COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: ¿Quién quiere ser millonario? D.D. OLMEDO. Viernes 10, Octubre de 2008. 01:15 horas.


COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: ¿Quién quiere ser millonario?
D.D. OLMEDO.
Viernes 10, Octubre de 2008.
01:15 horas.

Una de las cuestiones regularmente tocadas en conversaciones varias tiene que ver con el tópico de los afectos. ¿Cómo estará fulana aquella de la cual no recuerdo su nombre? ¿Qué tal le irá en su matrimonio a Perico Palotes? ¿Qué habrá de cierto en la separación de Pedrito Cachalote? ¿Por qué esa amiga de años, simplemente dejó de llamarnos, u otra, la que intentamos ubicar tantas veces, nos rehúye y en cambio, la que siempre estuvo, está y probablemente, estará, debe conformarse con escasos atisbos de atención de nuestra parte? ¿Qué habrá sido de la suerte de ese viejo amigo muy enfermo, repuntó, se entregó... murió? ¿Cuántos años transcurrirán antes de volver a saber del sujeto que nos hizo la vida de cuadritos y que archivamos tras una neurona rebelde?... Qué habrá sido de la suerte de tantos y tantas “X”. Por qué, en definitiva, algunas personas y los afectos envueltos a éstas, se pierden irremediable y dicotómicamente (entendiendo que alguna vez, sí fueron importantes para nosotros) con el avanzar. Por qué, al mismo tiempo, aún cuando la regularidad de la convivencia las separa de nuestra contingencia, permanecen comprimidas un archivo de recuerdos distorsionado que, de cuando en cuando, pulsa como una señal alarmante de lo extraviado.

Las otras cuestiones que también conversamos, naturalmente tienen que ver con los afectos cotidianos, con las sensibilidades propias del presente y de aquello que en el “hoy” nos motiva y nos absorbe. Y sin embargo, estás en el presente y de algún modo, recurres al pasado, viajas hacia el futuro o piensas sobre lo que no tuviste o en lo que nunca se tendrá. Y en este sentido, al andarse triste o sintiéndose sólo por cuestiones difícilmente modificables (todo lo que ya fue, pasó), sucede que más pensamos (extrañar) a los que no están, ya porque nos olvidaron ya porque nosotros fuimos los descuidados, los irresponsables o en el extremo, los negligentes incapaces de proteger y cultivar el vínculo.

Sigo enredada en las premisas de Jhonson y por lo mismo, cuenta me doy del trabajo oriental para lograr deslastrarse de cuestiones personales a la hora de redactar una buena columna. ¡No escribas sobre Dios, dos veces seguidas! ¡No le des como bombo en fiesta ni a políticos, ni a farándula! ¡No atribules a la gente con pesares endémicos ni cadenas de oraciones! ¡No intentes motivar a nadie sino está entre sus intereses o naturaleza, el movilizarse! ¡No restriegues tus frustraciones disfrazadas en ironía y/o moralejas decadentes!

Entonces ¿Sobre qué cuestiones podría escribir esta semana?

Se me ocurrió recorrer algunos Blogs habituales, pasear por una que otra librería hurgueteando novedades escondidas y por último, darle a la lengua con una gran amiga a la cual no colocaba oreja hacía rato. De la integración de estas actividades surgió una pregunta: ¿En qué momento cambian nuestras prioridades?

Encontré en la secuencia descrita una certera columna escrita por Eugenia Weinstein (ver Revista Sábado) y por un momento, supuse que alguien describía perfectamente la sintomatología de la “enfermedad” que padecí durante todo el año 2007. Por otra parte, mi nueva sintonía con las planicies de la realidad, invitaban (digamos que nunca es grato) a revisar otras columnas semanales escritas por Squella, Eloy Martínez, Tironi, Ebensperguer y Warnken, con la variante de que en esta oportunidad, me detuve en comentarios (posteos) de varios lectores y asimismo, prefiriendo la lectura en frío (no gusto de leer columnas el mismo día de publicadas) el objetivo acabó convirtiéndose en una revelación con varias aristas desglosables y que suponen material en extenso para escribir en lo sucesivo y, por último, tras la mirada furtiva prisionera de un sentimiento hecho palabra en los ojos de mi amiga, concluyo convencida que no hay nada peor que padecer de ceguera crónica sin al menos dar la pelea para recuperar la vista.

La Weinstein escribió de LA VORACIDAD e inmediatamente me remonté a la locura de profesarle amor a un completo desconocido sin que al menos, mediase un rango de definiciones mínimas limitando la abstracción de cultivar un nuevo afecto, la “buena onda”. Pero yendo más allá, la bloguista la explica como UN DESEO VEHEMENTE, IMPETUOSO E INSACIABLE, QUE EXCEDE LO QUE LA PERSONA REALMENTE NECESITA Y LO QUE EL OTRO ES CAPAZ DE DARLE... Habla también de: INSATISFACCIÓN, VACÍO, INSUFICIENCIA, DISGUSTO, HUECO, AUSENCIA O DESCONTENTO PERMANENTE... UN COMPORTAMIENTO COMPULSIVO DESTINADO A OBTENER Y LLENARSE DE TODO AQUELLO QUE CALME LA SENSACIÓN DE FALTA... Pero también dicta una sentencia que me abruma: SE PERPETÚA A SÍ MISMA, NO TIENE FIN; PORQUE LA PERSONA SE ILUSIONA INÚTILMENTE CON QUE ALGO, OTRO U OTROS VAN A CALMAR SU ANSIEDAD INCONTROLABLE...”. Y aunque admito, así fui, en parte, durante demasiado tiempo, me atrevo también a afirmar que tarde o temprano se llega a comprender la necesariedad de experimentar vacuidad previo a una forma diametralmente distinta de experimentar la vida.

Por otra parte, no pude aguantarme las ganas de escribir a los columnistas mencionados. Nada estrambótico pero al hueso. Y fíjense cómo son las cosas, yo que nunca contra posteo (responder a otro columnista lanzándote o una flor o un cuchillo, la más de las veces, uno bien filudo) tuve que, en vista y considerando la confrontación a que me viera sometida tras emitir mi humilde opinión. Un señor de apellido Peña y Lillo me paró el carro y de pasó, mandó a interiorizarme de la columna de la analista internacional ya indicada. Con la columna de Warnken ocurrió algo distinto, pues en esa oportunidad el poeta triste alzó la voz para fustigar a “politiqueros” sin vergüenza y yo, sin más, aplaudí la iniciativa de llamar a descolgarse de los favores solicitados por políticos chantas en aprietos. Empero, contemplar a una amiga mientras expresaba “sentirse enamorada”, aún con sin sabores, excentricidades y falta de entrega total de su enamorado, compruebo que al final, de todo lo escuchado, visto, observado, sentido, o qué sé yo… contemplado a tiempo, lo más básico e imperceptible al eterno voraz, calma, tranquiliza, equilibra y renueva las ilusiones, las promesas y la fe misma que a diario se quebranta. No sólo he estado ciega sino que además me he negado persistentemente a reconocer -como diría la señora Eugenia- lo millonaria que soy. Asistir al evento en que el corazón es quien habla, es un acontecimiento memorable que perdura para siempre en la retina, se queda enmarcado como la mejor fotografía de Cappa. Te ayuda a comprender qué cosas son importantes y cómo fue que deviniste en otra persona, una más consciente, más estimulada y con menos miedo a enfrentar las peculiaridades ligadas al saberse vivo y coexistiendo.

Cuando llamé a un amigo para preguntar por la salud de su madre quién padece un cáncer extendido, me sorprende la revelación de que ella decidió abstraerse, evadirse o como quiera que uno decida decirle a la circunstancia de abandonar el tratamiento; “dijo que quería que su vida siguiese su curso natural…” y otra vez, me impacta la sensación de un instante irreproducible…

No sabía con certeza, qué cuestiones cambiaron en mí para preferir la Columna antes que la Novela y esta semana, me aproximé un poco más al privilegio de ir descubriéndolo. Por fin cayó en mis manos una recopilación que lleva por título: LA VIDA DESHILACHADA; doscientas cuarenta y seis páginas a través de las cuales, mi cronista favorito Francisco Mouat revive cien memorables columnas publicadas entre los años 2005 a 2008. “TODO LO QUE HEMOS OLVIDADO GRITA EN NUESTROS SUEÑOS PIDIENDO AYUDA”. Así emprende el vuelo esta remembranza de historias varias, de experiencias reales, de vida contada y bien narrada, mucho mejor trabajada que en la ideación del personaje armado, justamente –creo yo– por la cordura, por la coherencia, por la sensatez que implica expresar lo visto, lo buscado, lo escarbado por entre las cenizas hasta recuperar la pizca de calor que explique tales proezas o barbaries humanas. Lo que ve Francisco me conmueve y su forma de decirlo, me alienta a explorar la realidad por dura que esta sea.

En la columna que da nombre al libro recientemente lanzado, Mouat habla del espionaje postmortem (en sus palabras) que se daría en la situación de que un muerto, asistiese a verificar cómo es que se comportan aquellos que le sobrevivieron. En esta ficción, contenido de NOVELA que el cronista señala NO ESCRIBIRA, estriba un potente sino; por muchas epifanías, vueltas de tuerca y trances desde el más allá hacia el más acá, el hecho natural es que cuando te mueres, bien muerto estás. Nada de lo que hagas podrá revertir lo ejecutado... las ofensas, los malos entendidos, las palabras filosas en medio del corazón, los tormentos chinos varios y también los momentos memorables, las sólidas bases en algunas amistades, el inconfundible aprecio de quienes te quieren entrañablemente. En esa ficción que nunca será novela, bien podría decirse que al final de cuentas, la motivación última del muerto averiguando, no habría sido otra que venir a comprobar cuanto le habían querido, cuanto le habían amado u odiado, de qué sirvió su estancia en la tierra y cuanto demoraron sus seres queridos en olvidarlo... Una de tantas frases recordables apuntó Pancho en dicha columna: “El único activo al que podemos echarle mano mientras ocupamos nuestro metro cuadrado, es al presente”.

Descubrí hace algún tiempo que me gusta la columna porque abre una puerta a la vida, aunque sepa de antemano que estamos sentenciados a la muerte. Escribirla, alivia mi carga, evita el olvido y mantiene firme la esperanza de que tarde o temprano, habrá respuestas, llamados, sonrisas, cartas o correos, reivindicaciones, exhortaciones varias, réplicas y duplicas, explicaciones, perdones, espacios para reconciliar e incorporar... entre muchas otras expresiones; demostraciones de que aún cuando las prioridades hayan cambiado la convergencia del “alguna vez”, cobre significado.

Lamentablemente mi amigo EDUARDO HERNANDEZ falleció sin que yo haya podido asistirlo, extenderle mi mano o pedirle perdón. Es otro muerto al que no puedo traer de vuelta para decirle cuanto lamento haberlo abandonado. Me gustaría imaginar que Eduardo es el protagonista de la historia que Mouat se resiste a escribir y que se devuelve a este mundo a veces traicionero para saber si yo, al menos, cargo un poco con mi conciencia. De seguro me diría: ¡Ángela! ¿De qué me estás hablando? Yo ya lo había olvidado. No sé en que momento mi prioridad de ser una amiga digna cambió a la de ser una voraz inconformista capaz de arrasar con todo. Pero sí sé que el hecho de constatarlo me permite rebelarme fuertemente ante esa perpetuidad vaticinada por la columnista Weinstein, declinando ante la eterna batalla de averiguarlo todo, de encontrarlo todo, de rastrearlo todo. Quizá por eso me haya mejorado, porque mi columna es mi metro cuadrado al cual me aferro en este activo sólido que es el presente y de lo cual infiero, Pancho inconscientemente alude a no apegarse, al desprenderse, al vivir la vida minuto a minuto sin averiguarlo todo porque capaz y pierda el sentido, yo creo que se refiere un poco a deslizarse. Pero ahí me paro yo. ¡Nunca tanto! Si por mucho que le insista, las pregunta de todas formas las iré planteando. Ah, quizá, no con la soberbia de pretender entenderlo todo simplemente porque así me lo había propuesto.

Mi amiga y colega María Paz me prestó un libro de esos que te sorprenden gratamente y del cual rescato lo que sigue: Donde hay amor no hay deseos. Y por eso no existe ningún miedo. Si amas de verdad a tu amigo, tendrías que poder decirle sinceramente: “Así, sin los cristales de los deseos, te veo como eres, y no como desearía que fueses, y así te quiero ya, sin miedo a que te escapes, a que me faltes, a que no me quieras”… Eduardo, si te tienta la idea de librar un espionaje postmortem, asume desde ya que muchos de nosotros no hablamos de ti, de la forma cómo te fuiste y de los porqués de tu querer morir… asume también que la vida no dejó de ser dura, inestable, cíclica y endemoniadamente compleja; yo creo que algunos dolores se han ido incrementando. Yo sé que tal vez, todo lo que puedas oír, contemplar y hasta escuchar, te dejé impactado, boquiabierto (te gustaría mucho participar de los sendos round que se dan entre bloguistas), hasta tiritón, pero así están las cosas. Con todo, y apartándose de lo medular que entraña una deformación pocas veces explicable, cuenta con que también que algunas cosas buenas acontecieron en tu ausencia; Erika fue mamá, se involucró en el Poder Judicial y se plantó en el sur como siempre lo soñó; Fernando bajó de peso, se casó y casi siempre lo veo apurado, pero sonriendo; tu amiga famosilla sigue haciendo teatro y una que otra teleserie; las calles de Santiago están mejor pavimentadas y tenemos TRANSANTIAGO; de cuando en cuando oigo especiales de Mark Knopfler en la futuro y Antonio Skarmeta sigue vivito y coleando y tan casquivano como siempre. En cuanto a mí, ahora camino lento, mirando a la gente de frente, observando y entendiendo; a veces me siento sola en algún sitio al aire libre pues me mudé a los alrededores de un magnífico parque por el cual transito a diario. Y sin embargo, tengo que admitir que nada se mantuvo intacto.

Es muy cierto aquello que aún con pérdidas, ausencias, con lo no explicado, lo que cambió sin que tuviésemos el tiempo necesario para adaptarnos, aún con todo eso, igual avanzamos. Y si ronda la tristeza porque nos acordamos de lo olvidado, entonces, todas esas veces, por lo menos yo te vuelvo a ver en mis recuerdos, así como a todos los otros olvidados, postergados o dejados atrás que observó habitando en mi corazón; formato subliminal en donde nunca acabo de extrañar a quienes tanto me han entregado. ¿Quién quiere ser millonario? 


Comentarios