COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “La invención de la mentira…” Viernes 5 de Febrero, Año del Bicentenario. D. D. OLMEDO.
COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: “La invención de la mentira…”
Viernes 5 de Febrero, Año del Bicentenario.
D. D. OLMEDO.
Durante mucho tiempo viví convencida que existían SEÑALES. Según yo, la vida era mágica, tan subliminalmente sofisticada que si ponías atención, ciertos mensajes ocultos te serían revelados a través de acontecimientos peculiares casi invisibles al ojo humano. Me sentía afortunada de poder ver con los ojos del alma.
No estoy hablando de mundos especiales en la conciencia de cada uno, ni de conservar la integridad ni nada de esas cosas que te hacen decodificar mensajes permanentemente en casi todos los párrafos, me refiero a que en verdad creía en la existencia de eventos sucediendo en paralelo a esta realidad, algo así como tiempos diversos en donde las versiones de las cosas son distintas, son como una variante de la historia contada por otro narrador y en cuyo desarrollo se advierten otros protagonistas. Pero algo o alguien, alejó esa creencia de mí durante buen tiempo.
La última vez que percibí algo rarísimo fue mientras estudiaba para mi examen de grado. Iba caminando lentamente por el acceso principal del centro cultural de Ñuñoa en dirección hacia la biblioteca, caminaba junto a Meg (una gran amiga) y yo le hablaba sobre lo cansada que me sentía y las tremendas dudas que cargaba sobre mis hombros en aquél entonces. Le explicaba con vehemencia qué cuestiones me hacían dudar de la abogacía y qué variantes me expulsaban hacia otras direcciones. Estaba en eso, como dije y apresuradamente aseveré: ¿Dónde está Dios cuando uno se siente así de perdido? ¡Ya no lo siento!
En ese preciso instante, y teniendo en consideración que el día abrió en sol y en alta temperatura (o sea, no había brisa, menos viento), me sacó de onda el retrato de las hojas moviéndose, emitiendo un ruido particular, agitándose como si hubiesen estado susurrándose unas con otras. Toda esa imagen fue realmente sobrecogedora.
No sé qué sucedió. No tengo palabras para explicar lo que me pasó adentro en ese momento. Pero yo sabía que era la presencia de Dios. Era la naturaleza hablando, diciéndome en su lenguaje que yo estaba mirado en la dirección equivocada…
BACON habla muchísimo de esto, de la falsa apreciación que tenemos de lo que se ha dado en denominarse entorno físico. Vemos lo que las teorías y los libros nos dicen que está allá afuera, pero escasas veces vemos, podemos ver y observar qué es la naturaleza, lo vivo, lo que se ha creado en el plano que nadie desea ver.
Los planos que se legitiman son los de las ideas, de la intelectualidad, las valoraciones en experiencias científicas, todas cuestiones erradas porque arrancan de lo que un puñado de hombres ilustró para que se heredase y esparciese entremedio de la humanidad. Pero el hombre no ha visto lo que debió ver y que era su entorno natural, la verdad en las armonías de un mundo que existe pero que se desvanece porque se le ha colocado condimentos para hacerle llevadero desde el punto de vista del molde roto, de aquello que no se puede representar porque ya ha sido descrito de un modo.
De tal escenario a la mentira, tan solo un paso.
Hacía tiempo, insisto, había perdido esa conexión. Pero el otro día me sucedió algo detallado, de esas cuestiones que te dejan helada y que te colocan un feroz signo de interrogación entre ceja y ceja. Lo curioso, es que la respuesta había llegado antes que la pregunta.
Resulta que unas dos semanas antes de este evento, al azar, escogí unas películas. Las tomé sin haber escuchado nada de ellas. Y ahí quedaron, para ser vistas cualquier tarde de domingo.
Pero antes de verla, sucedieron hechos.
Una conversación dejó entrever la desolación de un desconocido en el cual precipitadamente puse un voto de confianza. El ritmo natural de la charla me llevó a reflexionar lo que debe sufrir una persona expuesta a toda clase de prejuicios acumulados a consecuencia de la casi nula aceptación de su persona o lo que es igual, a la supresión de su personalidad como resultado de sus experiencias, es decir, el sufrimiento acumulado a raíz de no ser valorado por lo que verdaderamente se es. Al final, esa persona acabó convirtiéndose en un manojo de variantes calculadas que pretendían dar en la talla de lo que socialmente es aceptado; forjarse un piso, idearse un plan maestro de éxito asegurado, disfrazarse a la altura de los estándares sociales actuales, comulgar con la etiqueta del acopio de materialidad suficiente y por cierto, ataviar la fachada para que el mercado de féminas lo ranquearan en posiciones altas. Y todo para lograr que alguien se diera cuenta que existía.
Entonces, tras esa conversación, escogí “la cinta”, no otra.
La invención de la mentira posee un guión brillante y da gusto verla hasta antes de los 10 minutos finales. Imagínense una realidad paralela cuyo mundo muestra una versión en donde no existe el concepto de la mentira. Raro. ¿Cierto?
¿Se imaginan cómo sería nuestra vida sin mentiras?
¿Se han puesto a pensar una vida que transcurre en un mundo en que las personas se encuentran obligadas a decir siempre la verdad porque no saben de la posibilidad de mentir? Personas obligadas por condicionamiento fisiológico a decir siempre lo que piensan: “Eres insoportable”, “No me interesas para nada”, “Eres fome”, “Hablas puras tonteras”, “Escribes pésimo”, “Lo siento mi amor, llegué tarde porque me estaba tirando a la secretaria”, “Me conseguí un amante porque mi marido no tiene idea de cómo hacerme el amor”, “Me quedé haciendo horas extras en la oficina porque tengo Internet gratis y así nadie me joroba por las páginas que me place mirar”, “No atendí cordialmente a esa persona simplemente porque no me dio la gana”, “Te herí verbalmente porque quería desquitarme”… Pero eso no ocurre. Lo que pasa es que tendemos a suplantar con ficción las verdades que nadie asume en gritar a viva voz.
Nos acostumbramos a describir retratos de lo que creemos es cierto. A nadie le interesa replantear porque es mucho pero muy fácil, fingir que se dice la verdad en consecuencia de que se está mintiendo descaradamente. Y ojo que entran acá también las mentiras blancas o piadosas: “Te ves increíble con esos pantalones” Pero lo cierto es que una mujer con sobrepeso no puede verse bien fajada en unos pitillos que con suerte pueden sentarle a una anoréxica de exiguos 40 kilos.
¿Se imaginan una vida sin engaño, sin adulación, sin ficción?
Pero alguien aprende a mentir. Y desde ese preciso momento, todo cambia. Un mundo risiblemente perfecto aunque cruel, se modera hacia una ficción anestesiante que pretende equilibrar las injusticias o las consecuencias de la asquerosa honestidad.
Paradojalmente, en ese escenario, el que pasa a tener un poder omnipotente es el que aprendió el valor agregado de la mentira. Entonces, se lucra, se abastece, se justifica asimismo diciendo que todo lo que le fue vetado ahora se encuentra a sus pies; puede hacer lo que desea porque el resto no sabe distinguirlo de algo que ni se imagina, existe. Todo lo que sale de sus labios es una revelación, o sea, un retrato distinto, una descripción nueva, una variante que empieza a llenar vacíos que ni siquiera se suponía que existían. Y el poder de su nuevo conocimiento surge de la barbarie de los que no cuestionan.
El protagonista de esta historia es a juicio de dicha sociedad un completo PERDEDOR. Gordito, más bien bajo, sin empleo, sin garbo, sin suerte… Pero todo eso cambia cuando se da cuenta que puede falsear la realidad y más encima, nadie lo pone en duda. Entonces, usando y abusando de su nuevo poder, revierte el escenario trágico en el que le tocó nacer, crecer y envejecer. Prácticamente, lo cambió todo, menos, conseguir a la mujer que le interesaba. Frente a esa mujer, genéticamente traspasaría su condición de losser a la descendencia. Claro, eso sí, basándoos en cánones de sociedades enfermas en que todo se procesa en la apariencia.
Cuando la película finalizó me dije: Vaya, ni que la hubiese escrito el fulano desesperanzado que conocí. Pero no, la escribió un sujeto que es igual que ustedes o que yo, otro más que vive inserto en un mundo que es de mentiras; mentiras de políticos que dicen querer el bien de su distrito y son incapaces de llegar a las legislaturas ordinarias, mentiras de científicos que dicen si usas un producto equis en vez de otro recomendado por ellos, entonces no se acabará el planeta, mentiras de cúpulas que nos manipulan a través del miedo e incitando a guerras para protegernos de amenazas falsas, mentiras de rangos eclesiásticos que dicen estar más cerca de Dios por el solo hecho de vestir sotana; mentiras de tarotistas tránsfugas que dicen saber qué sucederá mañana; mentiras por celular, mentiras por chats, mentiras y más mentiras de todas clases y de la misma naturaleza. MENTIRAS.
¿Y qué tal si solo existe esto? Siempre un constante presente plagado de pugnas entre falso y cierto.
De que alguien dijo la primera mentira, eso es un hecho. No sé si ocurrió como se parodia en la película comentada, pero si deduzco que su poder de diseminación fue abrumador.
La vida está llena de conceptos y estos conceptos, errados o no, conducen las experiencias, por ello es vital detenerse y replantear, darse cuenta de que no todos los mecanismos sirven; también deberían enseñarnos que algunos no son reales, que no están ahí afuera, en el mundo físico, si no en nuestras mentes. Es en el darse cuenta de la diferencia entre la descripción del mundo y el mundo en sí mismo donde radica el verdadero poder, ahí está la libertad en su estado más puro, e ahí la vida natural y cierta.
Lo verdaderamente gratificante de esta cinta es que no trata la falsificación de la realidad sobre un paño de moralidad sino que la expone delineando el contorno de la estupidez humana, en el entendido que se intenta arreglar con apariencias un mundo que en realidad ya es perfecto, creer que las ideas son la realidad, la tontera de tapizarlo todo con palabras porque no soportamos que el mundo haga de las suyas y haga lo que le plazca hacer. “Esa estupidez crónica de querer emparchar esa ilusión con más mentiras… tal como Homero tratando de salvarse del alquitrán, suponiendo que podría salir a flote usando sólo sus dientes…” (Escribe impecablemente otro columnista).
Ergo, la moraleja de este asunto es: es un mundo emborrachado de tanta mentira, urgente es aprender a decir la verdad: “Las mujeres que me han despreciado son la causa de que me sienta de poco valor” En vez de: “Pretendo el exitismo porque este estatus hace que las mujeres se derritan delante de mi”
La vida no puede ser sólo esto. Yo sé que hay más. Lo siento y eso es creer en la posibilidad de un mundo real que difiere de las ideas preconcebidas inculcadas, restregadas hasta el hartazgo. Quien se quede en el plano de las ideas, malas ideas por cierto, asumirá un camino equivocado porque se dejará influenciar por modelos, por prototipos, por cánones de perfección, belleza subjetiva, pretensiones de vida que son las que los expertos villanos en marketing te cuelan hasta por los poros; sólo ellos se lucran a costa del sufrimiento de los demás.
La vida es mucho más que acceder a una formula o panacea; todo eso no existe.
Lo que existe en un momento presente en el que se puede escoger decir la verdad o se puede optar por cegarse eternamente, sin gloria, sin destino, sin vuelta atrás.
Exculpo a los artistas, a los locos de siempre, a los poetas, a los ingenuos, a los semblantes serenos dando consuelo, a las amigas fieles abrazándote fuerte para hacerte creer que el dolor ya va a pasar; el arte no sería posible sin la alteración de ciertos aspectos, así que también disculpo esa necesidad de querer embellecer el patio del caos siempre y cuando sea para encontrar fuentes de verdad hacia el final del túnel.
Nos gastamos de una sola vez la vida siendo deshonestos, esforzándonos siendo por fuera lo que no somos por dentro y luego, tratando de hacer que esos planos calcen, regular el interior con la fachada. Y más encima, cuando se llega al punto muerto en que se revela toda esa infructuosidad, decimos que votamos, entonces, por un proceso selectivo en que podamos reencontrarnos a nosotros mismos. Pero esto, a pesar de todo, también soy capaz de comprenderlo, básicamente porque ello obedece a nuestro constante cambio interior, a esa búsqueda inconsciente de verdades físicas y naturales del mundo real, no del descrito. Eso es la necesidad de autenticidad.
Entonces, si cambiamos constantemente ¿cómo se logra esa autenticidad?
Prestando atención en dos cosas:
1) Prestando atención a lo que uno quiere y,
2) Prestando atención a lo que uno hace.
Si hay contradicción entre ambas, entonces algo no está bien en nosotros. Seguramente es nuestro peor enemigo asechándonos: DON EGO. No hay autenticidad posible si se está permanentemente poniendo atención a nuestro ego. Es el ego que dice, debo tener mejor facha, antes que contenido de calidad; el ego dice: exhibe tu celular de trecientos mil pesos, con eso te han de apreciar; camina con estilo, capaz y alguien famosillo te va a chiflar… el ego, el ego, el infame ego que incluso a mi me traiciona pensando en que siempre me han de evaluar.
La autenticidad tampoco es decirlo todo, verterlo todo; autenticidad es poder vivir con lo que se tiene, con lo que se es y creer en ello aunque nunca se brille para los demás, aunque nadie lo note, auque a nadie parezca importarle ese tremendo esfuerzo… Aunque uno se despierte un día y descubra que no es importante para nadie más que para uno mismo.
HOY: “La invención de la mentira…”
Viernes 5 de Febrero, Año del Bicentenario.
D. D. OLMEDO.
Durante mucho tiempo viví convencida que existían SEÑALES. Según yo, la vida era mágica, tan subliminalmente sofisticada que si ponías atención, ciertos mensajes ocultos te serían revelados a través de acontecimientos peculiares casi invisibles al ojo humano. Me sentía afortunada de poder ver con los ojos del alma.
No estoy hablando de mundos especiales en la conciencia de cada uno, ni de conservar la integridad ni nada de esas cosas que te hacen decodificar mensajes permanentemente en casi todos los párrafos, me refiero a que en verdad creía en la existencia de eventos sucediendo en paralelo a esta realidad, algo así como tiempos diversos en donde las versiones de las cosas son distintas, son como una variante de la historia contada por otro narrador y en cuyo desarrollo se advierten otros protagonistas. Pero algo o alguien, alejó esa creencia de mí durante buen tiempo.
La última vez que percibí algo rarísimo fue mientras estudiaba para mi examen de grado. Iba caminando lentamente por el acceso principal del centro cultural de Ñuñoa en dirección hacia la biblioteca, caminaba junto a Meg (una gran amiga) y yo le hablaba sobre lo cansada que me sentía y las tremendas dudas que cargaba sobre mis hombros en aquél entonces. Le explicaba con vehemencia qué cuestiones me hacían dudar de la abogacía y qué variantes me expulsaban hacia otras direcciones. Estaba en eso, como dije y apresuradamente aseveré: ¿Dónde está Dios cuando uno se siente así de perdido? ¡Ya no lo siento!
En ese preciso instante, y teniendo en consideración que el día abrió en sol y en alta temperatura (o sea, no había brisa, menos viento), me sacó de onda el retrato de las hojas moviéndose, emitiendo un ruido particular, agitándose como si hubiesen estado susurrándose unas con otras. Toda esa imagen fue realmente sobrecogedora.
No sé qué sucedió. No tengo palabras para explicar lo que me pasó adentro en ese momento. Pero yo sabía que era la presencia de Dios. Era la naturaleza hablando, diciéndome en su lenguaje que yo estaba mirado en la dirección equivocada…
BACON habla muchísimo de esto, de la falsa apreciación que tenemos de lo que se ha dado en denominarse entorno físico. Vemos lo que las teorías y los libros nos dicen que está allá afuera, pero escasas veces vemos, podemos ver y observar qué es la naturaleza, lo vivo, lo que se ha creado en el plano que nadie desea ver.
Los planos que se legitiman son los de las ideas, de la intelectualidad, las valoraciones en experiencias científicas, todas cuestiones erradas porque arrancan de lo que un puñado de hombres ilustró para que se heredase y esparciese entremedio de la humanidad. Pero el hombre no ha visto lo que debió ver y que era su entorno natural, la verdad en las armonías de un mundo que existe pero que se desvanece porque se le ha colocado condimentos para hacerle llevadero desde el punto de vista del molde roto, de aquello que no se puede representar porque ya ha sido descrito de un modo.
De tal escenario a la mentira, tan solo un paso.
Hacía tiempo, insisto, había perdido esa conexión. Pero el otro día me sucedió algo detallado, de esas cuestiones que te dejan helada y que te colocan un feroz signo de interrogación entre ceja y ceja. Lo curioso, es que la respuesta había llegado antes que la pregunta.
Resulta que unas dos semanas antes de este evento, al azar, escogí unas películas. Las tomé sin haber escuchado nada de ellas. Y ahí quedaron, para ser vistas cualquier tarde de domingo.
Pero antes de verla, sucedieron hechos.
Una conversación dejó entrever la desolación de un desconocido en el cual precipitadamente puse un voto de confianza. El ritmo natural de la charla me llevó a reflexionar lo que debe sufrir una persona expuesta a toda clase de prejuicios acumulados a consecuencia de la casi nula aceptación de su persona o lo que es igual, a la supresión de su personalidad como resultado de sus experiencias, es decir, el sufrimiento acumulado a raíz de no ser valorado por lo que verdaderamente se es. Al final, esa persona acabó convirtiéndose en un manojo de variantes calculadas que pretendían dar en la talla de lo que socialmente es aceptado; forjarse un piso, idearse un plan maestro de éxito asegurado, disfrazarse a la altura de los estándares sociales actuales, comulgar con la etiqueta del acopio de materialidad suficiente y por cierto, ataviar la fachada para que el mercado de féminas lo ranquearan en posiciones altas. Y todo para lograr que alguien se diera cuenta que existía.
Entonces, tras esa conversación, escogí “la cinta”, no otra.
La invención de la mentira posee un guión brillante y da gusto verla hasta antes de los 10 minutos finales. Imagínense una realidad paralela cuyo mundo muestra una versión en donde no existe el concepto de la mentira. Raro. ¿Cierto?
¿Se imaginan cómo sería nuestra vida sin mentiras?
¿Se han puesto a pensar una vida que transcurre en un mundo en que las personas se encuentran obligadas a decir siempre la verdad porque no saben de la posibilidad de mentir? Personas obligadas por condicionamiento fisiológico a decir siempre lo que piensan: “Eres insoportable”, “No me interesas para nada”, “Eres fome”, “Hablas puras tonteras”, “Escribes pésimo”, “Lo siento mi amor, llegué tarde porque me estaba tirando a la secretaria”, “Me conseguí un amante porque mi marido no tiene idea de cómo hacerme el amor”, “Me quedé haciendo horas extras en la oficina porque tengo Internet gratis y así nadie me joroba por las páginas que me place mirar”, “No atendí cordialmente a esa persona simplemente porque no me dio la gana”, “Te herí verbalmente porque quería desquitarme”… Pero eso no ocurre. Lo que pasa es que tendemos a suplantar con ficción las verdades que nadie asume en gritar a viva voz.
Nos acostumbramos a describir retratos de lo que creemos es cierto. A nadie le interesa replantear porque es mucho pero muy fácil, fingir que se dice la verdad en consecuencia de que se está mintiendo descaradamente. Y ojo que entran acá también las mentiras blancas o piadosas: “Te ves increíble con esos pantalones” Pero lo cierto es que una mujer con sobrepeso no puede verse bien fajada en unos pitillos que con suerte pueden sentarle a una anoréxica de exiguos 40 kilos.
¿Se imaginan una vida sin engaño, sin adulación, sin ficción?
Pero alguien aprende a mentir. Y desde ese preciso momento, todo cambia. Un mundo risiblemente perfecto aunque cruel, se modera hacia una ficción anestesiante que pretende equilibrar las injusticias o las consecuencias de la asquerosa honestidad.
Paradojalmente, en ese escenario, el que pasa a tener un poder omnipotente es el que aprendió el valor agregado de la mentira. Entonces, se lucra, se abastece, se justifica asimismo diciendo que todo lo que le fue vetado ahora se encuentra a sus pies; puede hacer lo que desea porque el resto no sabe distinguirlo de algo que ni se imagina, existe. Todo lo que sale de sus labios es una revelación, o sea, un retrato distinto, una descripción nueva, una variante que empieza a llenar vacíos que ni siquiera se suponía que existían. Y el poder de su nuevo conocimiento surge de la barbarie de los que no cuestionan.
El protagonista de esta historia es a juicio de dicha sociedad un completo PERDEDOR. Gordito, más bien bajo, sin empleo, sin garbo, sin suerte… Pero todo eso cambia cuando se da cuenta que puede falsear la realidad y más encima, nadie lo pone en duda. Entonces, usando y abusando de su nuevo poder, revierte el escenario trágico en el que le tocó nacer, crecer y envejecer. Prácticamente, lo cambió todo, menos, conseguir a la mujer que le interesaba. Frente a esa mujer, genéticamente traspasaría su condición de losser a la descendencia. Claro, eso sí, basándoos en cánones de sociedades enfermas en que todo se procesa en la apariencia.
Cuando la película finalizó me dije: Vaya, ni que la hubiese escrito el fulano desesperanzado que conocí. Pero no, la escribió un sujeto que es igual que ustedes o que yo, otro más que vive inserto en un mundo que es de mentiras; mentiras de políticos que dicen querer el bien de su distrito y son incapaces de llegar a las legislaturas ordinarias, mentiras de científicos que dicen si usas un producto equis en vez de otro recomendado por ellos, entonces no se acabará el planeta, mentiras de cúpulas que nos manipulan a través del miedo e incitando a guerras para protegernos de amenazas falsas, mentiras de rangos eclesiásticos que dicen estar más cerca de Dios por el solo hecho de vestir sotana; mentiras de tarotistas tránsfugas que dicen saber qué sucederá mañana; mentiras por celular, mentiras por chats, mentiras y más mentiras de todas clases y de la misma naturaleza. MENTIRAS.
¿Y qué tal si solo existe esto? Siempre un constante presente plagado de pugnas entre falso y cierto.
De que alguien dijo la primera mentira, eso es un hecho. No sé si ocurrió como se parodia en la película comentada, pero si deduzco que su poder de diseminación fue abrumador.
La vida está llena de conceptos y estos conceptos, errados o no, conducen las experiencias, por ello es vital detenerse y replantear, darse cuenta de que no todos los mecanismos sirven; también deberían enseñarnos que algunos no son reales, que no están ahí afuera, en el mundo físico, si no en nuestras mentes. Es en el darse cuenta de la diferencia entre la descripción del mundo y el mundo en sí mismo donde radica el verdadero poder, ahí está la libertad en su estado más puro, e ahí la vida natural y cierta.
Lo verdaderamente gratificante de esta cinta es que no trata la falsificación de la realidad sobre un paño de moralidad sino que la expone delineando el contorno de la estupidez humana, en el entendido que se intenta arreglar con apariencias un mundo que en realidad ya es perfecto, creer que las ideas son la realidad, la tontera de tapizarlo todo con palabras porque no soportamos que el mundo haga de las suyas y haga lo que le plazca hacer. “Esa estupidez crónica de querer emparchar esa ilusión con más mentiras… tal como Homero tratando de salvarse del alquitrán, suponiendo que podría salir a flote usando sólo sus dientes…” (Escribe impecablemente otro columnista).
Ergo, la moraleja de este asunto es: es un mundo emborrachado de tanta mentira, urgente es aprender a decir la verdad: “Las mujeres que me han despreciado son la causa de que me sienta de poco valor” En vez de: “Pretendo el exitismo porque este estatus hace que las mujeres se derritan delante de mi”
La vida no puede ser sólo esto. Yo sé que hay más. Lo siento y eso es creer en la posibilidad de un mundo real que difiere de las ideas preconcebidas inculcadas, restregadas hasta el hartazgo. Quien se quede en el plano de las ideas, malas ideas por cierto, asumirá un camino equivocado porque se dejará influenciar por modelos, por prototipos, por cánones de perfección, belleza subjetiva, pretensiones de vida que son las que los expertos villanos en marketing te cuelan hasta por los poros; sólo ellos se lucran a costa del sufrimiento de los demás.
La vida es mucho más que acceder a una formula o panacea; todo eso no existe.
Lo que existe en un momento presente en el que se puede escoger decir la verdad o se puede optar por cegarse eternamente, sin gloria, sin destino, sin vuelta atrás.
Exculpo a los artistas, a los locos de siempre, a los poetas, a los ingenuos, a los semblantes serenos dando consuelo, a las amigas fieles abrazándote fuerte para hacerte creer que el dolor ya va a pasar; el arte no sería posible sin la alteración de ciertos aspectos, así que también disculpo esa necesidad de querer embellecer el patio del caos siempre y cuando sea para encontrar fuentes de verdad hacia el final del túnel.
Nos gastamos de una sola vez la vida siendo deshonestos, esforzándonos siendo por fuera lo que no somos por dentro y luego, tratando de hacer que esos planos calcen, regular el interior con la fachada. Y más encima, cuando se llega al punto muerto en que se revela toda esa infructuosidad, decimos que votamos, entonces, por un proceso selectivo en que podamos reencontrarnos a nosotros mismos. Pero esto, a pesar de todo, también soy capaz de comprenderlo, básicamente porque ello obedece a nuestro constante cambio interior, a esa búsqueda inconsciente de verdades físicas y naturales del mundo real, no del descrito. Eso es la necesidad de autenticidad.
Entonces, si cambiamos constantemente ¿cómo se logra esa autenticidad?
Prestando atención en dos cosas:
1) Prestando atención a lo que uno quiere y,
2) Prestando atención a lo que uno hace.
Si hay contradicción entre ambas, entonces algo no está bien en nosotros. Seguramente es nuestro peor enemigo asechándonos: DON EGO. No hay autenticidad posible si se está permanentemente poniendo atención a nuestro ego. Es el ego que dice, debo tener mejor facha, antes que contenido de calidad; el ego dice: exhibe tu celular de trecientos mil pesos, con eso te han de apreciar; camina con estilo, capaz y alguien famosillo te va a chiflar… el ego, el ego, el infame ego que incluso a mi me traiciona pensando en que siempre me han de evaluar.
La autenticidad tampoco es decirlo todo, verterlo todo; autenticidad es poder vivir con lo que se tiene, con lo que se es y creer en ello aunque nunca se brille para los demás, aunque nadie lo note, auque a nadie parezca importarle ese tremendo esfuerzo… Aunque uno se despierte un día y descubra que no es importante para nadie más que para uno mismo.



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