COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: "El mundo de las cosas aparte". D.D.Olmedo.
ctura acapara alguna partícula de este contenido, entonces será como una epifanía manipulada en la cual halle yo algo de estímulo y consecuencia…
Les dejo acá, la sinopsis de mi primera novela: EL MUNDO DE LAS COSAS APARTE.
“Hace mucho tiempo (y al constatarlo, compruebo con asombro cuan pronto se ha ido buena parte de la vida), tuve la oportunidad de ser enteramente yo, pues a la sazón de aquellos años, no había mucho que perder y bastante que ganar. No vivía ni del convencionalismo ni de la aprobación de las demás personas, todo lo que brotaba de mí, despegaba por cuenta propia. Esa era yo, harto libre, optimista, espontánea y envidiablemente viva. Y con todo, cercano a estos aspectos convivía otra parte conmigo en el doble fondo, una no tan agradable, una no tan conforme, una no tan sana. Para esa época, lo atribuía a la cuota normal de acontecimientos duros experimentados mientras se crece, los que con el transcurso de los años me transformarían en una persona cautelosa, reservada y decente.
Esta otra parte habitando en mí, se desarrolló, creció y llegó a superponerse tomando un protagonismo acaparador de todas las instancias. Agreguémosle a este escenario circunstancias varias de la vida adulta (consecuencia de conflictos no resueltos) y uno que otro bache o zancadilla propinada por el amado prójimo. Resultado: una especie de sujeto cambiado, alterado que extravió su esencia. Esta persona no admitía la dedicación exclusiva en la tarea de sobrevivir, en vez de enfrentar problemas presentados en la vida… consecuencia directa: No se conocía como tampoco sabía qué cosas la hacían realmente feliz. Pero en algún momento de la vida en formato reallity, esta cristiana desencajada se encontró con otro sujeto cuyo historial, también tenía lo suyo y también, arrastraba cargas. La diferencia básica y sustancial entre ambos entroncaba en que, de algún modo, aquél había evolucionado, trascendido a la inquietud eterna de permanecer en el detalle y perder la globalidad a partir el infame esfuerzo de juzgar en subjetividad.
Pues bien, ambos sujetos se encontraron en la vida y lo hicieron de una forma mágica, entretenida y plagada de sucesos fantásticos y apasionados; en todo el espectro más amplio de lo que ésta última palabra implica (quizá, más para ella que para él), lo hicieron de modo tal que, a veces, podías llegar a reflexionar en un destino, en su existencia. A partir de un juego aparentemente inocente (como los oficiados por críos irresponsables carentes de toda maldad), se sucedieron flamantes episodios cargados de adrenalina. Una verdad sacó eco a destajo de entre las paredes circundantes; algo inexplicable los unía, aún a pesar de todas y cada una de las circunstancias. Ellos podían permanecer horas colgados de una comunicación telefónica, podían estarlo hablando o no diciendo nada, ellos podían revisar la programación del cable estando separados por muchos metros de distancia, ellos pudieron salvar la barrera de la ausencia y con todo, permanecer más unidos y conectados que muchas otras personas que llevan años de casados o en similares circunstancias... ellos se conocieron del modo más profundo y subterráneo que jamás antes pude divisar y con todo, nunca precipitaron los deseos por sobre la razón última de honestidad (salvo un par de oportunidades en que el deseo se desbordó sin consecuencias residuales). Desde el comienzo, él parecía estar tan encantado como ella, tan fascinado y conteste como ella, tan ilusionado y diáfano como ella. Pero en concepto de ésta, algo aconteció en el camino, algo gatilló en el mundo particular de él, haciéndolo desencantarse, y virar, contemplando sus otras alternativas (aquellas más viables y objetivas, más terrenales y asociadas a su marcado sentido común y respecto de las cuales, al parecer, contaba con terreno recorrido… ganado), retrotrayéndolo al ámbito de la especulación negativa y colocando sobre relieve prejuicios y peculiaridades. Ella lo notó y en ese mismo instante perdió el control de sus actos (no sabía que también había detonado un cuadro en picada agudo de larga data), sumergiéndose por lo mismo en una carrera de constantes equivocaciones y desaciertos que a la postre se volvieron en su contra, pues el sujeto en cuestión, acabó por alejarse.
El más grave de los desaciertos, creo yo, fue hacerse la chora, creerse súper poderosa y librar una especie de competencia en la cual se creía capaz de demostrarle lo suficientemente digna que podía llegar a ser, que sin duda alguna, tales condiciones la hacían merecedora de estar a su lado, de colgarse de su brazo y de pasarse el resto de la vida descubriendo porqué se comprendían tanto. La concreción de tales desaciertos se expresaba en la materialización de frases como: - "Qué más da, si para ese entonces, no estaré en Chile...te recuerdo que me iré a estudiar al extranjero..."; "...pero que me importa, no pretendo comprarme casa, no sirvo para esas cosas, no pretendo echar raíces...para que voy a querer una auto, si ya te dije, NO ESTARE MUCHO MAS TIEMPO EN ESTE PAIS, ME VOY, YA TE LO DIJE?????"; "...guaguas, ahh, no gracias..."; "....¿casarme? pero que te piensas, yo soy completamente anti matrimonio...quién te dijo erradamente que traía el vestido en la cartera....". Voy para acá, voy para allá, soy dueña de mi vida, hago lo que quiero, a mi nadie me manda, me controla...a mi nadie me mijitea...etc, etc, etc.
Una y otra vez, las conversaciones varias versaban sobre cuestiones más o menos solapadas, preguntas más o menos encubiertas. Él por su parte, respondiendo con ironía (lo cual siempre ayudó a capear olas en el ámbito de las emociones), ella por su lado, serpenteando permanentemente la actitud primitiva de reconocerse débil y de su necesidad que alguien la protegiese. Pero ninguno cedió, ninguno fue capaz de desnudar su corazón y decirle al otro de forma radicalmente honesta qué sentían verdaderamente el uno por el otro. Creo que él –básicamente- porque nunca aprendió a tomar la iniciativa, a decir lo correcto, a ser menos ambiguo (todo esto, sólo en lo que a afectos se refiere, por cierto), a atravesar una ordalía candente si fuese necesario para demostrar que sí estaba interesado (proeza que por lo demás ella hubiese valorado), a colocarse en situación de riesgo y dejar de actuar sobre seguro. Ella por su parte, porque alguien la sentenció a dejar de hacer la producción, de intervenir en todo, de controlar los episodios, de indicar el cuándo y el dónde y sobre todo, porque esperaba secretamente un momento de explosiones cósmicas a partir del cual apostarse calmadamente, mirarlo a los ojos y saberse precisamente, ante la guinda de la torta (como él tantas veces, había resoplado en su oído, aún mediando tanta distancia). Y con todo, las circunstancias y devenir propio de síntomas varios (de un cuadro clínico sin diagnóstico) hicieron mella de las escasas neuronas de reserva en ella y se fregó, enloqueció al punto de perder la compostura, se nubló al punto de olvidar qué era lo que la había salvado durante todo ese tiempo. Y él, él tampoco sobrevivió a tales embates de la naturaleza. Así que finalmente optó, optó por lo más sano, lógico y viable, sin exponerse a riesgos innecesarios, haciendo caso de su espíritu gregario y a sus ulteriores y primitivos instintos de sobrevivencia alejado de pasiones y tormentos que quizá, no le conducirían a nada. ¿Qué razones de peso había para luchar por una mujer errática, no convencional, frenética y desarraigada, con escasos deseos de formar familia y que estaba permanentemente huyendo de todo? Bueno, para qué vamos a subrayar respuestas obvias. Pero lo cierto es que, en el corazón de ella, no sólo había errado el camino para decirle a él, cuan digna se sentía de poder acompañarle y que se había enamorado ciento por ciento aún sin conocerle sino que además, se había cerciorado no quedase duda alguna de ser una mujer que no le convenía, por medio del convencimiento y aseveración de la presencia de terceros personajes, vulnerando los principios de reserva y de intimidad que siempre habían prevalecido entre ambos. Todo mal.
Al final, todo degeneró en un evento de características oscuras y extrañas, doloroso y cargado de despedidas castrantes. Para muestra, un botón: Ella, ya enajenada a full, lo cita en las cercanías de su casa y él, por la razón que sea (para que escarbar en el detalle) acude. Se miran, con rabia, con pena, con tristeza, con desconcierto, pero finalmente, se aclaran, se abrazan y se despiden. Si tan sólo por una fracción de momento ellos se hubiesen mirado de frente y hacia el interior, quizá, todo hubiese sido diferente, Quizá no, pero con todo, menos difícil, menos inquietante. Aquel abrazo en que él la rodeara con sus brazos y depositara su cabeza en el hombro de ella, fue maravillosamente eterno, intenso y preciso. Después de ese momento, sin que ella se volteara, pasó mucho tiempo antes de que volviera a verlo...
Con el correr del tiempo y en sendero de locuras varias y demenciales comportamientos, errores fueron apareciendo en escalada hasta llegar a las postrimerías del evento, después del cual, Cordelia no pudo más que sentir vergüenza por ante los desaguisados causados. Pero no siendo suficiente este dolor, adicionalmente fue castigada con el látigo de la indiferencia, la ausencia extrema y finalmente, la imposición de una feroz barrera sostenida en la voluntad de Santiago, en su creencia de que habiendo optado por lo escogido, se mantendría a salvo, tranquilo, seguro y contento, feliz y caminando hacia adelante. Ella, guardó ese silencio, esa distancia... Pero el peor castigo fue descubrir que estaba enferma de la conciencia, que los comportamientos erráticos eran producto de la desobediencia de su cuerpo, ante el intento desoído de su mente divagando. En terapia descubrió que tendrá que convivir con un diagnóstico irreversible, que en rigor, no es tan grave como muchos sostienen (aunque claramente, hay que librar ciertos menesteres para su control) y que sus verdaderos sentimientos en nada se parecían a aquel intento ridículo por espantarlo, por alejarlo y por sobre todo, de esa cosa absurda de aparecerse ante la vida como una mujer grande, resuelta y que no necesita ni del amor ni de la protección de nadie; no necesitaba lisonjear a nadie para que notaran su existencia, sus afectos y creencias eran verdaderas. Aprendió en terapia el sello de su autenticidad y que vale por sí misma sin hacer ostentación de cualidades ni atributos especiales, que sí tiene una personalidad definida y que es lo suficientemente inteligente para comprender el merecimiento de afectos, que la quieran por ser tal cual es. Al final de cuentas, lo más terrible fue perderlo, pero lo mejor, aprender a comprender que con todo, en su corazón y contrario a todos los pronósticos, nadie podría prohibirle seguir queriéndolo (pues ella se mantiene conectada a él, cuidándolo de algún modo). Sin la intervención de él en su vida tal vez ella nunca hubiera asumido la necesariedad de parar y atinar, observar el mal vivir hasta ese entonces, comportándose como una mujer que no deseaba ser en verdad, colocando otra en reemplazo que vive más a gusto consigo misma, dispuesta a abrir el corazón y darse una nueva oportunidad en la vida para formar una familia y acceder a todas aquellas cosas que creía que le estaban vetadas en sintonía de la creencia de que dichas particularidades no estaban hechas para ella.
Ahora, Cordelia se reconoce como tantas otras mujeres aspirantes a encontrar complemento en otra persona, no perderse en el detalle oscuro de creer que ciertas cosas que no estaban hechas para ella. La vida es aquí y es ahora y probablemente, de haber pasado más tiempo vegetando, más inconclusas habrían de lamentarse. Hoy ella privilegia las emociones vívidas (amor en su concepto amplio) que la une con los demás y que de algún modo sabe, es un portal intacto (otra cosa son las barreras fácticas, que evidentemente están, pero que importan poco, pues ya no hay deseo de amor comparable al simbiótico, sino fraternal), sabiendo que las circunstancias se construyen en el aquí y en el ahora. Algo aprendido por Cordelia (no por medio de constelaciones mágicas) es que la vida no se construye pensando en qué hacer hacia delante. ¿Quién sabe lo que viene? No se hace creyendo poseer el control sobre el futuro y asentados en el deseo del querer ser. Aprendió que la vida es asible desde la circunstancia del pasado, de revisarla, de editarla y darse cuenta que, en el presente se forja la pisada más potente y el paso más o menos plausible hacia lo que viene. No es de otra forma. Esta es la planicie y mirando hacia atrás es que se observa todo aquello de lo cual deseas desprenderte para aligerar la carga y poder llevar más de lo benigno en lo que sigue...”
Esta historia se parece varios kilos a tantas otras en que los lazos no se fecundan y está contada en flashbacks realistas.
Quizá, cuando culminan los episodios intensos, debiese bastarnos la sintonía maravillosa, el que alguien nos hiciera mantener en permanente estado de alerta pues nos desafiaba intelectual, emocional o físicamente hablando, la complicidad en el más absoluto silencio o tanta incondicionalidad, que siguiese aún a pesar de los contratiempos; quizá, debiese bastarme a mí, todas y cada una de las veces que alguien me hizo reír con su "humor diferente", todas y cada una de las veces que, a su modo, me dijo que yo era inteligente y que me la podía, todas y cada uno de los momentos en que sentí respirar a otro como si estuviese junto a mi, aún estando a kilómetros de distancia, todas y cada una de las veces que a pesar del sin número de pronósticos negativos, la amistad se mostrara sin absurdas barreras o sobre todo, que me despertara de un sueño profundo en el que siempre me encontraba un penoso desenlace de soledad. Quizás, debiese bastarnos a todos el simple hecho de coincidir en tiempo y espacio, y tal circunstancia feliz se diera con la más absoluta y mágica oportunidad, y por todas las satisfacciones que esa persona querida nos trajo... Por lo menos a mí, eso me calma, me llena, me ha hecho una mejor persona.
Les dejo acá, la sinopsis de mi primera novela: EL MUNDO DE LAS COSAS APARTE.
“Hace mucho tiempo (y al constatarlo, compruebo con asombro cuan pronto se ha ido buena parte de la vida), tuve la oportunidad de ser enteramente yo, pues a la sazón de aquellos años, no había mucho que perder y bastante que ganar. No vivía ni del convencionalismo ni de la aprobación de las demás personas, todo lo que brotaba de mí, despegaba por cuenta propia. Esa era yo, harto libre, optimista, espontánea y envidiablemente viva. Y con todo, cercano a estos aspectos convivía otra parte conmigo en el doble fondo, una no tan agradable, una no tan conforme, una no tan sana. Para esa época, lo atribuía a la cuota normal de acontecimientos duros experimentados mientras se crece, los que con el transcurso de los años me transformarían en una persona cautelosa, reservada y decente.
Esta otra parte habitando en mí, se desarrolló, creció y llegó a superponerse tomando un protagonismo acaparador de todas las instancias. Agreguémosle a este escenario circunstancias varias de la vida adulta (consecuencia de conflictos no resueltos) y uno que otro bache o zancadilla propinada por el amado prójimo. Resultado: una especie de sujeto cambiado, alterado que extravió su esencia. Esta persona no admitía la dedicación exclusiva en la tarea de sobrevivir, en vez de enfrentar problemas presentados en la vida… consecuencia directa: No se conocía como tampoco sabía qué cosas la hacían realmente feliz. Pero en algún momento de la vida en formato reallity, esta cristiana desencajada se encontró con otro sujeto cuyo historial, también tenía lo suyo y también, arrastraba cargas. La diferencia básica y sustancial entre ambos entroncaba en que, de algún modo, aquél había evolucionado, trascendido a la inquietud eterna de permanecer en el detalle y perder la globalidad a partir el infame esfuerzo de juzgar en subjetividad.
Pues bien, ambos sujetos se encontraron en la vida y lo hicieron de una forma mágica, entretenida y plagada de sucesos fantásticos y apasionados; en todo el espectro más amplio de lo que ésta última palabra implica (quizá, más para ella que para él), lo hicieron de modo tal que, a veces, podías llegar a reflexionar en un destino, en su existencia. A partir de un juego aparentemente inocente (como los oficiados por críos irresponsables carentes de toda maldad), se sucedieron flamantes episodios cargados de adrenalina. Una verdad sacó eco a destajo de entre las paredes circundantes; algo inexplicable los unía, aún a pesar de todas y cada una de las circunstancias. Ellos podían permanecer horas colgados de una comunicación telefónica, podían estarlo hablando o no diciendo nada, ellos podían revisar la programación del cable estando separados por muchos metros de distancia, ellos pudieron salvar la barrera de la ausencia y con todo, permanecer más unidos y conectados que muchas otras personas que llevan años de casados o en similares circunstancias... ellos se conocieron del modo más profundo y subterráneo que jamás antes pude divisar y con todo, nunca precipitaron los deseos por sobre la razón última de honestidad (salvo un par de oportunidades en que el deseo se desbordó sin consecuencias residuales). Desde el comienzo, él parecía estar tan encantado como ella, tan fascinado y conteste como ella, tan ilusionado y diáfano como ella. Pero en concepto de ésta, algo aconteció en el camino, algo gatilló en el mundo particular de él, haciéndolo desencantarse, y virar, contemplando sus otras alternativas (aquellas más viables y objetivas, más terrenales y asociadas a su marcado sentido común y respecto de las cuales, al parecer, contaba con terreno recorrido… ganado), retrotrayéndolo al ámbito de la especulación negativa y colocando sobre relieve prejuicios y peculiaridades. Ella lo notó y en ese mismo instante perdió el control de sus actos (no sabía que también había detonado un cuadro en picada agudo de larga data), sumergiéndose por lo mismo en una carrera de constantes equivocaciones y desaciertos que a la postre se volvieron en su contra, pues el sujeto en cuestión, acabó por alejarse.
El más grave de los desaciertos, creo yo, fue hacerse la chora, creerse súper poderosa y librar una especie de competencia en la cual se creía capaz de demostrarle lo suficientemente digna que podía llegar a ser, que sin duda alguna, tales condiciones la hacían merecedora de estar a su lado, de colgarse de su brazo y de pasarse el resto de la vida descubriendo porqué se comprendían tanto. La concreción de tales desaciertos se expresaba en la materialización de frases como: - "Qué más da, si para ese entonces, no estaré en Chile...te recuerdo que me iré a estudiar al extranjero..."; "...pero que me importa, no pretendo comprarme casa, no sirvo para esas cosas, no pretendo echar raíces...para que voy a querer una auto, si ya te dije, NO ESTARE MUCHO MAS TIEMPO EN ESTE PAIS, ME VOY, YA TE LO DIJE?????"; "...guaguas, ahh, no gracias..."; "....¿casarme? pero que te piensas, yo soy completamente anti matrimonio...quién te dijo erradamente que traía el vestido en la cartera....". Voy para acá, voy para allá, soy dueña de mi vida, hago lo que quiero, a mi nadie me manda, me controla...a mi nadie me mijitea...etc, etc, etc.
Una y otra vez, las conversaciones varias versaban sobre cuestiones más o menos solapadas, preguntas más o menos encubiertas. Él por su parte, respondiendo con ironía (lo cual siempre ayudó a capear olas en el ámbito de las emociones), ella por su lado, serpenteando permanentemente la actitud primitiva de reconocerse débil y de su necesidad que alguien la protegiese. Pero ninguno cedió, ninguno fue capaz de desnudar su corazón y decirle al otro de forma radicalmente honesta qué sentían verdaderamente el uno por el otro. Creo que él –básicamente- porque nunca aprendió a tomar la iniciativa, a decir lo correcto, a ser menos ambiguo (todo esto, sólo en lo que a afectos se refiere, por cierto), a atravesar una ordalía candente si fuese necesario para demostrar que sí estaba interesado (proeza que por lo demás ella hubiese valorado), a colocarse en situación de riesgo y dejar de actuar sobre seguro. Ella por su parte, porque alguien la sentenció a dejar de hacer la producción, de intervenir en todo, de controlar los episodios, de indicar el cuándo y el dónde y sobre todo, porque esperaba secretamente un momento de explosiones cósmicas a partir del cual apostarse calmadamente, mirarlo a los ojos y saberse precisamente, ante la guinda de la torta (como él tantas veces, había resoplado en su oído, aún mediando tanta distancia). Y con todo, las circunstancias y devenir propio de síntomas varios (de un cuadro clínico sin diagnóstico) hicieron mella de las escasas neuronas de reserva en ella y se fregó, enloqueció al punto de perder la compostura, se nubló al punto de olvidar qué era lo que la había salvado durante todo ese tiempo. Y él, él tampoco sobrevivió a tales embates de la naturaleza. Así que finalmente optó, optó por lo más sano, lógico y viable, sin exponerse a riesgos innecesarios, haciendo caso de su espíritu gregario y a sus ulteriores y primitivos instintos de sobrevivencia alejado de pasiones y tormentos que quizá, no le conducirían a nada. ¿Qué razones de peso había para luchar por una mujer errática, no convencional, frenética y desarraigada, con escasos deseos de formar familia y que estaba permanentemente huyendo de todo? Bueno, para qué vamos a subrayar respuestas obvias. Pero lo cierto es que, en el corazón de ella, no sólo había errado el camino para decirle a él, cuan digna se sentía de poder acompañarle y que se había enamorado ciento por ciento aún sin conocerle sino que además, se había cerciorado no quedase duda alguna de ser una mujer que no le convenía, por medio del convencimiento y aseveración de la presencia de terceros personajes, vulnerando los principios de reserva y de intimidad que siempre habían prevalecido entre ambos. Todo mal.
Al final, todo degeneró en un evento de características oscuras y extrañas, doloroso y cargado de despedidas castrantes. Para muestra, un botón: Ella, ya enajenada a full, lo cita en las cercanías de su casa y él, por la razón que sea (para que escarbar en el detalle) acude. Se miran, con rabia, con pena, con tristeza, con desconcierto, pero finalmente, se aclaran, se abrazan y se despiden. Si tan sólo por una fracción de momento ellos se hubiesen mirado de frente y hacia el interior, quizá, todo hubiese sido diferente, Quizá no, pero con todo, menos difícil, menos inquietante. Aquel abrazo en que él la rodeara con sus brazos y depositara su cabeza en el hombro de ella, fue maravillosamente eterno, intenso y preciso. Después de ese momento, sin que ella se volteara, pasó mucho tiempo antes de que volviera a verlo...
Con el correr del tiempo y en sendero de locuras varias y demenciales comportamientos, errores fueron apareciendo en escalada hasta llegar a las postrimerías del evento, después del cual, Cordelia no pudo más que sentir vergüenza por ante los desaguisados causados. Pero no siendo suficiente este dolor, adicionalmente fue castigada con el látigo de la indiferencia, la ausencia extrema y finalmente, la imposición de una feroz barrera sostenida en la voluntad de Santiago, en su creencia de que habiendo optado por lo escogido, se mantendría a salvo, tranquilo, seguro y contento, feliz y caminando hacia adelante. Ella, guardó ese silencio, esa distancia... Pero el peor castigo fue descubrir que estaba enferma de la conciencia, que los comportamientos erráticos eran producto de la desobediencia de su cuerpo, ante el intento desoído de su mente divagando. En terapia descubrió que tendrá que convivir con un diagnóstico irreversible, que en rigor, no es tan grave como muchos sostienen (aunque claramente, hay que librar ciertos menesteres para su control) y que sus verdaderos sentimientos en nada se parecían a aquel intento ridículo por espantarlo, por alejarlo y por sobre todo, de esa cosa absurda de aparecerse ante la vida como una mujer grande, resuelta y que no necesita ni del amor ni de la protección de nadie; no necesitaba lisonjear a nadie para que notaran su existencia, sus afectos y creencias eran verdaderas. Aprendió en terapia el sello de su autenticidad y que vale por sí misma sin hacer ostentación de cualidades ni atributos especiales, que sí tiene una personalidad definida y que es lo suficientemente inteligente para comprender el merecimiento de afectos, que la quieran por ser tal cual es. Al final de cuentas, lo más terrible fue perderlo, pero lo mejor, aprender a comprender que con todo, en su corazón y contrario a todos los pronósticos, nadie podría prohibirle seguir queriéndolo (pues ella se mantiene conectada a él, cuidándolo de algún modo). Sin la intervención de él en su vida tal vez ella nunca hubiera asumido la necesariedad de parar y atinar, observar el mal vivir hasta ese entonces, comportándose como una mujer que no deseaba ser en verdad, colocando otra en reemplazo que vive más a gusto consigo misma, dispuesta a abrir el corazón y darse una nueva oportunidad en la vida para formar una familia y acceder a todas aquellas cosas que creía que le estaban vetadas en sintonía de la creencia de que dichas particularidades no estaban hechas para ella.
Ahora, Cordelia se reconoce como tantas otras mujeres aspirantes a encontrar complemento en otra persona, no perderse en el detalle oscuro de creer que ciertas cosas que no estaban hechas para ella. La vida es aquí y es ahora y probablemente, de haber pasado más tiempo vegetando, más inconclusas habrían de lamentarse. Hoy ella privilegia las emociones vívidas (amor en su concepto amplio) que la une con los demás y que de algún modo sabe, es un portal intacto (otra cosa son las barreras fácticas, que evidentemente están, pero que importan poco, pues ya no hay deseo de amor comparable al simbiótico, sino fraternal), sabiendo que las circunstancias se construyen en el aquí y en el ahora. Algo aprendido por Cordelia (no por medio de constelaciones mágicas) es que la vida no se construye pensando en qué hacer hacia delante. ¿Quién sabe lo que viene? No se hace creyendo poseer el control sobre el futuro y asentados en el deseo del querer ser. Aprendió que la vida es asible desde la circunstancia del pasado, de revisarla, de editarla y darse cuenta que, en el presente se forja la pisada más potente y el paso más o menos plausible hacia lo que viene. No es de otra forma. Esta es la planicie y mirando hacia atrás es que se observa todo aquello de lo cual deseas desprenderte para aligerar la carga y poder llevar más de lo benigno en lo que sigue...”
Esta historia se parece varios kilos a tantas otras en que los lazos no se fecundan y está contada en flashbacks realistas.
Quizá, cuando culminan los episodios intensos, debiese bastarnos la sintonía maravillosa, el que alguien nos hiciera mantener en permanente estado de alerta pues nos desafiaba intelectual, emocional o físicamente hablando, la complicidad en el más absoluto silencio o tanta incondicionalidad, que siguiese aún a pesar de los contratiempos; quizá, debiese bastarme a mí, todas y cada una de las veces que alguien me hizo reír con su "humor diferente", todas y cada una de las veces que, a su modo, me dijo que yo era inteligente y que me la podía, todas y cada uno de los momentos en que sentí respirar a otro como si estuviese junto a mi, aún estando a kilómetros de distancia, todas y cada una de las veces que a pesar del sin número de pronósticos negativos, la amistad se mostrara sin absurdas barreras o sobre todo, que me despertara de un sueño profundo en el que siempre me encontraba un penoso desenlace de soledad. Quizás, debiese bastarnos a todos el simple hecho de coincidir en tiempo y espacio, y tal circunstancia feliz se diera con la más absoluta y mágica oportunidad, y por todas las satisfacciones que esa persona querida nos trajo... Por lo menos a mí, eso me calma, me llena, me ha hecho una mejor persona.
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