COLUMNA: Por fin es viernes: HOY: Un camino a la medida del deseo. 3-04-09. D.D.Olmedo.


COLUMNA: Por fin es viernes. 
HOY: Un camino a la medida del deseo. 
D.D. OLMEDO. 
Viernes 3, Abril de 2009. 
16:40 horas. 

En una de las últimas columnas de Pancho Mouat −mi ya declarado cronista favorito− escribió o mejor dicho, evocó ciertos tiempos pasados en que fue formado por un singular profesor que lo marcó entrañablemente. Lo que más se me grabó, fue su forma de describir el registro de aquella influencia y cómo esta adquirió carácter de peculiaridad con ribetes de injerencia en su prosa. No es que lo aseverara tajantemente, pero al tratar sobre algunos aspectos íntimos de la vida de Fidel (en su aspecto relacional) y más que eso, cómo vivió su propia vida dejando huellas indelebles para quienes presenciaron ese modo de vivir, desencadena espontáneamente en mi, una exquisita remembranza sobre quiénes han dejado marcas importantes en la mía propia…

Así, a vuelo de pájaro, se me vienen a la mente Blanca Armijo y Luis Lizama Portal. La primera, Profesora de de Ciencias Sociales de mi época de liceana; el segundo, Catedrático de la asignatura Introducción al Derecho durante el transcurso del satánico primer año de universidad en la otrora decente Universidad Andrés Bello…
La señora Armijo, conocida popularmente entre el alumnado como “la almeja” (debido a una prolongación inexistente en su cuello), siempre fue majaderamente severa, estricta por donde se le mirara, y más encima, corta de genio. Y no es ironía. No obstante a su dureza, siempre la consideré “seca”, eficiente, rigurosa y disciplinada, tanto que de ella, en cierta forma, heredé la obsesión por los detalles espaciales; padecía de un frenético impulso por estandarizar la vida en un continium cronológico contendedor de casi todas las aristas del desarrollo socio-histórico de la vida hasta aquel entonces. Gracias a su influencia, durante bastante tiempo anduve convencida de querer estudiar historia universal y dedicarme en serio a impartirla. Al contar con una regular facilidad para memorizar fechas, suponía que la pega se me facilitaría, despojando tal razonamiento del hecho gravitante que para llegar a convertirse en un buen docente, se requería bastante más que unas cuantas neuronas sanas dispuestas a ilustrar un mínimo segmento de lo necesario.
La Blanca fue una de las pocas personas que confió en mi, en mis capacidades, de hecho, sólo hasta ahora le tomo el peso a esa frase suya que involucraba voces como “don” y “poder”. Con la retrospección que te da la adultez y al mismo tiempo, la cordura de identificar la esencia de ciertos planos, infiero que la almeja siempre me tuvo fe, que me estimaba y que además, la complejidad de su rudeza, apenas era una cáscara bastante más delgada de lo que uno pudo llegar a suponer.
Dada mi abrupta salida del liceo, época en que tuve que conformarme con la posibilidad de rendir exámenes libres para aprobar el segundo medio, la señora Armijo tuvo la genial ocurrencia de decirme que eso apenas era un tropiezo, apenas era una parte de la cruda realidad, que lo bueno iba a llegar con el tiempo, con los años, con el devenir de las cuestiones nuevas y de las oportunidades que yo misma me labrara. Estaba en lo cierto.
Con los años, mientras cursaba cuarto año de universidad me bajaron unas ganas incontenibles de ir a mi vieja escuela, así que partí, me fui a la aventura de emocionarme con lo arrebatado, con lo irreversible, con la nostalgia de los años esquivos y más complicados. Y adivinen a quién me encontré apenas crucé el umbral de la puerta. Reconocí a una mujer madura, de cabello completamente cano, rellena de exhuberancia sin señorío pero de inconfundibles marcas en el entrecejo. Su mirada era exactamente la misma que yo encapsulé aún cuando un paso más lerdo acusara el cansancio propio del transcurso de los años.
Me impactó que me reconociera casi al instante… “alumna López… qué hace perdiendo el tiempo por estos lados… ¡váyase a estudiar!… porque presumo estará estudiando…” No pude más que soltarle un abrazo e intentar sujetar el arsenal de lágrimas asomándose en mi rostro.
Fueron los 20 minutos más alegres en mucho tiempo pues lo inesperado siempre supera cualquier registro o marca mental que uno posea del pasado…

Por su parte, don Luis, famoso escudero del piedrazo a la usanza guerrillera del combatiente chuncho, se hizo famoso entre mucho de nosotros por hacernos entender de qué se trataba la nunca bien ponderada Norma Hipotética Fundamental, esa espesa teoría pura del derecho de Hans Kelsen resumida en un pasquín fotocopiado, archi manoseado que daba sincera pena y que nos dio más de un intenso dolor de cabeza.
El profe Lizama era de lo más lúdico que recuerdo, diría que un niño atrapado en cuerpo de yupie… Registro de esto, aparecía su cuerpecito cuyas piernas colgaban de un escritorio arrimado sobre una escuálida tarima y que exaltaban el relajo hidalgo de un pedagogo de tomo y lomo, apasionado por la convicción y jugado en el más correcto y apropiado uso del lenguaje que yo registre mentalmente de entre tanto catedrático ideático, siútico, barroco o charlatán.
Luis Lizama, se parece bastante al recuerdo de Flavio evocado por Mouat; muchas veces nos contó anécdotas de su experiencia como universitario, representó magistralmente performances caseras en el intento genuino de ilustrar los vicios del consentimiento (jamás olvidaré cómo se ejerce fuerza en la persona para obtener un consentimiento forzado) y nos conminó a recordar la esencia de la vida universitaria… NO SE PUEDE VEGETAR MIENTRAS CORRE SAVIA JOVEN POR LAS VENAS.
Tengo grabados varios momentos estelares en que este cuenta dogmas pudo y solía mofarse de si mismo con la gracia y el convencimiento de que no menoscaba en un ápice ni su integridad ni su inteligencia…

Tanto Blanca como Luis, dejaron huellas indelebles en mi formación; aquella, tras un sello de afecto discreto y concretado en la efectividad del gesto técnico legado como es la educación, de la autoafirmación, del aliento, de la fe, de la tenacidad para inculcarle a alguien como yo, qué podía llegar a resultar de mi si realmente me esforzaba, y éste, a partir de la simpleza para desarrollar la comprensión de lo esencial, de los elementos que ayudan a precisar las circunstancias importantes cuando se cuenta con la opción de ser estudiante, en el rescate de los ideales románticos, en la refinación de ser decente y austero en la subjetividad que cabe cuando se intenta realzar lo global e integral de los aspectos nobles del derecho y que se extienden por analogía a los eventos valóricos dignos de consideración en el futuro, en el pasado, y en el presente…

Siendo más joven, incluso mucho antes de atravesar el campo infinito de las variantes formativas, aseguraba necedades como y qué nuevo puede enseñarme tal o cual pelafustán, quién dice que su experiencia pueda servirme de algo, porqué habría de detenerme en oír sus contradicciones… yo sólo deseo hacer mi propia vida y tengo toda esa vida para hacerlo, para equivocarme e intentarlo de nuevo… ¿Qué podrían significar los sucesos acaecidos en la vida de otro en mi propia existencia? ¿Por qué debería respetar la experiencia de vida de otro? ¿Por qué debiese dejarme influir por la experiencia de vida de los ajenos?
Yo creo que cuando se tienen a favor los años de pañal, uno puede llegar a ser lo suficiente absurdo como para avanzar sin sintonía en el significado de la vergüenza. Pero también supongo que este resabio popular, despega precisamente en la indulgencia deferida hacia el ignorante, en el torpe de conciencia, en el carente de respeto por inmadurez, en el vivaracho atrevido capaz de desafiar las corrientes sobre todo cuando se presentan más bravas. Así somos, eso éramos y siéndolo, ni siquiera se pestañeaba.

Tras el avance de los años, uno se da cuenta por convicción que el “Te lo dije” casi siempre supone la premisa correcta del contenido legítimo de la verdad práctica, no aquella llena de vocablos pomposos sino otra restrictiva de lo que a cada uno le toca vivir contingentemente. Entonces, porqué molestaba tanto que te dijesen “No lo hagas” o “Hazlo de este modo”, si al final de cuentas, tras la equivocación y retome natural de la ruta correcta, de todos modos uno volvería a la cuenta, a la asignación correcta, a la forma ideal, al sentido verdadero aún con rechazos, esquives varios y pataletas ridículas que apenas uno se atreve a confesar… Por qué, entonces, comportarse como desatinado, desubicado, grosero, mal educado, mal enseñado. Por qué haber desaprovechado todo ese tiempo desafiando a la inmortalidad.

La competitividad, el exitismo, los quince parafernálicos minutos de fama y la escasa originalidad para encontrar caminos alternativos viables, desencadenó como consecuencia un olvido prolongado, desacierto cuyo principal factor (la inercia matona de la cual fuimos presos) provoca el crecimiento majadero de una espina justo al centro de la conciencia; que tremendo es darse cuenta de pronto cómo se ha desperdiciado enseñanzas, esa buena fe a la antigua, sin mascara, sin dobleces y que pretendía dinamizar nuestras vidas hacia el futuro, hacernos más llevaderos los segundos planos, corregirnos en el discurso para hacerlo coherente con la ejecución y realización de la conducta… edificar en la estadística de la buena resulta… encaminarse y ser feliz en el aquí y en el ahora, sin fórmulas rebuscadas, simplemente por la consigna de dejar de sufrir por pavadas.

Así como Fidel trazó con tinta indeleble las cuestiones importantes a tener en cuenta en el corazón de Pancho, más temprano que tarde, es grato descubrir que ciertos próceres han hecho lo suyo en el mío. Es grato, es mágico detenerse y cotizar lo esencialmente necesario, útil, sano… el significado puro de lo valioso e insustituible, el recuerdo de que a muchos les importaste y que en su justa medida, aportaron trascendentalmente en cambiar tu vida; hacerla un recorrido más asombroso de lo que imaginaste. 



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