COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: "El envase de la sugerencia". 4-12-09. D.D.Olmedo.


No recuerdo bien si les he contado o no sobre mi particular fanatismo respecto de las seriales gringas. Hay que aclarar, en todo caso, que no soy hincha de todas; algunas han logrado una especie de frenesí poco habitual en esta etapa de mi vida y eso se agradece entremedio de tanta vulgaridad y formulas viciadas. 

Recuerdo que hace muchos años atrás me hice adicta a “ONCE AND AGAIN”, culebrón yanqui sobre una familia en apariencia bastante normal, pero a poco andar, vaya que acababas comprendiendo que tenían más problemas que maletín de abogado. Las temáticas solían ser las mismas que acontecen en la vida real: los hijos y los dramas, las lucas y las carencias, las infidelidades y el camino del perdón, las injusticias y las benevolencias, incluso los karmas y sobre todo la incapacidad, “literalmente hablando” y cómo ésta, afecta mucho más allá de quien la padece. 

“Aaron”, interpretado por Patrick Dempsey, personificaba a un chico de adentrados los veintitantos, portador de una rara enfermedad degenerativa del organismo, tremendamente peculiar pero que no inhibía sus percepciones mentales, ni sus emociones; era quien más se daba cuenta de todo. No me acuerdo bien del diagnóstico técnico, esa parte clínica que siempre se aborda con celo (porque en esos aspectos, los yanquis son meticulosos), pero sí me acuerdo que de no haberlo visto con anterioridad en algunas apariciones en el cine (Más joven: novia se alquila), habría jurado que, efectivamente, sufría la enfermedad. No sólo torcía sus muñecas con un realismo impresionante, ni siquiera se trataba de su voz enredada e inexpresiva en léxico comprensible, yo creo que siempre me impactaba (capítulo tras capítulo) la bien lograda transmisión de sentimientos de aflicción, de impotencia y frustración, pero siempre rescatando su ternura y ganas de vivir prolongados en la expresión de sus ojos magistralmente dirigidos hacia un infinito sin restricciones aparentes, preso en la mente de un ser lúcido y brillante: después de intentar calcular el adónde y el cómo es posible, una especie de congoja se apoderaba de mi garganta.

El señor Dempsey es uno de los más grandes actores subvalorados en Hollywood. Convengamos que no lo digo a cuenta de la última versión de Disney en que figura como un príncipe de ensueño. Claro que no. Me refiero más bien a sus logros en el nivel de emociones cotidianas (al interior de los supuestos que las encienden), la talla precisa para dar en el clavo de lo que uno explora y siente al tratarse de experiencias vívidas; eso sólo se puede transmitir si estás haciendo bien la pega.
Apenas Aaron aparecía en cámara, todo el aire se apretaba, una suerte de tristeza me embargaba porque invitaba a recordar cuan difícil debe ser vivir de ese modo, limitado, discriminado, restringido en posibilidades aún cuando la mente sea capaz de hilar, de darse cuenta del cómo y del porqué te segregan injustamente.

Lamentablemente, en mi casa se prescindió del cable y por lo mismo, me fue imposible seguirle la pista a la cuarta temporada, la que según se, introdujo algunos cambios importantes en la dinámica del show. Desfasada o no, Grey’s Anatomy se transformó en bastión… aún cuando admito recordar más de Aarón que de Derek Shepard en lo cotidiano… ha de ser porque justo en estos tiempos afloran y se suceden, muchas otras incapacidades, mucho más allá de las técnicas, de las mentales, de las físicas o tal vez, de las espirituales y todas esas limitaciones, me hacen recordar a un personaje que da definición a lo que en esta hora pretendo subrayar.

Desde niños, regularmente se nos advirtió qué cosas estaban vetadas, ya por su contenido pernicioso, ya por mera resolución incuestionable rayando en lo militar. Siempre había alguien dispuesto a decirte qué cosas eran las aceptables y ante qué otras debías, necesariamente, mantenerte al margen. ¿Pero cómo uno podría haber constatado cuan dañinas eran aquellas reglamentadas nefastas cosas si uno no padecía en carne propia sin prejuzgamiento? Cero posibilidad. No había más remedio que hacer propio el juicio adulto, el de los demás, el anticipado y demarcado como advertencia, aún cuando ese celo estuviese sesgado, situación que por lo demás, estaba lejos de ser constatada por el realmente interesado en levantar el prejuicio.

Ahora, mirándolo en retrospectiva, me impacta tener que evaluar ese sometimiento, cómo y por cuánto tiempo fuimos tratados como inválidos mentales sin siquiera serlo.

No sé si habrán visto alguna vez a Dempsey representando sus roles, ni aún, en el que considero el más y mejor. Pero yo si, lo he visto, lo vi y aún retengo imágenes en mi memoria, esa es la ventaja de una fanática y más encima aprendiz de escritora… todas esas imágenes te sirven para dimensionar en qué planos te mueven, cómo las temáticas universales se repiten una y otra vez… casi siempre uno se retuerce de las mismas dolencias si el mal se agrava…

Aaron poseía una virtud esencial, le emputecía que lo trataran como invalido y su hermana mayor, debía desdoblarse para renunciar a su espíritu intrínsecamente materno, ese que impedía hacerle dificultosa la maniobra a su adorado hermano minusválido, porque él, con todo y debacle, se empeñaba siempre en tomar el camino más denso y complicado, convencido en que se respetase su forma de ver la vida, su entendimiento respecto del comportamiento de los demás, en su forma de amar y de pretender que lo amasen; sin miradas piadosas, sin lastima, sin cuestionamientos de por qué Dios le había mandado tal impedimento…

En Seatlle la historia es otra… no por ausencia de limitaciones (obvio que los médicos aparecen como invencibles cada vez que pretenden salvar tantas vidas como les sea posible), sino porque las limitaciones se encuentran en la razón, en la lógica, en la experticia forense, en la creencia errada que puede solucionarse todo, incluso el riesgo de la muerte. Los residentes de Grey’s Anatomy también crecieron en la convicción de que existían enseñanzas incuestionables, básicamente porque la herencia siempre es más fuerte, direccionada, a veces, inquebrantable, por eso, aún cuando uno se identifica con ciertos roles y experiencias mostradas, uno sabe que detrás del actor o de la actriz, hay algo lo suficientemente bueno como para que uno constate que a veces, la ficción puede perfectamente retratar de maravilla a la realidad… ¿cómo creer que eres buena estudiante y futura decente profesional si creciste escuchando que no eras buena para esto o aquello? ¿Cómo lograr enamorarse sin que la relación te consuma al punto de inhibir tus deseos y menesteres profesionales? ¿En quién confiar, si te cuentan sólo una parte de la historia y te enteras de la otra, rudamente?

Lo cierto es que desde niños nos dijeron: ¡No vayas hacia la estufa, te vas quemar! Pero con el tiempo, el misterio de la estufa se volvió realidad sólo cuando la mano propia debió soportar una tremenda ampolla a consecuencia de la desobediencia, recién en ese entonces, uno dejó de limitarse verdaderamente y por opción propia, dejó de creer que ir hacia ella podría ser una aventura fantástica… Sólo tras constatar el devastador efecto de una mentira nuestra, supimos que ocultar la verdad resulta tremendamente pernicioso, tanto o más que la omisión, tanto o más que cualquier de sus variantes… Sólo cuando pierdes algo preciado, reconoces su valor, contenido o importancia… sólo cuando creces, comprendes cuánto duele tomar un montón de decisiones.

Algunas personas se convencen que sólo bajo el límite del yugo, de la aflicción y del sacrificio, las decisiones son válidas. Yo creo que sólo reconociendo la limitación, esa misma decisión te vuelve valiente.

Se puede ser valiente a través de diversos comportamientos; en el caso de Aaron, se es valiente por el sólo hecho de no exigir condiciones especiales, trato diferenciado o una mano blanda que mida las acciones. O se puede ser valiente en el coraje de intentar salvarle la vida a alguien aún sabiendo que hay escasas posibilidades. O bien, se puede ser valiente decidiendo siempre ser honesto, aún a pesar de los sentimientos ajenos, aún con todo el peso que recae sobre nosotros, aún con el discurso consabido de aquello que es correcto y que debemos hacer.

La limitación mental es mucho más feroz que la inmovilidad del cuerpo. 

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