COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “Treinta y tantos, y contando…”. Viernes 02 de Diciembre, Año del Bicentenario. Inflexión D. D. OLMEDO.
COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: “Treinta y tantos, y contando…”.
Viernes 02 de Diciembre, Año del Bicentenario. Inflexión
D. D. OLMEDO.
A escasas horas de cumplir los treinta y ocho años, me siento a escribir algo así como “la” Crónica del año, un poco gracias a las magulladuras del intertanto, otro poco, de acuerdo a las mejoras introducidas, mismas que permiten mirarme en el espejo y contemplar a una persona diferente…
¿Quién lo iba a decir? En medio de los once, talvez doce, suponía esta etapa de la vida como un plano dichoso de consolidaciones varias. Me figuré en aquel entonces tendría al menos unos cuatro o seis hijos (recuerden que en los ochenta uno propendía a la familia extendida). Uno de los sueños recurrentes con aires de alucinación, consistía en la vista gruesa de una mesa campechana vestida de mantel largo, mucha comida casera por doquier y unos comensales entregados a los menesteres de la sobre mesa dominical, eso si, lo fundamental, que mis hijos estuviesen rodeándome en compañía de sus respectivas pololas.
Pero resulta que casi están acá lo asesinos treinta y tantos y ni mesa, ni comida, ni sonrisas y por su puesto, mucho menos el partner o los cachorros ya creciditos regaloneando en domingo con su mami. ¡Ja!
No hay nada de aquello, ni siquiera, para rematar, se avizora algo que se le parezca mínimamente. Nada. Por la reverenda que nada. En cambio, hay una vida plagada de altibajos, circunstancias peleonas que me han llevado de tumbo en tumbo cada vez que empiezo a ordenar la casa.
Este año que al menos para mi acaba, es al menos bienvenido en el sentido de poner paños fríos a tanto desorden de toda índole. Este año 37 me pasé descoqué, me farree, me tupí, pero para peor… Me enterré viva. Pero claro, también hay que reconocer que: “quien siembra huracanes, cosecha tempestades” (¿rezaba así?). Y yo soy decente, al menos en reconocerlo. Pero en cualquiera de los casos (aceptarlo o no), el tema puntual es que uno jamás dimensiona con total claridad el tenor de las consecuencias; por Dios que duele crecer…
Mi principal dilema desde la cuna y por lo que observo, hasta la tumba, es mi escasa capacidad para adaptarme a las circunstancias reales de la vida: Crecer→ Madurar→ Atinar. Y cómo iba a hacerlo si no tenía la más puta idea sobre qué realmente significaba aquello. Cuando debía andar en el barro jugando y pensando que la vida era bella y tierna, tuve que colocarme a trabajar y, apenas pude darme una licencia y optar a algo así como vacaciones emocionales, entonces había que responder por facturas y necesidades varias y, entonces, cuando hubo un tiempo de soñar, resultó que tampoco fue viable porque el objeto y sujeto de sueño y de deseo, simplemente se bajó del carro… y bueno… rematando y aparentemente encaminándose la cosa hacia el equilibrio, vino entonces el nubarrón pasándote la cuenta y exponiendo en código Morse lo desahuciada y expuesta que estás… inevitablemente la piel se curtió y nunca más fue del color que alguna vez relució. ¡Valor!
Me tomó muchísimo tiempo entender qué pasaba conmigo, saber a ciencia cierta porqué arrastraba esa pesada mochila que nunca me debí irrogar. Me convencí casi de inmediato que no había posibilidad alguna de entender, de saber, de lograr siquiera un espacio de conciliación en que la resignación pusiese paños fríos a tanta incoherencia… Pero no, en el mejor de los casos y como la gran mayoría de nosotros, tapé, capee, y hasta surfee las más grandes olas y como al final del día quedaba extremadamente cansada de tanta finta, durante mucho tiempo solo atiné en quedarme dormida sin esperar nada mejor al día siguiente.
Pero este dos mil diez fue completamente diferente a muchos otros años. Si los sumo y reduzco en ecuación, arroja un 1. Lo he pensando bastante y al igual que el año 1999, fue extremo, casi como símbolo de decenio. Pareciera ser que mis finales de decenio se vienen siempre como una arremetida para el bronce y hasta he convenido que ha de ser justamente porque mi ser, escasamente podría entender de otra manera que no sea a la usanza primitiva; un garrotazo bien asestado sobre la mollera. No obstante, pensemos también de modo positivo, supongamos que ese “1” implique inicio, comienzo, arranque de partida… ¿Y si fuese cierto? Entonces, significaría que ahora es cuando, que no puedo darme más licencias y que quizá desde este nuevo umbral pueda escribir un prólogo diferente. En cualquier evento, la reducción de lo que se viene arroja un “2”, justo el día que nací, por lo que numerológicamente debiese servirme de algo.
Este año que voy dejando atrás, tuvo un olor y un color intenso, tuve que comprender a duras penas lo egoísta que acabé siendo, lo dramática y lo visceral que puedo volverme si no me dan en el gusto, lo intolerante, lo carente, y lo poco jugada por aquellos que si merecían todo riesgo y todo empeño de velocidad, de premura en atención y cuidados. Me tomó mucho tiempo entender que lo vivido no puede volverse excusa para dejar de avanzar, para resentirse y expiar ese dolor a través de imputaciones que recaen en los demás; me tomó gran parte del tiempo entender cuan imperfecta soy y cómo desvirtúe yo misma escenarios que sí habrían escrito una versión diferente de los hechos… Pero como dice un viejo amigo: Fue, Pasó, Sucedió. Pasó la vieja… ¿Hay que vegetar el resto del tiempo para demostrar que se erró, o que estamos arrepentidos por lo mal que pudimos hacer las cosas? Yo creo que no.
En todo proceso de crecimiento hay que terminar responsablemente con un “control de daños”, evaluar qué tanto dejamos la embarrada, qué tanto fue lo que destruimos, que porción de tejidos se descompuso y sobre todo, qué parte de nosotros tiene reales posibilidades de sanarse y salir adelante en términos efectivos. Yo hice mi parte, la cagada en vista panorámica es descomunal, no me avergüenza decirlo, pues porque para poder escribir esto tuve que haber estado en el fondo del despeñadero, debajo de toda la carroña y embetunada de desperdicios. Empero, si te acercas un poco y me ves en primer plano, empiezas a darte cuenta que a pesar de todo, dentro de mi, sigo siendo la misma ilusa torpe que no abandona su parafernálica visión de una tarde de domingo agasajada por su prole… Eso si, con uno que otra variante matizada y de post guerra.
Ahora creo que existirán esas tardes, creo que estarán esas personas queridas, que habrán familias compinchadas, que estarán los amigos, los cómplices y toda cuanta persona quiera estar en el transcurso de los años, pero también sé que no será del modo en que lo soñé, puede ser que sea de un modo tardío, que el partner no exista nunca o que si, intermitentemente, o que al comienzo si y después, ya no. La vida ya no es más sueño, la vida ya no es más un cubito de hielo que inmortaliza nuestras expectativas sobre lo que creemos es felicidad.
Para mí, en este instante, la felicidad pesa tanto o menos que el dolor. Lo que no podemos jamás es renunciar a encontrarla alguna vez en alguna esquina.
Nunca pensé que el dolor pudiese ilustrar tan bien aquello que es imposible de obtener y para lo cual jamás habrá una respuesta sensata. No por lo menos en concepto humano o en una sola vida.
No tengo idea de cómo se logra superar las cosas que nos pasaron, en lo que a mi respecta, sé que es una huella que se irá diluyendo con los años y que con todo y buena onda, no puede erradicarse de la noche a la mañana pues son las acciones la que validen las buenas intensiones ofrecidas al momento del deber ser y del reparar. Pero también hay en mi corazón un fidedigno deseo de superación de todo esto, quiero despertarme un día y darme cuenta que logré cambiar, que ya no hay en mi cuenta corriente karmática un desfalco desastroso, sino, un haber importante que me permita una que otra licencia si me bajan las defensas. Eso es cierto, quiero, quiero de muy adentro ver con tranquilidad el presente y que el día de mañana todo lo complejo y caótico que fue parte del crecer, tan sólo sea un recuerdo de que, para ser decente, hay que pelar ajos, hay que regenerarse y sobre todo, mejorar.
Yo tengo tantas pifias como pecas en la piel, pero aún así, creo que hay potencial en los recilientes, creo que esas mismas pifias me hicieron entender quién era realmente, y al mismo tiempo, buscar el porqué de las cosas, aún cuando hasta el presente no tenga referencias claras de muchas de ellas. A través de esta búsqueda nada fácil, comprendí que el amor no se fuerza por más que nuestros deseos conspiren hasta en contra de nosotros mismos… a la larga se está con quien se quiere estar, con el que pesa más, con el que a juego limpio se ganó el puesto legítimamente, con el que hizo bien la pega… Yo, no la hice bien, pero si hubiese sido María Clara, Juanita Rosa o quien quiera que hubiese sido, tampoco, porque la pega estaba hecha bien solo por una persona en particular y en un tiempo específico. Una de las cuestiones que por ser humanos nos pasa con frecuencia, es que a veces, por más que tratemos de entender, no hay caso, no lo logramos y no pasa porque nos hayamos planteado mal ante esas interrogantes sino, simple y majaderamente porque esas respuestas no se nos darán, al menos no en esta vida y no cuando nos apetezca incluso, hasta puede ser que una tras de otra vida, ni aún así lo sepamos, entonces o te aburres y te pegas un tiro o bien, en el mejor de los casos, lo aceptas y das una vuelta de tuerca a lo que pensaste viciado. Entonces, solo en ese instante admites que ya no hay nada más que puedas hacer porque no tienes control sobre la más puta nada. Duro, hasta terrible para quienes nos deformamos hasta el punto de volvernos intolerantes a la frustración, pero no por ello menos cierto.
Como final de cumbia; ahí no más.
Yo no sé mucho de nada ahora, sólo vivo el día con bastante menos riesgos y menos tormentos. Trato, dentro de lo posible, de andarme siempre por los límites de lo posible… lo imposible lo dejé para las entrelíneas que me surgen en mis escritos y versos privados, en el mundo en que las buenas hilaciones pueden dar respuesta a hechos que en la vida real jamás la tendrían. Por eso, siento que los límites frágiles hay que protegerlos, encargarse con responsabilidad de decir siempre la asquerosa verdad por más dolorosa que la misma nos resulte y hay que hacerlo porque es la única forma de arribar a un punto más o menos coherente de vivir. Yo, después de hacer muy mal las cosas, entiendo que para tener un panorama fértil y alentador, hay que sembrar, hay que hacer el bien, hay que caminar confiado, hay que hacer el menor daño posible, hay que reparar si se estropeó y sobre todo, hay que generar buenos deseos internos para que estos se multipliquen a través del tiempo.
Sin perjuicio de lo anterior, para que todo esto sea posible hay que limpiar, hay que extirpar todo lo podrido y hay que hacerlo sin esperar nada a cambio, no hay otro modo. Por lo mismo, mi deseo de legitimación de mis actos venideros no puede inspirarme, no puedo pretender que me perdonen o que me traten del mismo modo primitivamente amistoso sólo porque tengo un discurso empalagoso y ofrezco cosas buenas… Menos hacer promesas.
Raya para la suma, esta es la realidad y en ella debo interactuar conforme a mi conciencia, misma que me dice qué debo hacer aunque demore diez años.
Lo más difícil de todos estos años ha sido comprender que la vida que escogemos no siempre tiene que ver con la fórmula correcta; a veces, uno cree que lo está haciendo la raja, pero a poco andar, de súbito, así de la nada, despiertas y entiendes que lo hiciste como el hoyo y que sólo te queda un pequeño margen de error para recapitular y tratar de hacer algo menos desastroso. En esa ando, tratando de hacer algo (mínimo) que me permita, al menos, acostarme por la noche y dejar de sentir tanto miedo a vivir de un modo diferente, creer en ese momento (antes de cerrar los ojos) que un buen día, cuando me vaya a la cama, habrá alguien junto a mi, orgulloso de abrazar a una mujer imperfecta, voraz remitida, pero luchadora, sobre todo en esa lucha de desprenderse de lo que nos anula y nos transforma en demonios que hay que relegar al quinto infierno sin número.
Créanme si digo que ad portas de mis 38 me siento muuuuuuyyyyyy cansada, cansada de estar triste, cansada de las cosas malas, de los conflictos, de las penas, cansada de amar y no ser correspondida, pero más me cansa intentar redireccionar mis sentimientos, reemplazar el afecto por odio en consecuencia que soy incapaz de hacerlo. ¿De qué me sirve entonces decirme que odio, que tengo mala a ciertas personas, que soy capaz de hacer daño si apenas estoy enfrente del espejo comprendo que eso es imposible?
No fue no más. No se pudo y ya. Como dijo un respetable fotógrafo en ciernes: Fue. Pasó la vieja. Y aún así, como escribió Ismael Serrano: “No puedo condenarme a tu ausencia, simplemente no puedo no más...”. (Aunque tenga ochenta y me persigas con un bastón para sacarme la mugre, bueno, siempre preferiré tenerte cerca que arrumbado en un cuarto oscuro lleno de resentimiento).
Fíjense que me gustaría alguna vez, después de muchos años, encontrarnos de repente y sin previo aviso, ver cómo han pasado los años y que a pesar de los reveses pueda ver infinitamente más allá de mis limitaciones y sentir como siempre he sentido que fue de la realidad de los sucesos, sin todos los cuales quizá nunca habría sido la persona que hoy soy, lo que logró cambiarme, mostrarme las pifias, los extremos, las posibilidades y entonces, poder volver a mirar fuera de la burbuja en la que me empeñé y encerré por tantos años, mirar a quienes quiero directo a los ojos y decir con convicción que aprendí, que al fin encontré paz, mi tiempo, mi espacio, mi veta y que estoy agradecida.
¡Uf! Que vengan los treinta y ocho; acá los estoy esperando.
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