COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: Medea de Eurípides. D.D. Olmedo.
Medea: ¡Ea! Sobran ya todas las palabras inútiles. ¡Vamos, pues!"
Si Jasón no hubiese sido la mar de traicionero quizás, Medea jamás hubiese tenido en mente emprenderla contra sus hijos. Pero ¿cómo saberlo? Si en rigor este comportamiento se desató en forma inesperada so pretexto de un tipo de personalidad y de acuerdo a rasgos y tormentos propios de una mente distorsionada, llena de ira, de celos, de angustia y de todos los siniestros y perversos pensamientos de un corazón aturdido por el impacto… qué se puede pedir…
Según la mitología, Medea no habría puesto fin a su vida mediante una acción suicida, todo lo contrario; Medea se habría transformado en inmortal e incluso, tal vez pudo desposarse con Aquiles. Además, sus dotes de hechicera avezada, la habrían llevado a instruir a demoníacos forajidos atenienses en la artes del encantamiento de serpientes… qué irónico…
En psiquiatría hay referencia a aquella mitológica historia con el objeto de analogar los contenidos de un síndrome peculiar en que el progenitor daña severamente a su consorte a través de la matanza de sus propios hijos. Con el fin de proferir un fatal y certero golpe emocional, la mujer da muerte a los hijos del marido que ha incurrido en traición de índole marital. ¿Qué manera tan cruel de herir a otro? Y siendo así, ¿es posible que una madre pueda herir de esa forma a sus propios e indefensos hijos antes que al hombre que cayó en deslealtad?
Esteban y Pablo Rojo no tuvieron cómo defenderse. El primero de estos, falleció en el lugar del crimen y el otro, un adolescente de 15 años, perdió buena parte de masa encefálica, lo cual torna casi imposible recordar algo de todo lo sucedido. Y al final de cuentas, ¿no es acaso mejor que olvide todo eso? Yo preferiría eliminar todo eso de mis registros neuronales.
Lo que me parece sinceramente más insoportable es que hace un tiempo atrás, yo misma fui espectadora del reportaje efectuado por Santiago Pavlovic en el que la madre de los menores –hoy, sindicada como la presunta responsable del parricidio– se muestra visiblemente afectada por los hechos pero sin llegar al punto de dramatizar ni personificar el dolor públicamente, de modo tal que uno la piensa en estado de shock, toda vez que en momento alguno se desarma frente a las cámaras. Pero esta madre, hoy en presidio preventivo y con 80 días otorgados a La Fiscalía para la investigación, aparece como un ser despreciable responsable de dar muerte despiadadamente a sus hijos. Y los argumentos más severos para fundar la tesis de que su celopatía la habría llevado a la acción límite de matar a sus propios hijos, tiene que ver con su supuesta frialdad, egocentrismo y una serie de otras características evacuadas en las pericias psiquiatritas forenses dictaminadas en el proceso que investiga el caso Rojo.
Con todo, ¿es posible sindicar a alguien por medio de razones tan subjetivas? Yo conozco a hartas madres infames, déspotas a morir, frívolas y ególatras que da verdadera tristeza, pero no por ello, maltratan físicamente a sus hijos y mucho menos, me atrevería a señalar intensiones malévolas de privarlos de vida… Me cuesta creer que esta madre de Puente Alto haya dado muerte tan infamente a sus hijos, y me cuesta hacerlo, no por las imágenes vistas, sino, porque siempre preferiré conservar hasta el más mínimo soplo de asombro, de cautela, de prudencia para determinar a brazo partido que en efecto, ella haya sido responsable de tan horrendo crimen.
Una de las razones más potentes para abandonar el derecho (digamos que, postergarlo hasta sanar el corazón) se da en la matriz de sucesos como el contenido en el caso Rojo. A este respecto, me parece imperdonable que aún a razón de la publicidad que demanda el nuevo sistema procesal penal, La Fiscalía incurra en el desparpajo de aseverar con rudeza y crudeza que la madre aparece, casi, como rotunda imputable. ¿Qué ocurrirá, entonces, cuando aparezca el arma homicida, y por ejemplo, se extraiga una prueba adeneítica capaz de echar por tierra los inescrupulosos avances de la supuesta “bien” instruida investigación? O, en otro escenario, ¿Qué acontecería de aparecer los verdaderos responsables, aún con escasos 40 minutos cuestionados para perpetrar el crimen en cuestión? O tal vez, ¿qué detalles dejados al azar pueden verse dibujados en la claridad inmanente de tener que ver la verdad?
Personal y primitivamente me vinculé con los anales de esta “tremenda” Reforma PROCESAL PENAL. Para aquel entonces, y con ocasión de una investigación para el Código Penal Iberoamericano, estudié muchos foros y ponencias realizadas en Córdoba, Argentina y claro que en ese tiempo, uno añoraba que tales matices aparecieran en la letra de la sustantividad de nuestras normas deformadas. Yo entendía perfecto aquello de revestir y elevar a una categoría esencial de la labor de la judicatura: FALLAR. Y, necesariamente, para concretar tal labor, debía instalarse entre nosotros las dos figuras diferenciadas que sustentaran el contrapeso que implica sólo dedicarse a resolver y aplicar la pena correspondiente. Dentro del modelo establecido, agradezco la aparición del Ministerio publico en el propósito de propender a una investigación seria y responsable, que el señor Fiscal sea capaz de armar y sostener una serie de pruebas que conduzcan a estimar ciertas responsabilidades y como éstas, puedan finalmente imputarse a personas de carne y hueso, con nombres y apellidos. Qué sería, entonces, de aquel que es atacado infundadamente, o con argumentos blandengues que sólo dan dolores de cabeza, que sería del imputado si no recibiese la asistencia que por derecho le corresponde a través de La Defensoría Penal Pública. No obstante, cabe señalar que desde aquellos tiempos en que estudie profundamente la estructura de la Reforma en comento, entendía también que su instauración dentro de nuestro sistema jurídico. Adolecía de enraizamiento en reminiscencias políticas, en pormenores revanchistas que otorgaron sumo desequilibrio en esta necesaria trilogía de partes intervinientes. La Reforma de que hablo, lamentablemente nació desequilibrada. Inicialmente, todas las liberalidades y franquicias pro defensa del imputado enturbiaron el sano propósito de los dogmas que se intentaban reestablecer de acuerdo a las consideraciones ontológicas modernamente incorporadas en Derecho penal sustantivo; una cosa es escribir buenos propósitos en el papel, concordarlos con otros conjuntos de iguales buenos propósitos y así consecutivamente, pero otra muy distinta hacer que la praxis permita exprimir el consenso dado en la necesidad retributiva de la pena y los costos asociados a este ítem. Al final, por el descalabro en la asistencia de los derechos del delincuente se dejó de lado a las víctimas y después, al tenor de la censura ciudadana por las constantes faltas funcionales y operativas de la nueva Reforma, la severidad se instaló en la parte proveedora de antecedentes que conducen a determinar la responsabilidad o no de ciertas personas.
¿Si La Fiscalía no ha llegado a un horizonte despejado, puede despilfarrar recursos en intentar lavar su imagen a costa de “presunciones”? No existe arma homicida, no existen conclusiones verídicas y hechos consumados fehacientes, no existen pruebas irrefutables. No puedes sentenciar a alguien por no llorar, por no mostrar desesperación, por no quebrarse frente a todo un país. Y sin embargo, éste mismo país, pega y pega una y otra vez sobre las costillas de la única sindicada. ¿Qué tal si todo lo indicado fuese cierto? ¿Cómo es posible que una vecina “X” estuviese mirando el reloj y anotase la hora de salida de la imputada desde su domicilio? ¿Cómo es posible que todos lancen dardos sin siquiera tomarse la molestia de entender que se trata de sus hijos, de sus propios hijos?
Sucede que la noticia mientras más grotesca es, más incendia, más vende. Por ello los canales de televisión no trepidan en hacer leña del árbol caído. Pero me pregunto, ¿qué sucederá cuando esa persona sea absuelta?, ¿qué ocurrirá cuando se descubra todo lo sucedido? ¿Quién responderá por los daños causados? Acaso no pueden darse cuenta que a esa madre ya se le acabó una parte de la vida? ¿Porqué no podría ser ésta la causa de su enmudecimiento?
Muchas cosas me parecen dantescas el último tiempo, no sólo la desdeñosa conducta de nosotros lo habituales consumidores de noticias manchadas de irresponsabilidad; me arrasatra la manía de no comprender la descortesía, la insolidaridad, los arrebatos de rabia, de ira, la forma de relacionarse de losa jóvenes que ya no poseen entendimiento sobre la esencialidad del espacio físico y de los metros cuadrados que agraden para suponer que todo el mundo les pertenece… Me abruma sobre todo, que en medio de vacaciones se haga plaga de noticias abominables y más encima, se tergiverse lo poco y sano que nos queda.
Demasiado pronto este Santiago a veces tan mágico se transforma en Santiasco, ya no sólo por las abominaciones del trasporte, del cual casi no se habla precisamente porque no topamos con marzo, sino también, por la desfachatez de creer que se tiene licencia para destrozarlo todo.
Me parecería desacertado de mi parte, rotundear mi íntimo juicio de valor, pues tal y como aconteció en la conciencia de Medea, tal vez el corazón atribulado de una madre enceguecida conspiró en tal inexplicable ataque de furia…
“No temblará mi mano.
¡Ah! ¡No hagas eso, corazón mío!
¡Deja a tus hijos, miserable!
¡Perdónalos! Allá te servirán de alegría, si viven.
No, ¡por los vengadores subterráneos del Hades!
Jamás dejaré mis hijos a mis enemigos para que los ultrajen.
Es absolutamente necesario que mueran. Y puesto que es preciso, los mataré yo, que los he parido.
Así está decidido y así se hará”.
He conocido de Medeas a través de los tiempos, he sabido de casos horrendos en donde la locura temporal deja demasiadas víctimas y ningún sistema es capaz de absorber la trama que va de fondo. Por lo mismo, me pregunto con cautela todas esas razones que quedan flotando y como alguna vez soñé con ser Fiscal y atrapar a los malandros, insto justamente a la mesura, a la responsabilidad y al sensato juicio de intentar hacer siempre, lo mejor posible todas las cosas.



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