COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “¿Quién desea vivir para siempre?” Viernes 30 de Julio, Año del Bicentenario. D. D. OLMEDO.

COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: “¿Quién desea vivir para siempre?”
Viernes 30 de Julio, Año del Bicentenario.
D. D. OLMEDO.

“CHISTE:
Un gran creyente de Dios vivía en un lugar que estaba atravesando una gran inundación, ante lo cual él oraba para que su Señor lo salvara al igual que a su familia. Y vinieron en lanchas recogiendo a las personas pero el fervoroso hombre no quiso montarse en la lancha, agregando: “No, el Señor me salvará.” Y se fueron los rescatistas, recogieron a otros marchándose. Pero después aparece un helicóptero buscando otros que estuviesen perdidos en medio de la inundación, y el hombre ya se había subido al techo porque las aguas lluvia habían subido mucho. Y el hombre, seguía orando a Dios por su salvación. Y aparece en tercer lugar, un boing de las fuerzas armadas buscándolo y él tampoco se quiso subir: “No, no, Dios será el único quien me salve”. Y así, entonces, se fue el boing y tanto él como su familia, se ahogaron. Una vez en el cielo, comienza a reclamarle a Dios: “Señor, yo te sirvo, siempre te he servido, he sido fiel a ti y estaba esperando que me salvaras en esa inundación y no me salvaste a mí ni a mi familia”. El Señor responde: “Y que querías, te envié una lancha y no quisiste montarte, luego te envié un helicóptero y tampoco quisiste te envié un boing, e igualmente te rehusaste. Hay que ver que nunca entendiste”.


Me he dado cuenta (Preciso decir: lo he aceptado como algo real), que tengo un don para entrenar, pero poquísimas herramientas para valerme sin coautchig. ¿Qué quiere decir esto? En buen chileno, al igual que muchas otras personas, me es tan difícil (o incluso, más) desprenderme de ciertos patrones de comportamiento. Cada vez que intento dar un paso sano y viable, el fantasma del sabotaje me aturde como a la gran mayoría de tantos otros inválidos emocionales…

Si uno se fija bien en la constitución medular del ser humano actual, rápidamente entenderá cuales son sus aprensiones, cuáles son los rituales para deshacerse de éstas, y cuáles son las excusas si no triunfa en su plan (siempre existe alguien a quién responsabilizar por lo que no nos resulta). Y aún así, la certidumbre respecto del cómo vendrá nuestro obrar futuro, ni siquiera aparece medianamente asegurado; cada día es ferozmente independiente y muy poco puede hacerse al respecto.

He visto acontecer, he escuchado variadas historias, me he cruzado con tantas versiones de desgarros, de pesadumbre, de intensiones rotas y de ilusiones maltrechas… tantas, que no se imaginan a ciencia cierta cuan universal es el tema; una buena mayoría, querámoslo o no, siempre sucumbe ante un mismo denominador común: CHOCAR UNA Y OTRA VEZ CON LA MISMA PIEDRA.

Pero lo más curioso de todo esto es que ni siquiera el más ducho o avezado de la avenida, puede irrogarse título alguno que lo exima de andar libre de registros personales o fichas negras por descontar… mucha gente sin querer se ha ido acostumbrando a descontar los días sobre el calendario y a tener poca fe en que algún día pueda verdaderamente volver a sumarlos en vez de tanto descuento express.

Trato de asimilar qué idea estúpida ronda en la cabeza de los hombres convencidos que el asunto amoroso debe tener caracteres surreales; si quieres besar a una chica ¿qué te impide hacerlo? Si quieres decirle que su mirada todo lo ha eclipsado, ¿por qué sale de tu boca una frase ridícula sin ton ni son que lo arruina todo? ¿Qué nos impide hablar derechamente sobre nuesras emociones, sensaciones, percepciones e incluso, llegado a un punto, también sobre nuestros sentimientos? ¿Qué?

Hay personas tan dañadas que son incapaces de enfrentar la vida si no es a través de frases hechas para, precisamente, hacer cierta finta sutil que los desplace hacia otro momento mejor u otra instancia menos penosa, o más afortunada. Se complican, se entierran, se bloquean, dejan pasar todas y cada una de las oportunidades para ser tal cual son (sea bueno o sea malo lo que quede en evidencia), siempre existe un pero retorcido que justifica que sean de un modo determinado.

¡Es que en ese tiempo, yo era inmaduro!
¡Es que no sabía nada de la vida!
¡Es que le puedes pedir a un crío!
¡Qué más da; soy soltero!
¡Tengo derecho a escoger
¡Quiero hacer con mi vida lo que me venga en gana!
¡No eres tú, soy yo!
¡No quise decirlo!
¡Qué sabes tú de mi sufrimiento!

¡Ja!

El problema radica en el filtro intermedio, esa densa membrana que atrapa el contenido fino del argumento, el único y viable fundamente que uno nunca debiese olvidar: Ser honesto. Por eso todos nosotros estamos tapados de excusas, de comportamientos repetidos en una misma dirección, evadirnos y evadirse, porque no es tan sencillo serlo.

Me costó harto morigerar el asunto pero mi amiga tiene razón: hay muchas personas que no son capaces porque lamentablemente son limitadas y a pesar de ello, no pueden erradicarlo. No es que sean malas, no es que sean cínicas per se, no es que respiren a través del egoísmo y la envidia sea su corredera, es la limitación la que los calza. No hay remedio. Hay seres humanos que fueron absorbidos por sus bajas pasiones y sus propios demonios siempre se superponen.

A estas alturas de la vida, no comprendo ni la envidia, ni el cuestionamiento, ni los colores tibios recordándome que un escenario auspicioso, acabó confundiéndose con más de lo mismo. Es cierto, convengamos que a veces es tanto lo soportado que llegamos rápidamente al umbral de la tolerancia propia, negándonos a hacer una nueva excepción; no nos gusta reevaluar las circunstancias, sólo nos importa la deferencia y un trato excelso, nada menos que eso. Y nos metemos en cabeza que no es tan fácil como quisiéramos ser. ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Alguien lo va agradecer?

Entonces, es ahí cuando me cuestiono por qué llegamos al mismo puerto hediondo, por qué, además, creer que la escena se repite una y otra vez ¿Por qué?

Precisamente por el condenado denominador común, porque no es tan fácil agarrar fuerte la mano de sujeto bueno y rechazar al desgarbado que te hace la vida de cuadritos; no es tan fácil esforzarse y visitar a una amiga que vive lejos y despojarnos de la severa que nos reprende y nos señala todo el tiempo lo mal que hacemos ciertas cosas, nada simple, desatender la soledad y reaprender a vivir en compañía…

Dentro de nosotros mismos, los lesionados de retina, hay un enjambre ruidoso que no nos permite oír la buena música.

Por eso, hay que despojarse de los retrasos y aprender a ver las urgencias, la celeridad que debemos colocar en el buen juicio, en la vista al frente para no permitirnos despilfarros de ninguna naturaleza; cuidar el tiempo que es un oro genuino, celar las personas nobles que escasean y se extinguen con los años, cultivar la paciencia, para que no escape de nosotros una mala palabra que hiera, dejar de prometer y procurar, para finalmente, acometer la vida…

He dicho tantas veces que mi pulso requiere de un solo ritmo, el mío. Pero no sabía que hasta ese compás cobarde podía lastimar a la gente, no sabía que me sentiría así de mal lastimando nuevamente a alguien.

Pero somos soberbios, testarudos y nos negamos a montarnos en la lancha, a pesar del megáfono gritándonos que vienen a salvarnos del agua hasta el cuello, nosotros perseveramos en lanzarnos como kamikazes sobre un pantano; da lo mismo la magnitud del transporte… ni siquiera somos capaces de entender (como cantarían los Coldplay) que cuando se está atascado en reversa, hay que dejar que otro nos componga… Pero no, no vemos nada, nos acostumbramos dañosamente a esa cosa vertiginosa de la patada y el combo. Por eso un asunto que debía ser chiste, acaba convirtiéndose en tragedia griega; espero no tener que morir para comprender que había un coro celestial tratando de protegerme de mi misma.

Hace rato que vengo teniendo la sospecha de cada parte enrevesada y encontrada es un pedazo de aprendizaje respecto del cual no fui invitada, sino, al cual yo misma me irrogué la autoridad de tener que asistir. El aprendizaje no tiene por qué ser dramático, no debe ser tormentoso ni menos, debe acabar en la pérdida del aliento. Se me ocurre que si uno atendiera más a la intuición y menos a la vanidad, es altamente probable que las razones se depuren para dar paso a la verdadera sensación.

Yo tenía tantas ganas de abrazar a alguien, tenía tantas ganas de envolverme en ese momento, hasta corrí, pero no llegué y en vez de pedir disculpas, acabé haciendo lo que siempre hago, buscar todas las excusas del mundo para golpear mi cabeza contra la pared.

No es fácil ser de otro modo, ser del modo que realmente debes ser. Esto implicaría quedar desnudo en evidencia y permitir que quien esté enfrente, nos vuele la cabeza con un revolver… Pero por ahí me escribieron lo que sigue:

¿Quién desea vivir para siempre?

Yo no. ¡Ya no!



Comentarios