COLUMNA: Por fin es viernes HOY: “El Código de la autenticidad” Viernes 22-01-10 D. D. OLMEDO.
COLUMNA: Por fin es viernes
HOY: “El Código de la autenticidad”
Viernes 22-01-10
D. D. OLMEDO.
“Algunos nacen con una herida en el corazón. Pasan la vida tratando de reconciliarse con no saben qué. Gastan dinero en terapia y medicamentos. Asisten a misas y sahumerios. Lloran caminando al borde de un río. Se encojen pensando en que el amor de una mujer los puede salvar, o por lo menos aturdir. Pese a que, una de cada diez personas tiene este perfil, siempre se sienten solos. Nunca nadie es suficiente, menos ellos mismos. Están cansados de sentir fracciones, quieren sentir enteros, pero lo quieren a veces. Con mediocre intensidad buscan ser distintos, a veces lo intentan, pero no tanto. Cuando acarician, son concientes del espacio que hay entre mano y piel. Cuando hablan, saben que las palabras se las llevará el viento. Cuando se desnudan para amar, antes guardan el alma en un pañuelo. Es difícil reconocerlos. Ellos aprendieron a sonreír y a dar palmadas en la espalda. Sus miradas se han sabido adaptar. Han aprendido a manipular adjetivos y verbos. De vez en cuando alguno queda al descubierto pero ya es muy tarde para preguntar.
Un día descubrirás que mi olor no era más que suavizante de ropa. Que mis besos no eran más que pasta de dientes. Que nuestra intimidad no era más que sábanas. Descubrirás que nuestros sueños eran cuotas del Corte Inglés. Qué mis “te quiero” eran un libro de autoayuda. Que mi entusiasmo estaba hecho de muecas. Descubrirás que el amor, era odio a soledad. Que el deseo, no eran ganas de algo sino miedo a perderlo.
Descubrirás que lo nuestro era el simulacro de un acierto”.
Cuando me llegó este texto (líneas que arrancan inspiradas en un manuscrito de Kundera; “Me la han culeado… Melancolía”.), sentí de aquellos soplos que te dejan frito… fue algo así como abrir una de esas puertas que son casi imposibles de volver a cerrar, las que casi siempre quedan de par en par abiertas… Me lo envío un tío que apenas si conozco y sin embargo, pareciera pertenecer a mi tribu desde hace muchísimo tiempo, desde siempre; mundillo personal en que los dibujos mentales se ordenan de adelante hacia atrás. Un personaje desconocidamente familiar, me hizo pensar en la no despreciable cantidad de personas que viven atadas a códigos tan diferentes a los míos, sujetas a lo que el resto les ordena vivir… Me hizo pensar en cuánto he cambiado y en cómo la materialidad acaba trazando líneas divisorias cada vez más dilapidarias al momento de intentar saber dónde está el “ser” antes que el “tener”.
Una cosa es el arquetipo bien presentado que se nos vende como pan recién salido del horno, caliente, apetitoso, casi irresistible y del cual ciertas personas acaban convenciéndose porque no están interesadas en cuestionar, simplemente lo adoptan porque eso les aliviana la carga. Pero entonces, ¿por qué otros, en cambio, se rebelan? ¿por qué para otros no es tan fácil adaptarse y llevar la fiesta en paz? ¿Porqué, sencillamente, no nos podemos comer ese afán?
Yo lo atribuyo a un código de autenticidad.
Para comprender esto, quizá debiésemos remitirnos al ítem “búsqueda de la felicidad”.
¿Qué es la felicidad para la mayoría?
Para algunos, la felicidad es la sensación burbujeante de liviandad, no tener ni hacerse dramas, tener lukas, tener pega, tener estatus, tener pareja, tener condición física, etc… a veces, hasta tener por tener. Otros, asignan preponderancia al poder, a la acción misma de detentarlo e incluso, el poder de dominación que va asociado a la incontables estrategias destinadas a controlar las cosas que no deseamos sepan de nosotros mismos… El poder de abstracción en una fuente constante de referencia.
En general, quizá también se asuma como la posibilidad de satisfacerse en cuanto a las apetencias tangibles, de esas que la ciencia de la economía anticipó como en permanente crecimiento propendiendo a la escasez o aludiendo a los costos de oportunidad a la hora de optar por cuáles sí y cuáles no.
Leer aquél texto me hizo pensar en la existencia de personas sin idea de qué es la felicidad, no tengo claro si se deba a que no aprehenden el concepto natural y obvio, o bien, definitivamente sufren del síndrome de voracidad tan cruento por estos días y que en general, puede nublar la razón, las ganas, el corazón y la mente.
Pero pensemos en la gente que sí lo sabe.
Quien sabe de felicidad lo lleva en la sangre. Si le miras a distancia, sus ojos parecen brillar… cada vez que le oyes decir algo, esas palabras suyas suenan a melodía… son de esas que parecen estar sonriendo con los ojos, cada una de sus facciones parecen tener vida propia; las mejillas encendidas, la frente despejada, el semblante sereno… No hay necesidad de preguntarles qué saben acaso de ella, la sienten, la llevan sobre si, son y están respirando a través de ella.
Los que están en el justo medio, dirán que es una especie de equilibrio, que no todo pasa por acopiarse de materialidad, sino, también resolver lo de adentro, andarse en calma y recordar un ser supremo que pronuncia fuerte las cosas del espíritu… profesan amor universal, extienden su fe en el prójimo y aúnan fuerzas para que la vida no sea tan desgraciada en aquellos que padecen de insolvencia crónica.
Yo, yo creo que la felicidad es un episodio constante, algo así como un trailer mental que se repite cada vez que te lo propones. En este trailer se contemplan las partes que te hacen sentir bien, las que hablan de andar en ti viendo a los demás sin distancias ni temores… se bosquejan en cada milisegundo, fracciones de sutilezas que conmueven, que movilizan a ese algo que va por dentro, ese propósito que tiene que ver con el desarrollar una habilidad, una sola que te haga permanecer de pie mientras todo se desmorona alrededor. Es, para mi, la posibilidad de andarse por la vida sin miedo, erguido, contento y salvajemente entero acometiendo cada espacio posible de observación detenida y constante, cultivando la sana crítica, la magia, la emoción… eso es para mi la felicidad; es verse asimismo y sentirse acompañado aunque no haya nadie alrededor.
Aquel texto me impacta, me aturde al punto de creer que existe mucha gente errada creyendo que nunca saldrá de ese agujero en que todo se ve oscuro y sin fondo, tal vez atascado, tal vez cayendo velozmente… Me impresiona saber que existen personas atadas a un código de ficción en que la postura realista se come a la visionaria, que no se permite cambiar de actitud simplemente porque teme, porque buscó todas sus respuestas en textos de filosofía, de ciencia, de esoterismo, de historia, de ética, de ontología, de escatología, etc… y en ninguno de ellos halló una respuesta que mitigara el dolor… El vacío siempre se quedó en el mismo sitio, rudo, asfixiante, estrecho… cada vez que se miraba hacia adentro estaban las mismas paredes lánguidas en donde nada ni nadie lograba asirse…
No me imagino la vida como “UN SIMULACRO DE ACIERTO”.
Me imagino la vida como una consigna, una suerte de sendero por el cual desplazarse con mínimas cargas (no facturas, no posesiones, no saldos a favor ni en contra)… siento la vida como pedazos de un rompecabezas haciéndose en silencio, en sorpresa, calzando porque existe una corriente invisible que todo lo encausa pesa a la niña, al niño y a cuanto fenómeno nos vaya cayendo entremedio. Si hay tormenta, pues vaya, ve a recorrerla con un buen paraguas… si hay cuarenta grados nena, apúntate factor sesenta. Cada inclemencia pondrá una nueva faceta, una nueva posibilidad, una nueva perspectiva para dejar moldes, para deslastrarse de fetiches, de influencias perniciosas que nos hagan desorientarnos en medio de la nada.
La vida la imagino en partes. Hoy, la parte que siento y exploro es buena y no por ello olvido su rudeza anterior, el aturdimiento de otras partes, de otros fragmentos empecinados en robarme el aliento. Claro que no y por ello sé perfectamente cuándo soy más feliz. Tal y como escribió la señora Serrano, citando a un respetable estudioso inglés: “La felicidad se da en la intersección entre el sentido y la gratitud”. PARA QUE EXISTA LA SENSACIÓN DE DOLOR TIENE QUE CONOCERSE EL PLACER; PARA SABER LO QUE ES LA SACIEDAD, HAY QUE HABER SENTIDO HAMBRE.
Nunca pienso en qué auto me compraría, qué tan fabulosa podría ser la casa que me construiría, a qué lugares caribeños me arrancaría en pleno invierno, qué cuestiones materiales adquiriría si fuese otro tipo de persona. Si no tengo dinero, no pienso en las cosas a las cuales no puedo acceder sino, recuerdo que alguna vez las tuve enfrente de mí y que nunca surtieron efecto alguno. Se perfectamente que un flamante Batimóvil jamás me haría feliz y si me subiera a uno, probablemente lo que me daría placer sería sacar las palmas de mis manos por la ventana y agitarlas en contra del viento por acción de la velocidad. Y si viviese en una mansión, me haría feliz la impresionante cantidad de gente que invitaría a compartirla conmigo.
La vida misma con todas sus aristas le da sentido a la felicidad y no al revés.
Mientras más triste se pueda estar, más te vacías y mientras más te vacías de todo y mejor si te quedas sin nada, más podrás contener entre huesos y carne.
Siento que la intersección aquella reside en una esquina del corazón, no podría hallarse en otra parte.
Se puede andar de mendigo o de millonario, y es altamente probable que ambos sientan el mismo vacío aturdidor, el primero, porque le falta lo medular para sobrevivir (el alimento); el segundo, porque en el correr de su materialidad puede convertirse en un saco roto que no se llena con nada (voracidad crónica).
Para quienes me conocen en extenso, saben quién soy y cómo soy. No acumulo riquezas ni pretextos, no cargo más deberes que los indispensables, no flirteo con la suerte ni tampoco hago reverencias ante la lógica, me doy a los detalles, los pulo, los fabrico, los entrego porque forman parte de mi… y casi nunca logro que ello se comprenda. Y sin embargo, eso no me hace infeliz, sólo me hace rezongar, patalear, descoser hilos y volver a remendar los paños mutilados, lo hago una y otra vez… No sirvo para odiar ni maldecir pero he aprendido a no quedarme en tramos que se me hace sentir mal o no se aprecia bien mi andar afectivo.
¡Yo no sé lidiar con otro código que no sea el de la autenticidad!
La autenticidad está en esa esquina en donde todo sabe mejor por el simple hecho de ser antes que pensar en tener, en donde nos reconocemos como partes de un todo integrado que varía como varía cada punto de este rompecabezas. En ese punto en donde uno se reconoce vacío de todo, se encuentra una única respuesta. Lo verdaderamente importante siempre es invisible cuando se busca. Uno debe permitirse que aparezca. Y aparecerá cuando el ser se pose sobre el tener, ser en creer, ser en fe, ser en humildad, ser en fortaleza, ser en coraje, ser en gratitud por cada cosa mínima que está justo en frente y que casi nunca se logra apreciar en el justo tiempo.
HOY: “El Código de la autenticidad”
Viernes 22-01-10
D. D. OLMEDO.
“Algunos nacen con una herida en el corazón. Pasan la vida tratando de reconciliarse con no saben qué. Gastan dinero en terapia y medicamentos. Asisten a misas y sahumerios. Lloran caminando al borde de un río. Se encojen pensando en que el amor de una mujer los puede salvar, o por lo menos aturdir. Pese a que, una de cada diez personas tiene este perfil, siempre se sienten solos. Nunca nadie es suficiente, menos ellos mismos. Están cansados de sentir fracciones, quieren sentir enteros, pero lo quieren a veces. Con mediocre intensidad buscan ser distintos, a veces lo intentan, pero no tanto. Cuando acarician, son concientes del espacio que hay entre mano y piel. Cuando hablan, saben que las palabras se las llevará el viento. Cuando se desnudan para amar, antes guardan el alma en un pañuelo. Es difícil reconocerlos. Ellos aprendieron a sonreír y a dar palmadas en la espalda. Sus miradas se han sabido adaptar. Han aprendido a manipular adjetivos y verbos. De vez en cuando alguno queda al descubierto pero ya es muy tarde para preguntar.
Un día descubrirás que mi olor no era más que suavizante de ropa. Que mis besos no eran más que pasta de dientes. Que nuestra intimidad no era más que sábanas. Descubrirás que nuestros sueños eran cuotas del Corte Inglés. Qué mis “te quiero” eran un libro de autoayuda. Que mi entusiasmo estaba hecho de muecas. Descubrirás que el amor, era odio a soledad. Que el deseo, no eran ganas de algo sino miedo a perderlo.
Descubrirás que lo nuestro era el simulacro de un acierto”.
Cuando me llegó este texto (líneas que arrancan inspiradas en un manuscrito de Kundera; “Me la han culeado… Melancolía”.), sentí de aquellos soplos que te dejan frito… fue algo así como abrir una de esas puertas que son casi imposibles de volver a cerrar, las que casi siempre quedan de par en par abiertas… Me lo envío un tío que apenas si conozco y sin embargo, pareciera pertenecer a mi tribu desde hace muchísimo tiempo, desde siempre; mundillo personal en que los dibujos mentales se ordenan de adelante hacia atrás. Un personaje desconocidamente familiar, me hizo pensar en la no despreciable cantidad de personas que viven atadas a códigos tan diferentes a los míos, sujetas a lo que el resto les ordena vivir… Me hizo pensar en cuánto he cambiado y en cómo la materialidad acaba trazando líneas divisorias cada vez más dilapidarias al momento de intentar saber dónde está el “ser” antes que el “tener”.
Una cosa es el arquetipo bien presentado que se nos vende como pan recién salido del horno, caliente, apetitoso, casi irresistible y del cual ciertas personas acaban convenciéndose porque no están interesadas en cuestionar, simplemente lo adoptan porque eso les aliviana la carga. Pero entonces, ¿por qué otros, en cambio, se rebelan? ¿por qué para otros no es tan fácil adaptarse y llevar la fiesta en paz? ¿Porqué, sencillamente, no nos podemos comer ese afán?
Yo lo atribuyo a un código de autenticidad.
Para comprender esto, quizá debiésemos remitirnos al ítem “búsqueda de la felicidad”.
¿Qué es la felicidad para la mayoría?
Para algunos, la felicidad es la sensación burbujeante de liviandad, no tener ni hacerse dramas, tener lukas, tener pega, tener estatus, tener pareja, tener condición física, etc… a veces, hasta tener por tener. Otros, asignan preponderancia al poder, a la acción misma de detentarlo e incluso, el poder de dominación que va asociado a la incontables estrategias destinadas a controlar las cosas que no deseamos sepan de nosotros mismos… El poder de abstracción en una fuente constante de referencia.
En general, quizá también se asuma como la posibilidad de satisfacerse en cuanto a las apetencias tangibles, de esas que la ciencia de la economía anticipó como en permanente crecimiento propendiendo a la escasez o aludiendo a los costos de oportunidad a la hora de optar por cuáles sí y cuáles no.
Leer aquél texto me hizo pensar en la existencia de personas sin idea de qué es la felicidad, no tengo claro si se deba a que no aprehenden el concepto natural y obvio, o bien, definitivamente sufren del síndrome de voracidad tan cruento por estos días y que en general, puede nublar la razón, las ganas, el corazón y la mente.
Pero pensemos en la gente que sí lo sabe.
Quien sabe de felicidad lo lleva en la sangre. Si le miras a distancia, sus ojos parecen brillar… cada vez que le oyes decir algo, esas palabras suyas suenan a melodía… son de esas que parecen estar sonriendo con los ojos, cada una de sus facciones parecen tener vida propia; las mejillas encendidas, la frente despejada, el semblante sereno… No hay necesidad de preguntarles qué saben acaso de ella, la sienten, la llevan sobre si, son y están respirando a través de ella.
Los que están en el justo medio, dirán que es una especie de equilibrio, que no todo pasa por acopiarse de materialidad, sino, también resolver lo de adentro, andarse en calma y recordar un ser supremo que pronuncia fuerte las cosas del espíritu… profesan amor universal, extienden su fe en el prójimo y aúnan fuerzas para que la vida no sea tan desgraciada en aquellos que padecen de insolvencia crónica.
Yo, yo creo que la felicidad es un episodio constante, algo así como un trailer mental que se repite cada vez que te lo propones. En este trailer se contemplan las partes que te hacen sentir bien, las que hablan de andar en ti viendo a los demás sin distancias ni temores… se bosquejan en cada milisegundo, fracciones de sutilezas que conmueven, que movilizan a ese algo que va por dentro, ese propósito que tiene que ver con el desarrollar una habilidad, una sola que te haga permanecer de pie mientras todo se desmorona alrededor. Es, para mi, la posibilidad de andarse por la vida sin miedo, erguido, contento y salvajemente entero acometiendo cada espacio posible de observación detenida y constante, cultivando la sana crítica, la magia, la emoción… eso es para mi la felicidad; es verse asimismo y sentirse acompañado aunque no haya nadie alrededor.
Aquel texto me impacta, me aturde al punto de creer que existe mucha gente errada creyendo que nunca saldrá de ese agujero en que todo se ve oscuro y sin fondo, tal vez atascado, tal vez cayendo velozmente… Me impresiona saber que existen personas atadas a un código de ficción en que la postura realista se come a la visionaria, que no se permite cambiar de actitud simplemente porque teme, porque buscó todas sus respuestas en textos de filosofía, de ciencia, de esoterismo, de historia, de ética, de ontología, de escatología, etc… y en ninguno de ellos halló una respuesta que mitigara el dolor… El vacío siempre se quedó en el mismo sitio, rudo, asfixiante, estrecho… cada vez que se miraba hacia adentro estaban las mismas paredes lánguidas en donde nada ni nadie lograba asirse…
No me imagino la vida como “UN SIMULACRO DE ACIERTO”.
Me imagino la vida como una consigna, una suerte de sendero por el cual desplazarse con mínimas cargas (no facturas, no posesiones, no saldos a favor ni en contra)… siento la vida como pedazos de un rompecabezas haciéndose en silencio, en sorpresa, calzando porque existe una corriente invisible que todo lo encausa pesa a la niña, al niño y a cuanto fenómeno nos vaya cayendo entremedio. Si hay tormenta, pues vaya, ve a recorrerla con un buen paraguas… si hay cuarenta grados nena, apúntate factor sesenta. Cada inclemencia pondrá una nueva faceta, una nueva posibilidad, una nueva perspectiva para dejar moldes, para deslastrarse de fetiches, de influencias perniciosas que nos hagan desorientarnos en medio de la nada.
La vida la imagino en partes. Hoy, la parte que siento y exploro es buena y no por ello olvido su rudeza anterior, el aturdimiento de otras partes, de otros fragmentos empecinados en robarme el aliento. Claro que no y por ello sé perfectamente cuándo soy más feliz. Tal y como escribió la señora Serrano, citando a un respetable estudioso inglés: “La felicidad se da en la intersección entre el sentido y la gratitud”. PARA QUE EXISTA LA SENSACIÓN DE DOLOR TIENE QUE CONOCERSE EL PLACER; PARA SABER LO QUE ES LA SACIEDAD, HAY QUE HABER SENTIDO HAMBRE.
Nunca pienso en qué auto me compraría, qué tan fabulosa podría ser la casa que me construiría, a qué lugares caribeños me arrancaría en pleno invierno, qué cuestiones materiales adquiriría si fuese otro tipo de persona. Si no tengo dinero, no pienso en las cosas a las cuales no puedo acceder sino, recuerdo que alguna vez las tuve enfrente de mí y que nunca surtieron efecto alguno. Se perfectamente que un flamante Batimóvil jamás me haría feliz y si me subiera a uno, probablemente lo que me daría placer sería sacar las palmas de mis manos por la ventana y agitarlas en contra del viento por acción de la velocidad. Y si viviese en una mansión, me haría feliz la impresionante cantidad de gente que invitaría a compartirla conmigo.
La vida misma con todas sus aristas le da sentido a la felicidad y no al revés.
Mientras más triste se pueda estar, más te vacías y mientras más te vacías de todo y mejor si te quedas sin nada, más podrás contener entre huesos y carne.
Siento que la intersección aquella reside en una esquina del corazón, no podría hallarse en otra parte.
Se puede andar de mendigo o de millonario, y es altamente probable que ambos sientan el mismo vacío aturdidor, el primero, porque le falta lo medular para sobrevivir (el alimento); el segundo, porque en el correr de su materialidad puede convertirse en un saco roto que no se llena con nada (voracidad crónica).
Para quienes me conocen en extenso, saben quién soy y cómo soy. No acumulo riquezas ni pretextos, no cargo más deberes que los indispensables, no flirteo con la suerte ni tampoco hago reverencias ante la lógica, me doy a los detalles, los pulo, los fabrico, los entrego porque forman parte de mi… y casi nunca logro que ello se comprenda. Y sin embargo, eso no me hace infeliz, sólo me hace rezongar, patalear, descoser hilos y volver a remendar los paños mutilados, lo hago una y otra vez… No sirvo para odiar ni maldecir pero he aprendido a no quedarme en tramos que se me hace sentir mal o no se aprecia bien mi andar afectivo.
¡Yo no sé lidiar con otro código que no sea el de la autenticidad!
La autenticidad está en esa esquina en donde todo sabe mejor por el simple hecho de ser antes que pensar en tener, en donde nos reconocemos como partes de un todo integrado que varía como varía cada punto de este rompecabezas. En ese punto en donde uno se reconoce vacío de todo, se encuentra una única respuesta. Lo verdaderamente importante siempre es invisible cuando se busca. Uno debe permitirse que aparezca. Y aparecerá cuando el ser se pose sobre el tener, ser en creer, ser en fe, ser en humildad, ser en fortaleza, ser en coraje, ser en gratitud por cada cosa mínima que está justo en frente y que casi nunca se logra apreciar en el justo tiempo.



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