COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: "Lecciones de Cacería”.
AUTOR: D. D. Olmedo.
HOY: "Lecciones de Cacería”.
AUTOR: D. D. Olmedo.
FECHA: Abril, Viernes 25/Año 2008.
En algunos lugares de África ciertos cazadores tienen permitido matar alrededor de 2.500 leopardos al año, ello, sin estimar las cifras no oficiales aportadas por la caza furtiva. Parece increíble pero lamentablemente es cierto. No sé desde cuándo ni porqué específicamente comenzaron a fascinarme los leopardos; no me pasa con leones, tigres, pumas ni con guepardos. Decididamente me atrapan aquellos y no éstos. Quizá una razón que aporte explicación sean las características propias del bello felino: reservados y solitarios.
Aparte de la hermosura en su apariencia, el animal en cuestión me evoca mi propia naturaleza indomable de juventud, la forma aguerrida de enfrentar la vida, la pasión por ser libre y sobre todo, cierto halo de misterio que con los años se ha mantenido inalterable.
El leopardo vive prácticamente aislado y aunque le enseña a cazar a sus crías (las que sobreviven de las garras de otros depredadores), tras cierto período éstas se emancipan rápidamente e incluso, son incapaces de compartir el alimento con su progenitora. No obstante, heredan lo mejor de la madre y se dotan casi automáticamente de una autonomía envidiable. En época de juventud, el otrora cachorro (a) se lanza a la vida premunido (a) de todas las fortalezas entregadas en su período de adiestramiento y por lo mismo, con el correr del tiempo se transforman en nuevos esplendidos cazadores.
Aparte de la hermosura en su apariencia, el animal en cuestión me evoca mi propia naturaleza indomable de juventud, la forma aguerrida de enfrentar la vida, la pasión por ser libre y sobre todo, cierto halo de misterio que con los años se ha mantenido inalterable.
El leopardo vive prácticamente aislado y aunque le enseña a cazar a sus crías (las que sobreviven de las garras de otros depredadores), tras cierto período éstas se emancipan rápidamente e incluso, son incapaces de compartir el alimento con su progenitora. No obstante, heredan lo mejor de la madre y se dotan casi automáticamente de una autonomía envidiable. En época de juventud, el otrora cachorro (a) se lanza a la vida premunido (a) de todas las fortalezas entregadas en su período de adiestramiento y por lo mismo, con el correr del tiempo se transforman en nuevos esplendidos cazadores.
Sobre el particular y aunque no tuve adiestramiento alguno, aprendí a cazar de la misma forma que el leopardo; solitaria y reservadamente. Primero, determinaba el objeto de mi casa: La presa. Estudiaba su comportamiento y su rango de acción. Vigilaba sus movimientos al punto tal de conocer su rutina y cada acción a ejecutar. Me transformé en una astuta observadora capaz de acuñar todo tipo de información sobre mi objeto de cacería. Segundo; presumía de configurar una estrategia de seducción para lograr un acercamiento necesario. Conseguido éste, procuraba deslizarme calmadamente hasta llegar a un territorio neutral que prodigase la confianza necesaria para sortear trámites ulteriores. Tercero; cercaba a mi presa y la conseguía sin mayores contratiempos. La hacía mía en su totalidad y por Dios que lo disfrutaba.
Así era yo, astuta. No sólo capaz de actuar con metodicidad sino con ingenio pues ninguna cacería se pareció a otra; todas las veces que cerqué una presa lo hice actuando sobre un territorio nuevo aunque obteniendo a la palestra los resultados propuestos desde el comienzo.
Empero, llegó un día en que, adentrada en una selva violenta y decadente, la mala fortuna hizo que me topara con otro depredador de similar naturaleza; un tigre que perfectamente pudo ser lobo en otra vida. Tigre y yo, Leopardo a ultranza, nos topamos en tiempo y forma y prácticamente sin darnos cuenta, nos tensamos en una feroz batalla, ya no por una objetivo particular sino en un afán sin sentido por medir fuerzas. El tigre, tan grandilocuente como pedante, alardeó majaderamente sus dotes de espléndido cazador, sumo depredador y magnífico artista del camuflaje, tanto así que se autodenominó con extrema soberbia, “lobo vestido en piel de cordero” y yo, cansada por la contienda, abrumada por su desparpajo, simplemente caí rendida ante sus pies.
En un comienzo el tigre gozó de una esplendida reputación ante el leopardo; se ganó su respeto y aún más, su total admiración. Juntos se transformaron en un equipo sin par, cada uno aportaba diferentes ingredientes a la relación y he de añadir que ello los hacía compenetrarse mucho más. El tigre, con su elegante y presuntuoso andar, integraba la estrategia como alimento
Pero el debilitado espíritu del leopardo no estaría enajenado por mucho más tiempo.
Un buen día, paso por esta asquerosa selva el rey de todos sus dominios: Mr. Lyon. Sin pronunciar palabras y con el sólo accionar de su estruendoso rugido, el tigre y el leopardo fueron llamados a terreno, no por la convergencia de voluntades sino por el flujo del destino. Fue cuando entonces quedó en evidencia el porqué la relación entre ambos depredadores había fracasado. El tigre presuntuoso gustaba de cualquier presa, no discriminaba si esta había sido dejada por otros animales, si su carne era de calidad o bien, digna de ser devorada por tan notables colmillos, simplemente la engullía pues se encontraba a mano y no representaba mayor esfuerzo cazarla. Este depredador, refugiado en su apariencia, siempre dio a entender que su fortaleza se hallaba en su poderío dictatorial, convicción y elocuencia en consecuencia que, su principal falencia equivalía a la escasez de capacidad para hacer justicia a su rango. El leopardo en tanto, dada su esencia, siempre privilegió “la presa”, aquella largamente apetecida, estudiada y que al final se obtiene como premio al esfuerzo de largo aliento; muestra de triunfo y garra.
La diferencia parecía no existir si observaba el hecho básico que ambos eran DEPREDADORES, pero quién lo diría; en este punto siempre radicó aquella. Aconteció que el envase del tigre sí parecía de tal, pero su contenido no importaba más que un ordinario cordero aspirante a lobo, lobo que tampoco acabó siendo.
El día que me despedí del insulso cordero obstinado en creerse lobito feroz, dentro de mi corazón busqué una sola razón que apelase a su verdadera naturaleza. Entonces, aquel día esperé, esperé y esperé un largo momento que su anatomía descubriese el real espíritu atrapado en la mente enferma. Pero ello nunca aconteció. Lo que sucedió fue que el mentado tigre jamás llegó a reivindicar su especie, nunca se ocupó de limpiar su nombre, simplemente se quitó la vestimenta y partió… se desplazó velozmente sin dejar huella. Al contemplarlo mientras su estampa desaparecía me pregunté cómo fue posible que dos depredadores con nuestras características y esencias tan peculiares interactuaran y la verdad es que la respuesta sobró, como sobró el aire, como sobraron los recuerdos y la magia de una contienda que alguna vez había parecido forjar una amistad…
Hace poco y a propósito del reportaje en que leí a cuantos de nosotros se nos quita la vida arbitrariamente, me pregunté cómo ocurrió que no morí, cómo fue posible no perder la vida a consecuencia de una tras de otra puñalada. Al final, me respondí que probablemente haya sido porque aquel tigre -de cachorro- de seguro no fue alimentado con leche materna y yo, yo sí; de leche materna, de amor y de lecciones contundentes que me permiten seguir cazando en la vida.
Y como hoy es viernes, haré gala de mis dotes de cazadora empedernida; total que ¡POR FIN ES VIERNES! jajajajaja. Calma y tiza.



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