COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: Epitafio. (COLUMNA DESPEDIDA). D.D.Olmedo.



Escribo en medio del caos, sin norte y con abrumadora tristeza. Quizá escriba para detener los pensamientos, para encerrarlos o quizá se trate de todo lo contrario; que la mente se destrabe y dejé de elucubrar tanto…

A veces, uno desearía no haberse equivocado DEMASIADO. Quisiera uno, elaborar una lista final con menos contradicciones, sin tanta excusa, sin tanto por enmendar… Pero ¡ya está! Es la única lista posible. Es la misma en la que tuviste que apuntar varias veces: LO LAMENTO, LO SIENTO, NO QUISE HACERLO… ME EQUIVOQUÉ… A veces uno quisiera poder hacer todo distinto, todo de nuevo, sin pasados condenatorios, sin juzgamientos, sin ese soplo constante silbando tantos errores. Pero no se puede; ESTAMOS COMO ESTAMOS Y ES LO QUE HAY. Por más que uno se esfuerce y más ahora que antes, no se puede dar marcha atrás. Siempre habrá alguien recordándote cómo, cuándo y de qué modo erraste. Ya no existe más el perdón que deviene de lo que yo creía significaba el amor.

Se pensaría que las moralejas quedan circunscritas en la retina… se supondría que tras tanto cuento, uno entendería cabalmente todas las enseñanzas… pero tampoco… ¡Cómo es necia la conciencia! A pesar de razones y criterios especificándose una y otra vez, aún con evidencias empíricas sobre cómo conducirse, qué tomar y qué desechar… a pesar de todo lo heredado por doña experiencia, jamás acabas de aprender, ni siquiera al momento de morir, ni aún en ese entonces sabrás lo que realmente te espera. ¿Lo ha sabido alguien alguna vez?

Me he preguntado qué significa vivir de este modo en que vivimos. Levantarse al alba, sucumbir a la producción en serie, a los modelos estándar, a la materialidad y la contingencia, ser descabelladamente consecuente y responsable, integrar un orden, ser honesto y dejarse regular (que para mi vendría a ser lo mismo que permitir ser inhibido o vulnerado), apenas ingerir alimentos para luego eliminarlos… apenas tener momentos estáticos, apenas saber la valía de todo cuanto se ha extraviado… Caminar sobre si mismo y entender cómo uno se va gastando, cómo se va extinguiendo, cómo acabamos desapareciendo.

He sentido en carne propia el pulso de mirar alrededor todo cuanto se puede desear abandonar, todo cuanto uno decidió expulsar para jamás volver a ser tomado. Y el paisaje resultó paradisiaco… No hay escenario más avasallador que aquel desprovisto de todo, de misiones, de rencores, de sabores y/olores, de recuerdos, de recursos, de expectativas, de anestesias o de preámbulos… No hay mejor momento que aquel en que uno ve la nada limpia y sin causa, sin ser, sin ton ni son; sólo en ese tramo uno comprende su precariedad. Siempre se vuelve a cero, siempre te quedas en nada y esa vacuidad es el peso de la verdad. He ahí la sensación primera en donde el NO SABER, cobra vital importancia.

Cuesta muchísimo decidir sobre qué escribir en un momento tan crucial como este, uno en que NO SE SABE NADA DE NADA.

Y probablemente sea esta la más infame de todas las columnas que haya escrito, las más inerte, la más extraña e incoherente, pues trate precisamente sobre lo que no existe, sobre lo que no se domina, sobre lo que deviene cuando todo aparece acabar, cuando ya no queda más que aportar.

Y sin embargo, decidí escribir estas palabras rotas, fragmentadas porque necesitaba apuntarlas en algún espacio en que se puede decir Adiós y sentirse un poco aliviado.

Cuando no sabes nada, involucra también el desconocer la formula idónea para pedir perdón, saber qué palabra es la apropiada para cada uno de los ofendidos, conocer cuál fue el segundo en que se impetró la lesión, cómo y a través de qué mecanismos se puede decir que no hubo mala intención, de qué manera se puede ir en el alivio del que sufrió, padeció o se transformó a consecuencia del dolor que uno le inflingió, bajó qué parámetros se evaluó tal o cual equivocación en qué medida ella influyó en un cambio radical de sentimientos, emociones, ilusiones, planes y demases… Cómo y en qué modo se precisa tal o cual forma de erradicar la tristeza, cómo se visualiza la necesidad de que esa espina no esté en tal o cual parte del corazón, cómo se borra la imagen que varió, como se sigue adelante después del daño que se ocasionó. Si no sabes nada, nada puedes hacer para remendar un corazón herido que se cerró a consecuencia de lo que padeció.

Hay tantas formas magistrales de hacer daño y tan escasas las posibilidades de lograr el perdón. Aunque se exprese a masculladas, es poco probable su certidumbre, apenas su ocurrencia.

Quizá, dentro de esa nada siniestra, lo único que en verdad se sepa sea justamente que no existe el perdón. Tal vez, en su lugar se posicionó una suerte de convencimiento errado indicando que se puede vivir con la falta a cuestas, con el ojo entreabierto, con la esperanza de lograr no pestañear jamás, intentando mantener eternamente el vilo de la zozobra, de la vigilia para que jamás te vuelvan a lastimar, ese estado de policía que al final enloquece, enturbia y mata. Lo que nace puro también puede corromperse.

El o los ofendidos actúan de buena fe, ponen su esperanza dañada en la cornisa creyendo que alguien la recogerá mientras cae y cae a cientos de kilómetros por el despeñadero… Esa fe que inicialmente supone mover montañas, pronto las traslada como paredones que se vuelven en contra de si mismo. Lo que alguna vez sirvió para ir a guerrear, para intentar caminar sobre escarcha, deviene en pergaminos de excusas que agravan la falta, sellando posibilidades, cambiando la fe inicial por bronca, por denominadores comunes satánicos. He ahí la falta perfecta que avala la amargura, que corrobora el miedo y que asienta a los más sofisticados fantasmas.

Cuando se pierde todo y toca hacer aquella famosa lista, uno quisiera no haberse equivocado tanto. Serviría para apuntar menos perdones y más agradecimientos, más satisfacciones, más grandezas y epopeyas, más logros, más promesas ejecutadas, más compromisos saldados… serviría para sostener cuanto se ha aprendido, cuanto vale lo mínimo, lo básico; se usaría para aquilatar cuanto te han amado, cuanto se ha entregado, cuanto sacrificaste, cuan necesario fue que hayas acabado lo que empezaste y que efectivamente, cumpliste.

Me he preguntado que te hace merecedor de absolución. Según los cristianos, si te vas de repente, no obtendrás perdón… el que a hierro mata a hierro muere… si calificas, adviene la vida eterna… Si sigues adelante lleno de culpas, entonces simplemente te matará un terrible cáncer o un ataque al corazón… Si vas impávido decapitando, puede que en algún momento a otro se le ocurra ser como tú… ¿Por qué a algunos se les concede la gracia del perdón y a otros no? Si tiene que ver el cómo, el cuánto, la gravedad, la intención, las réplicas, las agravantes y todo lo demás… ¿Por qué entonces al más se le trata como menos y viceversa? Captan cómo se deviene en un “NO SABER NADA”.

Solo el perjudicado, el dañado, el herido, el castigado, doliente, sufriente, desdichado, sabe con toda certeza qué marca la diferencia entre uno y otro agresor. A esta le perdono por ser más bella, dulce y agraciada; a esa otra jamás, por ser dura, hosca y asquerosamente honesta.

A veces, es tanto el dolor que se ha percibido en cortos años que de pronto, en medio de la licencia, una brutal sinceridad puede ser tomada como el peor de los castigos, el más dramático influjo de ofensas sostenidas. Otras tantas, el silencio rotundo puede ser inferido como desprecio… o la apatía, como una vehemente falta de interés. También, la mentira puede ser causal inmediata de quiebre, la deshonestidad, como falta de integridad, la ambigüedad, como falta de hombría, la dualidad, como inconsistencia… y así la lista podría ser eterna.

Cuando se está tan herido, probablemente ningún esfuerzo de parte de los demás hacia el ofendido llegue a buen puerto.

ESTOY CANSADÍSIMA DE TENER QUE PEDIR PERDÓN, PERO LO ESTOY MUCHO MÁS DE SABER QUE A PESAR DE HACERLO DE CORAZÓN, NO ME RESULTE LA TAREA MAYÚSCULA DE EVITAR LAS CIRCUNSTANCIAS QUE ORIGINARON EL DOLOR…

En mi lista hay tantas solicitudes de perdón que sinceramente, me avergüenza publicarla; hay perdones por lucas no devueltas, por servicios no concluidos, por favores no gestionados, por palabrotas y agresiones, por mentiras absurdas, por otras bastante siniestras, hay peticiones justas, hay proclamas y también arengas, hay secretos develados, hay sentimiento único y también cariños proclamados… Hay un gran perdonazo, hay petición de perdón por la falta de tiempo, de dedicación, de estimulo, de momentos vívidos y gratos… PERDÓN POR TODAS LAS VECES QUE NO DIJE, NO HICE, NO ALCÉ, NO CAMBIÉ, NO FUI, NO VOLVÍ, NO PASÉ, NO PENSÉ, NO LUCHÉ, NO MEJORÉ, NO EVOLUCIONÉ, POR LAS QUE NO CONTUVE, POR LAS QUE NO ASISTÍ, NO ESCUCHÉ, POR AQUELLAS EN QUE NO VI, NO ASESTÉ, NO PRESENCIÉ, NO OÍ, POR TODAS LAS VECES EN QUE DUDE SIN JUICIO Y POR LAS QUE DEBÍ TITUBEAR Y SIMPLEMENTE ME LANCÉ Y POR SOBRE TODO, POR TODAS LAS VECES QUE DUDÉ DEL AMOR PROFESADO DEJANDO QUE LOS MIEDOS SABOTEARAN EL AMOR SINCERO.

A veces, uno cree que basta simplemente invocar el cero y empezar de nuevo. De hecho, cada inicio es una especie de cero. No obstante, no es un cero común para todos.

Hay quienes son capaces de tomar ese cero y despuntar un uno, un dos y quién sabe, hasta un tres o incluso un cuatro… Pero hay otros que hacen del dolor un denominador común que impide ver el horizonte. En el pasado, he cruzado ambos umbrales…

…Ahora, justo en el momento que neutralizo las energías de reserva, me voy para tratar de entender qué es lo que pasa conmigo, con mis fortalezas, con mis sueños, con mis demandas y necesidades no cubiertas a causa de mis propias negligencias… ¿quién quiero ser, soy y seré para lo que reste?, para comprender si soy capaz o no de sumarle algo más a ese cero y dejar de empeñar la vida restándola a diario… Así, simplemente no se puede. La vida debiese ser un girar, un asumir, un crecer y un yasta para cuando venga la resaca, pero jamás un meramente “estar”. ¡Que terrible sería que la vida tan solo fuese esto!

Queridos, estimados todos. No es fácil dejar de hacer algo que me gusta tanto (esta es, pues, mi última columna dentro de un imprescindible paréntesis), pero lo hago en la convicción de la necesidad que impone el silencio; el antes y el después previo de acometer la vida con garra y sin más miedo. Ahora me espera un ciclo de soledad concitada, planeada, un retiro necesario para aprender a vivir conmigo misma, sin culpas, sin temores, sin fantasmas y para intentar reconciliarme con la vocación de ser grande y por lo mismo, responsable.

No basta con pedir perdón y aún, sentirlo y quebrarse en mil pedazos. Yo creo que lo necesario pasa por no causar más dolor, ya por las faltas, ya por los decires, ya por el mal trato, ya por ignorancia… por tantas y tantas razones que pesan y cargan, y matan el alma. Uno debe llegar a un estado en que a pesar de los desastres, reconocer y valorar que la vida es buena, es amable, está llena de sorpresas, de “dulce y de agraz”… pero has de ser consistente para merecerla, ha de ser uno, decente y digno para saber cómo y dónde empezar a gestionar nuevas oportunidades, disculpas sinceras y opciones para mirar detrás de los cristales.

El único modo de vivir sin causar daños.

La vida, la vida así tal cual como se le observa, tiene decibles, tiene bemoles, tiene fracciones de minutos en que puede verse diáfana aún en medo de un día lluvioso… La vida, así como decía James, es SIMPLE… pero es simple en la medida que uno realmente la valore, la entienda y desee vivirla a pesar de todas sus contradicciones. Pero para vivirla y sentirla, hay que reinventarse, hay que mejorarse, sanarse, tener fe, crecer y fiarse de las cosas buenas que tiene la gente… hay que trabajar a pulso para volver a pararse.



Comentarios