COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: "La farmacia del olvido". AUTOR: D.D.Olmedo. FECHA: Julio 18/Año 2008.-


El 28 de Julio del año pasado, mi cronista favorito publico una columna que al menos entre mis reflexiones, resultó memorable. A propósito de “VENENO DE ESCORPIO AZUL” (El último texto escrito por el poeta Gonzalo Milán, en circunstancias del padecimiento de un cáncer letal que lo devoró apenas en cinco meses), Francisco Mouat divaga por entre la muerte y todo lo que el ser humano experimenta dentro y fuera de sus contornos y de lo cual da testimonio por medio de la palabra escrita póstuma.
Me cuesta creer que para ese entonces yo fuese una mujer tan llena de vida y feliz y contagiosamente agradecida por las circunstancias en nada asociadas con el fin de tu propio tiempo.
Mouat recordó al filósofo ROGELIO MORENO (que escribió un único libro durante su vida) y su afamado, entrañable y maravilloso texto, LA FARMACIA DEL OLVIDO, reseñándolo de manera certera como “EL OLVIDO NO COMO UN MAL, OPUESTO A LA MEMORIA; EL OLVIDO COMO UN RECURSO ALIVIADOR”.
Imagino qué cosas pueden instalarse en el pecho de un condenado a muerte, pero en caso alguno se me ocurre cómo será la dimensión del dolor experimentada adentro; qué emociones se quedan en el aire, qué cuestiones cobran prioridad, de qué nueva forma residual aprendes a comunicarte con tus seres más queridos y/o, con los más cercanos… qué sentimientos postergados pugnan por florecer justo cuando el conteo final te juega en contra. Mouat escribió que, aunque “el poeta intentó olvidar, al final lo superó la extrema conciencia”. Se me ocurre que es justamente aquello dicho de manera precisa lo que en verdad acontece: EL SER HUMANO QUEDA IMPERMEABILIZADO O REVESTIDO DE UNA EXTREMA CONCIENCIA. Y pensándolo así, íntimamente, no me parece insoportable y majadero sino todo lo contrario. ¿Qué mejor y estar consciente de todo? ¿Qué mejor y mirar lo que siempre estuvo ahí y verlo por primera vez a escasos metros de tu persona? ¿Qué mejor que descubrir verdad por todos los rincones que te rodean? ¿Qué mejor y tener la posibilidad de que nadie se atreva a mentirte? ¿Qué mejor y nadie pueda mentirte?
Pensándolo bien, a pesar de lo arrollador que puede ser estar condenado a muerte, imagino que la nitidez de las circunstancias te proporciona una suerte de compensación, una especie de lugar privilegiado para asistir a una forma diversa de ver la “vida” y todo lo que conllevó recorrerla hasta ese punto. Dado este escenario, sí se me ocurre que lo visto debe ser descomunalmente bueno, porque por primera vez en toda tu existencia contemplas el “es” de todo lo que viste de manera equivocada: ves empatía cuando pensaste que siempre fue interés, ves solidaridad cuando creíste que era morbo, ves afecto cuando especulaste podría haber sido lastima… ves todos los colores sin la odiosa complicación de cuestionar si el blanco o el negro son ausencia de los mismos o son en sí dos tonalidades más parte de un todo. La mayoría de nosotros hemos navegado entre ambos extremos: la majestuosidad del mar manso y tan claro que hasta logras ver el reflejo de lo que subyace; lo implacable del mar tempestuoso y oscuro que hasta puedes ver como la noche arrecia pareciendo que sus sombras nunca más van a replegar. Conforme sean las circunstancias experimentadas mientras caminamos al interior de este elástico, la luz o la oscuridad vestirán de manera coherente la marquesina de cada estreno en nuestra vida. Eso es lo que a casi todos les sucede o en otros pocos, como el mío, lo que se revela como una verdad que cuesta trabajo aceptar. De ahí que el título escogido por Moreno me parezca soberbio.
Con todo lo monumental de bueno que pueda ser asistir al evento de una verdad recalcitrante, lo cierto es que si no estas a punto de estirar la pata, deja de tener el mismo efecto liberador, precisamente por eso, porque después de oírla y aún cuando quisieras dejar de tener los pies sujetos al piso, eso no va a suceder. Entonces, no queda más que lidiar con el eco de lo que necesitabas escuchar pero que no significa, necesariamente, te logre curar.

Pienso ahora en la señora Betancourt y la suposición de una inminente muerte ahí, cerquita, acechándola siempre, colocándola a prueba en todas las aristas de la sobreviviencia y me pregunto ¿cómo es posible que ella saliera delante en condiciones extremadamente adversas y en otros casos, teniendo todo para vivir, apenas y se soporte el ritmo torpe de una respiración obligada? Mientras Ingrid corrió eufórica a regocijarse en brazos de sus seres, yo corro a diario en dirección de aquella farmacia imaginaria en donde se expenden fuertes dosis de olvido.

Alguna vez, alguna vez hace tiempos razonables, compilé todos los pormenores de una buena historia, de esas que uno intuye se transformará en antología al pasar los años. Dispuse tanta energía en el riguroso detalle dándole arduo trabajo a todos los canales por donde confluye la memoria. En esa época me parecía un pecado olvidar, sobre todo porque el personaje central poseía el talento y la virtud de recordar las cuestiones emblemáticas así como las minucias del acontecer entre medio de minutos fugaces. Me parecía imperdonable no registrar cada momento como si se tratase del más perfecto e insuperable recuerdo inolvidable. Tal y como aconteció en Elizabethtown, enmarcaba en el diafragma de mi retina todos los párrafos irreproducibles y era feliz y gigante y podía volar en cada uno de esos acontecimientos singulares.
Nunca pensé que al releer la columna de Pancho, las emociones fuesen tan contradictorias como diferentes. Desde un tiempo y hasta esta parte, la luz de mi cámara parpadea intermitente sin lograr disparar, aún cuando me esfuerce y adiestre mis neuronas en cualquiera de los ángulos permitibles… y me sucede, finalmente, un poco de lo que probablemente le pudo ocurrir al poeta mientras redactaba sus propios párrafos imborrables e irrepetibles, literalmente. Aún acudiendo a diario a la farmacia del olvido, el efecto secundario es la extrema conciencia.
Pero ¿Saben? No estoy condenada a muerte, es cierto y de ahí que el efecto colateral sea más pernicioso. Y sin embargo, entonces, acudo a las imágenes mentales del último tiempo, incluso, a esa visión estrambótica de un momento íntimo televisado morbosamente para todo el orbe, dejando que el corazón y la emoción simplemente hablasen.

Remito mi mente cansada a los episodios de estreno con marquesina blanca, ilustro colores con la más vasta gama de tonalidades, recubro mis escaras con pintas de manjar y esporas de vainilla… traigo a mi retina la imagen del momento cinematográfico de contemplar a dos grandes amigos enlazados en la fe y la magia de lo largamente ansiado y cuando los veo juntos como si se perteneciesen de toda la vida, por un instante imagino que no me pesa estar consciente… Entonces, apenas por un instante, aprecio sinceramente el “es” de la vida, el simplemente ES de lo que se convierte en verdad mientras haya energía para vivirlo. En el aquí y en el ahora.

A estar conscientes aunque duela. Capaz que no duela tanto… si Por fin es viernes!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

A mis amigos amados Rina “Marmota” Morales y René “Kudai” Eguiluz.

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