COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “¿Quién quiere ser rehabilitado?”. D.D. OLMEDO. Viernes 6, Marzo de 2009. 12:00 horas.

COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: ¿Quién quiere ser reahabilitado? 6-03-09.

6 de marzo de 2009 a las 16:46


La primera imagen de este viernes tras abrir lentamente los ojos, fue la visión de una obra jamás exhibida de Gaugan… un cielo azulino potenciado por la sal imaginaria de pequeñas olas invertidas reventando al unísono… Por un momento me concentré y acerqué las virtudes del mar plácido hasta mi oído y al menos por un instante, logré despegar…

Todas las veces que me sentí feliz, inmediatamente olvidé todos los otros instantes en que solía cuestionar porqué costaba dar tanto en la talla. Personas, objetos, lugares, situaciones, emblemas, conceptos, teorías varias, principios y estigmas, proyectos y una infinidad de desajustes integrados en la piel a consecuencia de aquello que siempre se nos impone como exigencia; experiencia. Pero en esta última y a razón de nuestra condición humana, no sólo incumben las lecciones a partir de las cuales sacamos saldos favorables, enseñanzas y moralejas insustituibles; también está todo lo otro, el tránsito odioso para erradicar el conflicto y el no despreciable porcentaje de equivocaciones varias cometidas antes de lograr entender en qué cuestiones metiste la pata. Eso somos, la mezcla de pifias y de virtudes. Los que se empeñan en salir adelante haciendo caso omiso de las fisuras y del tejado de vidrio, al final siempre acaban colapsando, en tanto que los demás, los que admiten que es casi imposible desdoblarse para convertirse en otro sin escaras ni moretones, nos transformamos en inválidos emocionales. ¿Quién podría ser capaz de negarse a una rehabilitación urgente y necesaria? ¿Quién querría soportarse en un bastón si puede habilitar sus piernas para correr muchas maratones? ¿Quién podría negarse a la posibilidad de festejar una y otra vez que se a reacondicionado el corazón? ¿Quines podrían negarse a recibir expresa indicaciones e instrucciones para volver a acometer la vida sin miedos, sin trancas, sin fantasmas?

Antes, me pregunté infinidad de veces qué se requería para sentirse bien, para cambiar el switch y experimentar la recuperación y el alivio que implica dejar atrás el pasado y siempre acababa respondiéndome que aquello de olvidar, simplemente constituía una mera formalidad y/o convencionalismo que ayudaba a enfrentar las inquisiciones de la gente, supeditando las amarguras a un bolsillo subterráneo inaccesible al que se le teme y se obvia por pura costumbre. Sin embargo, basta una sola alusión, expresa o subliminal, un solo recurso mal utilizado, una sola circunstancia calificada y agravante para que ese bolsillo sea el primero en descoser. Lo que en verdad sucedía bajo el mismo techo tiene que ver con que no siempre se asumen ciertas cuestiones emocionales (sobre todo, lo desafortunado), tampoco se superan, ni menos se olvidan. Apenas aprendes a convivir con esas derrotas, apenas y apurado intuyes que están ahí y que la estructura que las cubre, tiende a ser tan delicada como la división que separa a un estadio de enojo y frustración de otro, de un nuevo pero altamente parecido y que flota en el presente…

Hace unas semanas atrás, Andrea me escribió una cita que me hizo recordar cuan fácil es olvidar lo feliz que uno ha sido infinidad de veces (“Eres feliz y no lo sabes”) y quizá, la explicación a este fenómeno sea tan absurda como singular: se recuerda más el sufrimiento que la alegría. ¿Qué puede ser tan absurdo como recordar las cosas dolorosas? ¿Acaso no place más hundirnos en el placer y gozar la vida a concho? Y sin embargo, “los expertos” coinciden en señalar que describimos con impecable destreza aquellos sucesos traumáticos, esas cuestiones escabrosas que jamás imaginamos, nos ocurrirían a nosotros, todos esos episodios en que fuimos agredidos, dañamos o coetáneamente, nos convertimos en animales y presas sin medir las consecuencias de nuestros actos. Y con todo, aunque la lógica indique una necesidad prioritaria de alejar tales pensamientos, acciones o conductas, la mente traicionera y el corazón insano, confabulan en contra de nosotros armando un lío descomunal, lío que en buenas cuentas revive cada vez que alguien nos vuelve a lastimar.

La incongruencia de la vida se esparce ante nosotros y en la creencia de que debemos y tenemos que soportar la tortura (a consecuencia de nuestras responsabilidades, culpas y debilidades varias), somos incapaces de librarnos de los fantasmas cabrones, por mucho esfuerzo desplegado. Entretanto que aparecemos contentos, otro margen de cuestiones acechan y se mezclan en la vorágine que implica sacar adelante una vida más o menos decente. Y esa alegría no es falsa, no es ilusión, no es un retardo y morigeración de o que se evita, es aliciente para entender que los reparos no voltean los propósitos, sino que mitigan las asperezas.

El tema de fondo es que con regularidad a todos nos toca padecer, todos rezamos con las cuentas del mismo rosario, en todos partes se cuecen habas, todos nos cortamos con la misma navaja, en muchas partes se conjuga el mismo verbo, a todos nos pasa la misma tormenta eléctrica que nos derrumba y nos ametralla… a todos nos toca pagar las facturas en casa. Lo que sorprende, sin duda, es que a pesar de todas esas bestialidades, en algún momento, uno de todas formas repunta, sale, despega, renace o como quiere que desee llamársele. Ante la adversidad y aún con la parte que se pierde, uno de todos modos vuelve a levantarse, a mirar en todas las direcciones y a tratar de entender porqué sucedió del modo en que nos hizo daño y nos dejó a medio morir saltando… Pero de todas formas se renace, se vuelve a la vida y a todas las mismas cuestiones que uno dijo nunca más versar, que aseguró nunca más confrontar; de una u otra forma, ahí quedamos siempre, como un corazón candido tendido al sol, esperando que su calor nos abrace, sosteniendo que algo bueno puede suceder.

Que la vida es un ciclo constante de ires y venires, de inicios y de finales, de fe y de inconstancias, de saltos y bajas, de alianzas y rupturas, de pasos y estancias, de arribos y partidas, de esquemas y de espontaneidad… eso no es nuevo; ya se descubrió a América en el mapa. A algunos, tal vez, ciertamente se les aliviana la carga, tal vez por aquello de que no asumen, lo dejan pasar, lo cubren, lo tapan con mucha tierra y con sólidas lozas de tapia… quizás sea una buena fórmula, perderse aún cuando siempre haya un eterno resplandor que evoque las instancias extirpadas, quizá esa gente viva acongojada con un eterno resplandor dentro de una mente si recuerdos, quizá sea del otro modo, quizá sea del modo en que se esté siempre consciente de lo frágil de ambos espacios, de la naturaleza de cada una de esas experiencias y de cómo nos marcan el avance hacia lo que deviene. O tal vez no sea de ninguna de esas maneras, capaz que se trate de no hacer nada, de reconocer que a veces se puede y que otras tantas, simplemente se mete la pata; que hay cuestiones irrelevantes que de todas maneras pueden hacerte imposible e indolente o que de alguna manera, puedes enfrentarte y sacarte los miedos y debilidades. Tal vez se trate de la persona que tienes en frente, o capaz que no, a lo mejor tiene que ver simplemente con admitir que todo ese dolor se combate con una nueva apertura, con la rendición del corazón, con deponer las armas, las garras, los fastidiosos momentos en que se imputa tal o cual causa a las resultas de un imperio derrumbado de sueños e ilusiones… o quizá sea justamente con dar un voto de confianza, un espacio nuevo suspendida entre las circunstancias y asumir toda el alea, entregarse a las infinitas posibilidades despojadas del juicio que se hace considerando las experiencias pasadas. Tan sólo, o al menos, por una sola vez.

He recordado con insistencia todas las veces que olvidé lo feliz que he sido; fui feliz cuando recorrí el parque de las esculturas con Jaime, fui feliz cuando abracé a mi sobrina y ahijada Paula entre mis brazos, fui feliz todos los años de eficacia laboral y de compañerismo prioritario, he sido feliz sabiendo que la gente aún me recuerda, que tengo más amigas de las que imaginaba, he sido feliz amando, he sido feliz siendo amada, he sido feliz por el solo hecho de recordarlo, he sido feliz por las tonteras de la rutina, he sido feliz observando, soñando, cantando, comiendo, besando, respirando, corriendo, bailando, suspirando… he sido feliz y lo soy completamente, escribiendo, contando, narrando…

Creo que ser feliz no es una condición, sino un estado al que puedes acceder siempre y cuando reconozcas que no acontece a destajo, que pasa cuando estás ocupado en ver lo que no se tiene, a lo que no se acceder, a lo que a veces es imposible de llegar a consecuencia de la rebelión del miedo.

Yo tengo inconsistencias arraigadas en el miedo, en la desconfianza, en la tristeza de perder y de olvidar permanentemente cuan feliz he sido y cuan feliz podría ser, divorciándome de fantasmas y predicamentos cuyo único responsable es el pasado. Sin embargo, también sé que la única forma para recordarlo, para no olvidarlo y para desarrollar una habilidad que me permita derrotar las ambivalencias, los desajustes y ese contante emigrar a la trinchera estándar, se ajusta al amor prodigado, a las pequeñas dosis de certeza que hacen menos intransigente el clima por el cual se avanza y se regresa, por fin y al cabo, a la tranquilidad de una mejor estancia.

Quizá y por todo eso, la única fórmula sea entregar el bien más preciado, desprenderse de todo, del cuerpo, de la mente, de los miedos, de los arrebatos, del clima confrontacional que a diario sacude, resta energía, destruye… internalizar todas las instrucciones de la rehabilitación y en cierta forma, sólo lanzarse, ojala de espaldas mirando el cielo, un cielo azul, teñido de nubes saladas, ondeadas, rebeldemente perfiladas en un pintura que siempre se transforma con los ojos de quien la traza.


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