COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: Un catastro de lo extinto. D.D.Olmedo.
En el año 2000, Rachel Portman musicalizó una entretenida y recomendable película: “De profesión solteros”. Trataba sobre unos irlandeses pasados para la punta, criollamente especiales, decididos a colocar un anuncio capaz de atraer solteras norteamericanas aptas para el matrimonio… Tras una serie de equivocaciones y ridiculeces varias, al final aparece el contenido ultra usado pero infalible; la búsqueda del amor perpetuado dentro de la jurisdicción y los sentimientos verdaderos concretándose con sepia del mismo suelo. Nótese que esta cinta proviene del productor de la mítica Full Monty, así que vale la pena darle un vistazo. Me acordé de este film al toparme por casualidad con su soundtrack, algo en lo que, seguramente, reparé en su oportunidad pero que, como ha ocurrido con tantas otras cosas, olvidé después de tantos años.
En una sola palabra, su música es FINA. Y al volver sobre la base de su incidentalismo, me conmueve hasta el punto de evocar visiones pasadas que remecen aconteceres de ese tiempo. Aparte de cerrar los ojos y contemplar los paisajes descomunales de Irlanda, aparte y además se vienen antiguas ilusiones ópticas de ese fluir de otra época que ya no está más… de todas las cosas extraviadas, de lo que se esfumó, de lo abandonado, de lo que te expulsó o, simplemente, de lo que se extinguió al llegar su hora final…
Hace algunas semanas vi la entrevista que Mr. Warnken realizó al escritor Oscar Bustamante en el canal 7 y dos cosas llamaron mi atención. Al tenor del corte literario profesado por el entrevistado, fue su inmejorable frase par el bronce: UN CATASTRO DE LO EXTINTO… Esto respondió tras la aseveración del entrevistador en el sentido que su prosa, recogía personajes que daban cuenta de costumbres en desuso, arquetipos de personalidades que fueron parte de este Chile empobrecido en identidad y trastornado en moldes copiados de mala manera y pésimos resultados. Lo otro que llamó mi atención; descubrir que además de escritor es arquitecto y que siempre ha preferido aquello antes que esto. ¿Dónde habré escuchado esto?
Si yo tuviese que componer un catastro de lo extinto, inmediatamente recurriría a lo relacional, a la forma de involucrarse entre las personas, a los lazos, a las formulas pasadas, a las cicatrices que dejó una manera de desertar de cualidades importantes y sobre todo, a los pasajes notables de la historia en donde a pesar de todas las infames circunstancias, divertirse importaba apenas una pestañada.
Configurar una lista de lo extraviado iniciaría de seguro en la forma de crecer y de lo esperado en el trayecto. Otrora, la calma lo era todo, la plenitud de los domingos eternos, la sobremesa, la mesa del pellejo… las comilonas de tres platos y el respeto reverencial hacia los adultos y más ancianos para quedarte largas horas sentado a la mesa, sin aburrimiento, sin rezongos, sin berrinches rupturistas… todos los tiempos aletargados incorporaban un algo para entender, aprender y desmitificar a partir de lo básico, de lo latente en la conversación, de los ademanes inconfundibles e inolvidables de los abuelos y de toda la parentela inmortalizada en el recuadro de los recuerdos…
Emprender una tarea como esta, importaría la evaluación sobre todas aquellas cuestiones que antes fueron importantes. Quizá los horarios, la censura al tenor de la moderación y el respeto, las advertencias, la organización (que más bien significa, orden), la tranquilidad que provee la unión, la fortaleza a consecuencia de la veracidad, la concreción a base de los esfuerzos reales, ese del sudor en la frente… Tal vez, debería pasearme por la avenida de los lamentos y entender qué cosas llevaron a Chile a la distorsión, a las violaciones, a la falta de cordura y equilibrio… No podría, tampoco, alejarme de los índices económicos y asimismo, imposible sería dejar de evaluar las tendencias mundiales que tarde o temprano nos arrastrarías hacia el fango…
Al elaborar este catastro, partiría buscando todas esas peculiaridades prioritarias como ir de compras al almacén de la esquina y encontrarme con los saludos de todos mis vecinos de la cuadra, comprar las golosinas más baratas, el cubo de hielo con sabor de tres tandas, los chicles dos en uno, el miti miti, el infaltable super8 y quien sabe, hasta encontrarme con una que otra reliquia emocional imposible de ubicar en las góndolas mejor provistas de los mega mercados…
Ubicaría la cordialidad, la paciencia, incluso la tosquedad del campesino, las obviedades más particulares tales como la decencia, la honestidad y el compromiso basado en el honor de empeñar la palabra… pues en todo ello hay certeza y generosidad que no enriquece los bolsillos, pero si embellece el brillo con que se aprecia la cotidianeidad. Apostaría por recoger los ritos, las tradiciones, los emblemas y las significancias valóricas de las añoranzas personales o aisladas; dejaría atrás el peso de una mal entendida democracia y obviaría el tonelaje de la mayoría para recordar la esencia de las minorías… ilustraría un decálogo con respecto a la importancia de la tierra, el valor de lo que reditúa, el culto al trueque, la sensibilidad del olor a barro, a pasto mojado, a vereda recién regada… Colocaría de encabezado el sentido supremo de ser mínimo, austero y cooperador…
Hacer de todo para obtener lo que se encuentra fuera de nuestras fronteras geográficas no es tema prioritario exclusivo de una cinta inglesa. Con el correr de los años, la fenomenología de extrapolación de contenidos y formatos es pan de cada día; pan de supermercado, no de almacén de esquina. El problema es que a nadie se le ha ocurrido instruir a la comunidad con un magíster de etnocentrismo, herramienta a través de la cual acabarían dándose cuenta que ello, ciertamente es imposible de realizar.
¿Cuántos machos cabríos habrán soñado con hacerse de novia extranjera, basados en el viejo mito de que las gringas los prefieren oscuritos? Bastantes creo yo. Recuerden los no despreciables casos de chilenitos costeando importe ruso. Pero no sólo nos acostumbramos a buscar características estrafalarias ausentes en nuestro país, fuera de éste; nos empeñamos en idear un modelo basado en arquetipos foráneos porque así impera por tendencia, por corriente, por moda internacional. Y así fue como arribaron las pechugas 240, 280 y 30…. cc… las costillas de menos, las narices alzadas, los rebajes de centímetros de lugares que jamás habría imaginado, el ristaling, el bótox… la sensualidad artificial concretada sólo por los que poseen más y que pueden despilfarrarlo en payasadas varias.
Si yo escribiese mi catastro, anotaría cuestiones insulsas que a nadie importan, sólo a mí. No olvidaría, por cierto, escribir sobre la galantería, sobre los cuidados íntimos, sobre las cercanías, sobre todo aquello que implique devoción equilibrada en la persona amada… navegaría por el plano de las intensiones, de los buenos deseos, de la proyección, del desafío necesario que implica incluir a otro, con pausa, con tino, con confianza en el mañana… redactaría coordenadas para no perder el norte, incluiría un listado extenso de lecturas obligadas, sanearía los costes con estampillas gratuitas y pensaría seriamente en trasladarme a La Serena… un lugar paradisiaco en donde el silencio es aliado de Morfeo y somnífero para los estresados…
Cuando Oscar Bustamante, autor de “El jugador de Rugby” hiló dicha frase, se estaba refiriendo más bien a todas esas cuestiones rupestres que ya casi no se advierten en la vela urbana, que los menores de 8 o 9, simplemente desconocen o ni siquiera esfuerzan en imaginar, creo yo, se refería a todo lo importante para la idiosincrasia que desaparece sin asombro, sin regaño, sin una fuerza contenedora que retarde el proceso. Y ahí, sus personajes de antología, basados en supuestos reales y existentes y ocupantes de tierras chilenas. Para mí, en el oficio de ser soltera, implica recordar aquellas cosas con las que crecí y ya no existen y que duele, y que se echa tanto de menos…
No estoy en contra del progreso; ni vieja gruñona, ni huraña maletera ni loca cascarrabias… no soy nada de eso, sólo extraño la parsimonia, la conquista amorosienta sin fines predeterminados, la delicadeza de vivir lento, sin prisas, sin la dote necesaria que hace enfrentarnos, pues el que tiene, siempre rezonga y el que no, simplemente acepta o apenas, se lanza una farfullada. Claro que no estoy en contra, aunque por mi esencia análoga, me encantaría que esta columna estuviese impresa, valoro la digitalización, el poder de comunicarse con otros aún a pesar de los miles y miles de kilómetros de distancia. Y sin embargo, me anula su poder destructor, manipulador, tergiversador, y hasta deshonesto e inmoral…
Una cosa es maltratar ferozmente y encarcelar por error a una embarazada y luego culpar al sistema; inflamar al clérigo con performances confrontacionales denominadas “rupturistas” y luego mostrar trapos chabacanos y pechugas disfrazadas; corromper a menores de edad prometiendo los 15 minutos de fama… que se caiga otro avión y achacárselo al conflicto en la Franja de Gaza… Otra cosa es permitir que todo ello acontezca sin al menos admitir que en otras épocas el tratamiento de estos fenómenos habría sido diferente.
El recrudecimiento de las acciones humanas me llevó a evaluar seriamente el comportamiento comunitario y entender que no habría sido sano seguir interactuando en condiciones tan desfavorables… la guerrilla en frente de mi y yo sin municiones fiables para defenderme. Por eso me alejé antes de ir a parar a una curtiembre. No obstante, si dejara que el pasado siempre ensombreciese la potencialidad del futuro, no sería yo misma, no sería la misma de siempre sino más de lo mismo.
Es cierto que duele desprenderse de lo familiar, de lo que nos mantiene a salvo, de que es tan bonito contemplar pues representa lazos, representa a aquello que costó tanto construir… un reflejo de nuestra historia, la historia misma de lo que hemos sido, de lo que somos y en lo que nos convertiremos.
Si tuviese que redactar un catastro de lo extinto, culminaría aclarando que la perdida más lamentable e insoportable, es la perdida de la fe, esa fe que antes nos hacía continuar hacia adelante a pesar de las controversias, de las deslealtades, de la paranoia y la desconfianza, del egoísmo, de los fetiches, de la soberbia de creerse mejor que el resto o a la inversa, una constante búsqueda de lo extraviado en suelo foráneo… aún con todos los descalabros y excentricidades aparejadas a la transformación y evolución del mundo, de los planos y escenarios, de las circunstancias, de la vida y sobre todo, de todos nosotros mismos que podemos ser en un mismo envase inmensamente benevolentes y preocupantemente malvados.



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