COLUMNA: ¡Por fin es viernes! HOY: “La consigna de la esperanza”. D. D. OLMEDO Año Post Bicentenario.

COLUMNA: ¡Por fin es viernes!
HOY: “La consigna de la esperanza”.
D. D. OLMEDO
Año Post Bicentenario.

“Si persigues algo que no es coherente con tu escala de valores, siempre regresarás a lo que es realmente importante para ti…”

John Demartini.


Para escribir una buena columna, probablemente se requiera de un tema cuyo contenido verse sobre intereses transversales, redacción depurada e inteligible, bastante sentido común y menos facciones interlineales y sobre todo, honestidad, de esa que brota de acuerdo a la verosimilitud de la experiencia narrada en la crónica. Quizá por eso sea tan difícil escribir buenas columnas, mantener el interés de hacerlo en el transcurso del tiempo, y asimismo, lograr que tus lectores reclamen el legítimo derecho a pedir párrafos de calidad y del mismo modo, dar en la talla de proveerlos… Tal vez por estas razones me haya replegado largo tiempo, supongo que estas reflexiones me llevaron a desistir de subir las columnas que cada viernes continúe escribiendo en privado… situación que he decidido modificar. Acá va la primera de varias.

Demartini es un coach reputado y bien intencionado ligado a la elaboración del bullado best seller “El Secreto”. Sí, el mismísimo texto que gran parte del orbe se apresuró a conseguir, no bien se esparciera como regadero de pólvora que, concluido aquél, ganabas un boleto Premium en el camino hacia la felicidad… “Si persigues algo que es improbable, no ocurrirá”, refiere el autor en comento y harto que se parece a una frase que regularmente esgrimo: “Nadie está obligado lo imposible”.

Estamos llenos de refranes, de frases bien hiladas que intentan aminorar el efecto negativo de circunstancias que, escritas, suenan majaderas porque, siendo francos, harto que nos cuesta soportar que nos digan la verdad, nos molesta la franqueza de los demás, que de la noche a la mañana se nos enseñe la dura realidad.

¿Pero de qué realidad estamos hablando?

Hace muchísimo tiempo que la realidad dejo de ser una circunstancia comunitaria; más bien se perfila como el más odioso de los elementos subjetivos en la condición humana.

Lo que es real y efectivo para mí en nada se parece a los deseos y experiencias de los demás, pero insisto en imponerlo, en moldearlo y que se perciba de dicho modo, a cualquier precio, trato de imponer mi criterio como verdad última sin reflexiones que pongan en duda mis aseveraciones. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Qué utilidad tiene para mí estandarizar una realidad peculiar?

Pongamos un ejemplo: Supongamos que a través de mi formación académica, absorción de conocimientos, desarrollo integral de mis quehaceres habituales, llego a la conclusión que lo más importante para una vida plena es poder desarrollar mi verdadera vocación. En este sentido, hallada ésta, me esmero en poder realizarla a diario, en ver concretados mis proyectos, en construir y dar rienda a suelta a todo lo vinculado con este sentir y querer interno. En síntesis, me hago responsable de la conciencia que poseo sobre lo que me hace feliz, lo que me provoca satisfacción, que lo equilibra el resto de las áreas de mi vida. Persigo, entonces, dicha dirección y me vuelvo hacedora de mi propio bienestar.

Pero, ¿es así de fácil y claro? ¿Todos tenemos tanta conciencia de si mismo que nos ponemos de una sola vez en marcha a acometer la vida de este modo? Definitivamente no.

Aparte que el ser humano se encuentra biológicamente predeterminado a la negatividad, porque es más fácil disponerse a la sensación de peligro, nos acondicionaron para combatirlo y eso se prueba con un escaneo de los parietales, cual está más activo que el otro y blah, blah, blah… Lo gravitante es que factores externos confluyen de manera más agresiva a ducha determinación o proclividad. Veamos un caso específico.

Juan es hijo de una familia acomodada, reside en un buen barrio, tuvo una excelente educación y en su vida adulta pudo conseguir gran parte de las metas propuestas, se colige así que su base sólida le permitió seguir avanzando en buena lid. Ad portas de su matrimonio con María, presenta diversos malestares estomacales que lo llevan a consultar un especialista. Diagnóstico: Cáncer de colón. Desarrollo: Muere al cabo de dos meses de tratamientos que persiguieron salvarle la vida. ¿Cuál es la moraleja?

Pedro es de condición humilde, escasamente pudo terminar sus estudios secundarios en un liceo industrial, nunca supo lo que era comprarse algo nuevo pues casi todas sus pertenencias las heredó de sus hermanos mayores. Trabaja en un sitio que no le agrada por una suma de dinero miserable; siempre que puede, mira por la escuálida ventana de su casa y sueña que un buen día le cambiará la vida. Al cabo de un tiempo, decide irse fuera de Chile buscando mejor fortuna, consigue un empleo de medio tiempo en donde una mujer desconocida le ofrece un papel menor en una obra de teatro en la que debe interpretar a un indigente. Como no tengo nada que perder (Pensó), acepó lo ofrecido y se marchó a Nueva York. Tras tres meses de cartelera, la obra se convirtió en éxito de taquilla. ¿Qué sucedió? Pedro no tenía nada que perder, en cambio, mucho que ganar, así que interpretó su papel basándose en su experiencia real y arrasó.

Si nos apoyásemos en “El Secreto” v/s la “Ley de Merphi”, entonces el caso estaría resuelto, pero resulta que Juan tenía todo para asegurar la vida, su éxito y más aún, la felicidad, a simple vista, era Pedro quién tenía todas las de perder irremediablemente. ¿Cómo se explican eventos de tal naturaleza?

Juan creció, se formó y recibió reglas que condicionaron su vida en cierta dirección, las probabilidades que abriese su menta eran escasas, pues todo la fortuna necesaria alumbraba su existencia… ¿qué miedo podría cernirse sobre su mente si lo poseía todo? Pero Pedro, ante la escasez, ante la fuerza de inequidad y a pesar de la adversidad, cultivó un elemento que hoy en día pocas personas recuerdan y atesoran como bandera de lucha: La esperanza.

Probablemente lo que diferenció a uno y otro sujeto fue mucho más que una consigna de tal naturaleza, pero tampoco es menos cierto que sí estableció una variable importante para considerar. Pedro pertenece a esa buena porción de gente que se levanta a diario convencida que la vida no puede ser tan solo esto: una barriada de torturas, pesares y lamentaciones, una torta mal distribuida, una pésima conciencia sobre el valor del sacrificio, un querer absurdo sobre la base de egoísmos e individualidades, un exigir de espacios, especulaciones, prejuicios y convicciones que pretenden ser impuestas en los demás por la sola necedad de creerse dueño de la verdad (y de los recursos)… el completo absurdo de cegarse y creer que por el sólo hecho de estimarlo, somos dueños con absoluta certeza de la verdad. Pedro es de aquellos sujetos que casi en medio de la ignorancia escuchó un latido mínimo en su corazón. Probablemente ni sabía qué seguía, qué lo motivaba a seguir adelante, a salir del pozo en que se encontraba, pero de algún modo entendía que algunas piezas no habían caído sobre el rompecabezas y que de no movilizarse, nada tendría sentido, nada se develaría ante él. Así que Pedro decidió ir en busca de la vida, no la dio por sentado, le demandó esfuerzo, sacrificio, quizá un cúmulo de humillaciones, contratiempos y necedades hasta de las más básicas, pero algo dentro de su corazón lo movía en una dirección diversa… el nunca perdió la esperanza. Y tenía razón.

El tener o creer que se posee no siempre dura, no es indicativo de que se mantendrá de ese modo. Ni aún el sólo deseo de concretarlo, de creer que será de éste o de otro modo, implica que los sucesos se desarrollaran en tal dirección… a veces vamos en la construcción de un proyecto en el que creemos por sobre todas las cosas y a poco andar te das cuenta que la oposición es tremenda y a pesar de ello, te esmeras el doble, desafías, contrapones, luchas sin descanso y aún así, todo se desmorona. ¿Qué pasa entonces? ¿Por qué a veces el camino se da y otras simplemente se esfuma?

No creo tener esa respuesta, sólo sé que pertenezco al mismo reducto que Pedro, a ese en que a pesar de todos los designios, una se levanta creyendo en un mañana mejor, que a pesar de mi propia defensa dentro de un discurso reductivista muy añejo, a pesar de espantar mis apegos y de sabotearme constantemente, un movimiento cerebral impulsa a salir adelante incluso, ante la adversidad. Quizá lo que le sobró a Juan fue confianza, en el entendido que, a veces, creer que los escenarios están resueltos, desvirtúa cualquier posibilidad de hacer la pelea: Estudias, te educas, respetas, respondes ante las exigencias de la vida como se espera que lo hagas, cumples con rótulos, con las bases naturales de los códigos de una sociedad retrógrada sin siquiera cuestionar la existencia de un camino paralelo… ¿entonces? ¿Para qué vivir la vida si ya está todo resuelto y el seguimiento de los eventos es sólo un rito para agradar? Ahí, seguramente, acontece el arrancharse, el quedarse en los laureles creyendo que la expectativa o la sorpresa son ecuaciones resueltas.

Por todo lo anterior, especulo cada vez menos, eso si, no después de haberme pegado todos los cabezazos posibles que un ser humano promedio pueda proveerse, sigo creyendo que el cambiar de opinión, sigue siendo el derecho más excelso de todos, que en materia de afectividad, sentimientos y emociones, es de lo más indefinitivo que hay, pero por sobre todo, y aún muy a pesar de mis propios dichos, nos es tan simple como tildar dos bandos, así como esgrimir que está todo determinado. Ojala fuese así de simple. Lo que creo pasa en verdad es que no todos cargan con una buena dosis de coraje. Salir adelante exige ser valiente, arrojado y ser valiente no es ser incauto, es todo lo contrario, es que a pesar del miedo exista la voluntad de colocarse en movimiento, es salir del espacio cómodo y seguro que nos provee el estancamiento, es abandonar la abulia a pesar de los miedos, es caerse cien veces y volverse a parar, sólo porque el extremo opuesto muestra un color distante del gris que representa la cobardía.

Lo que pienso sucede al final es que aquella frase de libre albedrío no puede ser tan inútil, no puede ser de uso exclusivo de la religiosidad, más bien creo que explica bastante la forma en cómo las personas eligen o no vivir. A la larga, puedes tener una fórmula mágica por la cual te riges y te va espectacular en la vida, pero te sondean y los elementos hallados en ella en nada se parecen a lo que se estandariza como clave del éxito o peor, el camino hacia la felicidad. Es probable que, incluso, lo que se encuentre en la persona aludida más bien se relacione con su actitud, con su decisión subjetiva, con sus cualidades personales y hasta con la carga genética que lleva a cuestas por defecto… todo ello sumado a la experiencia de vida, esa que te marca y tras la cual no quedas invicto pero con todo, sirve al darte luces silbándote si deseas seguir o simplemente rendirte (que no es otra cosa que esconderse pensando que con eso te defiendes y te ahorrarás el sufrimiento). 

Para llegar al fondo del asunto, a lo mejor no se requiera nada de lo anterior, capaz que simplemente se trata de un momento, una volición peculiar, un estado de ánimo preciso distinto a todos los otros días, tanto así que la ceguera es meramente circunstancial y por eso no ves más allá, es decir, mantenerse creyente o no, entonces, tendrá que ver con episodios completamente aleatorios de los cuales no poseemos control alguno. Y así los eventos, lo único que reste para decidir si permanecemos en una realidad estándar o una que nos lleve a mejorar, sea la sensación de la oportunidad, las energías que fluyen en una circunstancia dada, lo que devino de un hacer concreto y como defecto de nuestro propio obrar. Pero ello exige una pega de marca mayor, subirse el Everest un par de veces, comerse los alimentos aunque no nos gusten porque lo importante no es el tipo de alimento sino la acción de alimentarse, ser empáticos, hacer el ejercicio de mirar en el ojo del otro, a través del prisma del otro, ver que la vida no siempre es real del modo en como la imaginamos para el otro y al menos, por una sola vez, tan sólo por un breve espacio de tiempo, entender que la realidad se crea a cada momento, siendo generosos, desprendiéndonos de nosotros mismos, de nuestros rencores, de nuestras forma agresivas de revelarnos ante la cruda realidad que nos dejó de agradar o de las verdades intransigentes cuyo contenido es tan difícil de asimilar.

A veces simplemente me rindo ante las consecuencias de mis actos, otras tantas, sólo espero que una nueva realidad me abrace sin dejar de lada cada uno de los antecedentes que me llevaron a configurarla, aprendiendo de los cultivos, difuminando mis contradicciones y sacando de cuajo mis egoísmos e individualidades. Supongo que a la postre tendrá sentido.

Supongo que al final de mis días lo habré comprendido.


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