NARRACIONES CORTAS. La Taska Discotheque. D.D.OLMEDO. Martes 4 de Abril/2017.

NARRACIONES CORTAS. La Taska Discotheque.
D.D.OLMEDO.
Martes 4 de Abril/2017.

¿Podrían imaginarse que yo era seca para el dancing? Una de las cosas que más amaba en la vida, fue bailar. Sí, así tal cual. Aprendí a bailar rock and roll muy chica, porque vi a mi vieja hacerlo, a mis abuelos y a mis tíos. En esos tiempos se bailaba casi por cualquier razón, no esperábamos una celebración para hacerlo y en cierta forma hasta se volvió terapéutico.
Al decir bailar, no sólo me estoy refiriendo al meneo del cuerpo como consecuencia de estar oyendo un temita que nos causa gracia; me refiero a bailar con todo: la cabeza, las extremidades y obviamente el corazón. Mi lugar favorito en el mundo fue la Taska, una pequeña discoteca que funcionó en el Llano Subercaseaux durante la última parte de la década de los 80’. La gracia de este sitio creo que fue una combinación precisa de ubicación, infraestructura, música y ambiente… casona antigua refaccionada, dos pisos, terrazas, patio y recovecos inolvidables. Realmente, inolvidables.
El día que conocí a Jorge Henríquez (quien con el tiempo se convirtiera en amigo y luego pololo), yo estrenaba una polera Fiourucci blanca de cuello polo con un inmenso beso al centro, una enorme boca roja y fruncida que parecía semáforo en medio del torso. Llevaba además, minifalda de mezclilla (que realmente adoraba), realzaba el trasero y las piernas, rematando con un par de zapatillas blancas que resultaban como cábala, bajitas y la mar de cómodas, ideales para extensas jornadas de baile. ¿De qué hablo cuando hablo de bailar? De que realmente bailaba con el ser y que lo hacía para diluir las tristezas en el ruedo de la coreografía… Y arrancó la noche con Lime: “How can there be no love… no feeling of passion too, the way we were dancing love… how could it be I’m through…” A mí jamás me importó ir al centro de la pista completamente sola. Lo hacía a propósito, quizás apariencia del huérfano que se coloca debajo del neón para que le rescaten de una vitrina. Tengo esa sensación magnífica de total abandono de las reglas, de ser zafada a morir, de saltar, de moverme sin prejuicio, con todo tipo de desafío y cero decoro o pudor… yo, la desatada. Ja… Y de repente lo vi. Él nunca supo que lo había visto mucho antes, tiempo antes que se decidiese a hacerse el chistoso en la fila… “We were unexpected lovers, not just ordinary lovers, sharing unexpected lover… my true love…”
Como ese ciento de cosas estúpidas a las que uno echa mano, recurre o qué se yo, por el sólo hecho de ser adolescente, me hacía la linda, como su fuera un personaje de serial ochentera, con mañas y performances tipo Fallon Carringtons, quisquillosa, presumida, arrogante, agrandada y petulante. Por Dios, juro que era mega desagradable; claro que continúo siéndolo en muchos aspectos, pero no el trato con la gente. Creo. Pero Jorge aguantó la caballería. Doy fe que resistió estoicamente las payasadas en las que yo caía.
Me contó que había estudiado en Valparaíso, en la Universidad Federico Santa María. Ingeniería eléctrica, ─ Especificó. Y como solía ser terriblemente “sensible” de casco, me sonó a menosprecio y más pesada me puse. Pero el rollo era mío no de él. Poco tiempo antes de conocerlo me había fugado de casa (en realidad, de un departamento en un primer piso) y por consiguiente, no había terminado la secundaria, en esos años había que pasar por el ritual Pepito TV: escoger la puerta C o por la puerta E. No se podía obtener el gusto en todo. Y yo elegí comer.
En todo caso, la equivocada era yo. Jorge fue y es un tipo extremadamente sencillo, bueno de adentro como se dice, caballero pero con un pequeño gran detalle: Venía con manual de instrucciones. Y yo, obviamente, sólo estaba interesada en escapar, en no ver, en pasarme todos los fines de semana huyendo de la parte de atrás y él, él era de los que intentaba salvar a todo el mundo. El tema es que a veces, la gente no está interesada en que la salven de nada. Como el mundo tubifex del que habla Murakami, en el que puedes estar eternamente discutiendo por lo que el otro entiende y tú no. Y así, pasarte la vida entera.
Me miraba mientras yo bailaba como loca una canción de Lime, luego otra de Silvester, y sabía que me veía sin ninguna malicia. Por raro que suene, los hombres de aquél entonces se calentaban con otras cosas, no con una minifalda. Y este tipo, fue bien diferente. Su sonrisa era como la sonrisa de un niño chico que ha descubierto un nuevo álbum de láminas y a mí me encantaba ser el sobre, de los que traen la lámina acertada. No sé por qué lo hice sufrir tanto si me gustaba caleta. Se reía conmigo, me ponía caras y yo me hacía la guevona. Pero no era un show; al final del día terminaba dándome cuenta de que esa actitud no lograba esquivarla, se me plantaba en la mente y resultaba así aunque mi corazón dijera una cosa distinta… Me fui a sentar a una hilera de sillas que estaban a un costado de la pista del segundo piso. El debió haber estado a unas tres o cuatro más allá, apenas me senté se volteó a mirarme y yo le lancé una pachotada con los ojos. Volvió a reírse, pero esta vez lo hizo en modo burlesco. Nunca tan gil. Supongo que pensó. Apoyé mis palmas en la silla con tapiz de chenil, como que picaba y me puse a mecer las piernas y los pies (claro signo de ansiedad femenina), pero pudo ser también que sonaba un tema de G.I.T. Me hizo un gesto técnico con la cabeza, ese meno clásico de: ¡Oye! ¿Bailamos? Pero sin decir una sola palabra. Asentí.
Primero fue la mitad de “La calle es su lugar” (También conocida como: Ana, Juana y no sé qué más), luego fue “Aire de todos” y después “Tarado de cumpleaños”. Siempre anclaban estos temas de G.I.T. y a mí me gustaban bastante. Ahora que lo pienso bien, casi nunca entendías demasiado lo que el otro te hablaba en medio del dancing… y uno bien ridícula se reía de puras tonteras, daba igual lo que el otro estuviera preguntándote. Me imagino que al de enfrente pudo pasarle lo mismo. Lo que si le entendí perfecto fue el nombre, recuerdo que pensé: NO CONOZCO A NINGÚN OTRO JORGE. Este es el primer Jorge que conozco en mi vida. Bueno, yo siempre pensaba cosas como esas, y las iba anexando a mi diario de vida mental. Calculé entonces, qué probabilidades tenía de conocer a Jorges como ese: ingeniero, habiloso, simpático, más grande, despejada su frente, linda su apariencia. Pero no sé por qué –lo juro– nunca pude tratarlo con justicia. Me contó que andaba con dos amigos, un tal Rodrigo y otro que respondía a la seña de Marcelo. Cuando los apuntó con el dedo, aquel figuraba con su espalda echada hacia atrás encima de la barra, con cara de póker y éste, se paseaba entremedio de dos parejas que lo miraban como si estuvieran esquivando a un depravado. Esos eran sus yuntas de carrete y a mí se me imagino que amigos de la vida también, desde siempre y hasta la infinitud. Pero eso no llegó a suceder.
Después de let the music play, o sea, tras unas 15 canciones de corrido, nos entró la sed. Yo no bebía alcohol, era menor de edad (Pero nadie lo sabía), así que me hacía la lady y sólo tomaba fanta o sprite, dependiendo de cuan helada estuviera. Jorge se pidió un ron con coca cola al que la barwoman echó una rodaja de limón sin preguntar siquiera. Siempre fue gentil Jorge, educado a morir, así que la sacó sólo al salir del sector del bar, así de correcto era, digamos que al extremo en que se reconoce a un ñoño (de renegado ni hablar y ese era justamente mi problema). Jorge nunca habría matado una sola mosca, no le interesaba molestar a nadie. Por esos tiempos, testaruda a decir basta, yacía empantanada en esa cosa del denominador común del que ya les he hablado algunas veces y que afortunadamente ha desaparecido en el presente: Los que me llamaban la atención eran los tipos recontra malos. Por eso fue que no pude enamorarme de él. Pero muchos años después, las cosas serían completamente diferentes.
En medio de la conversa, lo escrutaba sin decirle ni media palabra, era un tipo de un metro 77 o casi 80 (No lo sé muy bien pues creo que tras los 50, puede se haya encogido un resto), delgado, de vestir simple (jeans, polera y zapatillas) y sobrio. Su melena rebelde se le venía encima de la frente y casi automáticamente, repetía con obsesión la forma de reponerlo al sitio en que originalmente estaba. Había un tema ahí con eso de la apariencia. No nos dimos cuenta de cómo se fue la hora. Al reparar en ello creo que debió ser mucho más tarde de las 4 o quizás las 5. A esa altura de la noche, Marcelo y Rodrigo se habían anexado a la charla. También las chicas con las que carreteaba esa noche (No me puedo acordar de quiénes eran). Fue un día para la historia, la pasamos genial, lo que más hice fue hacerme la linda, y bailar. Lo principal.
Afuera de la disco en La Gran Avenida, Jorge se ofreció a llevarme (las “amigas”, se desaparecieron). Le dije que dadas las circunstancias se lo agradecería un montón… Me quedé dormida en el asiento del copiloto. No sé en qué parte del trayecto a mi casa en la calle Sotomayor él me puso el cinturón de seguridad. Cuando desperté, ya habíamos llegado y apenas me movió para que pudiera recobrar el sentido. Al mirarlo, estaba sonriendo, sonriendo como él solía hacerlo, una sonrisa que me producía bienestar y que sin embargo, no supe atesorar… Después de veintitantos años, todavía sigo preguntándomelo…
Las jornadas de baile en la vieja discoteca de Gran Avenida continuaron sucediéndose una detrás de la otra. Sólo en algunas oportunidades, alteramos la rutina para meternos en un Gimnasio que funcionaba a escasos pasos de donde estuvo la Taska. Lo hicimos movidos por la música, las fiestas comerciales en esa época eran lo máximo, la forma en cómo se mezclaba la música no creo sea superada por ningún dj que se precie de tal… yo sentía que uno se iba por un túnel, que la música y lo que hacías con ella en el ambiente, te convertía en alguien cien por ciento libre, era como desligarse de todo, como si estuvieras flotando y toda la buena onda te hinchara el pecho. Una sensación francamente espectacular.
Me seguí encontrando con él. Las primeras veces “supuestamente”, la casualidad nos arrastraba hacia el mismo lugar dentro de San Miguel. Pero a la larga, ambos sabíamos que ese se había vuelto nuestro punto de encuentro. Yo comencé a buscarlo entremedio de la gente, me angustiaba al borde de las 23:00 horas y volvía en mí al verlo aparecer. No hablábamos demasiado, bailábamos mucho. Sobre todo, bailábamos… No sé en qué parte del camino se me ocurrió que no sería tan mala idea responderle un beso (a pesar de sentir que no podía corresponderle a la altura). Pero a veces uno hace cosas como esas, cuestiones que alteran el curso de las cosas, el lugar que estás llamado a ocupar en el corazón de las personas. Y lo haces porque no sabes qué estás haciendo realmente, la vida según tú está iniciando y tú en medio de toda esa ola… No creo que exista una sola persona, durante su adlescencia que estime y diga: Lo haré sufrir hasta que dé puntada!!! No creo que las cosas funcionen así cuando tienes tan pocos años. Prefiero creer que no sabes nada, que incluso avanzas y tampoco añades demasiado, que el tiempo pasa y conforme te mandas cagadas, entonces comprendes y tratas de no herir a nadie más.
Pasó mucho tiempo antes que él me perdonara que lo dejase por otro (otro al que a su vez, también dejé por un “x”). De hecho, sigo creyendo que nunca pudo hacerlo, pese a que lo intentó. Pero la vida es muy muy muy rara. Los años pasaron y él se casó. Sé de buena fuente que estuvo realmente enamorado y yo, yo tuve que aprender a palo que las facturas se pagan en esta vida, en la tierra que pisas. En los desfases del tiempo, lo busqué sin respuesta; me buscó sin retorno, lo busqué sin respuesta y me buscó sin suerte… Creo que era como la historia de nunca jamás. Finalmente, en una parte de nuestras vidas logramos hallarnos, nos encontramos cuando nadie creería que eso podría ocurrir. No sé si les habrá pasado que entraron al cine con cero expectativa y de repente: CHAN!!!! La media ni qué peliculita… Algo así me sucedió.
Después de muchos años, me encontré a un hombre que no se parecía en nada al muchacho caballero, dulce y querendón que solía ver en él. El Jorge del 2016 fue un hombre hecho y derecho que no estaba ni ahí con seguir siendo el tipo al que alguna vez habían rechazado. Entre sumas y restas, comprendí que en la vida todas las cuestiones que nos pasan acaban convirtiéndose en piezas de puzzle, rompecabezas que tácticamente se define en un tiempo alterno que no puedes manejar… Yo me enamoré. Me enamoré como te enamoras a los quince, como no ocurrió aquella vez del pasado en que él sí lo hizo de mí y yo no pude corresponderlo.
La pasé francamente mal (en la fase del desamor). Y la pasé mal porque a esas alturas del armado de puzzle, yo estaba convencida de que las cosas caían por su propio peso. Pero me equivoqué, erré como ha sido la tónica en el amor durante gran parte de mi vida. Un día, se sentó al borde de la cama y me dijo que no sentía lo mismo que yo, que al parecer yo iba a una velocidad a la cual él no podía corresponder porque aún no solucionaba cuestiones pasadas… Me explicó en muy buenas palabras qué quería y qué no y en ese no, yo obviamente no tenía descendencia. Fue un momento terrible, porque mientras él hablaba, yo recordaba que ese hombre enfrente de mi era la única pieza clave y feliz de mi vida pasada, el único tipo verdadero, él único que nunca mintió y el que siempre cuidó de mí. Ahí estaba mi amigo, mi cariño, mi magia de la juventud haciéndose mierda. Pero por terrible que suene ahora, fue justicia cósmica. Fue esa cosa de control de daños, de balanza equilibrada. ¿Qué puedes decirle a alguien que ocupa las mismas palabras que tú cuando lo abandonaste? Nada. No se puede decir nada.
Cuando él se fue de mi casa, no pude evitar acordarme de ese montón de veces en que fuimos a bailar, noches en que yo cerraba los ojos y no pensaba en nada, no temía ni caerme ni chocar con otro cuerpo porque sabía que él estaba cerca, enfrente, al lado o más que cerca. Me acordé de ese montón de veces en que oímos música en su auto, desplazándose fuerte con la radio a todo volumen, con Lime, con Silvester, con The outfield, con Hall&Oates, con esas eternas jornadas de rock latino y yo creyendo que él siempre estaría en mi vida, de cualquier forma o en cualquier modo.
Mientras escribo esta narración, escucho ese viejo tema de lime, unexpected lovers, y como soy la mar de obsesiva, llevo reponiendo la cinta unas cuantas veces ya. Se me ha cruzado un recuerdo sobre el particular; un roce diferente… un sabor de boca distinto, un cuerpo junto a mí con más años, con más peso y residualidad… y recuerdo haber sentido una infinita alegría. Ahora, mientras lloro, me doy cuenta que nadie sabe para quién trabaja, y que el amor es una bestia disfrazada que te devora, te engulle y luego te eructa. Lo que ocurre de ahí y en más es una cuestión tragicómica: No tienes rabia, no te da para eso. No tienes pena, tampoco puedes darte ese lujo si la cagaste sostenidamente. Yo creo que lo que a uno le sucede después es restablecer el circuito de recuerdos, entender cómo fue que realmente ocurrieron todas las cosas, ser agradecido, darse la oportunidad de perdonarse y disculparse. Dejar que la belleza de los momentos nobles se quede en eso. Y que uno, aprenda a salir de ahí.

Comentarios

  1. yo iba a esa disco y si era excelente el ambiente y todo,me gustaba a veces cuando estaba aburrido,ir a ver una pelicula al patio,donde estaba la escalera para el segundo piso o ir con alguna chica a pinchar en los sofas del tercer piso,por que que yo recuerdo habia otra escalera en el 2° para ir a sentarse en el tercero,la dueña era una rubia no me acuerdo muy bien de ella...creo que en alguna billetera,aun tengo mi tarjeta de socio.

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  2. Ohhhhh. Hace mucho que no entraba a mi blog. No recordaba lo del tercer piso. Y si, la dueña era una rubia platinada super estilosa. Saludos.

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