COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: Inversamente proporcional. D.D.Olmedo.
la cámara o al entorno. Esta bien hecha esta película, impecable diría yo. La expresión en el rostro del protagonista, me recordó esas oportunidades en que he contemplado miradas extraviadas y atribuladas por no saber qué hacer, cómo hacerlo y cuándo proceder, ¿qué diantres está pasando?… ciertas miradas que divagan porque definitivamente no tienen ni la más mínima idea de lo que esta sucediendo y todo es un pantanal de dudas. Bien lograda esta actuación de Brad Pitt, bien trabajada su caracterización que provoca verosimilitud desde que nace como octogenario hasta que muere siendo un bebe dentro de una historia que revela una existencia decreciente sin explicación lógica.
El guionista que adaptó esta historia para el cine, también escribió magistralmente los guiones de Forest Gump y Munich y ahí se nota la mano, tanto que se viene a la mente una frase similar utilizada en el parlamento de Sally Field a propósito de la metáfora de los bombones.
El argumento, a mi parecer, tiene tres hilos conductores: 1) El transcurso del tiempo y la progresión de los años que culmina con la extinción de la vida; 2) La certidumbre o no de la contemplación destinal y 3)La columna vertebral del amor: el desprendimiento… Todo arranca y se complementa de un modo delicado y hasta se dan el lujo de emular estelares circunstancias ya pasadas en otros filmes… Tiene que verla.
Hace algún tiempo vivo por los aires de La Avenida Bilbao y con el tiempo quizás, lo que se volvió más detestable fue el aumento del bullicio. La torre que se alza en 19 pisos tiene lo suyo; suicidios, asesinatos, nacimientos, carretes interminables o que frenados por paz ciudadana… idas y venidas, mudanzas de todo tipo, caras amables y viejas maleteras… alguna vez mataron también a un gato que jamás le hizo daño a nadie y cada vez que salgo del piso 14, un escalofríos me recorre la espalda al recordar lo que pasó en el piso que sigue. Con todo, en caso alguno parece gueto… pareciera ser que de algún modo su contenido respira y reclama comportarse como un ente distinto al que el transcurso del tiempo ha pretendido signarle.
Como decía, lo desagradable de vivir ahí es el ruido; gritos en la madrugada, gente agresiva de todo tipo en shows rotativos justo bajo mi ventana, justo cuando el escaso viento eleva la densidad del sonido y la temperatura impide cerrar completamente las ventanas. Siempre acabo enterándome de un escandalillo, siempre y aún cuando no lo pretenda, concluyo que hay mucha gente perdiendo la razón a diario, ocupada de envejecer a toda prisa sin entender lo valioso de cada minuto, sin acabar de razonar que todo ese tiempo desperdiciado jamás regresará.
Lo mismo acontece en muchas otras torres, condominios, villas, campamentos y por doquier, todo eso ocurre en todas partes. No es que crea que eso solo sucede en mi torre en donde pareciera que la gente gusta de desafiarse por medio del silencio rotundo…
Si naciésemos como bebes octogenarios, incapaces de movernos a consecuencia de la artrosis, sin posibilidad alguna de hacer comprender al resto que somos infantes prisioneros en un cuerpo inservible, uno que ya no nos responde, ¿Qué acontecería? ¿Qué habría sido de nosotros si nunca hubiésemos contado con al menos una oportunidad preciosa para ser simplemente niños con todo lo que ello implica? Con un cuerpo sano, con la juventud primera y el gozo de la irresponsabilidad candida para hacer todo cuanto se nos antojaba pues siempre existiría esa red a nuestra espalda para proteger la caída, cualquiera fuese el momento en que ello sucediera. No me imagino la vida sin esa parte de mi que corrió como desaforada, sin tregua, sin miedos de ninguna clase, ni al envejecer, ni al perder las fortalezas o las capacidades, sin el temor a no lograr desarrollarme, sin el abismo que reclama el dolor de hacerse grande. Y sin embargo, Benjamin es un pequeño extraviado encerrado en un envase deteriorado, un alma atemporal, desfasada y sintiendo lo mismo de quien humildemente solo pide ser. ¿Cuántas veces y en cuántos sitios diversos se exploró la misma cruda realidad sin necesidad de que las condiciones fuesen replicadas de una fabula? No por ser niño se extirpa la discriminación al ser diferente, no por estar indefenso se consigue alimento, no por debilidad la humanidad va a enternecerse con la desgracia ajena…
La temática de esta cinta traduce en imágenes memorables aquellas cuestiones latentes de la conciencia. De algún modo, la necesidad de recapitular salta en destellos que se adhieren a la piel y te dejan en un estado de letargo, pensando y meditando en todo lo que ha sido uno y hacia donde va el desenlace de los acontecimientos. Quizá fue por el tiempo que te demanda ver esta cinta (dos horas y media), tal vez porque una serie de eventos afortunados me dieron sobre el particular una especie de óptica que me estaba haciendo bastante falta, pero el tema es que durante todo ese tiempo en el cine, algo muy hondo que logra recordarte le famoso clic.
Como abogado, tengo bastante claro que la vida principia al nacer y que el único plazo cierto, es el tiempo en que llega la muerte, oportunidad en que dicha vida se extingue, al menos como nosotros la conocemos. Pero cuando eres pequeño y se siente contar con una infinidad de tiempo, ninguna de estas cuestiones llegan a tu cabeza, a menos que seas un chamán reencarnado y con una persistente intriga que no te deja ni a sol ni a sombra. Siendo niño, los intereses son y siempre debiesen ser otros; no se piensa en la muerte cuando estás convencido que hay toda una vida por delante. Y aún así, no estás preparado para dejar de serlo y comenzar a entender que una buena parte se fue creyendo que serías eternamente joven, que había muchísimo tiempo para ocuparse. ¿Qué cantidad de cosas podrían llegar a realizarse oportunamente con esta valiosa información?
Hay algo escondido en un laberinto que nunca se revela sino hasta el tiempo en que las articulaciones traicionan la velocidad de cada paso desplegado y he ahí donde justamente se advierte la fisura… ¿Por qué no hice esto? ¿Por qué no me atrevía a hacer aquello? ¿Por qué deje que todo eso sucediera? ¿Por qué no impedí que sucediera? ¿Qué hubiera sucedido si…?
Con la distancia que me otorgan los treinta y seis años de respiración continua, sé que la vida está llena de esos “hubiera” y esta película me recordó lo fácil que es perderse en muchos más, y en todos los que aún no llegan… ¿Qué hubiera pasado si no hubiese amado tanto? ¿Qué hubiese sido de mí de comprender a tiempo quienes realmente aman? ¿Qué cosas hubiesen cambiado si yo hubiese sido valiente? Acaso, tal vez, ¿podría entibiar el efecto detestable de los “hubiera” con los bálsamos vertidos en Eclesiastés? ¿Se remedia acaso algo creyendo que todo se debe a la precisión del tiempo y en ese sentido, a la creencia de que todo sucede precisamente porque está escrito?
El budismo despliega toda su enseñanza en la esperanza de abandonar este sufrimiento: el nacer para morir.
A través de las enseñanzas contenidas en el budismo, he ido entendiendo que los momentos más odiosos de la existencia se erigen sobre la consciencia errada de que siempre permaneceremos dentro de ese ciclo, un eterno nacer para concluir en la muerte segura. Sin embargo, las cuestiones postuladas en este guión traen a mi conciencia mis lecturas preliminares que proporcionaron un alivio incomparable en este sentido… En algún momento puedo escapar de él y simplemente trascender.
Si creyera en la imposibilidad de desafiar al destino, si concluyera que no me espera otra cosa que no sea la muerte, ¿qué sentido tendría entonces, de todos modos explorarla? La síntesis que ofrece la consigna de que todo está escrito me deja nocaut. Significaría entonces que nunca podré revertir todas las cosas negativas, todas mis acciones negras me llevarían indefectiblemente al destino de morir con todos errores a cuesta, sin resolver las contradicciones y sin poder acceder a los perdones que alguna vez se reclamaron… Para otra vez volver a nacer en el intento de acumular karma blanco que me permita expiar el mal causado…
Entiendo perfectamente la aflicción de crecer y no encajar, comprendo el detalle de vivir desfasado y contemplar que el mundo no se detiene y deja escasas posibilidades para pertenecer a algo o alguien. Y entonces, si la formula del budismo es desprenderse ciento por ciento, no aferrarse, ¿acaso no hay ningún tipo de integración que nos permita quedarnos con una mínima parte? ¿Es sólo transitar y contemplar?
Probablemente Benjamin Button haya podido profesar con integridad y excelencia lo que he aprendido del budismo, precisamente porque no es más que un personaje bien construido.
No conozco a una sola persona que no haya sido despedazado entregándose a la vida intensamente; a la cercanía de los seres amados, a la ambivalencia de las contradicciones vitales, a la tortura de perder amigos… a la creencia y fe necesaria en las personas, en la tierra, en su movimiento y razones, y en todo lo que posee un orden divino incuestionable…
Hace unas semanas me encontré con Alberto Pérez en medio de una calle bien transitada y me dio gusto constatar que el tiempo no ha difuminado la cercanía, la alegría de reencontrarse con los rostros conocidos, con las caras ambles. Me alegró sobre todo porque inquirió sobre las cuestiones escritas en la columna y su interrogante sobre cómo y desde dónde extraía mis curiosas hilaciones. Respondí escuetamente que estaba todo dentro de mi cabeza, complemento ahora, describiendo que está todo en polaroid a partir de las vivencias, según la creencia de lo que vale la pena extraer como la imagen de un inmejorable momento.
Curioso, en efecto, el caso de Benjamin Button, curioso que existan historias atemporales con una buena dosis de certeza, no sobre la existencia misma, sino sobre las disquisiciones que nos embarcan en idéntica ruta, preguntándonos qué cosas hubiésemos hecho de un modo diferente, qué cosas constatadas mantendríamos en los anales y por cuales apostaríamos a ojos cerrados sin tener oficio para ejecutarlas…
A veces, cuando todo mi departamento permanece en solemne oscuridad, me arrimo a una de las ventanas del comedor para contemplar a un Santiago desnudo de todo lo que le envejece y desgasta. Comienzo por el sendero de luminarias que se extiende hasta los cerros y voy avistando todos esos callejones que la vez anterior no había visto, me doy cuenta de cómo han crecido los árboles y qué casas siguen con sus fachadas desteñidas como si en ello expresasen su tristeza interna… me paseo por las calles aledañas como si en verdad pudiese rozarlas con mis dedos… en un piso catorce, de madrugada, en silencio, todo se aprecia distinto, como si se contemplara por vez primera, con los ojos de alguien que nunca antes vio ese paisaje, con el interior de una vida que aún no se extingue aunque su casco muestre evidentes señales del detrimento. En medio de esa bendita soledad, me pregunto cuando se extinguirá todo, cuando acabará este ciclo de plazo cierto pero de condición suspensiva, me pregunto qué cosas tendrán que suceder durante el tiempo intermedio, a qué personas podré disfrutar mientras aún me quede vida, quiénes permanecerán rondando en las cercanías, a quiénes nunca más volveré a ver, qué sentimientos y qué escenarios se nublaran a consecuencia de las malas acciones que no se previeron, como identificar lo descartable y en que medida puede reajustarse el presupuesto sentimental para dar nuevas chances… Y sobre todo, pienso en la forma de trascender, de soltarme para aprender que es imposible aferrarse a lo que ya no existe, a lo que nunca se construyó porque nació extinto.
Cuándo sucederá que la vida nos extienda un free pass de respiro prolongado, el tiempo suficiente para sumergirnos en el silencio y aprender a navegar, sin brújula, sin mapas, sin embarcación, sin aquello denominado predestinación.
Estimado Ángelo, esta columna es para ti. Te aprecio mucho, te respeto y te acompaño en tu dolor. Oremos para que tu mamá haya dejado las odiosidades de ir y venir... que al fin haya trascendido. Un fuerte abrazo.
El guionista que adaptó esta historia para el cine, también escribió magistralmente los guiones de Forest Gump y Munich y ahí se nota la mano, tanto que se viene a la mente una frase similar utilizada en el parlamento de Sally Field a propósito de la metáfora de los bombones.
El argumento, a mi parecer, tiene tres hilos conductores: 1) El transcurso del tiempo y la progresión de los años que culmina con la extinción de la vida; 2) La certidumbre o no de la contemplación destinal y 3)La columna vertebral del amor: el desprendimiento… Todo arranca y se complementa de un modo delicado y hasta se dan el lujo de emular estelares circunstancias ya pasadas en otros filmes… Tiene que verla.
Hace algún tiempo vivo por los aires de La Avenida Bilbao y con el tiempo quizás, lo que se volvió más detestable fue el aumento del bullicio. La torre que se alza en 19 pisos tiene lo suyo; suicidios, asesinatos, nacimientos, carretes interminables o que frenados por paz ciudadana… idas y venidas, mudanzas de todo tipo, caras amables y viejas maleteras… alguna vez mataron también a un gato que jamás le hizo daño a nadie y cada vez que salgo del piso 14, un escalofríos me recorre la espalda al recordar lo que pasó en el piso que sigue. Con todo, en caso alguno parece gueto… pareciera ser que de algún modo su contenido respira y reclama comportarse como un ente distinto al que el transcurso del tiempo ha pretendido signarle.
Como decía, lo desagradable de vivir ahí es el ruido; gritos en la madrugada, gente agresiva de todo tipo en shows rotativos justo bajo mi ventana, justo cuando el escaso viento eleva la densidad del sonido y la temperatura impide cerrar completamente las ventanas. Siempre acabo enterándome de un escandalillo, siempre y aún cuando no lo pretenda, concluyo que hay mucha gente perdiendo la razón a diario, ocupada de envejecer a toda prisa sin entender lo valioso de cada minuto, sin acabar de razonar que todo ese tiempo desperdiciado jamás regresará.
Lo mismo acontece en muchas otras torres, condominios, villas, campamentos y por doquier, todo eso ocurre en todas partes. No es que crea que eso solo sucede en mi torre en donde pareciera que la gente gusta de desafiarse por medio del silencio rotundo…
Si naciésemos como bebes octogenarios, incapaces de movernos a consecuencia de la artrosis, sin posibilidad alguna de hacer comprender al resto que somos infantes prisioneros en un cuerpo inservible, uno que ya no nos responde, ¿Qué acontecería? ¿Qué habría sido de nosotros si nunca hubiésemos contado con al menos una oportunidad preciosa para ser simplemente niños con todo lo que ello implica? Con un cuerpo sano, con la juventud primera y el gozo de la irresponsabilidad candida para hacer todo cuanto se nos antojaba pues siempre existiría esa red a nuestra espalda para proteger la caída, cualquiera fuese el momento en que ello sucediera. No me imagino la vida sin esa parte de mi que corrió como desaforada, sin tregua, sin miedos de ninguna clase, ni al envejecer, ni al perder las fortalezas o las capacidades, sin el temor a no lograr desarrollarme, sin el abismo que reclama el dolor de hacerse grande. Y sin embargo, Benjamin es un pequeño extraviado encerrado en un envase deteriorado, un alma atemporal, desfasada y sintiendo lo mismo de quien humildemente solo pide ser. ¿Cuántas veces y en cuántos sitios diversos se exploró la misma cruda realidad sin necesidad de que las condiciones fuesen replicadas de una fabula? No por ser niño se extirpa la discriminación al ser diferente, no por estar indefenso se consigue alimento, no por debilidad la humanidad va a enternecerse con la desgracia ajena…
La temática de esta cinta traduce en imágenes memorables aquellas cuestiones latentes de la conciencia. De algún modo, la necesidad de recapitular salta en destellos que se adhieren a la piel y te dejan en un estado de letargo, pensando y meditando en todo lo que ha sido uno y hacia donde va el desenlace de los acontecimientos. Quizá fue por el tiempo que te demanda ver esta cinta (dos horas y media), tal vez porque una serie de eventos afortunados me dieron sobre el particular una especie de óptica que me estaba haciendo bastante falta, pero el tema es que durante todo ese tiempo en el cine, algo muy hondo que logra recordarte le famoso clic.
Como abogado, tengo bastante claro que la vida principia al nacer y que el único plazo cierto, es el tiempo en que llega la muerte, oportunidad en que dicha vida se extingue, al menos como nosotros la conocemos. Pero cuando eres pequeño y se siente contar con una infinidad de tiempo, ninguna de estas cuestiones llegan a tu cabeza, a menos que seas un chamán reencarnado y con una persistente intriga que no te deja ni a sol ni a sombra. Siendo niño, los intereses son y siempre debiesen ser otros; no se piensa en la muerte cuando estás convencido que hay toda una vida por delante. Y aún así, no estás preparado para dejar de serlo y comenzar a entender que una buena parte se fue creyendo que serías eternamente joven, que había muchísimo tiempo para ocuparse. ¿Qué cantidad de cosas podrían llegar a realizarse oportunamente con esta valiosa información?
Hay algo escondido en un laberinto que nunca se revela sino hasta el tiempo en que las articulaciones traicionan la velocidad de cada paso desplegado y he ahí donde justamente se advierte la fisura… ¿Por qué no hice esto? ¿Por qué no me atrevía a hacer aquello? ¿Por qué deje que todo eso sucediera? ¿Por qué no impedí que sucediera? ¿Qué hubiera sucedido si…?
Con la distancia que me otorgan los treinta y seis años de respiración continua, sé que la vida está llena de esos “hubiera” y esta película me recordó lo fácil que es perderse en muchos más, y en todos los que aún no llegan… ¿Qué hubiera pasado si no hubiese amado tanto? ¿Qué hubiese sido de mí de comprender a tiempo quienes realmente aman? ¿Qué cosas hubiesen cambiado si yo hubiese sido valiente? Acaso, tal vez, ¿podría entibiar el efecto detestable de los “hubiera” con los bálsamos vertidos en Eclesiastés? ¿Se remedia acaso algo creyendo que todo se debe a la precisión del tiempo y en ese sentido, a la creencia de que todo sucede precisamente porque está escrito?
El budismo despliega toda su enseñanza en la esperanza de abandonar este sufrimiento: el nacer para morir.
A través de las enseñanzas contenidas en el budismo, he ido entendiendo que los momentos más odiosos de la existencia se erigen sobre la consciencia errada de que siempre permaneceremos dentro de ese ciclo, un eterno nacer para concluir en la muerte segura. Sin embargo, las cuestiones postuladas en este guión traen a mi conciencia mis lecturas preliminares que proporcionaron un alivio incomparable en este sentido… En algún momento puedo escapar de él y simplemente trascender.
Si creyera en la imposibilidad de desafiar al destino, si concluyera que no me espera otra cosa que no sea la muerte, ¿qué sentido tendría entonces, de todos modos explorarla? La síntesis que ofrece la consigna de que todo está escrito me deja nocaut. Significaría entonces que nunca podré revertir todas las cosas negativas, todas mis acciones negras me llevarían indefectiblemente al destino de morir con todos errores a cuesta, sin resolver las contradicciones y sin poder acceder a los perdones que alguna vez se reclamaron… Para otra vez volver a nacer en el intento de acumular karma blanco que me permita expiar el mal causado…
Entiendo perfectamente la aflicción de crecer y no encajar, comprendo el detalle de vivir desfasado y contemplar que el mundo no se detiene y deja escasas posibilidades para pertenecer a algo o alguien. Y entonces, si la formula del budismo es desprenderse ciento por ciento, no aferrarse, ¿acaso no hay ningún tipo de integración que nos permita quedarnos con una mínima parte? ¿Es sólo transitar y contemplar?
Probablemente Benjamin Button haya podido profesar con integridad y excelencia lo que he aprendido del budismo, precisamente porque no es más que un personaje bien construido.
No conozco a una sola persona que no haya sido despedazado entregándose a la vida intensamente; a la cercanía de los seres amados, a la ambivalencia de las contradicciones vitales, a la tortura de perder amigos… a la creencia y fe necesaria en las personas, en la tierra, en su movimiento y razones, y en todo lo que posee un orden divino incuestionable…
Hace unas semanas me encontré con Alberto Pérez en medio de una calle bien transitada y me dio gusto constatar que el tiempo no ha difuminado la cercanía, la alegría de reencontrarse con los rostros conocidos, con las caras ambles. Me alegró sobre todo porque inquirió sobre las cuestiones escritas en la columna y su interrogante sobre cómo y desde dónde extraía mis curiosas hilaciones. Respondí escuetamente que estaba todo dentro de mi cabeza, complemento ahora, describiendo que está todo en polaroid a partir de las vivencias, según la creencia de lo que vale la pena extraer como la imagen de un inmejorable momento.
Curioso, en efecto, el caso de Benjamin Button, curioso que existan historias atemporales con una buena dosis de certeza, no sobre la existencia misma, sino sobre las disquisiciones que nos embarcan en idéntica ruta, preguntándonos qué cosas hubiésemos hecho de un modo diferente, qué cosas constatadas mantendríamos en los anales y por cuales apostaríamos a ojos cerrados sin tener oficio para ejecutarlas…
A veces, cuando todo mi departamento permanece en solemne oscuridad, me arrimo a una de las ventanas del comedor para contemplar a un Santiago desnudo de todo lo que le envejece y desgasta. Comienzo por el sendero de luminarias que se extiende hasta los cerros y voy avistando todos esos callejones que la vez anterior no había visto, me doy cuenta de cómo han crecido los árboles y qué casas siguen con sus fachadas desteñidas como si en ello expresasen su tristeza interna… me paseo por las calles aledañas como si en verdad pudiese rozarlas con mis dedos… en un piso catorce, de madrugada, en silencio, todo se aprecia distinto, como si se contemplara por vez primera, con los ojos de alguien que nunca antes vio ese paisaje, con el interior de una vida que aún no se extingue aunque su casco muestre evidentes señales del detrimento. En medio de esa bendita soledad, me pregunto cuando se extinguirá todo, cuando acabará este ciclo de plazo cierto pero de condición suspensiva, me pregunto qué cosas tendrán que suceder durante el tiempo intermedio, a qué personas podré disfrutar mientras aún me quede vida, quiénes permanecerán rondando en las cercanías, a quiénes nunca más volveré a ver, qué sentimientos y qué escenarios se nublaran a consecuencia de las malas acciones que no se previeron, como identificar lo descartable y en que medida puede reajustarse el presupuesto sentimental para dar nuevas chances… Y sobre todo, pienso en la forma de trascender, de soltarme para aprender que es imposible aferrarse a lo que ya no existe, a lo que nunca se construyó porque nació extinto.
Cuándo sucederá que la vida nos extienda un free pass de respiro prolongado, el tiempo suficiente para sumergirnos en el silencio y aprender a navegar, sin brújula, sin mapas, sin embarcación, sin aquello denominado predestinación.
Estimado Ángelo, esta columna es para ti. Te aprecio mucho, te respeto y te acompaño en tu dolor. Oremos para que tu mamá haya dejado las odiosidades de ir y venir... que al fin haya trascendido. Un fuerte abrazo.



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