COLUMNA: Por fin es viernes. HOY, "Genuino". 07/11/08. D.D.Olmedo
Convengamos que Blogs y sitios web los hay de toda clase y contenidos... escribiendo, desglosando y emitiendo infinidad de juicios y opiniones; efectivamente los hay por montones. Y en este sentido, puede ser que la columna constituya también uno de tantos sitios sin trascendencia; otro más de aquellos. Y sobre el particular, Dominga Dolores Olmedo, el alter ego que utilizo en el mundo de las letras, surgió como un eco dentro del contexto en que la tónica de sus chances (la evaluación de episodios pasados, presente y futuros tendiente a comprender embrollos varios) provenían del mayor o menos éxito en el desmalezamiento de raíces estropeadas por acción del miedo, del orgullo, de la obcecación y de tantos otros defectos heredados circunstancialmente por influencia del adn. No escribo para fines políticos, ni altruistas, ni humanitarios, ni ecologistas, ni siquiera por las disquisiciones en la genealogía familiar. Al redactar sobre guerras, armamento, calentamiento global o las veces en que recibí un NO como respuesta, todas esas veces, todas esas oportunidades escribí para sanar; cada una de mis palabras experimentaron la realidad después de haber aceptado lo ignorante que era en algún sentido, dirección o tema. La realidad que se expande después de navegar por entre las líneas redactadas, ya en instancias técnicas (si los temas han requerido de un conocimiento e investigación previo) ya en reflexiones más íntimas, implica, al menos para quien suscribe, una suerte de paréntesis por medio del transportarse hacia un oasis mental en donde suelo reconciliarme con elixires que la vida diaria secuestra permanentemente. Y entonces, inmersa en la superación espiritual en pequeñas dosis (suministradas por la columna) gratos son los posteos, comentarios, opiniones, experiencias y visiones particulares de quienes manifiestan sus posturas o experiencias singulares, las palabras que escogí y que llegaron a un recoveco custodiado, las que ofendieron, las sacadas de contexto y demarcaron un período o el momento guardado vuelto vívido por medio de la reminiscencia; los rostros y circunstancias evocados que se creían olvidados y enterrados, las reflexiones repentinas que se dieron lugar en la lectura de una frase bien armada, toda la tensión y pensamiento hilvanado de varias cabezas vaticinando, ansiando, soñando, reclamando, suponiendo, escogiendo, deseando, repeliendo, necesitando, cuestionando, preguntando... lo mismo... Las innumerables felicitaciones y gestos de cariño que siempre me colocan tan feliz como sapo con hipo. Entonces, mi expectativa reside más que en el elogio, en la posibilidad de que su contenido sea recibido como una expresión honesta pretendiendo compartirse sin más objetivo que el ideal profesado: Integración y fraternidad.
Por todo lo anterior, no veo gran asunto en las estadísticas, en asideros con abscisas y ordenadas ni menos, en informaciones de providencia almanaquesca. Para eso está Wikipedia (para todo lo demás existe... jajaja), que aunque con impresionante rigurosidad, a la fecha no puede deslastrarse del nefasto traslape de información en tiempos de mega conexiones. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?
Este espacio alberga intereses compartidos trazados de un modo inespecífico. No siempre hablo de Dios, ni de la escasez, o no me repito temas afectivos; aunque suelo caer en analogías caprichosas. Empero, para quienes aprecian en algo este reducto de sinceridad redimida, intuirán a qué me refiero. La vida no está hecha de pendientes por donde lanzarse insistentemente con el propósito de escapar de aquellas cuestiones que nos vuelven personas dolientes, a menos que intervenga el alcohol, las drogas, las apuestas, la comida en exceso y cualquier otro carromato con perfil de vicio y a máxima velocidad sustrayéndote de lo que no deseas ver en vivo y en directo, la vida es practicable en el AQUI y en el AHORA, con todas sus ambivalencias, con todas sus inconsistencias, con todas aquellas cuestiones desagradables y que tienden a volvernos agrios, iracundos, ensimismados, dependientes de la eterna tristeza y pereza, pues sólo de ese modo inhibimos el miedo a relacionarnos; se está mas seguro del lado de la rivera en donde no se vislumbran turbulencias y en donde el riesgo ha dejado de observarse como promesa de logros, éxito, dicha…
Poder prescindir del metro y de la locomoción colectiva es un lujo que como pocos puedo darme, no a razón de subir a un auto y congestionar más las calles de Santiago sino, a razón de mis extremidades afortunadamente sanas y en buenas condiciones para el privilegio de la caminata. Y aunque suene ridículo, hacerlo obedece a un intento rebelde de desatender la resonancia de la corriente perjudicada, de los abatidos entregados al lado oscuro de la fuerza, al intento justo por romper el barullo decadente del que se conforma con su “Mala Suerte”. El metro hoy en día es sinónimo de estrés y es éste agobio neutralizante lo que pretendo erradicar de mi vida mientras ello sea posible. Pero quiero ser justa; el vagón del metro también puede trasladarse al ascensor de tu edificio, al lugar de trabajo, hacia la cuadra donde vives, al lugar de entretención, hacia los espacios por donde transitas... hacia los lugares que frecuentas. No pretendo -por cierto- sindicar al santiaguino como un ser desalmado ocupado sólo de los rigores tangibles, pero no lo hace nada de mal en estas lides. En alguna parte de la historia de esta comunidad las personas se desconectaron, se abstrajeron a tal punto de individualidad que sólo unos pocos asociados al factor “confianza”, continuaron gozando de precarios espacios de integración y dispersión.
Hoy en día, se desconfía hasta del que pregunta la hora, la seña respecto de una avenida perdida, el dato numérico de una cuadra que no calza, la letra que no entra en una dirección apuntada en un papel roñoso y las mil y una inquietudes flotando, se van a un fondo rocoso de silencio asumiendo que nadie osará irrumpir. La culpa no es ni de los spam, ni de los aox, ni tampoco de todos los mil y uno correos masivos frenéticos cuyo contenido vaticina calamidades varias; no te sientes en cualquier butaca en el cine, te contagiarás de sida debido a las agujas que se colocaron ahí para provocarte un daño irreparable, no subas a desconocidos en tu automóvil, pueden robarte hasta el alma, no te bebas cualquier copete, puede contener burundanga y despertar en una bañera de hotel con unos cuantos órganos menos, no sigas suministrando información a Facebook, pues maleantes organizados tomaran tus datos para dañarte, que las nenas no se besuqueen con cualquiera en una disco, pueden ser drogadas con yumbina y acabar fornicando en el baño de un bar de mala muerte… La culpa la tiene la ignorancia de todos nosotros mismos quienes somos responsables de conformarnos con lo suficiente, con la información en formato de píldora, con la panacea fabricada por aquellos que sí poseen conocimientos ciertos, verificables y transmisibles con un fin de progresión.
Pero hacemos caso omiso de la contingencia, hay una preferencia detectable por la individualidad, por la deserción de las redes sociales y por una vuelta hacia el utilitarismo con la agravante de que los propósitos suelen extralimitarse al punto de rayar en lo cuestionable, comparándolo con valores y virtudes ensalzables en el pasado. Otrora, los jóvenes cedían su asiento en el metro sin necesidad de que un adulto se lo exigiera, las adolescentes se quitaban la mochila de la espalda para no limitar el espacio de otros… nadie se sentaba en el piso… El metro se trasformó en el símbolo máximo de la indolencia santiaguina. Ahí, entre la aglomeración, el sudor, mal olor derivados de las combinaciones improbables, comentarios nefastos y diálogos decadentes, el citadino común se maneja selváticamente y en efecto, sólo sobrevive el más fuerte. Y como no lo soy, depuse mis armas sin siquiera preguntarme si podía dar la pelea. Es que sinceramente, eso no me interesa. No tiene sentido ni cabida.
No obstante a este descargo solapado, todos los efectos secundarios asociados al cambio de escenario se transformaron en puros beneficios. Sumando y restando, lo fundamental se ha traducido en calidad de tiempo, mejoras en el estado físico (ejercicio cardiovascular permanente, distensión de musculatura) y otras cuestiones de orden estético tales como: contemplación y reencantamiento con la naturaleza, con sus colores nítidos, abrillantados, insolentes con un sol de verano como telón de fondo; todas las cuestiones a mi alrededor cambiaron,
La posibilidad de divorciarse de la comunidad, es atractiva y el transito hacia la soledad, pondera mucho más en su consecución. Sin embargo, sobre el particular, distanciada de los montones y en este paréntesis retenedor, he aprendido a mirar a los comuneros de un modo diferente, he ido captando sus dolencias, sus desdichas, sus razones para ir a la guerra… a todos nos hace falta mucha confianza y mucho más aún, amor y afecto. Para muestra un botón: me dispuse a un experimento bastante simple que consiste, básicamente, en un cambio de switch, esto es, modificar todas las anteriores conductas repetidas y habituales en mi (las negativas) a fin de evaluar la reacción del entorno. Comencé de súbito a saludar aún sin conocer a mis vecinos, a llamarlos por sus nombres de pila, a preguntarle por su día a la cajera del supermercado, a mirar directo a los ojos al quiosquero de la esquina, a tomarle el olor a las frutas y verduras en el supermercado, a acariciar los rostros de los niños con los que me topo de vez en cuando… y sobre todo a decirle más seguido a Jaime cuanto lo quiero.
Antes estaba convencida que tener miedo era una especie de conciencia en permanente estado de alerta, una especie de embudo por donde filtrar todo el riesgo apetecible de mi natural esencia. Esa era mi estrategia para permanecer arranchada, bloqueada, limitada, culpando de todo a las malas actitudes de la comunidad que tan pocas ganas dejaban de interactuar. Y claro, esto es de lo más frecuente; si prestas lucas y no te las devuelven, nunca más prestas, si cuentas un secreto y se devela, te frustras, si entregas amor y no te corresponde, te liquida… hay muchas razones para perder la confianza en uno mismo y también en las personas. Entonces, ¿cómo permaneces vinculada a una comunidad tan odiosa? O, ¿cómo vuelves a quererte frente al espejo?
Creo que la fórmula es el retorno, el regreso, la eterna chance y vuelta: LA REMISION.
La única forma posible que en mi ha funcionado es creer que las personas van y vienes con sus malas ondas, con sus resabios tiránicos, con sus dobles estándares, con sus pretensiones egoístas, con su cúmulo de razones materiales pobres y sin sentido y sin embargo, al mismo tiempo, también suelen volver sobre su humanidad, sobre su esencia pura y natural de asistencia, de ayuda, de entrega, de capacidad para dar y también para recibir. La clave está en desprenderse, abstraerse de los derechos per se, de las creencias encasilladas y de todos los esquemas preestablecidos. La clave está en atender cuál es la necesidad y concepción del otro, sus reales sentimientos y preguntas frente a lo que distorsiona su presente, su realidad.
La gracia está en intentar no dejar de creer que hay un factor humano en las personas y que la receta radica en la información sobre el otro; qué lo aqueja, qué lo trae malhumorado, porqué vislumbra el futuro con escasa esperanza, por qué es incapaz de desafiarse, por qué permanece triste, por qué no sabe o no aprende a vivir en la fortaleza del presente, por qué no valora y se aferra a los afectos de siempre, por qué no se anima a conocer, a entender, a seguir adelante a pesar de las dificultades. El miedo es la respuesta rápida, pero decir sólo eso sería también pretencioso y reductivista, También están los deseos personales, las infamias varias que nunca dejan de cometerse, las penosas estadísticas y las olas de crímenes en las que no se involucran necesidades alimentarias… Adicionalmente, está todo lo otro, lo inconfesable, lo que no se puede contestar tan simplemente con una oración de buena crianza. Empero, yo aspiro a parte de aquello, a entender por medio del saber, de la información que obtengo cuando observo, de las sorpresas que recibo a diario, de las inversiones que hoy capitaliza tras la buena onda y cariños prodigados en el pasado.
Hay muchas razones para desconectarse, para obviar a los mendigos en la calle, para no mutar con la desgracia y dolor ajenos, para desconfiar, para no fiarse… A quienes los dejaron de querer, a los maltrechos de corazón, a los temerosos, a los incautos, a los deseosos insatisfechos, a los voraces, a los exigentes, a los traicionados, a los abandonados, a los solitarios, a los incomprendidos, a los eficientitas, a los obsesivos, a los eternos demandantes, a los desagradecidos, a los frustrados, a los hincases de recepción, a los limitados de entrega… a los que penan por el retorno del “algo” extraviado, a los que siempre les hace falta algo… A todos ellos les hace falta comprensión y observación. Cuando tienes amor del bueno en el corazón, se recobra la energía y la capacidad para colocarse en el lugar de los otros.
Así que a pesar de “deber” tener miedo, ya no lo tengo. En reemplazo, despliego un plan maestro bastante básico y que hoy comparto con todos ustedes. El arte genuino de observar, escuchar, comprender, aprehender creer e internalizar para no fracasar en la tarea de volver a caminar sin la asistencia de muletas.
¡Quién sabe y hacemos patria!



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