COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “Ruta Valdiviana” AUTOR: D. D. Olmedo. FECHA: Mayo 16/Año 2008.-

COLUMNA:               Por fin es viernes.
HOY:                          “Ruta Valdiviana”
AUTOR:                     D. D. Olmedo.
FECHA:                     Mayo 16/Año 2008.-

Quinta Columna desde el inicio...
En mi búsqueda constante de ideas nuevas, pensamientos frescos y explicaciones simples (acercarlas de manera efectiva desde la perspectiva del sentido común), me topé con un artículo de fragancia exquisita. Al parecer quien suscribe es psicóloga (no me queda claro). Pilar Varela propone hablar de “la tristeza” a calzón quitao e insisto, lo hace de manera precisa (aunque la entrelínea que me llega, es muy sutil); tanto así que imagino platicar con ella en el living de su casa (que bien podría ser el diván de su consulta).
Arrancan sus líneas con un análisis sincrético de la voz TRISTEZA, sus sinónimos y como éstos, se utilizan de manera indiscriminada y aún, sin diferenciamientos epistemológicos; algo así como caer en la vorágine lingüística de los gringos (norteamericanos) quienes con una facilidad escandalosa analogan con excesivo reductivismo cuestiones que, por lo general, merecen significaciones particulares. Así, la letra de Pilar convoca al adjetivo calificativo “demasiado” para referirnos que un buen número de objetos, circunstancias, hechos y meras situaciones no pueden quedar diagramados del mismo modo... “Puede ser una noticia triste, una mirada, una casa... hasta cuatro patatas en un plato. Se puede ser o estar triste, se puede provocar o sufrir tristeza. Así es la emoción menos placentera, la que genera desaliento, desamparo, insignificancia y melancolía: el sentimiento más inútil. Sí, el más inútil, porque mientras el miedo carga de energía al organismo para luchar o huir y la ira lo hace para responder con agresión, la tristeza hace creer que no hay nada que hacer, que nadie es culpable. La persona triste sólo puede rendirse al sufrimiento...”
¿Y quién no ha sabido de tristeza? ¿Quién no la ha transfigurado a su antojo a causa de un estado, de un pensamiento, de una circunstancia? ¿Quién no la ha verbalizado, redactado o imaginado de manera frecuente y precipitada o espontanea, sin control en sus acciones? Motor de poetas, estado de clarividencia en seres sensibles, fuente de inspiración en la prosa extraviada, inflexión en la soberbia, recogimiento en personas estructuradas... un desfiladero borrascoso en almas apasionadas. Muy cierto es, entonces, su línea acertada –agregando una circunstancia por mi parte, eso sí–: Como nos resulta tan familiar esto de la tristeza en nuestros tiempos. Si no ha permeado aún nuestro corazón, existe la latencia que escurra por nuestros poros sin que podamos impedirlo, pues así como llega, ha estado, se va, o deambula como un cáncer voraz, la asumimos como uno de tantos costos dentro de los bordes en la cotidianeidad adulta, en la contingencia del deber ser. Y en todo ese sentido, aún con su potencia ocurre que es justamente como la redactora advierte; pese a su estela de oscuridad posee la virtud (metafóricamente hablando) de que al menos, incluso antes que ella aparezca, sabemos de sus consecuencias. Sobre el particular y sólo a consecuencia de mi estudio sobre el Budismo chamánico, voy entendiendo el sentido de tal aseveración y además, del hecho singular que, a partir de su surgimiento y asentamiento en nosotros, el silencio la coloca en movimiento a un punto tal que logra la “transformación” y una repentina salida del eje matriz al que estamos tan acostumbramos y de ahí, un trayecto único hacia una frontera que escasas veces soñamos con atravesar: EL DESPRENDIMIENTO.
Quizá por eso considere notable aquella cita de Flaubert (“Cuidado con la tristeza, es un vicio”), pues su contenido traspasa el embrutecimiento de creer que no merece acentuarla en los tramos que corresponde. Con prescindencia del silbido poeta, ante el cual, por cierto, pudiese quitarme el sombrero y desalojar estas líneas escuálidas de sentido por la exultante belleza de infinitas metáforas y analogías silvestres regaladas, las restantes cuestiones antes dichas, deben, necesariamente procurar un diferenciamiento. No es cualquier talla, sino “la talla”. Y hay que esforzarse por dar en ella. Así; quedarse en el límite de la lamentación rastrera, fútil y hasta gastada de tanto manoseo inescrupuloso, es sucumbir ante la fealdad en ciernes de este mundo desagradecido.
A este respecto, caminaba el otro día noche por Pedro de Valdivia Sur, creo, sin exagerar, que hacía años no experimentaba tal cuota de energía avenida a mí por cuestiones tan básicas como conversar. Mi compañero de tal oportunidad era un perfecto extraño, técnicamente, un desconocido y quizá, precisamente esa condición posibilitó que nuestra charla fuese tan abstracta y al mismo tiempo, tan verdadera. Mi ahora, potencial amigo y menos desconocido, venía con una buena mochila encima; no se quejó demasiado del peso, pero era bastante evidente con tan sólo mirarlo. Y aunque hubiese sido muy fácil vegetar en la dinámica fatalista con el mero dejar pasar del tiempo, me pareció injusto tratándose de alguien que, aparentemente, tiene todo para ser dichoso y algo básico le impide verlo. Este condenado apego a cuestiones equivocadas que nos trastorna tanto la vida.
En su columna del recién pasado sábado, Patricia May escribió lo que me permito citar: “EL PROBLEMA ESTA DENTRO DE NOSOTROS; NOSOTROS MISMOS LO HEMOS INCUBADO, ALIMENTADO Y ENGROSADO, LLEGANDO A POSEERNOS DE TAL MANERA QUE, INCLUSO, CREEMO, VIVIMOS Y PENSAMOS QUE ESO ES LO QUE SOMOS: ESE ESTADO DE INQUIETUD, ANSIEDAD, DE PENSAMIENTOS NEGATIVOS, DE ESTAR AQUÍ PENSANDO EN AYER O EN MAÑANA, DE ESTAR SOBREDIMIENSIONANDO MAS AUN NUESTROS DEBERES AL DARLE VUELTA Y VUELTA EN NUESTRAS MENTES A TODO LO QUE TENEMOS QUE HACER, DE OBSESIONARNOS CON ALGO Y NO PODER SOLTARLO, DE ESTAR DESEANDO ESTAR DONDE NO ESTAMOS, TENER LO QUE NO TENEMOS, SER LO QUE NO SOMOS”.
Mi interlocutor de una noche especialmente fresca, dejó de ver –creo yo- lo esencialmente importante, movido, compelido y hasta desgastado, por la tristeza progresiva que ha ido acumulando dentro de su corazón, probablemente no quiera verlo de ese modo y tal vez, se ancle al pensamiento vago de que, su medio motor obedece a un mero cansancio o bien, resignación ante cuestiones que no puede reversar (erradamente, por cierto). La eterna negatividad que a diario nos consume. La tristeza es la emoción negativa por excelencia y si además, se mezcla en una coctelera con desgano, resignación, ofuscación, terquedad, falta de pasión y, abulia, probablemente aquella se transforme en una bomba de tiempo y que, tarde o temprano arrase con todo a su alrededor. ¿Porqué esperar a que ello suceda?
Pareciera ser que es fácil hablar de tristeza hoy en día, equivocar su significado, manipularla y llegar a un punto en que ha perdido su real contenido, pero a la postre, es una emoción, la misma experimentada por cada ser humano (por distinto que sea) al sobrevenir la falta de esperanza, al dejarnos contaminar por cuestiones absurdas, por aquilatar tesoros equivocados, por insistir en seguir un lado de la berma en consecuencia que podríamos tomarnos todo el asfalto.
Sé que es imposible obtener todas las respuestas y hasta hace un tiempo, me era imposible no padecer un intenso dolor por ello; no sé cuando ni cómo me sucedió, pero pasó, se puede redireccionar el camino y botar la carga innecesaria de esa mochila. Mi estado no obedece al amor físico, ni al sujetamiento obsesivo a algo o alguien (pues logré soltarlo con todo el dolor que ello significa). Humildemente pienso que se debe simplemente al recapitular, al ver todo lo bueno que sí existía a mí alrededor, a todas las cosas brindadas, a las posibilidades ya las potencialidades que nunca se agotan, a entender que en el plano de los afectos nada es definitivo pues si los sentimientos son verdaderos no hay nada que no pueda reedificarse. Quizá le diría al espontaneo compañero de ruta valdiviana que se dejara llevar, que volviese a mirar la profundidad de su amada con el rabillo del ojo, que se aquietara en un abrazo profundo (y por Dios que hacen bien estos abrazos), que se perdiese en el no hacer y en el simplemente estar y que lo goce, que lo disfrute como si fuese el último día. Qué mejor que hacerlo hoy, justo hoy cuando ¡Por fin es viernes!



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