COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: "Final entre finales". 1-01-2010. D.D.OLMEDO.

COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: "Final entre finales". 1-01-2010. D.D.OLMEDO.


“Lo peor de envejecer no es la declinación de las aptitudes físicas —puedo asumir eso— sino la pérdida de amigos, que deja en nuestra vida lagunas que nunca pueden llenarse. Es particularmente duro cuando el amigo que perdemos es más joven, alguien a quien esperábamos ver hasta el final...”.

Paul Johnson; “Al diablo con Picasso y otros ensayos”.



Hacía mucho tiempo que no pensaba en la muerte, pero me la encontré en medio del nuevo año, a solas y en completo silencio. Pasadas las doce, me puse a ver una película que llevaba rato rastreando y por esas cosas de la vida llegó a mis manos justo en vísperas de año nuevo. ¿Por qué uno le llama año nuevo y no año viejo?, después de todo, quién mejor que nosotros para recordar todo lo vivido durante un año que dejó de ser nuevo hace rato, es mucho más viejo que nuevo… ¿Qué sabemos del que viene? Nada. Eso se ve en el camino.

My sister's keeper (protagonizada por la misma chiquilla de “little miss sunshine”) narra la historia de una familia que lucha contra la leucemia de la hija mayor, enfermedad descubierta a los cinco años de edad. Para contrarrestar los efectos de la extrema patología, el matrimonio Fitzgerald decide engendrar a una hija probeta diseñada genéticamente compatible con la paciente de cáncer. Ya desde su nacimiento dona sangre del cordón umbilical y para qué especificar todo lo que devino: leucocitos, linfocitos, médula y demases; conteos y exámenes interminables hasta que la bebé probeta se hizo preadolescente y pudo tomar sus propias decisiones. En algún minuto podría salir a la luz su verdadera voluntad. 

Aparte de incorporar a una Cameron Díaz a cientos de kilómetros de distancia del género comedia que la hizo tan popular, la cinta posee la elegancia característica de su director (Cassavetes), es decir, permite captar una entrelínea más bien sutil sin que ese discurso sea un negocio rebuscado.

La película explora con un lenguaje corporal emocionante, la frustración del ser humano ante el apego, el apego al cuerpo en vida, el apego a los rostros felices, el apego a los recuerdos inolvidables, el apego que proporciona los lazos de sangre… De un modo transversal, muestra la misma historia desde distintos ángulos y cómo la agonía también puede llegar a matar el espíritu sano de quienes rodean al enfermo…

Por una parte, está la madre enajenada quien traspasa todos los límites establecidos para salvar la vida de su hija, trasgrediendo incluso, los derechos, sentimientos y necesidades de la otra, la donante concebida para alargar los años de su hermana. Tenemos a un padre doliente pero incapaz de quebrantar las decisiones de una madre autoritaria y desenfrenada, casi ausente pero no por ello consciente y al borde del abismo. También se dibuja Jessie, el otro hijo al que nadie ve (el del medio), sujetado por sueños que nadie comparte, por escapadas que nadie nota, el que se esconde en una burbuja que finalmente estalla logrando el clímax de la cinta. Y está Ana. Ana es quien narra los hechos, quien hace que esta película sea realmente digna de ver. Aparte de destacar su actuación que la coloca como actriz de carácter y a la altura de cualquiera otra reconocida celebridad, tenemos la sustancia de su fluir, de sus fabulosos aciertos en momentos de transmitir aplomo y entereza, casi como si se tratase de un adulto, casi como si esa maldita enfermedad existiese fuera de la ficción… Hay una escena maravillosa en la que Ana pregunta a su hermana Kate si acaso la va a esperar cuando esté en el otro lado, ese sitio en el que nadie ha estado y que no se sabe dónde es; le pregunta: ¿Cómo te reconoceré? Kate contesta, no voy a cambiar mucho, no puedo cambiar mucho…

Pensar en la muerte es pensar también en la vida, en las cosas que te hacen darte cuenta del por qué estás vivo y no muerto o lo que es igual, por qué has decidido seguir con vida. Hacia el final de la película, Ana se hace la misma pregunta, por qué Kate tuvo que morir y ella y los demás tuvieron que seguir adelante, vivos. 

Cuando murió mi amigo Eduardo, él y yo habíamos dejado de hablarnos. Nunca me enteré de las razones de peso para acabar con su vida. Es cierto, no estaba enfermo, es decir, no tenía enfermedad terminal alguna, y mi despreocupación tampoco notó la otra, una larga y oculta depresión que le orilló a tomar aquella desafortunada decisión…

Cuando piensas en la muerte de personas jóvenes, al mismo tiempo te remece mucho más el sinsentido del tiempo; pareciera que nada está bajo nuestro poder, bajo nuestro control… se han pasado por la cabeza todas las razones por las cuales debes vivir, esa forma de creer que la vida te acompañará para realizar muchas cosas justamente porque tienes toda la vida por delante para realizarlas, incluso, te vas imaginando qué cosas harás en una época determinada o cuáles postergarás porque en nada te afectará retrasarlas un poco mientras te gozas la buena diversión sin reparar que pueden ser las últimas horas que te resten de vida. 

Yo no lo llamé, no le dije que lo extrañaba y que mi conducta era imperdonable, creía que era mejor dejar pasar un tiempo a que las molestias se enfriaran. Así que cuando me llamaron para contarme que se había pegado un tiro, inmediatamente supe que la variable tiempo, no era más que una puta arrogante que colocaba siempre sus propios precios. 

En época universitaria, ocurrió algo similar. Celebramos asuntos universitarios, esas cuestiones que uno cree que son importantes como la política, las listas para el centro de alumnos, los debates sobre justicia y sobre cómo hacer mejor las cosas en sociedad… en eso estábamos cuando sin darnos cuenta se esfumó nuestro amigo Rodrigo Maynard.

El turco era fanático de los rollers, siempre andaba montado en un par de éstos, no importaba qué hora fuese o si andaba o no con unas cuantas chelas en el cuerpo, se iba no más arriba de sus patines. Pero el asunto es que esa noche no tomó, estuvo particularmente sobrio, lúcido y amoroso con todos… nos decía que nos prepararía el mejor asado que pudiese preparar un hombre del sur, un auténtico magallánico. Y así fue, así pasó.

Al pajarón lo atropellaron en las inmediaciones de la Escuela Militar, una mina que iba tomada lo hizo volar por los aires hasta azotarlo contra el piso… murió casi al instante. Me acuerdo que ese día fue raro, yo tenía un matrimonio al que no fui porque me quedé dormida, lo que me permitió ir finalmente a la junta de compañeros. Cuado lo vi ahí parado junto a la parrilla me vio de una forma distinta, nos abrazamos y me contó que había estado en Punta Arenas, en Valpo, en Viña, que había visto a gente que no divisaba en años y que estaba feliz… me dijo que ese era su mejor asado y hasta se recitó un poema…

El turco nunca hizo mal a nadie, al contrario, era un hombre tan pacifico como el mar en un día soleado; Eduardo, tampoco.

He visto morir a otras personas, también he sabido de la muerte de seres a los que no conozco pero que significaban algo para vivos que si…

Una de las muertes que más me ha impactado fue la de una compañera del colegio de la que siempre me acordé conforme iban pasando los años. Yo la recordaba como “Patito”, así le decíamos en primero medio; era chora como ella sola, chistosa e histriónica, desordenada y de lo que recuerdo, inseparable de Sandra Escobar, otra loquilla que después me reencontré gracias al Facebook. Me impactó básicamente porque siempre la vi como una persona libre, desintoxicada del qué dirán, autónoma de los rigores del colegio y con una personalidad que me la hubiese querido yo para enfrentar todos los regresos a casa después de las dos de la tarde. Hablo de que eran las chicas malas y yo, la ñoña que siempre bajaba la cabeza para aceptar lo que le dijeran, eran las que hacían bulling y nadie les decía nada… Digo que me impactó porque mientras yo la recordaba como alguien sensacional, nunca pude enterarme que estaba bien muerta y bien enterrada. Se electrocutó mientras trabaja en un tendido eléctrico… ¿Cuántas personas que conocimos habrán desaparecido ya de la faz de la tierra y nosotros seguimos pensando en ellas?

Por ejemplo, pienso que una muchacha con la que compartí habitación y me dejó literalmente en cueros, tras llevarse todas mis pertenencias o; en el primer chiquillo al que le echaste el ojo y del cual nunca más supiste aunque intentaste rastrearle la pista o; aquel sujeto con el que te topaste una sola vez a la salida del cine y sentiste que te voló el corazón o; tu profesora más recordada que ya tenía sus buenos años para cuando te fuiste del colegio o; los perros guachos a los que alguna vez les acariciaste el lomo en un paradero de micros o; los peces que le obsequiaste a alguien para subirle el ánimo.

Y también hay muertes de las que jamás se habla y que tampoco comprendes por qué. 

Ana se pregunta por qué su hermana y no ella. Lo mismo que yo; por qué Eduardo o Rodrigo y no yo.

Una vez, mientras bebíamos un café en el patio de la universidad con Eduardo, me dio una mirada de “aquellas”, de esas que te dejan petrificada… no fue por algo en particular, sólo fue un momento de silencio en que lo supe, en que sentí que algo no andaba bien, ese algo como tantos otros “algo” que me han dejado frita y que después caen como una pieza negra sobre un rompecabezas cabrón que yo ya había armado dentro de mi cabeza sin conocer cabalmente su significado sino hasta mucho tiempo después…

Eduardo era un tipo brillante, gustaba de la música de Dire Straits, mejor dicho, amaba la voz de Mark Knopfler y su singular mente deambulaba tras un arquetipo de amor que ya no existe… yo creo que por eso fuimos grandes amigos. Hay días en que lo recuerdo y otros en que me olvido. En cambio Rodrigo, él era un loco lindo, desordenado y amante express de todas las cajeras de supermercado… El día de su velatorio, la fila de minas en un costado de la capilla era para morirse de la risa; aunque suene tragicómico, nos hizo reír hasta que estuvo enterrado.

¿Por qué algunos se van antes y otros después? Porqué.

Esto me hace volver sobre la pregunta de Ana: Por qué ellos y no nosotros. Capaz que sea porque lo del fin-propósito si existe o también lo otro, lo del karma y la reencarnación y las vidas viejas versus las nuevas que deben volver hasta que por fin aprendan de una buena vez cómo es que en rigor deben hacerse las cosas. O puede ser que uno tenga cero poder de decisión y no sea más que el capricho de alguien que funciona en “prueba y error”; arriba o abajo el pulgar según estado anímico o quién sabe qué otra idea loca…

Yo también he pensado en la fecha de expiración personal. ¿Cuándo me llegará la hora?

Después de un grosero período de psicosis, la muerte comenzó a significar nada para mi… de todos modos te levantas día con día aún con todo el dolor que implica saber que alguien ya no está más, que no es más que despojos, que un recuerdo en tu cabeza, que una parte de tu vida pero no hay de donde asirse en el; no hay calor en esa persona invisible, no hay más alientos que compartir.

Pero significa algo distinto también porque la invité a venir y no vino. No soy la única… muchas personas le hacen guiños a diario, a veces conscientemente y otras, sin siquiera darse cuenta, mientras se emborrachan y agarran un auto, mientras se va mar adentro para demostrar dominio escénico, mientras hay todo para ser feliz y se quedan postrados pensando en lo que no alcanzan, mientras hay alguien de frente aleonando y te la pasas evocando lo que fue y que no quiere estar más a tu lado, mientras te paras en el borde de un precipicio sin entender que tu hora no ha llegado…

Despreciar la vida mientras a otros le hace tanta falta, es un verdadero asco.

La vida es para decirla, para contarla y sumarla, para exprimirla y para saciarla, para sacarla adelante y para hacerla tierna, dócil, querible, amable… la vida es para recorrerla por todos aquellos que no pudieron o no podrán hacerlo.

Recordar el evento de la muerte me hizo pensar en la mía que vendrá quién sabe cuándo, no todavía porque me faltan unos buenos episodios de alta sintonía… Me falta el brindis del título y los malandrines que voy a meter presos; me falta coger a mi primer hijo entre mis brazos; me falta saltar en benji; me falta un viaje por carretera a Seattle; me falta perdonar a los que se han marchado; me falta aprender a tocar el bajo y el piano; me falta amar a un buen hombre que no se parezca a nadie ni a nada de lo que haya esperado… me falta encontrarme con Amy Tan y que me firme los libros que le he comprado… me falta publicar “El mundo de las cosas aparte y Otros bichos raros”. 

Recordar el evento de la muerte me hizo pensar en que quizá ya no signifique tanto porque todos los días se muera un poco esperando, esperando a entender por qué algunos se van antes y otros después.

El otro día, un amigo me dijo: “Voy a morir viejito”. Es cierto (pensé yo), apenas lo vi supe que así sucedería… son esas cosas que sé y no tengo idea porqué. Siempre sé lo que va a pasar con los demás, no es chiste si digo que tengo un talento para ello. El problema es que conmigo nunca le achunto. Alguna vez me dije: Nunca tendrás que mirar por el retrovisor y sin embargo, lo hago, lo hago casi a diario para asistir al evento de tener que decir, era cierto, siempre lo supe. Así pasó. Yo sigo viva para contarlo.


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