COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: "Oportunidad" 26-12-08. D.D.Olmedo.
ésima vez, contemplé abrir sus regalos de navidad. Pero el rostro que recuerdo de ellas, es muy distinto al del tiempo en que los regalos eran más austeros y la mesa, servida con bocadillos, igual de sensatos. Los rostros que me toca ver en la actualidad no puedo traducirlos como antes y tampoco, importan el ritual de algunos años atrás.
He de confesarles que me carga la navidad… ¡NO LA SOPORTO!
¿Cómo es posible oír villancicos de fondo, en consecuencia que miles de malas acciones cometen bajo ese alero sus oyentes? “El camino que lleva a Belén”…. Ro po pom pom … ¡Sí, Claro!
Al final, de malas ganas se llega a la hora en que se finge la pasada anual del viejito pascuero entregando los regalos… Y las caras que vi este año, me dejaron helada. Trato de pensar qué hace falta, qué es lo que estas chiquillas insatisfechas están buscando… qué es lo que a esta generación y a esta humanidad le hace tanta falta para poder volver a sonreír de buena gana. Y por más que me esfuerzo, no hallo respuestas.
Si el centro de atención son los mentados regalos y el costo de los mismos… estamos liquidados. Si el centro de atención es el más y mejor, es el estar donde no se ha llegado, es el tronar de los dedos y el hacer aparecer cuestiones absurdas… sálvese quien pueda… Si lo interesante y medular, es la competitividad, el aparentar y el cagarse más los bolsillos… me doy desde ya por muerta.
Es cierto que durante esta época ni yo me soporto, pero es tanta la incoherencia observada que las circunstancias acaban aplastándome…
Sé que hay muchas personas (María Inés García, es una de ellas) que mantienen su fe intacta, que asisten a la iglesia con devoción y que agradecen a diario el contar con vida y energía para seguir. Sé que ella conoce el sentido de la Noche Buena y que tengamos Navidad, sé que ella inculca esos sentimientos y valores en Valentina y sé que Rodrigo le acompaña fiel en dichos menesteres. Lo sé porque es mi amiga y recordar su fortaleza me reconforta. Pero hay pocas María Inés y hay muchas sobrinas insatisfechas… hay muchas almas perdidas sin deseos de recular… mucha gente que cree legítimo endeudarse para satisfacer la expectativa egoísta y demandante de los demás, para acallar, para enmudecer, para decir que se ha estado presente con el regalo ideal. Y yo me pregunto, ¿Porqué Dios también permanece callado? ¿Porqué cada Navidad espero recuperar mi espíritu y sin embargo, el dolor de kilómetros y kilómetros a la redonda, se expande dentro de mi corazón?
Me gustaría llevar a mis sobrinas a una sala de cine apostada en el “Cielo” y hacerlas ver un rotativo sobre la verdad de la vida. Pero no están interesadas en moverse a otro sitio que no sea la Isla de la Fantasía. Me gustaría hacer lo mismo con varias personas; con mi ex jefe, el Mr. Burns de la calle Amunategui, con las personas que viven en la falacia del snobismo, del arribismo, de la falsedad de hacerse pasar por personas que no son. Pero para qué. Me pregunto.
Las sabias palabras de un amigo, alguna vez, me enseñaron que ciertas personas son de un modo determinado porque les gusta ser así; no sufren, no son desdeñadas, ni siquiera existen asomos de tormento en su corazón… la frivolidad es su tema y el consumismo, una especie de costra obstruyendo los canales por donde debe correr libremente la sangre.
Quizá, justo ahí se haga fuerte el lema aquel: “De todo hay en la viña del señor”. Y quizá, aquel cuento del libre albedrío sea el real culpable de todo. Sin embargo, ¿no les parece incoherente que alguien omnipotente, omnisciente y omninosecuanto se quede impávido ante tanta calamidad? Yo, al menos, lo cuestiono.
De pronto, llegó Navidad y su desdibujado significado y también se abalanzó sobre nosotros, las horas preliminares del fin de este año, de este ciclo que para Chile, tuvo demás y de menos.
Ahora se nos viene la segunda patita, los avatares clásicos: los cócteles en las oficinas, las comilonas de fin de año, las mejores pilchas, las lentejas, las uvitas, las joyas de oro en una copa de champagne, el calzón amarillo y toda la parafernalia que no sirve de na’ Pero a todos nos vuelve locos el jolgorio final, ese conteo extraño que revuelve la guata, que te hace beber como cosaco y dar abrazos hasta el más ferviente enemigo.
Parece que la culpa la tiene precisamente la sensación de final, de cierre, de término, de punto final… Entonces, ¿qué sucedería si fuese en verdad nuestra última oportunidad de hacer las cosas correctamente? ¿Con quién desearías estar en esa hora final? ¿A quién te gustaría dar el último abrazo? ¿Con quién desearías darte una mirada final? ¿Con quién desearías estrechar tus labios? ¿Quién sería la persona para recordar en una imagen final?
Pensé mucho en la persona que escogería dada tal eventualidad y recordé todas las cosas importantes que no hice, todas las cuestiones freak que no realicé, todas las payasadas que tendría que dejar de hacer y todas las sensaciones que nunca más podría llegar a verificar que, en verdad, si acontecen en momentos límite…
Yo creo que por eso la insatisfacción está instalada entre nosotros, creo que se trata de no saber lo precioso de cada minuto en el presente y estar condenado a pescar lo que está allá a kilómetros de distancia de nosotros, de juzgar sin tener todos los elementos de juicio, de creer en pelotudeces porque alguien te lo dijo, de no saber por simple cobardía o desgano, de dejar de lado absurdamente las cuestiones importantes y reemplazarlas por frivolidades de moda… no saber que todo eso puede esfumarse de un momento a otro. Lo sabe sí, el que estaba sano y le diagnostican cáncer, lo entiende el que contaba con todas sus extremidades y perdió una pierna en un accidente, lo advierte el que por necesidad de alimento delinquió y fue a parar a la cárcel… Lo sabe todo aquel que actúa de un modo diferente pues conoce las consecuencias de una vida distinta a la que pudo haber accedido si al menso hubiese hecho una pausa para entender el real significado de las cosas.
Yo sé que las fórmulas no existen, ni pretendo darlas tampoco; mis opiniones no son juicios ni sentencias, más bien son gritos, ladridos, a veces llantos solapados ante tanto despilfarro de recursos humanos… Por eso, ahora que estamos ad portas de fin de año, quisiera tan solo soñar, ilusionarme con la circunstancia feliz de que las personas pueden sentirse afortunadas con lo que tienen, sentirse plenas con la vida que cultivaron y alinearse en fronteras en donde se amplia el sentimiento de lo no material, la concepción de una vida sin frustraciones por el no tener, por el no alcanzar, por el no disfrutar, por el no dar en la talla.
En estos días previos, me gustaría mirar alrededor y no ver tanta desidia, no ser testigo de soberbia, no tener que aguantar el recelo, ni la envidia y sólo participar de la buena vibra de aquellas personas que entienden cuáles son los ciclos regenerativos, qué significan los finales y cómo se arriba a los buenos términos.
Si tuviese que escoger a alguien para pasar mis últimos momentos en la tierra, a minutos de contemplar como la vida en esta forma de mundo se extingue, escogería a mi Padre, a quién casi no recuerdo, con quién no tengo episodios memorables, de quién jamás pude recibir gestos agradables y pasaría mis últimos momentos de vida con él, para corroborar algo que siempre sospeché siendo niña… que basta una sola oportunidad para darle un giro a la vida.
He de confesarles que me carga la navidad… ¡NO LA SOPORTO!
¿Cómo es posible oír villancicos de fondo, en consecuencia que miles de malas acciones cometen bajo ese alero sus oyentes? “El camino que lleva a Belén”…. Ro po pom pom … ¡Sí, Claro!
Al final, de malas ganas se llega a la hora en que se finge la pasada anual del viejito pascuero entregando los regalos… Y las caras que vi este año, me dejaron helada. Trato de pensar qué hace falta, qué es lo que estas chiquillas insatisfechas están buscando… qué es lo que a esta generación y a esta humanidad le hace tanta falta para poder volver a sonreír de buena gana. Y por más que me esfuerzo, no hallo respuestas.
Si el centro de atención son los mentados regalos y el costo de los mismos… estamos liquidados. Si el centro de atención es el más y mejor, es el estar donde no se ha llegado, es el tronar de los dedos y el hacer aparecer cuestiones absurdas… sálvese quien pueda… Si lo interesante y medular, es la competitividad, el aparentar y el cagarse más los bolsillos… me doy desde ya por muerta.
Es cierto que durante esta época ni yo me soporto, pero es tanta la incoherencia observada que las circunstancias acaban aplastándome…
Sé que hay muchas personas (María Inés García, es una de ellas) que mantienen su fe intacta, que asisten a la iglesia con devoción y que agradecen a diario el contar con vida y energía para seguir. Sé que ella conoce el sentido de la Noche Buena y que tengamos Navidad, sé que ella inculca esos sentimientos y valores en Valentina y sé que Rodrigo le acompaña fiel en dichos menesteres. Lo sé porque es mi amiga y recordar su fortaleza me reconforta. Pero hay pocas María Inés y hay muchas sobrinas insatisfechas… hay muchas almas perdidas sin deseos de recular… mucha gente que cree legítimo endeudarse para satisfacer la expectativa egoísta y demandante de los demás, para acallar, para enmudecer, para decir que se ha estado presente con el regalo ideal. Y yo me pregunto, ¿Porqué Dios también permanece callado? ¿Porqué cada Navidad espero recuperar mi espíritu y sin embargo, el dolor de kilómetros y kilómetros a la redonda, se expande dentro de mi corazón?
Me gustaría llevar a mis sobrinas a una sala de cine apostada en el “Cielo” y hacerlas ver un rotativo sobre la verdad de la vida. Pero no están interesadas en moverse a otro sitio que no sea la Isla de la Fantasía. Me gustaría hacer lo mismo con varias personas; con mi ex jefe, el Mr. Burns de la calle Amunategui, con las personas que viven en la falacia del snobismo, del arribismo, de la falsedad de hacerse pasar por personas que no son. Pero para qué. Me pregunto.
Las sabias palabras de un amigo, alguna vez, me enseñaron que ciertas personas son de un modo determinado porque les gusta ser así; no sufren, no son desdeñadas, ni siquiera existen asomos de tormento en su corazón… la frivolidad es su tema y el consumismo, una especie de costra obstruyendo los canales por donde debe correr libremente la sangre.
Quizá, justo ahí se haga fuerte el lema aquel: “De todo hay en la viña del señor”. Y quizá, aquel cuento del libre albedrío sea el real culpable de todo. Sin embargo, ¿no les parece incoherente que alguien omnipotente, omnisciente y omninosecuanto se quede impávido ante tanta calamidad? Yo, al menos, lo cuestiono.
De pronto, llegó Navidad y su desdibujado significado y también se abalanzó sobre nosotros, las horas preliminares del fin de este año, de este ciclo que para Chile, tuvo demás y de menos.
Ahora se nos viene la segunda patita, los avatares clásicos: los cócteles en las oficinas, las comilonas de fin de año, las mejores pilchas, las lentejas, las uvitas, las joyas de oro en una copa de champagne, el calzón amarillo y toda la parafernalia que no sirve de na’ Pero a todos nos vuelve locos el jolgorio final, ese conteo extraño que revuelve la guata, que te hace beber como cosaco y dar abrazos hasta el más ferviente enemigo.
Parece que la culpa la tiene precisamente la sensación de final, de cierre, de término, de punto final… Entonces, ¿qué sucedería si fuese en verdad nuestra última oportunidad de hacer las cosas correctamente? ¿Con quién desearías estar en esa hora final? ¿A quién te gustaría dar el último abrazo? ¿Con quién desearías darte una mirada final? ¿Con quién desearías estrechar tus labios? ¿Quién sería la persona para recordar en una imagen final?
Pensé mucho en la persona que escogería dada tal eventualidad y recordé todas las cosas importantes que no hice, todas las cuestiones freak que no realicé, todas las payasadas que tendría que dejar de hacer y todas las sensaciones que nunca más podría llegar a verificar que, en verdad, si acontecen en momentos límite…
Yo creo que por eso la insatisfacción está instalada entre nosotros, creo que se trata de no saber lo precioso de cada minuto en el presente y estar condenado a pescar lo que está allá a kilómetros de distancia de nosotros, de juzgar sin tener todos los elementos de juicio, de creer en pelotudeces porque alguien te lo dijo, de no saber por simple cobardía o desgano, de dejar de lado absurdamente las cuestiones importantes y reemplazarlas por frivolidades de moda… no saber que todo eso puede esfumarse de un momento a otro. Lo sabe sí, el que estaba sano y le diagnostican cáncer, lo entiende el que contaba con todas sus extremidades y perdió una pierna en un accidente, lo advierte el que por necesidad de alimento delinquió y fue a parar a la cárcel… Lo sabe todo aquel que actúa de un modo diferente pues conoce las consecuencias de una vida distinta a la que pudo haber accedido si al menso hubiese hecho una pausa para entender el real significado de las cosas.
Yo sé que las fórmulas no existen, ni pretendo darlas tampoco; mis opiniones no son juicios ni sentencias, más bien son gritos, ladridos, a veces llantos solapados ante tanto despilfarro de recursos humanos… Por eso, ahora que estamos ad portas de fin de año, quisiera tan solo soñar, ilusionarme con la circunstancia feliz de que las personas pueden sentirse afortunadas con lo que tienen, sentirse plenas con la vida que cultivaron y alinearse en fronteras en donde se amplia el sentimiento de lo no material, la concepción de una vida sin frustraciones por el no tener, por el no alcanzar, por el no disfrutar, por el no dar en la talla.
En estos días previos, me gustaría mirar alrededor y no ver tanta desidia, no ser testigo de soberbia, no tener que aguantar el recelo, ni la envidia y sólo participar de la buena vibra de aquellas personas que entienden cuáles son los ciclos regenerativos, qué significan los finales y cómo se arriba a los buenos términos.
Si tuviese que escoger a alguien para pasar mis últimos momentos en la tierra, a minutos de contemplar como la vida en esta forma de mundo se extingue, escogería a mi Padre, a quién casi no recuerdo, con quién no tengo episodios memorables, de quién jamás pude recibir gestos agradables y pasaría mis últimos momentos de vida con él, para corroborar algo que siempre sospeché siendo niña… que basta una sola oportunidad para darle un giro a la vida.
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