo general, detrás del tratar de comprender hay una intención fidedigna basada precisamente en el querer saber la verdad de los sentimientos, la exactitud de las emociones, las razones todas para justificar y corroborar el sentido real de lo que se ofreció, en el querer entender para poder cooperar, para ayudar y facilitar los caminos agrestes… Para demostrar que ese afecto, cariño o estima tienen que ver con la sustancia y el contenido proclamado. De otra manera, ¿qué clase de amor sería?

Cuando el amor quebrantado se depura, queda el deseo de no sufrir más, de no recordar el pasado, de no mirar en aquellos baches que son imposibles de enmendar, queda la instancia de dormirse y despertar sin querer saber nada.

Trataste de entender pero se te dijo una y otra vez que no había nada que entender, intentaste ver más allá y se dijo que no te inmiscuyeras, quisiste ayudar a que otro sanara, pero el enfermo estaba más renuente y ensimismado que tú.

Yo, hace mucho tiempo firmé mi propia orden de no resucitación, decidí donar mis órganos y bueno, opté por ser una mejor persona. Pero como todo en la vida, pasé por un trance en donde se me apareció una cara que no conocía, alguien que me dijo: ¡Hey, ten un poco de valor! Así que le hice caso y me retracté. Por eso, al morir, me resucitaron y el proceso para salir de la UTI fue feroz. Lo que si recuerdo es que como medio paliativo, el médico tratante me recomendó que firmara el famoso Indicador Sobre Amnesia. Obedientemente, acaté. El único problema es que no se donde miércale lo guardé.

Ahora, ad portas de tener que someterme a una cirugía de extirpación del lóbulo temporal, me exigen que exhiba el mentado documento. ¿Quién podrá ayudarme?

Me dicen que si no lo tengo a mano, corro un severo riesgo de no quedar en perfectas condiciones. Le pregunto al cirujano por las secuelas a las que me expongo y me pregunta si alguna vez vi la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”. Le respondo que si y él de inmediato agrega que: como Jim Carey pero peor…

Supongo que a pesar de la desesperanza que uno experimente, el deseo de zafarse de lo agobiante y la necesidad de hacer una vida sana, normal, pacífica, no hay recete que aguante.

Si dejara que interviniesen mis recuerdos, sería como renegar de lo que soy (claro que a veces ni yo me soporto), pero no todo es malo en mi.

A diferencia de todas las otras veces, yo aposté con el corazón, me la jugué, saque adelante mi deseo legítimo de querer entregar más y mejor. Pero nosotros, todos nosotros, no sólo somos buenos momentos, momentos estelares, momentos magníficos… todos nosotros, también somos mal humor, desorden, malestar, incongruencias e incoherencias, somos agraces, somos exigencia, somos inquietud y desconfianza, somos arrebatados, somos peleones y exaltados y siempre pedimos disculpas después de actuar… Pero somos los que somos y si alguien trata de ridiculizarnos, apagarnos, transformarnos, en verdad y aunque duela, significa que no nos aceptan como somos.

Conozco a muchas personas que desearían encontrar un formulario idéntico al mío, ratificar lo dicho y extirpar de una sola vez aquello que causa tanto dolor. Tal vez ayude, en parte… pero, entonces, que pasaría, que tendría que suceder para que no se apoderara de nosotros ese vacío ensordecedor que nos derrota y nos exilia. Yo creo que no.

A pesar de todo uno debe votar por la reanimación. Aún cuando el cielo sea tristemente gris.



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