COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: "El Camino de la luz". Serie de Columnas extraviadas. (Sin fecha) D.D.OLMEDO.

COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: "El Camino de la luz".
Serie de Columnas extraviadas.
(Sin fecha)
D.D.OLMEDO.

El otro día me acordé de esa frase que ya es como parte del soundtrack de mi vida… “somos los mismos envueltos en novedad…” y capaz que después de tantos ires y venires, la cuestión sea mucho más que cierto. Empero, no se siente algo de pudor mientras otro exclama: ¡Hey, no has cambiado nada! Uf!!!! Yo creo que si… No creo que la vida se trate de un estacionamiento solitario del cual nos resistimos a salir, ahí apostados como en secreto tras una columna engrosada por los años, escondidos para que nadie note que nos quedamos varados viendo como todos los demás entran o salen. Para bien o para mal, este recorrido (pedregoso, a veces) se trata justamente de vueltas y más vueltas; a veces creemos que todas las vueltas culminan en cierto punto, pero no, claramente no es así (…me alegro, que a veces el final no encuentre su momento… Ahí va otra frase para el bronce)… Sugiero mirarme al espejo y para variar, comprender que el transcurso de los años me convirtió en alguien mejor…

La última vez que me senté frente al ordenador y eché a volar mi imaginación, entendí que no sería fácil escribir desde la locura, mejor dicho, desde el borde del precipicio y fue entonces cuando también comprendí que no puedes verter encima todo lo que se te ocurre, a veces, tan sólo a veces es bueno hacer una pausa, replegarse y procesar lo que está pasando. Así las cosas, supongo que hice una profunda pausa, de esas que producen puntada adentro y acto seguido, descubrí que me había convertido en una verdadera escritora, pero también en empresaria, en vestuarista, en productora, en psicóloga, pero por sobre todo, en una mujer adulta, en una mujer feliz. Atrás quedó esa parte de mí que sucumbía ante todo, en especial, los malos amores (pucha que sobran pasteles). También dejé de lado esa tristeza aguda que impide respirar acorde al momento, quizá necesitaba literalmente enterrar imágenes, cuerpos, las solemnidades ridículas que nos esclavizan a diario y que nos convierten en caricaturas de lo que nos hubiese gustado ser justo al instante siguiente en que nos quitamos la armadura.

Ahora que escucho I’ll follow the sun de fondo, entiendo que la vida es así, precisa, justa, y que el equilibrio real no reside en las pretensiones peculiares de cada quien (al verlas realizadas y, aún, cuando las ilusiones se rompen en mil pedazos), sino, en un hilo conductor precario que nos retuerce aún cuando desafiemos el tiempo (porque del proceso siempre deviene fortaleza); tarde o temprano las cosas se alinean, cada roto para cada descocido, cada hebra para cada trazo… Por más que nos duela, aún pataleo tras pataleo, la vida nos envuelve, nos lleva y nos desafía a entender más allá de lo entendible… Cuesta comprender que debemos seguir, que de eso se trata, de avanzar, de alivianar la mochila, de decirle a Diógenes que nos dejé en paz, que no nos pegue malas costumbres y que cada desecho humano o material vaya a dar justo a donde debe quedarse, atrás, en la basura…
Cuando recuerdo cada loca carrera por empatarme con alguien, cuando entiendo lo abrumados que pudieron sentirse diversos personajes en cada embestida mía, me digo: ¡Vaya! Qué hubiese sido de mí del otro lado. No sé si tendría la misma opinión después de ser víctima de la voracidad humana.

Reclamar porque el resto no optó por el mismo sabor de helado favorito nuestro es una completa estupidez, el problema es que podemos demorarnos toda una vida en entender eso. Los asuntos comienzan pero también se acaban y he aquí un punto de inflexión: No siempre acaban de un modo pacífico, habrá que darse cuenta qué depende de cada parte, cuánto es por ego, por vanidad o narcisismo, o de otra manera, qué obedece a sentimientos reales. A veces pienso en la cantidad de veces que lastimé a personas queridas por el sólo hecho que su comportamiento representase situaciones dolorosas en mi conciencia. Cuesta comprender que cada acción es evaluable por separado de quienes las ejecutan. Está claro que excusarse de antemano no te libera de responsabilidad ulterior. No. Ni menos creer en aquello de… jamás quise lastimarte: ¡Por favor! Siempre se sabe desde antes las consecuencias de nuestros actos, pero el asunto es que cuesta más ser responsable y decente que apasionado, tiro al aire y deschavetado. Obvio. Lo primero es lo primero, el goce nos mueve y cada vez nos volvemos más egoístas, la autocomplacencia es un vehículo sugerente que nos lleva por un camino de estímulos e intrincados caminos plagados de aventuras. Obvio que la gente prefiere auto seducirse que auto inmolarse. Pero, me pregunto, si el amor verdadero (a la usanza antigua) se encuentra en retirada y en lugar de ello tenemos compases breves y acelerados de autosatisfacción, entonces: ¿Qué nos queda después de vestirnos e irnos para la casa?

Yo ya tuve de aquello, intensas (y también exprés) jornadas moteleras sin asco ni decoro; consumí esperanzas y lealtades y también conviví con la frustración. Pero por fortuna, también he sido testigo del amor puro (a veces, brevemente, otras tantas, fulminantemente y a rabiar) y ese sólo contexto me lleva de vuelta a una tierra de buenos deseos, de pertenencia, de saber que existe un plano en donde la teoría de la sincronización y otras hierbas existe y desde esa ribera, desde ese semblante iluminado que tienes en frente de ti, entonces saber se puede, entender se puede, llorar se puede, amar se puede.

El verdadero amor es voluntad. Ni más, ni menos.

¡Decide quererme!
¡Decido amarte!
“Elijo sostener tu mano todas las noches y mañanas, todas las veces que reclames de mi y aún si crees que no soy capaz de hacerlo…” (Escribió un poeta que estiró la pata hace un rato).

Yo sé qué aquellas personas saben que sé y me alegra entender que todo es parte de la vida, con dulce y agraz. Un par de veces vi todo tan claro, tan nítido, que tuve miedo de expresarlo a viva voz, temía (en el fondo) que de solo vociferar la comprensión de aquellos hechos fulminantes me hiciesen parecer soberbia y altanera. Hoy sé que no es así, que al enterarte de algo, al saberlo porque te silba adentro, es comprender que volviste a casa, a ese lugar de donde valió la pena salir pero al cual agradeces poder regresar. Ahora que estoy en el sitio donde siempre debí estar, me siento lo suficientemente fuerte como para el segundo tiempo, grande como para contener, eficiente como para organizar, proactiva como para poder crear, lúdica como para saber en qué momentos aligerar la carga y sobre todo, pacífica para no juzgar ni exagerar.

La suavidad de unos momentos bellos me llevaron de regreso a una sensibilidad que creí extraviada, pero no me arrancaron las ganas, al contrario. Ahora entiendo que querer es una pega dura, que nadie va asegurarte que no te perjudiquen en el camino, que las cosas se salgan de control, y que todo el primer acto se convierta en un caos descomunal, pero así somos, así nos pasamo0s la vida: apostando y perdiendo; algunas veces… ganando. Prefiero ser parte de ello, con algunas restricciones eso sí (amorosa, no gil), supongo que en algún punto te das cuenta que la vida es mucho más, pero dependiendo de que colores le imprimas; los decretos resultan, se los juro, porque hace rato que vengo gritando al cosmos que me mande a alguien como Dios manda y estoy segura que viene en camino, como que lo presiento y por eso siento esto adentro, la casa ordenada, las manos lavadas, la mochila aligerada, los ojos brillantes y el semblante diáfano, más claro y sobrio que nunca. Hasta ahora, eso sí.


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