COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: "Paraíso".AUTOR: D.D.Olmedo. FECHA: Octubre 03/Años 2008.-


Un acontecimiento particular al final del día de ayer me llevó a introducir algunos cambios en la columna de hoy que tiene que ver con las aflicciones más íntimas del cronista. Más o menos a la mitad, comprendí que le hacía falta algo, un peso haciendo click, una suerte de sentido para aquello que me venía molestando hacía rato. Y ayer algo pasó, un suceso cotidiano me tenía preparada una buena sorpresa, de esas que uno agradece cuando se va a intimar con lo que forma parte de los sueños... Una cadena inagotable de sucesos a medianoche tuvo un descenlace inesperado y esto fue lo que ocurrió...

No sé bien porqué a mí se me dio la crónica antes que la novela, pero parece fue por la melancolía en el extravío del derecho de réplica, por la ausencia de las cosas bien dichas, por la saturación de las gentes artificiosas; creo que por eso empecé a tomar palco y observar detenidamente cuando nadie estaba mirando y sin embargo, sé que como cronista capaz y muera de hambre... Paul Johnson, célebre periodista y columnista inglés por -entre otras cosas- haber compartido un habano con Fidel Castro, se cuestionó ya hace muchos años qué definía al buen columnista. En este sentido sugirió enunciativamente algunos indicativos: 1) Conocimiento; 2) Lecturas; 3) Instinto para las noticias; 4) Necesidad de variedad 5) Contenido excento de explotación personalista. Según entendí su predicamento, el Lord del sarcasmo planteó que “El Columnista” en cuestión debía ser algo diferenciado a una enciclopedia ambulante; descubrir en un caldo de cultivo, algo así como una punta de lanza en germinación; explorar y experimentar la infinita gama de argumentaciones y planos... pero por sobre todo, no abanderarse por una causa si los fines intrínsecos de ésta no pertenecen al obrar o querer colectivo. Todo ello, con la vehemencia proporcionada por el buen estilo o un sello novedoso y genuinamente inexplorado...

Hace harto rato que no ojeaba El Mercurio en día domingo, me exaspera el dossier de payasadas incluidas conformando un 50% del “peso” en el periódico y además, porque la forma de contar ciertas noticias con el tiempo fue destiñendo mi interés. Aún así, con esta cosa en mente de hallar razones para la columna y su buen desarrollo, el domingo pasado me dio por buscarle algún sentido al semanario, algo de ese sello original pero extraviado que alguna vez hizo inconfundible alguna entrelínea o algún pasaje escrito con la sobriedad que tanto se extraña por estos días. Estaba en eso, intentándolo pero acabé en la contratapa del suplemento. ¡Hasta ahí no más me llegaron las ganas! ¿Adónde quieres llegar? Con ésta pregunta arranca la parte superior de una ilustración bastante peculiar. Figuraba una niña de tal vez unos 7 u 8 años (quizá, 9), maquillada como para presentación del Moulin Rouge y vestida en una franca actitud de bataclana. La publicidad invitaba a comprar departamentos en verde, con todas las comodidades y lujos aparentes muy propio de las fortificaciones abundantes hoy en Santiago. A mí me pareció un güeto como tantos otros en la ciudad. Pero en fin, el tema de fondo es la pregunta imputada a un contenido que, sobre el particular, me parece lamentable. Tal y como recuerdo con otra campaña publicitaria realizada para el producto REDBANC, también otro ejecutivo “estrella” decidió la viabilidad y responsabilidad de mostrar por televisión a un menor de edad quien, apenas despierta por la mañana, se encuentra con una tarjeta para cajero automático bajo su almohada, claro está, por cierto, adminículo otorgado “en premio” tras la perdida de su primer diente. Me pregunto ahora, si mi sobrina regalona pidiese cuenta corriente para navidad, ¿tendría que obsequiársela? Me es casi imposible encontrar las palabras justas para describir lo que observé en la expresión de esa chiquilla. La publicidad aludida abierta y descaradamente propone, dispone y enseña a menores de edad lo más burdo e inútil del consumismo y como si fuese inteligente, explotando un nicho pervertido que solapadamente hacen aparecer atractivo. No soy tonta grave y tampoco estoy en contra de la publicidad; la buena se encarga de matar a la otra, la engañosa y retorcida. Pero me ocupa el hecho de asistir a una deformación como la presenciada sin que al menos tenga yo, la posibilidad de advertir la nocividad de tal comportamiento. Sinceramente, no me interesa contemplar niños creciendo a toda velocidad y más encima, verlos conminados al éxitismo, a la competencia y a llevar consigo rótulos de “winner”. Para muestra, el botón mencionado: Una menor a partir de la cual se infiere un ideal de felicidad artificioso (características ABC1), en dónde el “valor agregado” es el poder otorgado por el estatus implícito en el sitio en donde vives (o técnicamente, en donde podrías llegar a vivir si haces caso de la publicidad y te cambias de barrio), las características del inmueble en donde resides, los atributos de los componentes complementarios y más encima, el tipo de vida al que accedes por el sólo hecho estratégico de comprar un bien raíz de tales calidades.

Otrora, las cualidades humanas no se encontraban definidas –ni en lo más mínimo– por factores materiales. La gama de virtudes hallada en la persona se vinculaba con su ser natural, con su capacidad de ser humano diferenciado biológicamente respecto de otros mamíferos y sobre todo, en la forma de organizar su campo relacional para determinar su actuar humano con independencia de estados fisiológicos explicativos de ciertos comportamientos en la humanidad como sociedad y creación metafísica. Como dije, no soy tirana ni aún decido dármelas de anacoreta (aunque de cierta forma, me comporto como tal), sólo comento sobre algo urgiéndome la conciencia; ¿Cómo no va a causar algún tipo de espasmo mental mirar la atomización de la vida, la minimización extrema de los ciclos, la supeditación de las etapas, el disvalor respecto de la indemnidad sexual de los niños?

En época universitaria, una de las cuestiones que me demoró más años comprender fue la letra (contenido) de la Constitución promulgada en el año 1980. Ya antes de ingresar a la carrera de Derecho, tenía curiosidad de saber a quién se le había ocurrido disponer que toda la entelequia de normas varias, se desagregara de “otra”, la “más”, la “omnipresente” y “omnisciente”, la premisa desde donde todo deviene y a la cual, indefectiblemente, todos nos encontramos encadenados.
A pesar de los esfuerzos de don JORGE MARIO QUINZIO (gran profesor de Derecho Constitucional), a lo más, recordaré casi todas las anécdotas de congresales buenos para el coscacheo y escupitajo, buenazos para el lanzamiento de tintero apernado (imagínense lo que debió ser eso) como asimismo, para el masculleo ofensivo en contra de señoras madres tras largas jornadas de votaciones varias. Aprendí, eso sí, todo el proceso legislativo: dónde arrancan las iniciativas, cuáles tiene urgencia y qué otras son desestimadas, qué pasa con la eventual ley dependiendo de la Cámara a la cual se remite la iniciativa desde el ejecutivo y qué otras cuestiones tiene en mente los señores parlamentarios a la hora de legislar sobre un tema particular con evidente importancia colectiva. Aprendí que los intereses de diputados y senadores no siempre tiene que ver con los del electorado que les dio la voz y el voto. Al final de cierto período, no me quedó más remedio que conformarme con esa explicación técnica de que la norma hipotética fundamental (algo así como la norma que da origen a la constitución) es una ficción que se le ocurrió, también, a otro de tantos hombres. A otro igual de humano que el resto de los hombres. Pero el tema sustancial quedó sin responder. ¿Quién se creyó lo suficientemente digno-sabio-justo como para ordenar las cuestiones del deber ser? ¿Quién dotó de suficiencia un conjunto de derechos por sobre otros? ¿Quién dijo cómo, cuándo y dónde ejercerlos? Por qué todos aceptamos sin rezongo esta faena grosera de acepciones y posibilidades segregadas en el papel aún sabiendo que la vida real supera la circunstancia de su realización, ejecución y/o cumplimiento? Algún especialista y acérrimo positivista me dirá, pero Ángela, ¡hasta cuándo! Te enojai por todo... las normas existen porque hay jerarquía y punto. Eso ya lo sé, esa es la explicación efectista de quien acostumbra hacerte creer que vasta la investidura y la corrección del procedimiento para otorgar legitimidad a ciertas cuestiones resultantes y, una vez más, para aceptar el hecho de que está ahí, invariable, adormecido y vergonzosamente escrito.

Las marcas se dispararon y el circo está de vuelta... La semana pasada comenzó oficialmente la carrera por los cupos municipales y yo me preguntó, ¿cómo es posible que el fulano que nos mandó a preguntarles a las vacas (en plena crisis del síndrome ídem locas) lícita y llanamente se postule a Concejal? ¿Por que el señor Ravinet descaradamente se auto proclama como bienvenido en la comuna de Santiago, después de haber dejado tamaño déficit en las arcas del Municipio; o en el caso de otro candidatillo, otro que raya “ganas por Santiago...”, ¿A qué tipo de ganas alude? ¿A las ganas de embolsarse las lucas inexistentes? ¿A las de contrarrestar los efectos negativos de la prostitución en el centro de Santiago? ¿Al lavado de dinero tras las construcciones de edificios que nadie desea adquirir debido a los índices de delincuencia? O ¡A las ganas de admitir que nunca movió un dedo por reconocer que la educación, no le importa?

Una cosa es menospreciar al electorado (razones hay de sobra), otra muy distinta, intentar abolir el sentido común.

No pretendo referirme a la manifiesta ausencia de credibilidad de los aspirantes o lo que vendría a hacerle el peso, la escasa energía de quienes detentan la soberanía. La nación-pueblo hace mucho tiempo que dejó de responsabilizarse de sus actos y entonces, malamente puede exigir eficiencia, probidad, dedicación y otro tipo de bondades asociadas al rango.
Una abuelita chorísima que conozco me dice que la culpa la tiene internet, los medios de comunicación masivos y en general, todas las cuestiones facilitadoras de la vida y, sobre todo, el énfasis en la cultura de la inmediatez. Sabias palabras de la doña. En esta línea, no sé si sea capaz de responsabilizar abanderándome en contra de un medio, o en contra de la red, pues creo que las razones para divorciarse de la profundidad en los bienes comunes de antaño, radica más bien en la perdida de valores morales esenciales, más que en la capacidad de los hombres para volverse eficientes y tecnológicos por medio de la digitalización.

Esta semana tuvo de todo; de alguna manera me reconecté con el mundo y ello ha tenido su costo; la forma de la vida y el darse cuenta de sus limitaciones, a ratos se vuelve demasiado duro como para hacerlo soportable... la muerte del conflictivo Miguel Angel de Villa Alemana, bulling en Concepción que acaba con intento de suicidio de tres escolares de enseñanza media; psicopedagoga loca de patio en prisión preventiva; la estafa del Tag y la vuelta soterrada a las micros amarillas; el desplome internacional de las bolsas del mundo y el paradójico repunte histórico del dólar en tres años; el desbaratamiento de una red de narcotráfico en Chile, la incautación de bienes producidos con el lavado de dinero, los ajustes de cuenta en barrios pobres que nunca acaban... todas las dicotomías de la farándula v/s la crisis del 7mo día en día en el Registro Civil... y la cuenta sigue... ¿Adónde pretende llegar la gente?

Ayer por la noche, entre la capa caída y la víspera del cansancio fulminante que implica abrazar el viernes, tuve el privilegio de ver la película “EL COLOR DEL PARAÍSO” (MAJID MAJIDI) y cualquier cosa que diga sobre la cinta sería impropia. Es, en todo caso, un ticket de vuelta a la pureza que uno debiese costear con suma urgencia. ¿Conocen de esta urgencia los señores políticos, los funcionarios públicos que abandonan al colectivo a su miserable suerte, saben de ello los que gestionan el destino del país? ¿Entienden de valor moral intrínseco los que gobiernan Chile? ¿Se lo cuestionan aquellos en quienes delegamos el poder?

Después de ver esta película tuve mi primera conversación con Dios en mucho tiempo y le pregunté derechamente: ¿Estás? ¿Estás ahí, en alguna parte? ¿Debo encegüecer para poder verte, para poder sentirte, para tocarte con las yemas de mis dedos atrofiados? A menudo me he preguntado por la extensión del “Libre “Albedrío”, por la sumatoria de sucesos que carecen de sentido y de lógica, como las muertes por inanición, por balas perdidas o por que no existe antídoto ni cura para ciertas enfermedades; me he preguntado por el fastidio de ver tan miseria humana, por las incongruencias de la raza, por las ambivalencias del poder y por el destino de la buena crianza. A veces, también voy por la vida preguntándome por la pedida de cosas que nadie te enseñó, pero que sabes existen, así como las fuerzas opositoras aplicables a todos los espacios de la vida. Pero cuando acabo de ver a un niño ciego llorar desesperanzadamente por ser discriminado, clamando ante el desamor profesado y sobre todo, cuando expone su limitación en la conciencia de ser humano, comprendo que la niñita disfrazada vaticinando el éxitismo exacerbado, apenas es una caricatura, apenas es un retrato de la estupidez humana que no da tregua ni reparos para el desaliento. Así que capaz y no sea buena columnista pues tiendo a ser pública mis dolencias personales y la observancia del escaso decoro humano, la falta de sensatez tan odiosa y recalcitrante, y mi retórica alcanza para las mismas desazones de otros tantos, de otros tantos, de otros tantos... Y sin embargo, existo para volver a ponderarlo

¿Adónde quieres llegar, Mohammad? Le habría preguntado y, estoy segura que él me respondería: al lugar en donde Dios existe. 


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