COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “El arte de encontrarse”. Viernes 27 de Febrero, Año del Bicentenario. D. D. OLMEDO.
COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: “El arte de encontrarse”.
Viernes 27 de Febrero, Año del Bicentenario.
D. D. OLMEDO.
No se si sabrán que la última novela de Fuguet trata sobre un perdido. No es un perdido por resaca, por capricho, por leso o menso… nada de LOST ni perdido cabronamente en medio de una descomunal búsqueda, cuya peor parte se la adjudican parientes dolidos resignándose a asimilar “perdido” y DESAPARECIDO. Nada de eso. Aunque no conocía mucho los delineamientos de su última novela, intuía que ficción y realidad se abrazarían estrechamente; más que narrar sobre un extraviado, Alberto haría el ejercicio de explorar por qué se puede llegar a admirar a quien decide extraviarse voluntariamente…
Amo leer, amo la remota posibilidad de hallar respuestas sutiles por entre las líneas de pequeñas obras maestras (aunque sea a través de un mundo paralelo lleno de ficciones e ilusiones momentáneas), amo pensar que a veces, algunas cosas difícilmente explicables o entendibles, encuentran una línea de veracidad honesta y equilibrada cuando se exponen a través de un hilo mágico recorriendo la fibra de una historia bien contada. Es precisamente lo que hace mi escritor favorito, mi ídolo de la “zona de contacto”, el creador de mi personaje de culto (Lucas, en “Por favor rebobinar”), el único escritor chileno basureado por decir que amó vivir en USA y pasarse fin de semanas enteros cogiendo clásicos yanquies (Véase la portada de “Las películas de mi vida”). ¿Y qué de malo puede tener amar otro sitio? Qué tan malo puede ser admitir infelicidad en el suelo que pisas precisamente porque tú y unos cuantos millones hacen justamente lo mismo, pisar la tierra que se ama. Aunque es complejo explicarlo, una parte de mi lo comprende bastante bien. Y pienso que algo similar tuvo que haberle pasado a su tío Carlos.
Uno se puede desorientar y pederse dentro de una comuna, a veces puede confundirse el este con el oeste, el norte con el sur, todo dependerá desde el ángulo en que te sitúes; incluso, podrías eventualmente extraviarte dentro de una localidad que no conoces o tal vez, perderte porque obcecadamente herraste la ruta… y aún así, estar a kilómetros de distancia del PERDIDO al cual hago alusión en esta instancia.
Lo que hace A. Fuguet es investigar sobre un extravío planeado, pensado, armado y destinado a obviase a sí mismo y todo lo que representó la vida de un ser humano casi ajeno, hasta cierto punto. Pero esto no lo supo al inicio de su navegación, son espinas desprendiéndose en el transcurso de la travesía, después de estremecerse al indagar sobre la ausencia de alguien y descubrir en medio del vacío que, extraviarse, puede ser altamente regenerador.
Imagino a Carlos despertando un día, lo veo mirando a su alrededor, lo siento cuestionando qué hace en ese lugar, qué cosas son las que lo unen con ciertas personas, qué clase de lazos importantes son los que le detienen a este suelo llamado Chile. Le veo entristecido constatando que nada le apasiona y que escasamente algo puede sujetarle a esta tierra que considera ajena y dispar. Lo imagino así en mi mente, creo que a muchos también pudo sucederle. Lo reproduzco en mi cabeza y lo veo cercenando toda una vida, subiéndose a un avión, abrochándose el cinturón y dando un último vistazo a nuestra flamante cordillera. Imagino a Carlos apretando sus dientes, elevando la lengua contra el paladar, sujetándose enrabiado de los brazos del asiento mientras el avión se despega de esta tierra ciega… imagino unas cuantas lágrimas cayendo de sus ojos, imagino su corazón apretado sabiendo que nunca más regresaría…
Al igual que Carlos, mi hermana mayor, Marcela se fue hace17 años de esta tierra.
Me acordé mucho de ella a través de la reseña de “Missing”, recordé todo el tiempo anterior a hacernos grandes, es decir, los años en que jugando, todos nuestros actos no tenían consecuencias. En tiempos de Villa Alemana, formamos un club, de esos clubes en los que te afilias y asumes un rol. Tan entretenido era pertenecer a este club que casi toda la cuadra le entraba al asunto. Se nos ocurrió para final de temporada representar una obra de teatro escrita por nosotros mismos y hasta cobrar un importe por la entrada al espectáculo. Y así lo hicimos. No tengo imágenes completas pero sí algunos fragmentos en que canté temas del grupo italiano Ricos y Pobres que era furor en ese entonces. Lo que si retuve todos estos años es la sensación, una sensación de plenitud, de alegría, de complemento y sanidad… Todas las veces en que jugamos a ser felices nos fue de maravilla porque actuar constituía una excepción.
Pero el cuerpo es majadero y el crecimiento, asesino, asesino de todo sentimiento pueril. Y te toca avanzar, deslizarte como puedas entre los avatares del desarrollo… un día me encontraba actuando en Troncos Viejos, de pronto hubo un terremoto y al instante siguiente vivía sola en una pensión de mala muerte… Algo así como un viaje relámpago a la dimensión desconocida. Nunca más volvimos a jugar, no hubo más peluquerías, no teatro, no hubo más tardes en Calera, no más navidades, no más años nuevos… Sólo un tremendo y desolador despeñadero por donde caían los recuerdos de cuan bueno resultó ser niños.
Ni siquiera cuando la despedí en el aeropuerto recordé estas cosas, no recordé nada útil ni tampoco le dije algo inteligente, ni siquiera fui capaz de estrecharla con fuerza para expresarle mi amor, seguramente pensando hacia dentro que estábamos lo suficientemente creciditas y hediondas como para demostraciones afectivas cursileras. No hice nada de lo que uno realmente debe hacer en esas circunstancias, probablemente porque no tenía idea que apenas atravesara la cordillera, pasarían demasiados años antes de poder volver a abrazarla.
Hacemos siempre lo mismo, nos quedamos parados frente a los sucesos, atormentados con pensamientos sin poder esquivarlos sin poder darles en reemplazo una emoción más justa y sincera, quizá por lo mismo me llega tanto el aforismo de Pessoa: “A menudo pienso que no son los pensamientos demasiado profundos para las lágrimas, sino las lágrimas demasiado profundas para el pensamiento”. A menudo nos restringimos engañados pensando en un mejor momento, el instante sublime, precisando la magia, la calma, el espacio coherente en que todo se de cual si el camino estuviese pavimentado. Pero entonces, de pronto simplemente despiertas y te das cuenta de que envejeciste esperando y que la oportunidad indicada raramente existe; son los gestos y los detalles los que transforman a un momento en algo peculiar y esos eslabones los creamos nosotros, no el tiempo, la fortuna, la espera…
Carlos Fuguet se marchó de Chile decidido a perderse, perderse de la vista su familia, de sus amigos, de su entorno, de sus experiencias, de sus recuerdos, de su historia… Marcela López, se fue para darles una mejor vida a sus hijas, aún sabiendo que debería desprenderse de todo para lograrlo. Pero Marcela y Carlos se parecen mucho; ambos tuvieron que perderse en la vida para poder encontrarse, ambos tuvieron que soltarse para poder asirse de lo importante, ambos tuvieron que bucear en la soledad para interiorizarse de ellos mismos.
A veces, uno cree que el valor reside en desprenderse de todo y otras, se piensa en que reside justamente en lo contrario, apegarse y defenderlo.
Yo he estado en ambos polos. Alguna veces me desprendí y otras tantas, me aferré. Pero en ambas circunstancias no sabía el real significado de extraviarse voluntariamente de la faz de la tierra. Pensaba que con perderse de vista era suficiente, creía que con abstraerse temporalmente de algo, en parte las cuestiones iban a solucionarse. Primero me perdí una buena cantidad de años para vivir la vida a mi atojo, sin reglas, sin roles, sin la autoridad. Luego me perdí de la adolescencia, asumiendo responsabilidades que no me correspondían, asumiendo a punta de maquillaje años adicionales para justificar contratos y pasaportes. Después me perdí de la vocación, errando el camino para hacer de mi alguien productivo y decente. Y finalmente, me perdí de los seres queridos para corroborar la idea loca de que yendo tras quienes no me querían, justificaría la idea tonta de que todos acaban abandonándote.
Tuvieron que pasar muchos años, quizá demasiados para comprender que la única forma verídica de perderse correctamente (para que sirva de algo ese ejercicio), es entendiendo qué necesitamos encontrar una vez que se está completa y absolutamente extraviado. ¿Necesitas encontrar identidad? ¿Necesitas encontrar realidad? ¿Necesitas encontrar autoestima? ¿Necesitas encontrar paz? ¿Necesitas encontrar poder? ¿Necesitas encontrar reconocimiento? ¿Necesitas encontrar emoción? ¿Necesitas encontrar amor? ¿Necesitas encontrar dolor? ¿Necesitas encontrar valor? ¿Qué es lo que se necesita hallar?
Hay muchos individuos perdiéndose indefectiblemente porque simplemente deseaban hacerlo, para evitar, para sortear, para hacer fintas mientras pudiesen, para retener la sensación de que es posible estar suspendido sin tener que posarse y volver a conectarse con la realidad. Entonces, cada cosa hecha en ese intervalo surgía como una suerte de anestésico local tan potente que servía de dosis para acometer lo sucesivo. A veces, muchos se perdieron porque “estar presente”, dolía demasiado. Otras tantas, algunos decidieron perderse porque la vida no les ofrecía nada espectacular para quedarse y unos pocos, se perdieron intermitentemente para experimentar con la ausencia, el privilegio de ser extrañados, reconocidos, valorados. En todos estos casos, no había preguntas qué responder, sólo deseos egoístas y caprichosos enfundados en cansancio, en desidia, en letargo, en abulia y en todas las otras emociones encuadradas en unidad y que sólo pueden ser reconocidas cuando los cables vuelven a reconectarse.
Pero quien se pierde verídicamente para que jamás nadie le halle, sólo ese personaje (como Carlos) dejó de anestesiarse pues respondió la pregunta elemental a su necesidad: TODO LO QUE SE NECESITA ES ENCONTRAR PROPÓSITO.
Si les contara el final de la novela sería como responder la pregunta del millón. Lo que si puedo hacer es contarles que Marcela está apunto de descubrir el suyo. Lo presiento.
Hay propósitos de todas las naturalezas posibles. ¿Lo sabían?
Hay quienes piensan que el gran propósito de la vida es ser un ente productivo. Otros, consideran propósito estelar el generar status y riqueza. También lo es para muchos, detentar poder, ostentar cargos, cultivar imagen; procrear y hacer familia dignificando el espíritu gregario; la intelectualidad, el acervo dogmático y el conocimiento; otrora, la espiritualidad, la solidaridad y la tolerancia… Para los menos: conocerse y ser feliz consigo mismo y prodigar amor hacia los demás.
No obstante, para un perdido como Carlos Fuguet, el propósito era más que tremendo: perderse para encontrar…
Cuesta demasiado perderse para encontrar.
En el camino, tienes que renunciar a casi todo; títulos, dotes, abolengos, registros visuales y táctiles, recursos humanos y económicos, lazos, amistades, significados varios, caminos andados, opciones… para poder encontrarse es inevitable perder. Y es harto lo que se pierde.
Perderse es un arte. Los perdidos como Carlos o como Marcela son verdaderos artistas, pues sus extravíos no fueron paréntesis, no se trató de olvidos crónicos concertados, como ocurre en la otra cara del olvido, aquella que nos cuida y liberta de la realidad implacable en instancias urgentes, sino, verdaderos actos de constricción en que la renuncia a todo se justifica por un propósito diverso que nace del amor; para Carlos, el amor a la libertad, para Marcela, el amor a sus hijas.
Cuando pienso en la forma de perderme, sigo creyendo que no se parece ni a un grupo ni al otro y ha de ser porque voy transitando de un polo hacia el extremo opuesto, descubriendo si soy cobarde o corajuda, si soy penitente o vivo adentro de un paréntesis, si me abstraigo de inmadura o de diferente, si me aferro y me desprendo… Si vivo en el propósito o finjo que lo hago, si al final soy un desastre que arranca, que huye a toda prisa para nunca más volver a pertenecer y luego volver a desmembrarse, para no tener que admitir que duele demasiado desprenderse, para no tener que lidiar con los lazos, para seguir justificando que los aviones despegan de su loza y nunca más regresan a esta tierra… para no tener que volver a decir te amo y ese sentimiento se desvanezca…
A veces perdemos demasiado en la vorágine de encontrarnos. Pero si corremos con algo de suerte, al hallarnos, imagino que lo descubierto compensa en parte los dolores, las desilusiones, el cansancio, y el vértigo que implicó vivir tatos años con miedo a no ser nada ni nadie.
He ahí el arte, presumo ahí radica el sentido justo, primero encontrarse para luego perderse como Dios manda.
With all my love for you, sis...
HOY: “El arte de encontrarse”.
Viernes 27 de Febrero, Año del Bicentenario.
D. D. OLMEDO.
No se si sabrán que la última novela de Fuguet trata sobre un perdido. No es un perdido por resaca, por capricho, por leso o menso… nada de LOST ni perdido cabronamente en medio de una descomunal búsqueda, cuya peor parte se la adjudican parientes dolidos resignándose a asimilar “perdido” y DESAPARECIDO. Nada de eso. Aunque no conocía mucho los delineamientos de su última novela, intuía que ficción y realidad se abrazarían estrechamente; más que narrar sobre un extraviado, Alberto haría el ejercicio de explorar por qué se puede llegar a admirar a quien decide extraviarse voluntariamente…
Amo leer, amo la remota posibilidad de hallar respuestas sutiles por entre las líneas de pequeñas obras maestras (aunque sea a través de un mundo paralelo lleno de ficciones e ilusiones momentáneas), amo pensar que a veces, algunas cosas difícilmente explicables o entendibles, encuentran una línea de veracidad honesta y equilibrada cuando se exponen a través de un hilo mágico recorriendo la fibra de una historia bien contada. Es precisamente lo que hace mi escritor favorito, mi ídolo de la “zona de contacto”, el creador de mi personaje de culto (Lucas, en “Por favor rebobinar”), el único escritor chileno basureado por decir que amó vivir en USA y pasarse fin de semanas enteros cogiendo clásicos yanquies (Véase la portada de “Las películas de mi vida”). ¿Y qué de malo puede tener amar otro sitio? Qué tan malo puede ser admitir infelicidad en el suelo que pisas precisamente porque tú y unos cuantos millones hacen justamente lo mismo, pisar la tierra que se ama. Aunque es complejo explicarlo, una parte de mi lo comprende bastante bien. Y pienso que algo similar tuvo que haberle pasado a su tío Carlos.
Uno se puede desorientar y pederse dentro de una comuna, a veces puede confundirse el este con el oeste, el norte con el sur, todo dependerá desde el ángulo en que te sitúes; incluso, podrías eventualmente extraviarte dentro de una localidad que no conoces o tal vez, perderte porque obcecadamente herraste la ruta… y aún así, estar a kilómetros de distancia del PERDIDO al cual hago alusión en esta instancia.
Lo que hace A. Fuguet es investigar sobre un extravío planeado, pensado, armado y destinado a obviase a sí mismo y todo lo que representó la vida de un ser humano casi ajeno, hasta cierto punto. Pero esto no lo supo al inicio de su navegación, son espinas desprendiéndose en el transcurso de la travesía, después de estremecerse al indagar sobre la ausencia de alguien y descubrir en medio del vacío que, extraviarse, puede ser altamente regenerador.
Imagino a Carlos despertando un día, lo veo mirando a su alrededor, lo siento cuestionando qué hace en ese lugar, qué cosas son las que lo unen con ciertas personas, qué clase de lazos importantes son los que le detienen a este suelo llamado Chile. Le veo entristecido constatando que nada le apasiona y que escasamente algo puede sujetarle a esta tierra que considera ajena y dispar. Lo imagino así en mi mente, creo que a muchos también pudo sucederle. Lo reproduzco en mi cabeza y lo veo cercenando toda una vida, subiéndose a un avión, abrochándose el cinturón y dando un último vistazo a nuestra flamante cordillera. Imagino a Carlos apretando sus dientes, elevando la lengua contra el paladar, sujetándose enrabiado de los brazos del asiento mientras el avión se despega de esta tierra ciega… imagino unas cuantas lágrimas cayendo de sus ojos, imagino su corazón apretado sabiendo que nunca más regresaría…
Al igual que Carlos, mi hermana mayor, Marcela se fue hace17 años de esta tierra.
Me acordé mucho de ella a través de la reseña de “Missing”, recordé todo el tiempo anterior a hacernos grandes, es decir, los años en que jugando, todos nuestros actos no tenían consecuencias. En tiempos de Villa Alemana, formamos un club, de esos clubes en los que te afilias y asumes un rol. Tan entretenido era pertenecer a este club que casi toda la cuadra le entraba al asunto. Se nos ocurrió para final de temporada representar una obra de teatro escrita por nosotros mismos y hasta cobrar un importe por la entrada al espectáculo. Y así lo hicimos. No tengo imágenes completas pero sí algunos fragmentos en que canté temas del grupo italiano Ricos y Pobres que era furor en ese entonces. Lo que si retuve todos estos años es la sensación, una sensación de plenitud, de alegría, de complemento y sanidad… Todas las veces en que jugamos a ser felices nos fue de maravilla porque actuar constituía una excepción.
Pero el cuerpo es majadero y el crecimiento, asesino, asesino de todo sentimiento pueril. Y te toca avanzar, deslizarte como puedas entre los avatares del desarrollo… un día me encontraba actuando en Troncos Viejos, de pronto hubo un terremoto y al instante siguiente vivía sola en una pensión de mala muerte… Algo así como un viaje relámpago a la dimensión desconocida. Nunca más volvimos a jugar, no hubo más peluquerías, no teatro, no hubo más tardes en Calera, no más navidades, no más años nuevos… Sólo un tremendo y desolador despeñadero por donde caían los recuerdos de cuan bueno resultó ser niños.
Ni siquiera cuando la despedí en el aeropuerto recordé estas cosas, no recordé nada útil ni tampoco le dije algo inteligente, ni siquiera fui capaz de estrecharla con fuerza para expresarle mi amor, seguramente pensando hacia dentro que estábamos lo suficientemente creciditas y hediondas como para demostraciones afectivas cursileras. No hice nada de lo que uno realmente debe hacer en esas circunstancias, probablemente porque no tenía idea que apenas atravesara la cordillera, pasarían demasiados años antes de poder volver a abrazarla.
Hacemos siempre lo mismo, nos quedamos parados frente a los sucesos, atormentados con pensamientos sin poder esquivarlos sin poder darles en reemplazo una emoción más justa y sincera, quizá por lo mismo me llega tanto el aforismo de Pessoa: “A menudo pienso que no son los pensamientos demasiado profundos para las lágrimas, sino las lágrimas demasiado profundas para el pensamiento”. A menudo nos restringimos engañados pensando en un mejor momento, el instante sublime, precisando la magia, la calma, el espacio coherente en que todo se de cual si el camino estuviese pavimentado. Pero entonces, de pronto simplemente despiertas y te das cuenta de que envejeciste esperando y que la oportunidad indicada raramente existe; son los gestos y los detalles los que transforman a un momento en algo peculiar y esos eslabones los creamos nosotros, no el tiempo, la fortuna, la espera…
Carlos Fuguet se marchó de Chile decidido a perderse, perderse de la vista su familia, de sus amigos, de su entorno, de sus experiencias, de sus recuerdos, de su historia… Marcela López, se fue para darles una mejor vida a sus hijas, aún sabiendo que debería desprenderse de todo para lograrlo. Pero Marcela y Carlos se parecen mucho; ambos tuvieron que perderse en la vida para poder encontrarse, ambos tuvieron que soltarse para poder asirse de lo importante, ambos tuvieron que bucear en la soledad para interiorizarse de ellos mismos.
A veces, uno cree que el valor reside en desprenderse de todo y otras, se piensa en que reside justamente en lo contrario, apegarse y defenderlo.
Yo he estado en ambos polos. Alguna veces me desprendí y otras tantas, me aferré. Pero en ambas circunstancias no sabía el real significado de extraviarse voluntariamente de la faz de la tierra. Pensaba que con perderse de vista era suficiente, creía que con abstraerse temporalmente de algo, en parte las cuestiones iban a solucionarse. Primero me perdí una buena cantidad de años para vivir la vida a mi atojo, sin reglas, sin roles, sin la autoridad. Luego me perdí de la adolescencia, asumiendo responsabilidades que no me correspondían, asumiendo a punta de maquillaje años adicionales para justificar contratos y pasaportes. Después me perdí de la vocación, errando el camino para hacer de mi alguien productivo y decente. Y finalmente, me perdí de los seres queridos para corroborar la idea loca de que yendo tras quienes no me querían, justificaría la idea tonta de que todos acaban abandonándote.
Tuvieron que pasar muchos años, quizá demasiados para comprender que la única forma verídica de perderse correctamente (para que sirva de algo ese ejercicio), es entendiendo qué necesitamos encontrar una vez que se está completa y absolutamente extraviado. ¿Necesitas encontrar identidad? ¿Necesitas encontrar realidad? ¿Necesitas encontrar autoestima? ¿Necesitas encontrar paz? ¿Necesitas encontrar poder? ¿Necesitas encontrar reconocimiento? ¿Necesitas encontrar emoción? ¿Necesitas encontrar amor? ¿Necesitas encontrar dolor? ¿Necesitas encontrar valor? ¿Qué es lo que se necesita hallar?
Hay muchos individuos perdiéndose indefectiblemente porque simplemente deseaban hacerlo, para evitar, para sortear, para hacer fintas mientras pudiesen, para retener la sensación de que es posible estar suspendido sin tener que posarse y volver a conectarse con la realidad. Entonces, cada cosa hecha en ese intervalo surgía como una suerte de anestésico local tan potente que servía de dosis para acometer lo sucesivo. A veces, muchos se perdieron porque “estar presente”, dolía demasiado. Otras tantas, algunos decidieron perderse porque la vida no les ofrecía nada espectacular para quedarse y unos pocos, se perdieron intermitentemente para experimentar con la ausencia, el privilegio de ser extrañados, reconocidos, valorados. En todos estos casos, no había preguntas qué responder, sólo deseos egoístas y caprichosos enfundados en cansancio, en desidia, en letargo, en abulia y en todas las otras emociones encuadradas en unidad y que sólo pueden ser reconocidas cuando los cables vuelven a reconectarse.
Pero quien se pierde verídicamente para que jamás nadie le halle, sólo ese personaje (como Carlos) dejó de anestesiarse pues respondió la pregunta elemental a su necesidad: TODO LO QUE SE NECESITA ES ENCONTRAR PROPÓSITO.
Si les contara el final de la novela sería como responder la pregunta del millón. Lo que si puedo hacer es contarles que Marcela está apunto de descubrir el suyo. Lo presiento.
Hay propósitos de todas las naturalezas posibles. ¿Lo sabían?
Hay quienes piensan que el gran propósito de la vida es ser un ente productivo. Otros, consideran propósito estelar el generar status y riqueza. También lo es para muchos, detentar poder, ostentar cargos, cultivar imagen; procrear y hacer familia dignificando el espíritu gregario; la intelectualidad, el acervo dogmático y el conocimiento; otrora, la espiritualidad, la solidaridad y la tolerancia… Para los menos: conocerse y ser feliz consigo mismo y prodigar amor hacia los demás.
No obstante, para un perdido como Carlos Fuguet, el propósito era más que tremendo: perderse para encontrar…
Cuesta demasiado perderse para encontrar.
En el camino, tienes que renunciar a casi todo; títulos, dotes, abolengos, registros visuales y táctiles, recursos humanos y económicos, lazos, amistades, significados varios, caminos andados, opciones… para poder encontrarse es inevitable perder. Y es harto lo que se pierde.
Perderse es un arte. Los perdidos como Carlos o como Marcela son verdaderos artistas, pues sus extravíos no fueron paréntesis, no se trató de olvidos crónicos concertados, como ocurre en la otra cara del olvido, aquella que nos cuida y liberta de la realidad implacable en instancias urgentes, sino, verdaderos actos de constricción en que la renuncia a todo se justifica por un propósito diverso que nace del amor; para Carlos, el amor a la libertad, para Marcela, el amor a sus hijas.
Cuando pienso en la forma de perderme, sigo creyendo que no se parece ni a un grupo ni al otro y ha de ser porque voy transitando de un polo hacia el extremo opuesto, descubriendo si soy cobarde o corajuda, si soy penitente o vivo adentro de un paréntesis, si me abstraigo de inmadura o de diferente, si me aferro y me desprendo… Si vivo en el propósito o finjo que lo hago, si al final soy un desastre que arranca, que huye a toda prisa para nunca más volver a pertenecer y luego volver a desmembrarse, para no tener que admitir que duele demasiado desprenderse, para no tener que lidiar con los lazos, para seguir justificando que los aviones despegan de su loza y nunca más regresan a esta tierra… para no tener que volver a decir te amo y ese sentimiento se desvanezca…
A veces perdemos demasiado en la vorágine de encontrarnos. Pero si corremos con algo de suerte, al hallarnos, imagino que lo descubierto compensa en parte los dolores, las desilusiones, el cansancio, y el vértigo que implicó vivir tatos años con miedo a no ser nada ni nadie.
He ahí el arte, presumo ahí radica el sentido justo, primero encontrarse para luego perderse como Dios manda.
With all my love for you, sis...
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