COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “La felicidad atrae suerte…” Viernes 12 de Febrero, Año del Bicentenario. D. D. OLMEDO.
COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: “La felicidad atrae suerte…”
Viernes 12 de Febrero, Año del Bicentenario.
D. D. OLMEDO.
Me está gustando esto de recibir mensajes entre líneas, recuperar el hábito de ver que hay más allá de todo y entremedio de eso, descubrir la remota posibilidad de un algo tan inmenso y superior a todos nosotros, que no puede ser otra cosa más que el respiro de Dios sobre nuestra asfixiante incredulidad y desazón ante el sin remedio de tener que convertirnos en adultos…
Nunca pensé que escribir sería tan gratificante como me resulta hoy en día. Antes, cuando sólo escribía garabatos desesperados, me avergonzaba la mínima idea que alguien fuese a descubrirlos y hoy, en cambio, quisiera que muchas personas leyesen esta diminuta columna para que tal vez en parte, sintiesen que en todos lados se cuecen las mismas habas. Ojalá y muchos se envalentonaran, se atrevieran en decir a viva voz cuan desesperanzados pueden sentirse y qué tan difícil puede resultarles admitirlo. Me gustaría que todas las personas fueran valientes y escribieran lo que sienten, lo que les aqueja, lo que les molesta, lo que les hace la vida de cuadritos y también todo lo otro, lo que en momentos sublimes nos pone contentos, lo que nos llena, lo que nos motiva y nos da aliento para continuar adelante.
Esperar un momento de crisis para gritar un desaguisado, para enriostrar impotencia o frustración, para intentar enervar el dolor que corroe por dentro, no es lo mejor… y quizá por lo mismo, quien aparezca vociferando que todo es una puta mierda y que ha llegado tarde a la repartición de dicha, puede resultarnos un completo demente. Se acabaría el trastorno de la persona agregando un irónico y mal usado HAGASE VER. Por lo mismo, siempre he desconfiado de las tazas de leche, de aquella suerte de brisa que aparece cálida y no se va nunca, de esas sólidas confianzas que parecen romperse con nada, de esas convicciones que figuran tan arraigadas en la gente que dice no dolerle nada… Me parece altamente sospechoso vivir en la certeza y creer que todo es parte de un gran esquema que es imposible de fracturar con la voluntad de un alma que solo sueña y divaga.
Yo me la pasé mucho tiempo creyendo que no tenía norte y me acostumbré tanto a ser criticada y a ser enjuiciada por andar perdida en la vida que se me olvidó acordarme de lo que tenía en el corazón mucho antes que los “adultos”, sembraran dudas en la sustancia de mis emociones y sentimientos. Pero fíjense cómo es de sabia la espiral de circunstancias que te regresan a casa, a tu senda, a tu justo y medio. Tan impactante es cada pieza que no puedes más que rendirte ante ella, delante de su precipitación y a razón de su orden natural en este gran rompecabezas…
En el entorno se respira el clima comercial que vaticina un rojo intenso de corazones, de expresiones afectivas ameritando ser calcadas en un trozo de algo para que quede registro palpable de lo que se lleva por dentro y que va dirigido a un alguien identificable. Me pregunto, entonces, si es censurable simplemente amar al resto, sin nombres, sin siglas, sin justificaciones, motivos o razones. Demostrarle a las personas que hay tanto amor corriendo por las venas que se da simplemente para que no se malgaste adentro, que la causa de abrirse para entregarlo no es otra que el deseo genuino de proporcionar alegría a lo demás porque esa es la alegría y gracia de uno mismo…
Poppy (diminutivo de Paullinne), es una chica inglesa que vive en una de las comunidades más vigiladas de la comunidad europea. Es una chica de treinta años viviendo en los suburbios de Londres, compartiendo piso con otra compañera de similares características y dedicada a la enseñanza primaria. No tiene novio y aparentemente, tampoco una vida resuleta (no sé por qué nunca puedo escribir bien esta palabra; ¡Ja!). Y sin embargo, ella se muestra hacia su entorno casi como una niña desnuda de escaras y provista de la dulzura y candidez más estremecedora y bien lograda que haya visto en mucho tiempo en la pantalla paralela. Al principio, me costó agarrarle el ritmo a esta película, sentía que faltaba algo, como un ingrediente secreto que hiciera cuajar el resto de los ingredientes, pero luego entendí que no radicaba en el elenco, ni en la fotografía, menos en los personajes; era algo más bien básico que tenía que ver con mi propia retina. La película no me prendía lo suficiente porque esperaba lo evidente, lo calculado y lo típico de las películas inglesas. Nada de eso encontré ahí. Lo que si hallé fue un espejo gigantesco con una luna fenomenal, de aquellos en que tras haberte mirado empiezas a preguntarte cómo fue que no habías visto tal o cual detalle en tu persona. No sé a ciencia cierta desde cuándo dejaron de fabricarse esos espejos, pero puede que la razón haya estribado en que a nadie parecía importarle mucho si en su centro existía o no una luna perfecta que te hiciera lucir tal cual eres.
“La felicidad atrae la suerte” es de aquellas películas honestas que te hacen mirar hacia adentro y plantearte cómo fue que dejaste de hacer esto o aquello, o también, qué tuvo que suceder para acabar aceptando que el resto dijese con soberbia cómo y cuándo hacer eso o esto otro, qué desear, qué decir, qué transmitir… cómo vivir la vida desde la perspectiva del famoso gran esquema en que todos estamos obligados a calzar. Te recuerda cómo ha decidido vivir la inmensa mayoría, adiestrada para obviar los te quiero o a lo sumo, decir te quiero una vez al año y más encima, subrayarlo con un rojo intenso decorado con azúcar, con miel, o con lazos caros que demarquen las cualidades del contenido y/o el valor de esa frase poderosa. Siempre me he preguntado cómo puede vivirse diciendo te quiero muchas veces y al mismo tiempo darse de puñetes, o decir te quiero una sola y despotricar contra toda la gente olvidándote de sus partes buenas, o decir te quiero y jugar a dos bandas sin pensar en el inmenso daño que puedes provocar en alguien inocente, o decir te quiero y olvidar los más mínimos detalles de la conquista diaria, o decir te quiero y olvidarse de las cosas importantes que si acaso, pruébase en situaciones límite, o decir te quiero y no voltearse ante el dolor ajeno con un silencio contenedor de nuestra parte, o decir te quiero y no respetar a las personas por lo que son y no por lo que valen, o decir te quiero y olvidarse de uno mismo como esencia de amor esencial y prioritario… olvidarse tanto que hasta puedes morirte en el te quiero y no saber realmente su verdadero significado; hay que quererse urgentemente antes para poder querer al resto todas las otras veces que sea necesario.
Mientras la inmensa mayoría se esmera en segregar por períodos las instancias del “me gustas”, “te quiero” y el “te amo”, hay una chica inglesa pueril defendiendo a brazo partido la indivisión y el significado propio de hacer real y tangible un te quiero universal utópico pero más honesto…
Cansa demasiado ser estructurado, agota el sólo hecho de pensar que hay un margen dentro del cual, si no estás, prácticamente no existes, o estás pronto a ser eliminado. Por eso, hay tanto cáncer, tantas enfermedades que van corroyendo precipitadamente lo que debió degenerarse muchos años después por obra y gracia de la naturaleza. Por lo mismo, no es extraño explotar en ira, no es raro bloquearse y causar daño, perder la razón, atravesar túneles de temporal demencia hasta que algo o alguien nos coja de una mano y nos diga: “¡hey! ya está, no te hagas más daño, no es necesario”. Todo eso es única y exclusivamente falta de amor, falta del verbo amar; puro y fidedigno estado amatorio, condición natural del alma, del espíritu y que no tiene que ver con la orientación sexual, ni con el cuerpo, ni con los sentidos, ni aún, con la voluntad de hacer algo para causar un efecto determinado en los demás.
Poppy, aunque bien lograda, es sólo un tremendo personaje del celuloide. Retratada como una ñoña empedernida carente de dignidad y hasta oligofrénica (expondrán los más excelsos cultores del esquema maestro que no se permiten extralimitarse en demostrar sus emociones), se aferra a su silbido interno. Aún cuando se quiebra y parece desmenuzarse por entre el gentío que la obvia (en una escena memorable mientras camina por Londres), representa el coraje que todos perdemos y circunstancia ante la cual cedemos como antesala al miedo, de ofuscamiento, al encerrarnos en nosotros mismos decididos a creer que nadie es digno de amor simplemente porque no se nos retribuye la misma medida de ilusión. Pero en vez de desvanecerse, en vez de descomponerse en el desastre y compadecerse, ella sonríe, ella se abre al amor de carne y de huesos… ella se encuentra con otro de su misma especie, ella deja que el aire se renueve, Paullinne brilla y logra que todo alrededor suyo sea como siempre discurseo su semblante, como lo hizo su brillantez para no deponer ante la oscuridad que envuelve el camino que te lleva a convertirte en adulto.
Nadie dijo que sería fácil. Por eso es incomprensible que desde pequeño te hagan esquivar todas las dificultades posibles: “No hagas esto, te hará daño”; “no hagas esto otro, te irá peor” Y sin embargo, no habiendo apenas dejado de ser un crío te dicen: “Debes hacerlo todo”, “No sea cobarde”, “De qué te quejas, está es la vida” Entonces, me pregunto: ¿Por qué nos hacen esto? ¿Por qué nos salvan y luego nos arrojan? ¿Por qué nos despojan de la experiencia y de repente nos señalan con el dedo por no tener idea de cómo se hacen todas las cosas? ¿Por qué nos obligan a seguir esquemas, a seguir formatos, a ser parte de un todo homogéneo que a veces nos destroza en pedazos? ¿Por qué nos abrazan con ternura, con cuidados, con esmero y de pronto, se cuestiona tanto un abrazo que resulte prolongado? ¿Por qué no embarcarse en todas las emociones? ¿Qué puede ser tan malo como amar incondicionalmente a todos, a cada rato, en todas partes, por el sólo hecho sentir el deseo de hacerlo? ¿Por qué puede ser tan malo querer amar, desear amar, aún cuando sea por un breve espacio de tiempo, aunque tan sólo dure un intervalo? Sin ir más lejos, estoy amando razonablemente a un muerto, a un señor que murió hace demasiados años, básicamente porque comulga con mi sentido del presente y mi casi nula creencia respecto del mañana (futuro). Bacon me ha motivado a dudar de todo lo que tenga que ver con la falsa observación del entorno y de todos sus alcances, partiendo por los falsos ídolos y las raigambres que derivan de la intelectualidad. Y en el seguimiento de sus postulados, me afectó su bronca contra el lenguaje y lo que éste ocasionaba en el vulgo, asunto al que le he venido dando varias vueltas. Y lo cierto es que no deja de tener razón.
Todos nosotros somos los que distorsionamos lo que nos rodea, y lo hacemos justamente con palabras, armando combinaciones de ellas, derivando en situaciones susceptibles de interpretación. No se salva ningún diálogo; ni los de la Escuela de Demócrito y eso que ese señor sí que fue responsable en sus métodos. Tampoco se salva esta columna perentoria de urgencias egoístas y parciales. Bacon, me lleva hacia un tránsito difícil pero infinitamente más auténtico; el cuerpo habla y su lenguaje es innegable.
Así que tanto Matías (un desesperanzado con esperanza) como el difunto tienen harto de intuición, el instinto es el que manda y el instinto es el que finalmente habla. Así como hablaba en el personaje comentado. El interior de uno siente y se expresa, habla en lenguas que no comprendemos porque nos empeñamos demasiado en suprimir su voz, en acallar lo que es distinto y se emancipa de nosotros sin nuestra autorización… nuestro interior menciona lo que le hace bien y casi siempre es tildado de parafernálico y desatinado…
He visto a tantos acabar como el instructor de manejo de esta cinta, y a unos muy pocos como Polly, remando, remando hacia ese lugar en el que creer, dejando que su interior se rebele, exponiéndose como lo hacen los críos que caminan hacia algún lugar desconocido y al que no temen porque son demasiado jóvenes y vigorosos como para aturdirse de prejuicios y trancas cabronas. Me he visto a mi, vagar completamente LOST, pero maravillada de estarlo, de andar a tientas creyendo en un algo invisible pero que me hace realmente auténtica, convencida de ese algo que existe detrás de una cortina de humo impuesta, y en donde está todo lo otro; la verdad.
La felicidad es un concepto que nos ha hecho miserable el transito hacia la adultez, porque vives ocupado de llegar hacia un punto en que se supone la encontrarás, pero llegas a ese sitio prometido y lo que te encuentras es sólo un abismo y así sucesivamente, siempre concluyendo que es un saco roto imposible de llenar. Pero, en cambio, sí existe en el presente lo que la humanidad denominó “SUERTE” (el alea), o sea, la contingencia incierta de ganancia o pérdida; una posibilidad/ficción de vivir y entregarnos a lo que la vida quiera mostrar, enseñar o regalar. Aún con el rechazo, aún con el pánico a ser apenas un punto en el horizonte, con el resentimiento de ser ignorados, con el capricho de ser correspondidos por quien nos apetece… aún con la incertidumbre de no saber nada y sólo aferrarnos a nuestra intuición diciéndonos siempre: lo mejor aún está por pasar.
Todo lo demás, es permitir que la felicidad atraiga la suerte.
Con afecto para ti, el chico de los ojos tristes.
HOY: “La felicidad atrae suerte…”
Viernes 12 de Febrero, Año del Bicentenario.
D. D. OLMEDO.
Me está gustando esto de recibir mensajes entre líneas, recuperar el hábito de ver que hay más allá de todo y entremedio de eso, descubrir la remota posibilidad de un algo tan inmenso y superior a todos nosotros, que no puede ser otra cosa más que el respiro de Dios sobre nuestra asfixiante incredulidad y desazón ante el sin remedio de tener que convertirnos en adultos…
Nunca pensé que escribir sería tan gratificante como me resulta hoy en día. Antes, cuando sólo escribía garabatos desesperados, me avergonzaba la mínima idea que alguien fuese a descubrirlos y hoy, en cambio, quisiera que muchas personas leyesen esta diminuta columna para que tal vez en parte, sintiesen que en todos lados se cuecen las mismas habas. Ojalá y muchos se envalentonaran, se atrevieran en decir a viva voz cuan desesperanzados pueden sentirse y qué tan difícil puede resultarles admitirlo. Me gustaría que todas las personas fueran valientes y escribieran lo que sienten, lo que les aqueja, lo que les molesta, lo que les hace la vida de cuadritos y también todo lo otro, lo que en momentos sublimes nos pone contentos, lo que nos llena, lo que nos motiva y nos da aliento para continuar adelante.
Esperar un momento de crisis para gritar un desaguisado, para enriostrar impotencia o frustración, para intentar enervar el dolor que corroe por dentro, no es lo mejor… y quizá por lo mismo, quien aparezca vociferando que todo es una puta mierda y que ha llegado tarde a la repartición de dicha, puede resultarnos un completo demente. Se acabaría el trastorno de la persona agregando un irónico y mal usado HAGASE VER. Por lo mismo, siempre he desconfiado de las tazas de leche, de aquella suerte de brisa que aparece cálida y no se va nunca, de esas sólidas confianzas que parecen romperse con nada, de esas convicciones que figuran tan arraigadas en la gente que dice no dolerle nada… Me parece altamente sospechoso vivir en la certeza y creer que todo es parte de un gran esquema que es imposible de fracturar con la voluntad de un alma que solo sueña y divaga.
Yo me la pasé mucho tiempo creyendo que no tenía norte y me acostumbré tanto a ser criticada y a ser enjuiciada por andar perdida en la vida que se me olvidó acordarme de lo que tenía en el corazón mucho antes que los “adultos”, sembraran dudas en la sustancia de mis emociones y sentimientos. Pero fíjense cómo es de sabia la espiral de circunstancias que te regresan a casa, a tu senda, a tu justo y medio. Tan impactante es cada pieza que no puedes más que rendirte ante ella, delante de su precipitación y a razón de su orden natural en este gran rompecabezas…
En el entorno se respira el clima comercial que vaticina un rojo intenso de corazones, de expresiones afectivas ameritando ser calcadas en un trozo de algo para que quede registro palpable de lo que se lleva por dentro y que va dirigido a un alguien identificable. Me pregunto, entonces, si es censurable simplemente amar al resto, sin nombres, sin siglas, sin justificaciones, motivos o razones. Demostrarle a las personas que hay tanto amor corriendo por las venas que se da simplemente para que no se malgaste adentro, que la causa de abrirse para entregarlo no es otra que el deseo genuino de proporcionar alegría a lo demás porque esa es la alegría y gracia de uno mismo…
Poppy (diminutivo de Paullinne), es una chica inglesa que vive en una de las comunidades más vigiladas de la comunidad europea. Es una chica de treinta años viviendo en los suburbios de Londres, compartiendo piso con otra compañera de similares características y dedicada a la enseñanza primaria. No tiene novio y aparentemente, tampoco una vida resuleta (no sé por qué nunca puedo escribir bien esta palabra; ¡Ja!). Y sin embargo, ella se muestra hacia su entorno casi como una niña desnuda de escaras y provista de la dulzura y candidez más estremecedora y bien lograda que haya visto en mucho tiempo en la pantalla paralela. Al principio, me costó agarrarle el ritmo a esta película, sentía que faltaba algo, como un ingrediente secreto que hiciera cuajar el resto de los ingredientes, pero luego entendí que no radicaba en el elenco, ni en la fotografía, menos en los personajes; era algo más bien básico que tenía que ver con mi propia retina. La película no me prendía lo suficiente porque esperaba lo evidente, lo calculado y lo típico de las películas inglesas. Nada de eso encontré ahí. Lo que si hallé fue un espejo gigantesco con una luna fenomenal, de aquellos en que tras haberte mirado empiezas a preguntarte cómo fue que no habías visto tal o cual detalle en tu persona. No sé a ciencia cierta desde cuándo dejaron de fabricarse esos espejos, pero puede que la razón haya estribado en que a nadie parecía importarle mucho si en su centro existía o no una luna perfecta que te hiciera lucir tal cual eres.
“La felicidad atrae la suerte” es de aquellas películas honestas que te hacen mirar hacia adentro y plantearte cómo fue que dejaste de hacer esto o aquello, o también, qué tuvo que suceder para acabar aceptando que el resto dijese con soberbia cómo y cuándo hacer eso o esto otro, qué desear, qué decir, qué transmitir… cómo vivir la vida desde la perspectiva del famoso gran esquema en que todos estamos obligados a calzar. Te recuerda cómo ha decidido vivir la inmensa mayoría, adiestrada para obviar los te quiero o a lo sumo, decir te quiero una vez al año y más encima, subrayarlo con un rojo intenso decorado con azúcar, con miel, o con lazos caros que demarquen las cualidades del contenido y/o el valor de esa frase poderosa. Siempre me he preguntado cómo puede vivirse diciendo te quiero muchas veces y al mismo tiempo darse de puñetes, o decir te quiero una sola y despotricar contra toda la gente olvidándote de sus partes buenas, o decir te quiero y jugar a dos bandas sin pensar en el inmenso daño que puedes provocar en alguien inocente, o decir te quiero y olvidar los más mínimos detalles de la conquista diaria, o decir te quiero y olvidarse de las cosas importantes que si acaso, pruébase en situaciones límite, o decir te quiero y no voltearse ante el dolor ajeno con un silencio contenedor de nuestra parte, o decir te quiero y no respetar a las personas por lo que son y no por lo que valen, o decir te quiero y olvidarse de uno mismo como esencia de amor esencial y prioritario… olvidarse tanto que hasta puedes morirte en el te quiero y no saber realmente su verdadero significado; hay que quererse urgentemente antes para poder querer al resto todas las otras veces que sea necesario.
Mientras la inmensa mayoría se esmera en segregar por períodos las instancias del “me gustas”, “te quiero” y el “te amo”, hay una chica inglesa pueril defendiendo a brazo partido la indivisión y el significado propio de hacer real y tangible un te quiero universal utópico pero más honesto…
Cansa demasiado ser estructurado, agota el sólo hecho de pensar que hay un margen dentro del cual, si no estás, prácticamente no existes, o estás pronto a ser eliminado. Por eso, hay tanto cáncer, tantas enfermedades que van corroyendo precipitadamente lo que debió degenerarse muchos años después por obra y gracia de la naturaleza. Por lo mismo, no es extraño explotar en ira, no es raro bloquearse y causar daño, perder la razón, atravesar túneles de temporal demencia hasta que algo o alguien nos coja de una mano y nos diga: “¡hey! ya está, no te hagas más daño, no es necesario”. Todo eso es única y exclusivamente falta de amor, falta del verbo amar; puro y fidedigno estado amatorio, condición natural del alma, del espíritu y que no tiene que ver con la orientación sexual, ni con el cuerpo, ni con los sentidos, ni aún, con la voluntad de hacer algo para causar un efecto determinado en los demás.
Poppy, aunque bien lograda, es sólo un tremendo personaje del celuloide. Retratada como una ñoña empedernida carente de dignidad y hasta oligofrénica (expondrán los más excelsos cultores del esquema maestro que no se permiten extralimitarse en demostrar sus emociones), se aferra a su silbido interno. Aún cuando se quiebra y parece desmenuzarse por entre el gentío que la obvia (en una escena memorable mientras camina por Londres), representa el coraje que todos perdemos y circunstancia ante la cual cedemos como antesala al miedo, de ofuscamiento, al encerrarnos en nosotros mismos decididos a creer que nadie es digno de amor simplemente porque no se nos retribuye la misma medida de ilusión. Pero en vez de desvanecerse, en vez de descomponerse en el desastre y compadecerse, ella sonríe, ella se abre al amor de carne y de huesos… ella se encuentra con otro de su misma especie, ella deja que el aire se renueve, Paullinne brilla y logra que todo alrededor suyo sea como siempre discurseo su semblante, como lo hizo su brillantez para no deponer ante la oscuridad que envuelve el camino que te lleva a convertirte en adulto.
Nadie dijo que sería fácil. Por eso es incomprensible que desde pequeño te hagan esquivar todas las dificultades posibles: “No hagas esto, te hará daño”; “no hagas esto otro, te irá peor” Y sin embargo, no habiendo apenas dejado de ser un crío te dicen: “Debes hacerlo todo”, “No sea cobarde”, “De qué te quejas, está es la vida” Entonces, me pregunto: ¿Por qué nos hacen esto? ¿Por qué nos salvan y luego nos arrojan? ¿Por qué nos despojan de la experiencia y de repente nos señalan con el dedo por no tener idea de cómo se hacen todas las cosas? ¿Por qué nos obligan a seguir esquemas, a seguir formatos, a ser parte de un todo homogéneo que a veces nos destroza en pedazos? ¿Por qué nos abrazan con ternura, con cuidados, con esmero y de pronto, se cuestiona tanto un abrazo que resulte prolongado? ¿Por qué no embarcarse en todas las emociones? ¿Qué puede ser tan malo como amar incondicionalmente a todos, a cada rato, en todas partes, por el sólo hecho sentir el deseo de hacerlo? ¿Por qué puede ser tan malo querer amar, desear amar, aún cuando sea por un breve espacio de tiempo, aunque tan sólo dure un intervalo? Sin ir más lejos, estoy amando razonablemente a un muerto, a un señor que murió hace demasiados años, básicamente porque comulga con mi sentido del presente y mi casi nula creencia respecto del mañana (futuro). Bacon me ha motivado a dudar de todo lo que tenga que ver con la falsa observación del entorno y de todos sus alcances, partiendo por los falsos ídolos y las raigambres que derivan de la intelectualidad. Y en el seguimiento de sus postulados, me afectó su bronca contra el lenguaje y lo que éste ocasionaba en el vulgo, asunto al que le he venido dando varias vueltas. Y lo cierto es que no deja de tener razón.
Todos nosotros somos los que distorsionamos lo que nos rodea, y lo hacemos justamente con palabras, armando combinaciones de ellas, derivando en situaciones susceptibles de interpretación. No se salva ningún diálogo; ni los de la Escuela de Demócrito y eso que ese señor sí que fue responsable en sus métodos. Tampoco se salva esta columna perentoria de urgencias egoístas y parciales. Bacon, me lleva hacia un tránsito difícil pero infinitamente más auténtico; el cuerpo habla y su lenguaje es innegable.
Así que tanto Matías (un desesperanzado con esperanza) como el difunto tienen harto de intuición, el instinto es el que manda y el instinto es el que finalmente habla. Así como hablaba en el personaje comentado. El interior de uno siente y se expresa, habla en lenguas que no comprendemos porque nos empeñamos demasiado en suprimir su voz, en acallar lo que es distinto y se emancipa de nosotros sin nuestra autorización… nuestro interior menciona lo que le hace bien y casi siempre es tildado de parafernálico y desatinado…
He visto a tantos acabar como el instructor de manejo de esta cinta, y a unos muy pocos como Polly, remando, remando hacia ese lugar en el que creer, dejando que su interior se rebele, exponiéndose como lo hacen los críos que caminan hacia algún lugar desconocido y al que no temen porque son demasiado jóvenes y vigorosos como para aturdirse de prejuicios y trancas cabronas. Me he visto a mi, vagar completamente LOST, pero maravillada de estarlo, de andar a tientas creyendo en un algo invisible pero que me hace realmente auténtica, convencida de ese algo que existe detrás de una cortina de humo impuesta, y en donde está todo lo otro; la verdad.
La felicidad es un concepto que nos ha hecho miserable el transito hacia la adultez, porque vives ocupado de llegar hacia un punto en que se supone la encontrarás, pero llegas a ese sitio prometido y lo que te encuentras es sólo un abismo y así sucesivamente, siempre concluyendo que es un saco roto imposible de llenar. Pero, en cambio, sí existe en el presente lo que la humanidad denominó “SUERTE” (el alea), o sea, la contingencia incierta de ganancia o pérdida; una posibilidad/ficción de vivir y entregarnos a lo que la vida quiera mostrar, enseñar o regalar. Aún con el rechazo, aún con el pánico a ser apenas un punto en el horizonte, con el resentimiento de ser ignorados, con el capricho de ser correspondidos por quien nos apetece… aún con la incertidumbre de no saber nada y sólo aferrarnos a nuestra intuición diciéndonos siempre: lo mejor aún está por pasar.
Todo lo demás, es permitir que la felicidad atraiga la suerte.
Con afecto para ti, el chico de los ojos tristes.



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