COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “Reminiscencias”. D.D. OLMEDO. Viernes 24, Octubre de 2008. 10:37 horas.


COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: “Reminiscencias”.
D.D. OLMEDO.
Viernes 24, Octubre de 2008.
10:37 horas.

Hace poco tiempo atrás, apareció en la prensa la noticia sobre el fallecimiento de Karol Romanoff, el otrora famosillo vidente de nombre MIGUEL ANGEL... Hace muchos años, se encumbró en los cerros de Villa Alemana un chico cuya complexión de atributos inexactos aseguraba ver a la mismísima virgen María (♪♫: when I find myself in times of trouble mother Mary comes to me...). Lo hizo con tanta vehemencia en ese tiempo que al menos yo, caí redondita. Y cómo no hacerlo. El vidente de Villa Alemana sentenciaba a brazo partido conversar con ella y yo provenía de una familia en la cual, la abuela paterna hacía mea culpa de pecados horrendos bancándose todas y cada una de las celebraciones católicas justo en donde las papitas queman. Para que se entienda bien, lícita y llanamente, la doña arrastró a mis dos hermanas mayores a cuanto festejo religioso pudo; léase fiesta de la tirana, del tirano y de los ángeles custodios que nunca se apiadaron de las Navidades que las pobres no celebraron como Dios manda.

Tengo el nítido recuerdo de haber estado entremedio de pura gente “adulta”, rezando (suplicando diría yo) para que el mundo no se acabara tan pronto, pedían al menos que los pequeños tuviésemos la oportunidad de ver más de lo que la humanidad se había encargado de levantar. Se me viene a la memoria años 80’, un Miguel Ángel orando por todos nosotros y reproduciendo en legua (porque supuestamente, hasta alguna vez cantó en arameo) la evidente molestia de María. Pero en las imágenes que retornan a mi cabeza, de ninguna se desprende un fulano con barriga, converso, atormentado y fustigado por los medios de comunicación actuales al haberse burlado de la concurrencia católica. Nunca contemplé Karol Romanoff.
En los años del vidente de Villa Alemana y al igual que el escritor Álvaro Bisama (autor de “Dios es chileno”) yo vivía en la misma comuna. Primero, fue en Troncos Viejos, en una casa diminuta de dos pisos construida a partir de ladrillo princesa y luego nos mudamos a Huanhualí; apenas se dormía en ese departamento de ventanales enormes que se azotaban al más mínimo asomo de ventolera. Años intensos fueron aquellos; un pitoniso bien chilensis a partir del 83’, el terremoto de 85’, un accidente que me dejó postrada harto rato y medio coja durante casi 900 días, la separación familiar y adicionalmente, más del vidente conflictivo quién incluso, con shows rotativos, arbitró la construcción de un santuario en el sitio de las supuestas apariciones. Recuerdo también que por esa misma época, pasaron por la televisión abierta una versión antigua de la película “Los pastorcitos de Fátima” y quizá, en la sugestión del momento televisivo, quedé medio “impresionada” por las interrogantes que uno siempre acaba sin responder. Yo siempre me preguntaba por qué uno debía aceptar la religión católica heredada e impuesta sin al menos rezongar en contra de Dios por tanta calamidad, por tanta incongruencia, por tanta barbarie y por el rótulo de despistado que inevitablemente acabábamos colgándole, cada vez que nos sentimos total y fatalmente abandonados. ¿Omnisciente? ¿Omnipotente?

En esos tiempos, también me gustaba un chiquillo del barrio y por lo que recuerdo, no me pescó ni en bajada o tal vez sí. La vez del accidente, y evadiendo el castigo de mi hermana, me fugué por el balcón trasero del departamento, a toda carrera y montada en una bicicleta que ni recuerdo de quién era. Lo que sí retengo entre recuerdos es una pendiente infame por la cual tuve que lanzarme ante la persecución de que fuimos objeto Fabiola Salmerón y yo. Y sí, estoy casi segura de que en ese grupito venía el desfigurado primer amor, persiguiéndome chacalmente sin ninguna contemplación. ¡Y esa vez fue la primera ocasión que volé por los aires! Nótese que no es metáfora sino la cruel y santa verdad. Fui a parar al Gustavo Frike y al despertar, figuraba postrada en una cama suspendida desde los pies impidiéndome respirar bien, enyesada desde la cintura hacia abajo y con los brazos y cara parchados al estilo posta central. Permanecí una eternidad hospitalizada. Luego me desplazaba en silla de ruedas, después transité con muletas y al tiempo, me habitué a cojear durante años, para finalmente, ya de adulta, someterme a tratamiento kinésico con el objeto de mitigar las secuelas de la mala maniobra. La parte benevolente del asunto fue que mi familia se reunió de una forma que nunca antes observé hasta ese entonces y que nunca más se volvió a dar.

Cuando desperté aturdida por el dolor lo primero que se me vino a la cabeza fue la sensación palpable de que moriría y que más encima, nunca pegamos un ICTUS en la puerta de mi casa. Se me dificultaba respirar y para rematar, nadie se acercaba a socorrerme por lo cual acabé desmayada. No sé realmente si fue sueño o en verdad ocurrió, pero tengo la idea de haber visto a Miguel Angel arrodillado, rezando, igualito a las dos o tres veces que lo vi en Villa Alemana en el año 1984, en aquel cerro que acabó en Monte Carmelo. Al despertar le conté el sueño a una auxiliar que curaba mis heridas y respondió que probablemente fue por el susto... Misteriosamente, por razones que desconozco, un día “x” me trasladaron desde el Gustavo Frike hacia el Sanatorio Marítimo San Juan de Dios. Apenas entré al recinto me quedé frita pues una monja vestida de gris me recibió enfundada en una amplia sonrisa y con un acento pegajoso que me recordó las películas de Marisol que tanto le gustaban a mi abuela María. El problemita fue que a mis padres nunca les comunicaron lo del traslado. Imagínense, entonces, la impresión que probablemente tuvieron al llegar a la cama número 7 y constatarla vacía, fría, muda. Alguna vez entrados los años, me dije qué buena compensación para el espíritu habría sido verles los rostros desencajados, preocupados, agobiados sin salida y sin explicación al menos por una vez en la vida.

Recientemente me dediqué a buscar gente en FACEBOOK (sigo intentando dar con el paradero de Josefina González, mi gran amiga y compañera de la infancia) y aproveché de buscar otras amistades y personas recordadas de esa época, ciclos recorriendo infinidad de lugares cual hubiese pertenecido a una familia de gitanos. Y la ola me trajo a una recordada amiga de la infancia: Karina Galleguillos. Sin tener muchos antecedentes de su suerte y de lo que el tiempo inhibió revelar por efecto de la distancia, hoy me entero de su vida hecha y derecha y que aquel viejo amor sigue soltero y sin hijos... Cómo es la vida… ¿No?
Una de las cosas que más me impresionó de la correspondencia que recibí estos días fue que ella me recordaba como una niña divertida. Y entonces, como si se hubiese abierto un portal en el tiempo, una infinidad de emociones y recuerdos se manifestaron de manera repentina y fabulosa al mismo tiempo... recordé que el día del terremoto, todos fuimos a dormir a la plaza interna detrás de los edificios y que mucha gente rodeó las inmediaciones con sus vehículos, llegaron colchones, frazadas, sopita calientita, brebajes de toda naturaleza, galletas y montones de dulces. Nadie durmió en sus departamentos y yo aproveché de parodiar a una vecina que se mandó una performance de lujo a razón del fin del mundo. Las réplicas se mantuvieron por varios días e incluso, pasadas unas cuantas semanas. Y así fue como llegamos al vilipendiado Chile ayuda a Chile.
El puente que unía a Huanhualí con el resto de la precaria urbanidad de esos años, zozobró, al igual que otras estructuras, sobre todo las de adobe. No quedó un solo ventanal parado y dejamos de ir al cole por un buen rato. Pero lo que no se suspendió por motivo alguno, fue la amistad que uno había trazado con los mocos colgando, con la ropa entierrada, con los calcetines con papas, con la sudoración en miles de gotitas de alegría por la suprema irresponsabilidad de no saber nada de nada. Así se lucía la frente en es años. Encontrar a Karina después de tantos años me emociona pues al mismo tiempo, evoca una época en que fui muy feliz, feliz por ser pequeña, porque efectivamente era divertida, payasa, histriónica, feliz por ser diminutamente grande y libre de prejuicios y manipulaciones varias, feliz por ser íntegra en ilusiones y llena en buenos deseos y promesas y esperanzas. Encontrarse con gente del pasado no siempre es malo, a veces puede significar magia, puede importar vida, puede implicar nuevas oportunidades para redireccionar las energías maltrechas. No puedo dejar de pensar en todas esas veces que nos reunimos en el Club de Troncos Viejos, en donde se corría por el pasaje a toda carrera sin ocuparse de los autos, de los perros bravos, de las viejas cascarrabias, de la hora implacable avanzando en silencio sin advertirnos prematuramente que el tiempo transcurre demasiado rápido.
Nunca le comenté a mi hermana mayor que el momento más feliz de mi infancia fue aquel día en que montamos nuestra obra de teatro en Troncos Viejos; esa pequeña obra amateur presenciada por buena parte de vecinos y amigos y en la que parodiamos asuntos de “grandes” y usamos tremenda banda sonora que incluyó notables canciones de Yuri, José Luis Rodríguez, Rafaela Carrá y Ricos y Pobres.

Hoy, habría escrito de cualquier otra cosa, pero aconteció que el sábado pasado, Pancho Mouat escribió sobre una pequeña de doce años que lo hizo más feliz que perro con pulgas. ―Dijo él. Verónica Quezada vive en Villa Alemana y no pude dejar de preguntarme el porqué de estas eternas coincidencias, el porqué súbito, el porqué subterráneo que no acaba de colocarme frita. Me parece increíble ya que el día del lanzamiento de la vida deshilachada, desde mi rincón silencioso, contemplé la única escena que hizo desconectarme del gentío irrespetuoso y pensar sobre la maravillosa persona que debe habitar en un escritor como Pancho Mouat. Tomó a una pequeña de su mano, la llevó al frente y la presentó a algunas personas que permanecían sentadas allá adelante. Por la descripción que hace de Verónica Quezada en su crónica “Dormir la siesta”, deduzco se trata de la misma chiquilla vivaz que reconozco en mi escena mental y ante la cual me parece hoy imperdonable haber olvidado, presa de la frustración que provocan las sandeces cometidas por los adultos. Entonces, me pregunto ahora, ¿si desestimé la simpleza de Verónica aún en medio de mi espacio físico asfixiante y apremiado, a cuanta gente más dejé de lado? ¿Cuántas personas hemos olvidado irremediablemente y luego, tras el paso de los años, aparecen como un regalo? ¿Qué personas fueron importantes para nosotros y a pesar de ello, las dejamos de hablar, visitar, escribir, querer, cuidar? ¿Con qué facilidad impedimos el fluir de nuestros sentimientos en lugar de las frustraciones, las bajas pasiones, el desastre del orgullo y la ira contenida? ¿A cuantas personas hemos dejado de lado arguyendo falta de tiempo, problemas personales, mala onda y cuantas tonteras similares sin importancia?

Esta semana me he enterado de muchas cosas nuevas, como por ejemplo de que mi antigua compañera Sara es actriz, que mi hermana Marcela luce un semblante más tranquilo, que mi primo regalón de la infancia inaugurará un pub en Bellavista, que Raúl al fin recibió a su hija Sofía, que mi tío Walo Matela se quedó esperándome con un Miguel Torres, que mi sobrina René Elizabeth está más grande y preciosa, que a mi otra sobrina le fue genial en su Spelling, que algunas compañeras perseveran en un tercer aquelarre de liceanas, que Karina tiene una hija y continúa viviendo en Villa Alemana, que mi chico lunar extraña demasiado a sus compañeros bomberos, que los festejos de la Nata se aproximan, que a Rodrigo le mordió un perro; que la gente se ocupa y también, se preocupa; los preocupados, andan un paso adelante y casi todo lo hacen de modo organizado, son diligentes y establecen ciertos códigos de referencia ante lo cual uno suele estar prevenido, preparado, finalmente, preocupado... y los otros, los ocupados, son todos los restantes, los que responden un mensaje y se alegran a pesar de todos los años de silencio, de ausencia, de no decir nada. Son los que viven a su ritmo, bajo sus condiciones y de acuerdo a lo que sienten, quizá al día, quizá deslizándose de manera austera.

Una de las sutilezas bien ponderadas de Facebook, tiene que ver con el factor sorpresa (pese a las agudezas del vouyerismo). Es cierto, están todas esas páginas a tu disposición a un sólo enter y sin embargo, la información te llega de repente, cuando menos lo esperas.

Extraño muchísimo a las amigas y amigos que nunca más vi (Erika, Juan Pablo, Mariela, Eduardo, Claudia, Rodrigo, Josefina, Esteban, Carla y Pamela y Viviana) así como también todos los eventos en que no participé, las cuestiones que no me contaron, los apoyos que no prodigué, las emociones que no compartí, los momentos memorables que me perdí y que no puedo reversar para que se proyecten delante de mi por más que el deseo lo pretenda. Y sin embargo, la vida está hecha de todo eso; de lo presenciado y de lo no visto, de las puertas “A” a las que se renunciaron en beneficio de las “B” escogidas, de las cosas que no puedes controlar y de aquellas que irresponsablemente dejaste pasar... está hecha de todo aquello que vuela, se convierte y se diluye, y todo lo otro que vuelve a uno, que va y viene y que se vuelve a marchar, de las cuestiones simples y de las complejas, de la dicha y de la tristeza que implica relacionarse y de los avatares que significa enfrentar el deseo de mantenerse vivo para entender alguna vez de que trataba todo esto.
Me preguntó si en verdad a Miguel Angel se manifestó la virgen María. ¿Cómo y en qué forma marcó eso su vida? ¿Qué cosas pensaría yo de tales acontecimientos si no hubiese pertenecido a Villa Alemana? ¿Cuánto tiempo habrán tardado en levantar el puente de Huanhualí? ¿Qué habrá sido de Fabiola Salmerón y porqué jamás me visitó en el Gustavo Frike?

¿Qué sería de todos nosotros si en verdad se nos manifestara algo divino? ¿Afectaría en algo nuestra capacidad para recordar, para retener, para perdonar, para volver una y otra vez hacia aquello que no se desea dejar atrás y sin embargo, se pierde irremediablemente con los años? ¿Qué nos ocurriría si de repente, así sin más, Dios se nos apareciera y formulara la misma interrogante? ¿Por qué te olvidaste de mí? Eso es lo que me pregunto. ¿Qué sucedería? 


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