COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “Por qué seguir creando”. Viernes 12 de Marzo, Año del Bicentenario. D. D. OLMEDO.
COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: “Por qué seguir creando”.
Viernes 12 de Marzo, Año del Bicentenario.
D. D. OLMEDO.
Para la buena cantidad de columnistas que existen en Chile, todo tiene que ver con movimientos telúricos, catástrofes, pérdidas materiales, carencias varias y sobre todo, labor de reconstrucción. De suyo se entiende que las réplicas tengan a Chile sumido en una especie de indefensión crónica, pues no tenemos control de los movimientos con que la naturaleza a decido sacudir a nuestra tierra una y otra vez. Es fácil comprender, entonces, que todo diálogo verse exactamente sobre lo mismo: CAOS Y DESTRUCCION.
Con todo, cuesta entender que las personas no vean la tremenda oportunidad otorgada y dispuesta ante nuestros ojos. Okay, está claro que “otra cosa es con guitarra”, claro que se hace comprensible que la depresión dure en demasía si se ha perdido casa, enseres, incluso la vida de seres queridos, obvio que uno puede intentar colocarse en el lugar de los demás y tratar de dimensionar cuan difícil puede resultar levantarse. Pero lo que las personas afectadas no están viendo es el inmenso apego a cuestiones superfluas, esa cosa obsesiva que nos ata, y nos envuelve a la contingencia material de la vida, como si ello fuese el eje gravitante de toda la existencia misma. Para muestra un botón: Centenares de personas asaltando y destruyendo a su propia comunidad.
La fuerza de la naturaleza coloca sobre relieve la pequeñez de todos nosotros; no nos sirvieron los sistemas, las redes, las cuestiones tecnológicas, los “expertos”… todo eso fue parte también del caos generalizado. Al final, lo que más quedó expuesto no fue la tardía reacción de quienes comandaban el buque, sino, la brutalidad de la parte más animal que se tornó infame e individualista a ultranza en momentos que la sociedad debió comportarse civilizadamente.
Si damos un rápido vistazo, los sectores menos afectados continuaron su vida casi con abrumadora indiferencia; ciertamente hubo gente organizada, caritativa, generosa, consciente de lo que estaba pasando, GENTE JOVEN, mucho más esperanzada y fervorosa de lo que pudiese haberse observado antes, personas todas sometiéndose al trabajo grupal para asistir a los damnificados, gente realmente excepcional que hasta la fecha, se da cuenta de lo que implica colocarse en el lugar de los otros. Bien por ellos.
Cuesta mucho trabajo hacer entender a esta sociedad que el beneficio máximo no se lo lleva el necesitado doliente y afectado que es premunido de todo lo básico para sobrellevar la crisis sino, todas aquellas personas que hasta antes ajenas, deciden repentinamente cambiar de actitud y entender que el DAR, es altamente gratificante, significativo y simbólico.
Se habla permanentemente de que las personas necesitan esto y aquello, que debe dárseles esto y lo otro y en esa dirección la contribución no cesa. Pero del otro lado, desde el lado en que se demanda con urgencia (porque hay costumbre que papá Estado provea) sigue sin haber conciencia de que lo fundamental es desapegarse. Esta es una inmejorable oportunidad para emanciparse del materialismo, de los egos, de las vanidades, de todo lo que se dimensiona como un largo período de construcción que se fue al tacho de la basura.
Las cosas que se llevo el mar, el terremoto, todos los escombros que cayeron encima de millones de bienes, todo eso se puede recuperar aunque tarde muchísimos años; pero lo esencial a la vida humana se puede conseguir de la misma manera que se ha conseguido hasta antes de la catástrofe: con ESFUERZO Y TRABAJO.
Qué bueno sería comprobar que el sismo también se llevó egos, vanidades, individualismos, frustraciones, voracidad y todo un cuanto hay asociado a la cultura de acuñar por placer y por mero “TENER”. Pero a simple vista, eso no aconteció. Es cosa de encender el televisor y constatar la cantidad de preguntas capciosas e insidiosas formuladas por periodistas escasamente atinados e incluso, supuestos experimentados y avezados como Mónica Rincón, quién parece haber emprendido una campaña subliminal de siembra de angustia y negatividad, toda vez que su agresividad solapada la retrata como una mujer encaprichada por exacerbar situaciones de crisis, en circunstancia que como comunicadora, debiese instar a la pacificación de los ánimos para lograr una verdadera reconstrucción desde el corazón y hacia todo lo demás.
Pero los periodistas parecen ser una máquina de intransigencia.
A los “Periodistas”, no les importa el tacto, no les interesa el dolor y la profunda pena, les interesa el factor mediático de lo que ese dolor y esa pena pueden acarrear como consecuencia y van tras eso diciendo que “comunican”, que “asisten”, que “ayudan”.
No conforme con la instauración de dantescos circos romanos a costa de los dolientes y ensimismados, poseen escasas herramientas para hacer la pega; no se preparan lo suficiente, no se ocupan de alimentar su acervo lingüístico y a la hora de la verdad, lo único que lavan, es la propia imagen haciendo culto satánico del ego de ellos mismos, para salir bien encuadrados ante la cámara y subir los putos ratings. Es una pena ver lo que hacen, cómo rellenan con sandeces, como se poseen de su propia vanidad sin atender a lo que importa, a lo que se requiere de ellos con urgencia, abandonándose al deber último que se impetra por fe, no por miedo al qué dirán.
Este desastre que nos ha convocado importa algo mucho más profundo que la sentida pérdida de vidas humanas y de cuantiosas estructuras y sus respectivos bienes guarnecidos en ellas. Importa una posibilidad cierta de vivir una vida en la dimensión justa, es decir, avanzando en ella con mínimas cargas, con mínimas especies, pero con muchas experiencias, con muchos decires, recuerdos, palabras, sueños e ilusiones, con nuestras amistades, con nuestros seres queridos, con todo aquello que forma parte de nuestro interior y que hace que esta vida sea más llevadera. Quedar en cueros, eventualmente podría importar una vida futura llena de intimismo y preguntas certeras para llegar a entender alguna vez por dónde conducirnos.
La naturaleza, sabiamente ha dicho: ¿Realmente necesitas todo eso?
Vivimos apegados a tantas estupideces, tantas que es muy difícil perder esa costumbre; recuérdense del caso de la señora afectada que escogió de entre los ropajes que se le estaban regalando, o del alcalde que devolvió las mediaguas de un techo para Chile porque según él, eran “indignas”, aún cuando toda su comuna yacía en carpas a la intemperie.
Me pregunto ahora, ¿Cuánta ropa se necesita en el armario? ¿Cuántos zapatos? ¿Cuántas payasadas necesitamos para sentirnos a salvo, seguros, mejores que el resto? ¿Irían a comerse el plasma, la lavadora, las piezas de género, la lavadora y todas esas cosas que mostraron en cámara se saqueaban en frente de carabineros?
Me he preguntado yo misma ¿cómo puedo ganarme la vida fabricando bienes suntuosos, accesorios a las necesidades básicas primordiales por esencia? ¿Cómo puedo decir no acopies y sin embargo, seducir e instar a que la gente gaste en cosas materiales que no son de primera necesidad? He llegado a la conclusión de que ni siquiera mi amor por el diseño y la singularidad de los detalles del artesano, expían mi aporte en esta inmensa pirámide de vanidades. No obstante, estoy a mucha distancia de pretende enriquecerme. Cuando ensamblo un collar, sólo veo colores, veo equilibrio, veo algo bello que minimizará la carencia de alguien aunque sea al menos por un instante y a mí, me proveerá de lo básico sin tener que denostar, sin tener que pelear, sin tener que enfrentarme a la horrorosa sarta tonteras que abunda en el mundillo real donde todo versa sobre la competencia por tener.
Crear para mi es un sinónimo potente de estar viva, de pasar por alto los resentimientos, de aspirar a una mínima parte de tranquilidad sin tener que desgraciarle la vida a alguien por medio de la fuerza… crear, en buenas cuentas, es también nivelar ese caos, ese desastre que nos queda al descubierto cuando las cadenas se rompen, cuando aparece la cosa innoble, la especie humana en su lado oscuro y egoísta que me hace crear y ensamblar con más ganas, con más energía, con más paciencia y con más buena vibra.
Crear es también frenar la destrucción individualista que nos devora, que corroe y que nos deja a la deriva, extraviados y cansados.
HOY: “Por qué seguir creando”.
Viernes 12 de Marzo, Año del Bicentenario.
D. D. OLMEDO.
Para la buena cantidad de columnistas que existen en Chile, todo tiene que ver con movimientos telúricos, catástrofes, pérdidas materiales, carencias varias y sobre todo, labor de reconstrucción. De suyo se entiende que las réplicas tengan a Chile sumido en una especie de indefensión crónica, pues no tenemos control de los movimientos con que la naturaleza a decido sacudir a nuestra tierra una y otra vez. Es fácil comprender, entonces, que todo diálogo verse exactamente sobre lo mismo: CAOS Y DESTRUCCION.
Con todo, cuesta entender que las personas no vean la tremenda oportunidad otorgada y dispuesta ante nuestros ojos. Okay, está claro que “otra cosa es con guitarra”, claro que se hace comprensible que la depresión dure en demasía si se ha perdido casa, enseres, incluso la vida de seres queridos, obvio que uno puede intentar colocarse en el lugar de los demás y tratar de dimensionar cuan difícil puede resultar levantarse. Pero lo que las personas afectadas no están viendo es el inmenso apego a cuestiones superfluas, esa cosa obsesiva que nos ata, y nos envuelve a la contingencia material de la vida, como si ello fuese el eje gravitante de toda la existencia misma. Para muestra un botón: Centenares de personas asaltando y destruyendo a su propia comunidad.
La fuerza de la naturaleza coloca sobre relieve la pequeñez de todos nosotros; no nos sirvieron los sistemas, las redes, las cuestiones tecnológicas, los “expertos”… todo eso fue parte también del caos generalizado. Al final, lo que más quedó expuesto no fue la tardía reacción de quienes comandaban el buque, sino, la brutalidad de la parte más animal que se tornó infame e individualista a ultranza en momentos que la sociedad debió comportarse civilizadamente.
Si damos un rápido vistazo, los sectores menos afectados continuaron su vida casi con abrumadora indiferencia; ciertamente hubo gente organizada, caritativa, generosa, consciente de lo que estaba pasando, GENTE JOVEN, mucho más esperanzada y fervorosa de lo que pudiese haberse observado antes, personas todas sometiéndose al trabajo grupal para asistir a los damnificados, gente realmente excepcional que hasta la fecha, se da cuenta de lo que implica colocarse en el lugar de los otros. Bien por ellos.
Cuesta mucho trabajo hacer entender a esta sociedad que el beneficio máximo no se lo lleva el necesitado doliente y afectado que es premunido de todo lo básico para sobrellevar la crisis sino, todas aquellas personas que hasta antes ajenas, deciden repentinamente cambiar de actitud y entender que el DAR, es altamente gratificante, significativo y simbólico.
Se habla permanentemente de que las personas necesitan esto y aquello, que debe dárseles esto y lo otro y en esa dirección la contribución no cesa. Pero del otro lado, desde el lado en que se demanda con urgencia (porque hay costumbre que papá Estado provea) sigue sin haber conciencia de que lo fundamental es desapegarse. Esta es una inmejorable oportunidad para emanciparse del materialismo, de los egos, de las vanidades, de todo lo que se dimensiona como un largo período de construcción que se fue al tacho de la basura.
Las cosas que se llevo el mar, el terremoto, todos los escombros que cayeron encima de millones de bienes, todo eso se puede recuperar aunque tarde muchísimos años; pero lo esencial a la vida humana se puede conseguir de la misma manera que se ha conseguido hasta antes de la catástrofe: con ESFUERZO Y TRABAJO.
Qué bueno sería comprobar que el sismo también se llevó egos, vanidades, individualismos, frustraciones, voracidad y todo un cuanto hay asociado a la cultura de acuñar por placer y por mero “TENER”. Pero a simple vista, eso no aconteció. Es cosa de encender el televisor y constatar la cantidad de preguntas capciosas e insidiosas formuladas por periodistas escasamente atinados e incluso, supuestos experimentados y avezados como Mónica Rincón, quién parece haber emprendido una campaña subliminal de siembra de angustia y negatividad, toda vez que su agresividad solapada la retrata como una mujer encaprichada por exacerbar situaciones de crisis, en circunstancia que como comunicadora, debiese instar a la pacificación de los ánimos para lograr una verdadera reconstrucción desde el corazón y hacia todo lo demás.
Pero los periodistas parecen ser una máquina de intransigencia.
A los “Periodistas”, no les importa el tacto, no les interesa el dolor y la profunda pena, les interesa el factor mediático de lo que ese dolor y esa pena pueden acarrear como consecuencia y van tras eso diciendo que “comunican”, que “asisten”, que “ayudan”.
No conforme con la instauración de dantescos circos romanos a costa de los dolientes y ensimismados, poseen escasas herramientas para hacer la pega; no se preparan lo suficiente, no se ocupan de alimentar su acervo lingüístico y a la hora de la verdad, lo único que lavan, es la propia imagen haciendo culto satánico del ego de ellos mismos, para salir bien encuadrados ante la cámara y subir los putos ratings. Es una pena ver lo que hacen, cómo rellenan con sandeces, como se poseen de su propia vanidad sin atender a lo que importa, a lo que se requiere de ellos con urgencia, abandonándose al deber último que se impetra por fe, no por miedo al qué dirán.
Este desastre que nos ha convocado importa algo mucho más profundo que la sentida pérdida de vidas humanas y de cuantiosas estructuras y sus respectivos bienes guarnecidos en ellas. Importa una posibilidad cierta de vivir una vida en la dimensión justa, es decir, avanzando en ella con mínimas cargas, con mínimas especies, pero con muchas experiencias, con muchos decires, recuerdos, palabras, sueños e ilusiones, con nuestras amistades, con nuestros seres queridos, con todo aquello que forma parte de nuestro interior y que hace que esta vida sea más llevadera. Quedar en cueros, eventualmente podría importar una vida futura llena de intimismo y preguntas certeras para llegar a entender alguna vez por dónde conducirnos.
La naturaleza, sabiamente ha dicho: ¿Realmente necesitas todo eso?
Vivimos apegados a tantas estupideces, tantas que es muy difícil perder esa costumbre; recuérdense del caso de la señora afectada que escogió de entre los ropajes que se le estaban regalando, o del alcalde que devolvió las mediaguas de un techo para Chile porque según él, eran “indignas”, aún cuando toda su comuna yacía en carpas a la intemperie.
Me pregunto ahora, ¿Cuánta ropa se necesita en el armario? ¿Cuántos zapatos? ¿Cuántas payasadas necesitamos para sentirnos a salvo, seguros, mejores que el resto? ¿Irían a comerse el plasma, la lavadora, las piezas de género, la lavadora y todas esas cosas que mostraron en cámara se saqueaban en frente de carabineros?
Me he preguntado yo misma ¿cómo puedo ganarme la vida fabricando bienes suntuosos, accesorios a las necesidades básicas primordiales por esencia? ¿Cómo puedo decir no acopies y sin embargo, seducir e instar a que la gente gaste en cosas materiales que no son de primera necesidad? He llegado a la conclusión de que ni siquiera mi amor por el diseño y la singularidad de los detalles del artesano, expían mi aporte en esta inmensa pirámide de vanidades. No obstante, estoy a mucha distancia de pretende enriquecerme. Cuando ensamblo un collar, sólo veo colores, veo equilibrio, veo algo bello que minimizará la carencia de alguien aunque sea al menos por un instante y a mí, me proveerá de lo básico sin tener que denostar, sin tener que pelear, sin tener que enfrentarme a la horrorosa sarta tonteras que abunda en el mundillo real donde todo versa sobre la competencia por tener.
Crear para mi es un sinónimo potente de estar viva, de pasar por alto los resentimientos, de aspirar a una mínima parte de tranquilidad sin tener que desgraciarle la vida a alguien por medio de la fuerza… crear, en buenas cuentas, es también nivelar ese caos, ese desastre que nos queda al descubierto cuando las cadenas se rompen, cuando aparece la cosa innoble, la especie humana en su lado oscuro y egoísta que me hace crear y ensamblar con más ganas, con más energía, con más paciencia y con más buena vibra.
Crear es también frenar la destrucción individualista que nos devora, que corroe y que nos deja a la deriva, extraviados y cansados.



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