COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: Resignificación. Viernes xx, xxxxx de 2009. D.D.Olmedo



COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: Resignificación.
D.D. OLMEDO.
Viernes 27, Noviembre de 2009.
01:15 horas.

Últimamente y con harta frecuencia, he encontrado discursos que tratan el tema de la resignificación, esto es, revalorar y reeditar el significado de una cuestión “x” que es objeto de análisis. En formas breves o más extensas, personas sensibles se han planteado cuan necesario es visualizar contenidos primarios y originales, con prescindencia de adornos distractores, tanto así, que han logrado encontrar formatos extraviados y en desuso. También me incluyo en esta experiencia; veamos de qué forma…

La señora Serrano escribió recientemente en su columna sobre las muchas formas en que actualmente se tiende denostar la salud mental de las personas, utilizando a este efecto –según la información suministrada– aquella manoseada pero popular frasecilla: ¡Hazte ver! Pero en la aludida reflexión, no versa en un mero desvarío lanzado irresponsablemente a modo de sátira; ella hizo hincapié en el poco ortodoxo modo usado en la actualidad que pretende enviarte al loquero más próximo. La motivación no es otra que traspasar la carga, en buenas cuentas, endosarle a un extraño la imperiosa necesidad de ser escuchado, ya no tus pares, ya no tus cercanos, no las personas a las que consideraste se encontraban de tu parte. Pareciera ser vergonzoso exhibir debilidad; si te duermes, mereces que te lleve la corriente…

En otro frente, aún con los tremendos esfuerzos que significó replantear el trato dado a personas que eventualmente cayeron en actos delictivos (reforma penal que cambia las circunstancias de trato en la persona del delincuente), los candidatos presidenciables (y toda su horrorosa parentela “política”), continúan empleando terminología tal como: “puerta giratoria”, “acabar con la mano blanda”, “más dotación de recursos asignados a la construcción de nuevos recintos carcelarios más dignos” (como si la pérdida de libertad no fuese ya lo suficientemente indigna), etcétera.
Cualquier país que se precie de República democrática, entiende de sobra (o debiese) que la solución no pasa por estigmatizar sino por educar. He ahí en donde deben centrarse los recursos que pretendan administrarse de manera decente y por sobre todo, en forma eficaz.

Por otra parte, el otro día un periodista famosillo puso al aire una comunicación telefónica en el que un supuesto “entendido” en materias medioambientales, refería ciertos aspectos relevantes en la cuestión del cambio climático. Empero, una conversación que debió ser presta, fluida, amena y mínimamente entendible (teniendo en consideración tiempos radiales y premura de las circunstancias), acabó siendo una pedantería que bien pudo exasperar a cualquiera. Sobre la marcha, una amiga que soporta mi masculle habitual sugiere a respecto: “Todas las carreras, cualquiera sea ésta, debiese incorporar una asignatura en que enseñasen a hablar, a expresase, a comunicar…” Completamente de acuerdo.

Mención aparte, les cuento que soy fanática de la serie “Los 80’”, aunque en esta pasada, me está cansando el enfoque editorial del canal que la transmite; pasan una sinopsis durante la semana, ensamblada de tal modo que te dejan el alma en un hilo (hay que adentrarse en la ficción y comprenderla como aconteciera para saber de qué les hablo). No sé que pude estar pasando por la mente del que está editando, alguien que pretende hacer de la tristeza un nicho manoseado, un caldo de cultivo recurrente, jugando de pésima forma con las reminiscencias personales, enturbiando el significado que cada uno imprime a sus recuerdos.

Para redondear, cada vez más y con abrumadora preocupación, veo jóvenes desparramándose en cualquier parte, ya en torno al alcohol, las drogas, o ante el desgano que los consume sin siquiera consultarles o mejor dicho, antes que puedan darse cuenta realmente; ya ante otros focos infecciosos alteradores de ánimo, de convicción, de energía (incluso de biorritmo) o también del modo en que se anticipan a vivir una vida desprovista de significados permanentes, auténticos…

¿Qué pueden tener en común la psicóloga Serrano y su airada reacción; los señores candidatos y sus frases hediondas de maqueteadas; el señor Cavada y su personajillo pedante; los jóvenes modorrientos y desaliñados de este nuevo tiempo, conmigo, la fanática singular de cierta época ochentera? Bastante. En lo vertebral, nuestra incapacidad para comunicarnos en lo esencial, básicamente, en lo que es necesario e imprescindible poder decir y que deseamos sea comprendido tal cual fluyó en nuestra mente antes de ser verbalizado.

El guiño a la psicóloga comentada trasciende su molestia en contra de cargarle el muerto maloliente del que nadie quiere hacerse cargo. Un “hazte ver” para ella, mutó en la boca de quien irresponsablemente denostó la incapacidad de un humano sin energía para resolver sus disquisiciones espirituales, bien a consecuencia de un momento peculiar de su vida en que gráficamente se le agotó la pila no más, bien porque el desajuste mental puede explicarse enana falla orgánica que compromete al cuerpo más allá de lo que provoque la mente… Esa transformación a la carrera en que el uso inadecuado del lenguaje propone comentarios que pasan a integrar una charla, un postura, un comportamiento sostenido, una forma de ser, una personalidad afianzada en el transcurso del tiempo, conduce justamente a la debacle comunicacional que nos va distanciando progresivamente unos de otros.

Un “hazte ver” a la antigua, simplemente habría pulsado la necesidad de consultar, de sondear el o los por qué de las causas, las razones de mi incapacidad, un fundamento lógico en mi limitación; causa y efecto.
Un “hazte ver” en estos tiempos, en cambio, es indicativo de mofa, burla y hasta de sátira. No se trata de obviar o incluso, abstraerse de la sana posibilidad de reírse de uno mismo (risa, remedio infalible), claro que no, pero siempre el contexto marca una diferencia…

A pocos días de las próximas elecciones, no me quedó más remedio que evaluar la opción menos dañina. Lo menos malo, en mi caso, es votar por quien habla de realidades tangibles, por quien reconoce que el delincuente y su obrar se comprende dentro de una sociedad carente de oportunidades verdaderas y dignas, no por quienes creen que debe encerrárseles a todos.. Quémenlos, segréguenlos, pareciera desprenderse de la opinión de uno en particular. Separar no es sinónimo de construcción, menos de igualdad. Además, porcentualmente, es menos costoso otorgar un empleo que financiar gastos de presidio en condenas de 20 a 15 años (efectivas y sin beneficios) y sin embargo, el común de la gente sigue respondiendo que los delincuentes deben estar encarcelados bajo siete llaves. Eso, eso es ignorancia. Pero asimismo, el despropósito en la vida no tiene que ver con la falta de oportunidades sino con la formación valórica, con la crianza y con las herramientas puestas a disposición de quien crece. Te pueden entregar apenas un 1% pero si posees una buenas estructura valórica, siempre sabrás cómo administrarlo, siempre se podrá multiplicar y presenciar los frutos.
Con todo, me es imposible hacer cargo de las excepciones explicadas por disposición genética; eso es harina de otro costal.

En cuanto al otro ítem, el sólo sentido común habría basado al profesional aquel para ejemplificar en unas cuantas frases certeras, qué factores intervienen en el cambio climático, cómo evitar aquella nocividad y a quiénes compete ilustrar medidas que el resto deba acoger, respetar y cumplir. Pero no, “el especialista” en cuestión prefirió repetir idénticas frases en tono eslogan verde, sin aprovechar preciosos minutos de vitrina al aire…

Pero con los jóvenes, con ellos ocurre alo diferente: no sólo no aprovechan su vitrina, sus minutos en la exposición, además, insisten en sabotearse majaderamente. Insertos y absortos en el mundo de la alucinación, evidencian desde temprano un absoluto desprecio por todo lo establecido (normas, reglas, comportamientos, prototipos, metas, objetivos…), se plantean y asumen “vacíos”, nada que apresurados rellenan con vicio, con desdén, con abstracción, con desvarío y con ausencia de sentido real… Aunque no sólo hay pajaritos en cabeza de adolescentes, es cierto; hay quienes persiguen albatros toda una vida… Y eso que rebasaron un cuarto de siglo hace bastante tiempo… Pero estos jóvenes vagabundos y hasta desaseados (a veces) no son culpables de todo lo que me apetezca imputarles. Hay más responsables mirando la paja en el ojo ajeno.
No obstante, lo que se ve (vemos) es que no aprovechan la gloria de su juventud y más encima se encargan de apagarla antes de tiempo –en su condición fisiológica-, cuestión que se contradice en el discurso no emancipación, de no responsabilidad, de no proyectarse, de no ejecutar (que en verdad quiere decir, concretar, llegar a un destino, a un fin…). Simplemente hay en torno a ellos un constante ser especulativo que les conmina a experimentar sin ton ni son tal y como si el mundo fuese acabar.

Y bueno, ¿qué tendrá que ver todo esto conmigo? Mucho.
Alguna vez yo “me hice ver”. Nadie me envió en el propósito de librarse de mi canto trillado. Por suerte. Libre y meditadamente concurrí a terapia y sostengo conscientemente que han sido los recursos mejor invertidos hasta ahora, más que en adornar el exterior, mas que en viajes, más que en libros, más que muchos mases. En ese tiempo, la mofa aún no era pan de cada día y mis cercanos, más que creerme incapaz me consideraron valiente. Ahora sé que reconocerse inválido emocionalmente hablando no es pecado, no es evidenciar taras, ni mucho menos, te convierte en alguien menos digno… Saberse a la deriva y no tener idea de cuándo, cómo y a dónde vas a ir a parar, es lo más consistente que te puede suceder y realmente te cambia la vida preparándote para acometer el futuro. Pero te ayuda sólo por un tiempo. Aún cuando por años me aferré a la fascinación que sentía por la incertidumbre, echándole mano a ese discursillo como tango estrella, repitiendo cual loro frases rebuscadas (las mismas que llamaste “para el bronce” siendo más joven), expresando tozudamente que no me importaba lo que pudiera suceder, pues a mi me importaba sólo el presente y un carajo el mañana, de la misma forma en que se comporta mucha gente al desviar la atención de un verdadero problema mediante la ironía, el morbo o qué se yo, usando cualquier recurso destinado a anular la conciencia del otro, ya inhibiendo su visión, ya destacando sus inseguridades y carencias; lo cierto es que a mi sí me importa lo que vaya a suceder…
Si me ocupa quién gobernará Chile, sí me inquieta la escasa utilización de espacios en que se pueda exponer inquietudes, problemas y preocupaciones que nos atañen a todos como país, como sociedad civil. Y obvio que me importa de qué forma esas inquietudes se exteriorizan; cómo se suministra esta información ante los restantes receptores y emisores.
Simplemente decir, hablar, verbalizar sin pensar o incluso comprender lo que emana de uno mismo puede llegar a ser mucho peor que quedarse callado y ser tildado de inexpresivo. A veces, el silencio alcanza un valor supra si se cultiva como respeto o como parte del aprendizaje. No obstante, todas las otras veces, quedarse callado constituye una falta grave y va en contra de lo que significa comportarse como ente comunitario.

Querámoslo o no, el sistema al que accedemos apenas nacemos, estaba configurado e instalado entre nosotros hacía rato. ¿Cómo erradicar esa necia estructura? Sabemos que es un enjambre de tramas, acontecimientos dispuestos y ordenados cronológicamente, y que explican algunas formas y decisiones relacionales, se trata de principios, procedimientos (que en rigor son ritos), formas y mecanismos que imponen un actuar más o menos aceptado… todo eso destruye la verdadera comunicación.
El no saber comunicarse adecuadamente constituye una pelusa en medio de la cola; hacer nada al respecto, la señal más clara de que atravesamos la decadencia…

Sea para ofrecer, para quitar, para prometer, para plantear, para educar, para proteger, para proseguir, para advertir, para perseverar, para soñar, para decir la verdad, para sacudirse o para simplemente vegetar, para avanzar, para retroceder, para estancarse, para evolucionar, para mutar, para sanar, para emigrar y jamás mirar atrás o para volver al punto de partida… Para todas estas circunstancias es fundamental entender que debe ponerse en conocimiento del otro, de los demás.
Lo que es bueno para otro (otros) no tiene que ser igual para mí por un solo acto de repetición; eso no es comunicación.

Hay una clave escondida para “cada decir” y creo que de acuerdo con esto, todo lo que “fue más” alguna vez, hoy dejó de serlo. ¡Ya fue! Ya no sirve decirlo de la misma manera, algo cambió y requiere de un modo nuevo que represente realidad, vigencia, veracidad y concordancia para quienes reciben el discurso comunicacional; algo con qué nutrirse. Todo lo demás no sirve (ni aún, las buenas e inocentes intenciones). Todo lo que se desvirtúa entre el pensamiento y la verbalización es, probablemente, lo más auténtico que pudo haberse dicho en un momento y tiempo dado, habría constituido un aporte, habría salvado el significado y poder de las palabras bien dichas, sin adornos, sin preámbulos, sin la toxicidad del miedo a ser permanentemente interpretados.


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