COLUMNA: Por fines viernes. HOY: "Un mundo en coma". (Serie de columnas pendientes). D.D.Olmedo.



COLUMNA: Por fin es viernes. 
HOY: “Un mundo en coma”. 
D.D. OLMEDO. 
Viernes Agosto de 2009. 
15:50 horas. 

Supongamos que yo no soy aquella que escribe y ustedes, ustedes tampoco aquellos quienes leen, leen y quizá, releen alguna que otra frase encontrada interesante, atinada, pertinente en estas columnas de los días viernes. Y supongamos mucho más allá, imaginemos que nada de lo que nos rodea, existe. O sea, un tiempo presente en donde no hay registros de que nosotros seamos quienes aseguramos ser, convencidos de una vida entera, enterados de momentos, recuerdos, vivencias, apellidos y roles, pertenencias materiales, investiduras, rangos, complejos y prejuicios, también valores… supongamos un imposible de ser quienes hemos sostenido ser, majaderamente, toda una vida… Incluso, exageremos la nota, y digamos que ni siquiera ha existido una ligera concepción capaz de pretender un atisbo de nuestras vidas tal y como la hemos concebido hasta ahora…

Todo lo que uno cree ser, podría eventualmente significar nada.

Visualícense, ahora, insertos en una vida diferente a la sobrellevada hasta este día, ya no pretendiendo que no viven en este plano de la realidad sino, ustedes llevando el mismo nombre, siendo de carne y hueso, nacidos en la misma cuna, descendientes de los mismos progenitores, acompañados de idénticos parientes, amigos, conocidos, pares, pero vivientes en un respiro de vida diametralmente distinto: el barrendero, un millonario; el bárbaro, un civilizado, el soberbio, un humilde; el cuerdo, un loco; el materialista, un desprendido; el intrigante, un samaritano; el estúpido, un inteligente; el vivaracho, un cándido, el témpano, un apasionado; el empresario derechista, un socialista renovado; la modelo descerebrada, una matea consecuente; el esnobista, un pueblerino; el energúmeno, un sensato, el mentiroso, un honesto; el gringo armamentista, un vietnamita recargado; el desalmado, un enamorado; el impuro, un digno; el cuico, un flaite; el citadino, un campesino; el vago, un trabajador; el asesino, un poeta; el hiriente, un moderado; el estructurado, un lúdico; el altanero, un humilde; la prostituta, una virgen; el arrollador, un pavo; el lanzado, un tímido; el villano, un superhéroe; el destemplado, un músico; el sabihondo, un ignorante; el complicado, un básico; el perverso, un humano…

¿Han imaginado un ser distinto? Yo si.

No tengo inconvenientes en concurrir a ciertos lugares si las circunstancias así lo disponen (los que conllevan el verbo adquirir), pero tiendo a evitarlos. Aunque escasean los sitios en los cuales uno puede refugiarse de la vorágine, por más que lo pretenda, siempre hay uno que otro recordándome la aspiración de imaginarme una persona diferente a la que existe en mi, o siendo un poco más generosa, un versión mejorada de aquellos aspectos que admito rescatables.

Hace varios años atrás, en una clase de sociología, se intentó explicar que los Malls se transformaron en algo así como el reemplazo oficial de las otrora plazas de barrio. En aquél entonces me dije: ―¡Vaya! Cómo ha cambiado el mundo, intentando significar la tremenda variación en el comportamiento de las personas; ¿reemplazar una plaza por un mall? Es importante el cambio. ¿O no?
Recuerdo que el señor Warnken escribió una columna potente a propósito de las plazas; defendía su legítimo derecho a protestar en contra del descomunal imperio de las inmobiliarias en el barrio de Vitacura y su textura poética, revestía de magia aquella inolvidable época de infancia en donde no existía nada más importante en la vida que ir a correr desbocadamente por nuestras plazas.

Es indudable que a muchos santiaguinos les encanta comerse un combo de lo que sea, mientras sea en la plaza de comida de un grande y luminoso monumento al consumismo. Si el tema no es alimentarse sino, derechamente consumir otros productos, buenas son las liquidaciones, los dos por uno, la producción en serie al alcance de “todo” bolsillo. Lo fundamental es que se produzca y promueva dentro de estas plazas artificiales.

Mientras muchos niños son criados a la usanza de la familia antigua y sudan la gota gorda jugando al pillarse, a la escondida, a la pinta, a los países; otros observan con devoción el juego de moda tras un vitrina fortificada. Pero, los primeros, podrían perfectamente estar deseando ocupar el lugar de los segundos o vise y versa. La diferencia en ambos casos nace a partir de quienes conducen el camino y los responsables en marcar la diferencia.

Yo me he imaginado mil veces el cuerpo de un niño pequeño, elástico, lleno de vida y lo suficientemente intrépido como para montarse sobre un árbol y matarse de la risa porque todos pretenden bajarlo de ahí. Eso si que sería un verdadero espectáculo. En cambio, en este plano de la realidad, me toca ver muchos rostros atónitos deseando obtener cuestiones materiales que, gran parte de las veces, más encima, se encuentran fuera de su alcance. ¿Qué hace un chico con el bolsillo rasgado pegado en la vidriera? Anhelar todo aquello que no puede poseer y que el medio le restriega en las narices.

De alguna forma, este sistema, el modelo de economía que nos sobrepasó, nos está devorando el alma.

Es cierto que no tengo derecho a entrometerme en las decisiones de los demás, por lo cual, ya ni siquiera doy consejos (sólo si me lo preguntan, doy mi opinión) pero me impacta salir al exterior y comprobar cuan materializado está el medio, el entorno que nos rodea prácticamente no deja nada a la imaginación, sólo alimenta necesidades fútiles engrosando los ceros del debito mensual; si tenemos “esto”, más temprano que tarde querremos “aquello”.

Los malls representan una dosis permanente de anestésico local que impide a las personas ver lo verdaderamente importante y que lamentablemente escasea en stock para su venta. Se empuja a los niños a ser parte de este sistema y se les inculca valorarse a sí mismos por lo que cargan consigo; yo tengo más juguetes, yo tengo más ropa a la moda, yo tengo porque me han inculcado que lo puedo comprar y que esa es la forma adecuada de funcionar.
Cuando vas a una plaza, te das cuenta de cómo son los niños; puros, simples, vigorosos, valientes, arrojados… no tienen miedo pues no lo conocen; se entregan libremente al espíritu y esencia que los conduce y que en nada se parece a la nefasta esfera del consumismo. Los árboles son trepables y el sólo escalarlos constituye un desafío cuyo premio no es otro más que el simple momento de éxtasis de convivir en armonía con la naturaleza. No hay nada que se le asemeje, no hay nada detrás de una vitrina que inspire un deseo más noble que el ser niño en todo el extenso de su proeza.

Así como los adultos estamos corroídos por una patina aceleradora del proceso de envejecimiento, se ha expuesto a miles de niños a padecer la ansiedad del “tener”, inquietud que muchas veces podría evitarse si los padres también desearan proporcionar a sus hijos otra clase de valores y no la transmisión de sus experiencias rotas, sus deseos truncos, sus necesidades materiales no cubiertas, las compensaciones mediocres por la ausencia y las faltas…
Se lo que significa tratar de tapar el sol con un dedo y asimismo, intentar llenar un agujero negro, profundo, vertiginoso que pareciera jamás satisfacerse, colocar etiquetas, marcas, rótulos que aportan estatus, ataviar el envase para que nadie note cuanta calidad dignificante le hace falta al contenido. Probablemente donde no hay brillo y luz natural propia, se vuelve urgente el adorno, el pigmento, adminículos varios cumpliendo la función de distraer la atención hacia otras áreas; un intento por decorarnos para ser aceptados, valorados, para no pasar desapercibidos, para que nos incluyan dentro de un estrato, para no ser menoscabados, para intentar, al menos, de manera superflua, contrarrestar el vacío inherente que no se colma con nada.

Pero no hay que confundirse.

Hay una diferencia sustancial entre valorar lo estético por su belleza intrínseca e incorporarlo en nuestra indumentaria con la finalidad de desmarcarse, de lograr independencia de rol, sello o estilo y el llenarse de cosas para parecer, para intentar ser otra persona, física y materialmente hablando, sobre todo si tal acervo no es más que una costra adherida pretendiendo cubrir la parte incompleta y fundamental jamás exhibida a los demás ver.

Con mi presupuesto actual, prefiero mil veces abastecer el estómago y por Dios que he sido feliz comiendo legumbres, huevos con arroz y fideos al por mayor; gracias a la providencia, rara vez me han sonado las tripas. Y con el presupuesto de muchas otras personas (ese que suele ser apetitoso pues es bastante fácil marearse en estos días) realizaría muchas otras, casi todas disímiles al inútil aprovisionamiento de bienes materiales que no nos podremos llevar cuando nos echen al cajón.

Todas las veces que me toca ir al mall, todas esas veces, me dedico a observar, a contemplar los rostros de las personas, los personajes que interpretan, la cantidad de bolsas que portan, de qué tiendas… la forma en que ostentan sus compras. Siempre que tengo la oportunidad de participar de este grosero hábitat elogio y culto de la voracidad del hombre, me dan ganas de envalentonarme, subirme al centro de cualquier tarima y gritar que frenen, ¡DETENGANSE!; dense cuenta que nada de esto les hace falta. Pero me doy cuenta. Yo sería la única perjudicada, no por el ridículo, no por la sacada en andas que me ganaría sino por todos esos rostros consumidos volteándose hacia mi por al menos un milésima de segundo, admitiendo cuanto crédito hay en mi furia, para al instante siguiente, volver al infame esquema adoptado, como si se tratase de un mecanismo sofisticado que funciona cual un reloj despilfarrando minutos preciosos que podríamos haber vivido de una manera tan diferente a la escogida… una vida sin logros materiales, sin concreciones de rango, sin apetencias superfluas más que las estrictamente indispensables, una vida más digna, más coherente, una existencia siendo la antítesis de lo que somos, abandonándonos en el coraje de vivir sin miedo a lo que los demás piensan, dicen o creen respecto de nosotros, explorando la vertiente que no se recorrió, dimensionando vivir en el riesgo constante de no tener, de no sentir, de no mirar, de no dar nada por seguro, comprobado o permanente, para, justamente; valorar lo poseído íntimamente (principiando por nuestra esencia), sentir lo que está por venir, ver lo que ha permanecido oculto e intentar creer (visualizar) que siempre será posible tomar buenas determinaciones aún cuando pudieron no ser perfectas, viables o justas para los demás pero sí, auténticas en la intimidad de nosotros mismos.

Somos diferentes, de ello no cabe duda. Distintos en envase, distintos en contenido y este mapa de fibra es el que permite toda una gama arbitrios., tanto, que pudimos perfectamente ser otro tipo de personas.



Comentarios