COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: "James". (Serie de columnas pendientes). D.D.Olmedo.


COLUMNA: Por fin es viernes. 
HOY: "James". 
D.D. OLMEDO. 
Agosto de 2009. 
15:50 horas. 

Hace algún tiempo atrás, leí en un estudio clínico que el “odio” no existe y que a diferencia de lo que suponemos, se trata del mismo amor originario (aquel experimentado y expresado en medio de la benevolencia) pero en su estado más intenso, funcionando a la inversa. Yo habría añadido: “El lado “B” de la felicidad cuando ésta se niega a emprender retirada”. 

En la película Vicky Cristina Barcelona, Woody Allen incluyó una frase tan magistral como cierta: “El único amor romántico es el no realizado”. 

Si uno sumara los párrafos anteriores, la reflexión nos llevaría a una verdad clásica: Cada vez que el amor se desvanece a consecuencia de abruptos finales, el demonio de la frustración acomete el presente despedazando vivencias, sueños e ilusiones; al desaparecer el amor, la sensación de dolor se esparce nublándolo todo, entristeciendo los escenarios, transformando el presente. Entonces, los vicios y viejos hábitos reviven. Quizá y con justa razón, de esta circunstancia provenga el mal concepto, la mala fama que se ha hecho esta emoción tan primitiva. Seguramente se cae en la cuenta que pocas herramientas quedan para revertir lo que ya no se posee, los sentimientos que se extinguen y las casi nulas explicaciones viables que te ayuden a comprender cómo y por qué han dejado de quererte… 

Hace poco más de un año atrás, yo tenía empleo, lukas, amigos y demases y en ese tiempo, también conocí a Jaime. Me gustaba llamarlo James y durante mucho tiempo así lo hice. Fue tal el impacto que él causo en mi vida que hasta le dediqué una emocionada columna que denominé “Foto-síntesis”. ¿La recuerdan? Yo la considero de las mejores. En ese tiempo yo era otra persona. Me tomaba tiempo disfrazarme y hacer el cuento del abogado responsable, me maquillaba a la altura, laburaba con horarios y con órdenes. Empero, hasta antes de conocerle, mi vida enfrascada dentro de una odiosa rutina me impedía vivir con acierto, honesta y puramente como demandaba mi interior, mi conciencia. Sólo hasta que James llegó a mis días pude envalentonarme y renunciar a la hoguera de vanidades. 

James es 8 años menor que yo, capricornio de enero (yo creo que más bien es un insondable acuario), bombero de corazón y los últimos 10 años se los había pasado viviendo en la ciudad de La Serena y su sueño eterno era pegarse un viaje inolvidable a la madre patria. Yo creo que un buen día lo logrará. 

Contrario a todo pronóstico (debido a la forma en que nos conocimos), James y yo nos dimos a una relación diferente; para él, por las diferencias cronológicas, por las formas, por la experiencia… para mí, porque todo en él se dibujaba con colores diferentes. Con él descubrí las “Lomo” y su gran angular, conocí lugares nuevos, caminé una vez más a la orilla del mar y también por muchos otros lugares espectaculares, me encanté con Lemon Jelly y su electrónica soul, me aprendí algunas letras de Jamiroquiad, refloté mi gusto por la cerveza, volví a hacer el amor como trastornada, dije tres veces te amo y sobre todo, aprendí a valorar la aspiración de vivir en paz. 

La primera vez que ví a James en persona me pareció apenas un crío, blancuchento a más no poder, desgarbado, insípido. Tal vez haya sido la primera vez en que realmente me pesó la edad. Su cabello claro y sin lógica aparente me hizo recordar que nunca antes había contemplado un rostro como el suyo y que sin embargo, me pareciese tan familiar. Continúo pensando qué fue lo que me pasó cuando lo vi, cuando lo tuve justo en frente de mí por vez primera, cuando estando juntos debajo del mismo techo experimenté un remezón sin saber porqué, sin entender cómo me invadía una tristeza, sin atinar a descifrar esa emoción que más que felicidad era pura incógnita. Incluso justo ahora en que me remonto a aquel entonces, no comprendo qué fue lo que me sucedió, por qué mi corazón se apretó tanto que temió, dudó, se quebró. 

El me preguntó si podía abrazarme y nos abrazamos. El lenguaje fue torpísimo, lerdo, como si hubiésemos tenido 15 años otra vez. Le ofrecí un té o un café y en la cocina siguió la función, con accidentes caseros, cabezazos, tropiezos y una cuerda que se estiraba sin darnos cuenta, sin entender cómo fue que calzamos en tiempo y espacio… Nos instalamos a conversar largo y tendido, los horarios se desplazaron y la cercanía se dio como algo natural. Me contó de sí mismo, de sus anécdotas bomberiles, de su época de estudio, de sus experiencias pasadas, de la vida, de todo y también de nada. No tuvo que hacer demasiado para denotar el verdadero contenido de su corazón, esa pureza que lo volvía noble, delicado, pueril, casi cándido. Sus ojos relucían de asombro y cada historia revelada hablaba a través del brillo de su expresión… sus labios enmarcaban las frases y su sonrisa animaba la retórica, la síntesis, la forma única de decir las cosas sin grandes adornos y con pura sinceridad. 

Nunca olvidaré el día que conocí a James pues ese día mi corazón se transformó, se llenó, se proyectó y soñó… 

Durante buena parte de tiempo fui muy feliz. Tuve el valor para cambiar de vida, para salir del foco infeccioso y luchar por mis proyectos personales; James me extendió la mano y al mismo tiempo, fui testigo de cómo ese niño creció. Su sentido del trabajo, de la responsabilidad y de las ganas puestas en la vida lo hicieron navegar aún estando extraviado. Se las ingenió y de algún modo sorteó las inclemencias de la vida laboral que lo colocaron a prueba. 

Durante un período brillante e iluminado, fuimos muy pero muy felices. 

No obstante, en alguna parte del trayecto entre mi desgraciada ofuscación y su silencio abrumante, nos extraviamos. Sigo pensando en qué parte del camino soltamos nuestras manos o quién la soltó primero. ¿Fui yo? ¿Fue él? 

No sé a ciencia cierta cómo se lidia con el temor, aún no llegó al umbral en donde se superan los fantasmas del pasado y se encapsula lo que te hizo tanto daño, no sé como llegar a ese puerto en donde todo es nuevo y diferente y no te dejas atrapar por los demonios que siempre acaban condenando tu suerte. No sé, ni en mínima parte, cómo se aprende a confiar si la dinámica de tu vida ha sido la traición, el engaño, la deslealtad, la mentira, el tropiezo, la soledad y la desazón. Y lamentablemente James no constituyó excepción. No del modo en que pensé él pudo haberme salvado. 

Tras mucho tiempo de terapia y exposición puedo decir con toda autoridad que jamás te recuperas; medianamente aprendes a convivir con ese dolor. Si te enamoraste perdidamente y fuiste engañada (o), el fantasma de la traición no te deja ni a sol ni asombra. Si adicionas ambigüedad, silencio rotundo, un mundo privado impenetrable y no compartible, el saldo a favor se estrecha y las posibilidades de conservar la salud se dividen. ¿Cómo es posible hacerle a ver al increpado cuan complejo es desprenderse del temor a la traición, a la mentira, al doble estándar, al engaño, al abandono? No es fácil ni de buenas a primeras que alguien decida saber cual es el color interno de tu dolor. No en estos tiempos. Ya no. 

Para los que saben de qué hablo, entienden lo que significa el desamor. 

Cuando inicias una relación, no sabes qué va a pasar. El romance logra sus efectos aturdidores esperados y deseados. Nos conducimos con el corazón, nos entregamos con fe ciega y nos adentramos a esa nueva oportunidad que nos regala la vida. Encaminamos nuestros pasos acompasados, abrazados, unidos de la mano como un símbolo incuestionable que verdaderamente nos ronda el amor, que está ahí, que se explora, que se vive, que se experimenta en toda su dimensión. Nada ni nadie podría siquiera colocar en duda que es un amor fuerte, viable, indestructible… Sólo en tres oportunidades he deseado con todo mi corazón que esta fuese “LA VEZ”, la definitiva, el camino correcto, el amor de la vida… Y eso que dicen que la tercera es la vencida. Pero no ocurrió; no envejeceré con ese flacuchento desgarbado de mirada simple, de sonrisa llana… no tendré hijos con la expresión notable de sus ojos, no tendré grandes angulares de paisajes nuevos, no podré oír su alegría cuando pise suelo español… No podré verlo jamás como siempre quise sentirlo: Feliz y completo. 

Alguna otra vez le dije a un amigo que yo era como “la mujer del medio” y el me respondió que le sonaba a título de libro. ¿Quién sabe? Pero lo cierto es que así me he sentido siempre; haciendo la pega full para que a la postre, alguna otra se coma el mandado sin ningún tipo de esfuerzo. Así ya ha ocurrido antes. 

Las relaciones pueden acabarse por muchas razones; puede que te hayan visto con ojos específicos, engalanada y caminando por el andén del metro, soberbia, decidida, segura, con el mundo a tus pies, con derroche, con recursos, ataviada y armada hasta los dientes, arrojada y feliz. Pero, ¿qué sucedería si sólo se quedasen con aquella mínima parte? ¿Qué pasaría si no pudieses reclamar y demandar asistencia, contención, comprensión y tolerancia? ¿Qué tendría que ocurrir para que entendiesen la base de tus temores? ¿Cómo es posible no darse cuenta de tu cuota, de tu contribución al socavón, de tu responsabilidad ante la duda, ante la desconfianza, ante la arremetida del temor entre dos? 

Mis celos no son gratuitos, no al menos en la dimensión en que vivo. Pero también reconozco que es mi problema, mi cuestión, mi visceralidad, mi permanente interrogante… mi aflicción. Es imposible que alguien se coloque en mis zapatos, camine en ellos y hacia al final, decida darme los suyos para evitarme continuar en esa desolación. Nada ni nadie puede comprender lo que significa luchar a diario para vencer la desconfianza, la duda, el rencor, el orgullo, la testarudez, la soledad que implica vivir de este modo esperando siempre que alguien acuda a rescatarte… 

No puedo dejar de recordar una frase que me dijo mi amigo Alejandro un día: “Yo creo que tengo que padecer un gran dolor para recordar por qué sigo vivo”. Y quizá, viviendo aislado y solitario en el rigor de Gregorio (Punta Arenas) tal vez lo entendió o capaz que fue en EE.UU., tras algunos años batallando con el inglés, con la ironía, con el capitalismo. ¿Who Know? 

En mi concepto, no creo que uno deba invocar una plegaría solicitando un coscorrón para recordar los motivos para seguir donde estamos. Todo lo contrario. 

Si hay algo que he aprendido, es justamente que la vida no puede ni debe ser un calvario, Jesús ya lo padeció por todos nosotros. Nuestra pega es tratar de vivir lo mejor posible, deseando y queriendo que nuestros ideales se cumplan, soñando que alguna vez, aunque sea con 60 o 70 años, aparezca esa persona completa y especial para mi, a quien no le importe demasiado si llevo o no maquillaje, que me acepte fuerte o débil, hábil o truncada, triste o alegre, pobre o millonaria, diligente o irresponsable, decidida o timorata, llorona o alegre, apasionada o realista; un corazón noble y empático que sepa colocarse en mi lugar y que al menos por un vez, una vez singular, espontáneamente me ceda sus zapatos y me enseñe a caminar. Que me recuerde como era simplemente andar. 

Como dije, hay muchas razones para acabar, para terminar, para finalizar episodios y uno puede creer todas y cada una de las versiones. Lo importante es saber que trataste, que luchaste, que diste todo de ti, que lloraste porque sabías que valía la pena y que a pesar de los desastres, el último respiro fue de amor; cuando reculaste y viste, todo lo malo se desvaneció. 

Yo tengo esa claridad ahora, justo en este momento en que sé que habló mi corazón y que no hay vuelta atrás, no por orgullo, por necedad sino porque no basta sólo con querer, también hay que querer bien y por lo mismo, hay que esperar que el amor, aparte de entretenido, espontáneo y sencillo o mágico, sea también noble, incondicional y que dure mil años. Entonces, quizá llegue un día en que la búsqueda haya finalizado. 


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