COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: Pista Escondida. D.D.Olmedo.



COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: Pista Escondida.
D.D. OLMEDO.
15/07/2009.-

Quién no ha quedado inmovilizado por una emoción negativa inesperada, un suceso amargo para el cual no estábamos preparados y que, dicho sea de paso, impacta justo en el centro, desbaratando el suelo sobre el que te apoyas en ese momento, sacudiéndote de tal forma que sólo resta derrumbarse sobre tamaña tristeza… Yo creo que todos, más de una vez, nos hemos visto enfrentados al insoportable hecho de experimentar dolor, al malestar general asociado que sobreviene y al sin número de tormentos chinos paralizantes que degeneran a consecuencia del tsunami de desajustes reventándote encima, que te ahoga y te deja a medio morir saltando; tarde o temprano, incluso el corazón más soberbio o imbatible, se remece, entumece y queda finalmente en off…

Pero, ¿Por qué nos toma desprevenidos? ¿Qué tuvo que ocurrir para hallarse desatento? Probablemente un mundo de “Bilz y Pap” circundando, un mundo circunstancial en apariencia congruente, pacífico y hasta presumiblemente sólido, tanto como para no imaginar que los cimientos pudiesen zozobrar. En ese camino en donde todo aparece tranquilo (y del cual uno se auto convence) la realidad que subyace, por lo general es tan sutil como el más tenue de los pensamientos negativos que uno se permite sostener y quizá, la misma energía que uno emplea en convencerse que todo marcha de maravillas, podría invertirla y atreverse a dejar la embarrada. Sin embargo, uno avanza sobre el ripio creyéndose de metal, sabiendo que puede más y que puede incluso, reventar. Pero uno sigue, sigue adelante en una especie de trance o algo bastante similar…

Hace algún tiempo atrás, mucho antes de tomar terapia, acostumbraba arreglar mis asuntos a combos y patadas. Cada vez que me llegaba la hora fatal de la temida verdad, presuponía que no tenía herramientas, que no había modo distinto al de la violencia, al de la consigna rabiosa y al descrédito. Según yo, mis pugnas y beligerancias las podía enfrentar por medio de la rabia consumada, esto es, un buen show con todo y efecto multimedia. Este escenario, suponía su buen rayón de vehículo sino, incluso, una buena bateada, rajada de neumáticos o incluso, una puerta cerrada cobardemente que pocazo me costaba derribar… ¡Qué vergüenza! Pero así era no más, la pura y santa verdad.

Pero todo eso, fue.

Hoy por hoy, las muchas lucas invertidas, la toma de conciencia, la creencia del deber cumplido y la experiencia que dan las vueltas de la vida, hacen comprender que no hay dolor fulminante suficiente para hacerte perder nuevamente la razón hasta mostrarte como una total y absoluta loca. No.

Lo que te surge ahora, aparece como un mediático espacio irregular en donde a pesar de no tener todas las variantes, de todos modos uno intuye que obró bien, que se sacó cresta y media y que por primera vez en mucho tiempo, ciertamente hiciste las cosas decentemente. El problema, como en todas las otras oportunidades, es que nadie te explica ante quién, cómo y cuánto uno debe darse. Es como aquella moraleja que rezaba prepararse tanto para un evento mayúsculo, desplegando todas y cada una de las instrucciones para obtener un perfecto resultado, pero jamás el público se quedaba a contemplar el resultado, menos aplaudirte y justo, cuando un solo espectador preguntó por ti para subrayar que finalmente lo habías logrado, resultó que estabas demasiado viejo y roñoso como para comprender qué significaba que alguien lo hubiese notado…

Dicen que no hay felicidad aparente. Que eso es una ilusión óptica y que siempre, pero siempre, uno es perfectamente capaz de mirar bajo el agua y darse cuenta si en efecto, hay peces de colores con una data de vida preexistente. Puede que sea cierto, puede que en definitiva uno sea tan testarudo que caiga mil veces tropezando por enésima vez con el mismo peñasco de siempre. Con todo, sí hay ciertas variantes; al menos yo puedo darme cuenta de algunas cuestiones importantes que no sucedieron antes:

Primero, hay una suerte de orgullo renovado, léase, un cargamento de dignidad ayudándote a pronunciar palabras eficientes sin costos elevados para tu mente. Segundo, sobreviene una especie de energía de reserva que te mantiene en pie a pesar de todo lo que implica explorar cómo se invalida tu esfuerzo, los sacrificios, los afectos, las ilusiones y los demases (momentos estelares, cartas, líneas y poemas de encrucijada, emociones, canciones, humoradas, salidas de madre, caminatas, recuadros, escenarios, temblores, lágrimas, susurros, treguas). Tercero, la calma inusitada, la providencia hablando dentro de ti apaciguando las hormonas, los ánimos desatados, los demonios camorreros del pasado… y lo cuarto; la convicción de haber sido tremendamente decente, honesto y jugado, lo suficiente para razonar que se cruzó un umbral que se supuso extinto.

No obstante, el paréntesis hay que bancárselo igual. O sea, nadie está exento de pasarla pésimo.

Yo tuve lo mío, un viaje infinito que se prolongó como una pesadilla de la que cuesta mucho despertar, agravada por el vaivén natural de una maquina infernal entrenada para hacer eterna mi jornada entre las sombras, algunos paisajes que habría preferido mirar en distintas circunstancias y la penosa sinopsis de una película de bajo presupuesto que, obviamente, quedará pegada en la retina durante mucho tiempo.

Pero lo peor, ¡Ya pasó!

Estoy segura de que jamás se va a estar preparado para sufrir, aunque la vida misma revele esa cruel consigna día tras día. Algunos, sufren porque tienen, pero no aquello que desean tener. Otros sufren porque no tienen ni de lo uno ni de lo otro. Hay quienes sufren porque tuvieron y dejaron de tener. También están los que sufren porque lo que ya tienen no se vive en plenitud y están aquellos que no saben que tienen y simplemente lo exponen hasta perder. Están también los que ni siquiera comprenden lo que tienen, o no merecen lo que tienen o tal vez, ni siquiera les importa tener... Y están aquellos cuya fe siempre los mueve a creer que siempre habrá, que una tras otra y tras otra vez, como ocurre con todos los ciclos, siempre existirá un “tener” y un “perder”… hasta que llegue lo que ha sido diseñado para cada uno de nosotros sobre el particular…

Yo siento que la peor parte se la lleva el que no sabe cuánto tiene en sí, cuánto posee y vive en la desesperanza del permanente sufrir inútil de no ver, de no aquilatar, de no sopesar cómo es que posee tanto incluso, ante los demás, sin siquiera poder creerlo o merecerlo.

¿Pero qué es lo que uno sabe realmente? ¿Quién es uno como para llegar a sentenciar qué es lo que merece el otro y cuánto o cuándo ha de ser digno para recibirlo, detentarlo y aún, conservarlo? ¿Hay alguna conducta medular que nos haga merecedores a nosotros y no a los demás? ¿Por qué se reclama majaderamente que los otros no atesoran lo que Dios les da? ¿Qué pasará cuando Dios nos pregunte qué hicimos con nuestros talentos? ¿Qué habremos de contestar?

Estoy un poco cansada que el resto me diga cómo y cuándo me libraré del sufrimiento; el budismo dice que uno puede, que siempre se puede y lo catalizan a través de la benignidad de las acciones cometidas en concreto… Los católicos, nos acostumbran a creer que no hay otro modo sino la purga, la contrición y que se quitará tras la llegada de la vida eterna… los anarquistas piensan que rebelándose y la gran mayoría, simplemente repeliéndolo, viviendo, sobreviviendo.

Una simple mortal como yo, considera que en verdad, el sufrimiento es una ilusión, potente y todo, pero ilusión al final de cuentas… ¿Por qué se cae en el sufrimiento, ciertamente? Porque uno se imagina que tener es igual que poseer, detener e incluso, retener. De ahí que al más mínimo levantamiento, llegue incluso a faltar la respiración… Nos enfurece perder y no poder hacer nada al respecto.

Probablemente, lo que más cueste soportar sea el arsenal de efectos físicos traumáticos ocasionados por el sufrimiento (con el aditivo, en mi caso, que ahora se me enferman algunas partes del cuerpo cada vez que me rebelo a la consigna de tener que estar mal). Yo creo que eso, de eso no te puedes escapar. Pero siempre se puede avivar la conciencia, señalarse a sí mismo, cuan perjudicial es estropear la experiencia, que no sirve de nada llenarse de rencor aún y sintiendo que te han robado degeneradamente tu tiempo… SEGURAMENTE, LO MÁS DIFÍCIL SEA HACER EL DECIR…

Uno puede rajarse llorando, despedazarse por dentro intentando retener lo que es imposible de enlazar, uno puede cuestionarse miles de veces por qué a pesar de haberlo hecho todo, no te han querido como mereces… uno puede morirse en vida intentando comprender el por qué de tantas cosas, pero de seguro, lo que casi nadie advierte es cuánto tiempo se pierde en sufrir y cómo nos hace falta, después, todos esos segundos, todos esos minutos, todas esas horas, toda esa porción de tiempo que jamás nadie compensa, que nunca vuelve…

Yo todavía no comprendo bien cómo funciona la cosa ni que parte de esa cosa me convence tanto como para no deponer. Pero al menos, sé que no es culpa de Dios sino de los extraños desfases con que nos golpea la vida humana, con las conductas incomprensibles de los hombres y de las mujeres, con todas y cada una de las gamas del desamor, del mal trato, de la mala educación, de la falta de afecto o solidaridad en decadencia, de esa forma grosera de perder lo elemental y reemplazarlo por la insensatez del egoísmo y la inmadurez…

Yo, a pesar de todo, estoy convencida de aquello que una vez me dijo una persona a la cual quise profundamente: “¿Sabes? Hay una pista escondida al final de disco que, presumo, debe oírse en alguna parte del recorrido, a bordo de una máquina menos psicodélica, con un sentimiento menos constreñido y con un poco de paz en el alma, básicamente por haber aprendido que el sufrimiento está donde uno lo pone y donde uno le permite seguir existiendo”.



Comentarios