Carta escrita para Amaro. "Palta Calá". Del 2008.

Abril 27. Domingo. “Palta Calá”
Año 2008.


Casi a diario, suelo caminar desde mi departamento hasta el lugar de trabajo. Lo hago básicamente porque es insoportable bancarse el metro en horas peack y por otra, porque me ayuda a conectarme con las frecuencias del día, particularmente hablando. ¿Qué implica lo último? Por una parte, tengo tiempo suficiente para desprenderme de las sabanas pues los alrededor de 40 minutos que me toma el recorrido suelen ser suficientes para aclimatar el cuerpo en la sintonía de cada nueva jornada y por otra, me ayuda para recordar porqué, a pesar del Transantiago, me sigue gustando tanto esta ciudad. Andaba en esas, caminado mis 40 minutos diarios hacia la pega y empecé a darme cuenta de algo extraño; muchas parejas pero escasas demostraciones de afecto. 

Es cierto que nuestra ciudad se ha tornado fría e indolente y qué a propósito de las contingencias diarias, nos hemos vuelto hoscos y malhumorados pero ¿Acaso no es el amor un sentimiento que trasciende a los pesares, avatares y conflictos modernos? ¿Acaso no es el amor de la pareja y en ella, lo que sofoca los incendios? ¿No es en la afectividad del compañero (a) en quien vertimos con urgencia nuestras demandas de cariño? ¿Qué pasó con nuestro refugio sagrado?

Hace un tiempo atrás, una entrañable amiga emprendió un viaje expiatorio de regreso a su querido Cochamó y lo que más llamó su atención, fue el hecho de que ciertas costumbres, actitudes y tradiciones de su querido pueblo, se mantenían intactas, verbigracia, los vecinos continuaban manteniendo sus puertas de entrada abiertas de par en par para que cualquiera de sus conocidos entrase como Pedro por su casa. En aquel entonces, su tierra amada se transformó en el mejor de los refugios y al mismo tiempo, en un bálsamo que le permitió volver a respirar y colocar las cosas en perspectiva. Pero mi amiga, es un caso aislado; cuesta hallar gente que se humanice con la belleza de lo cotidiano, sobre todo si ello se encuentra en lo más básico que aporta la naturaleza.


Si me quedase con esta impresión, tal vez sería bueno emprender una retrospectiva mental que me permitiese volver al pueblo de mis amores, pero aquellas contingencias a las cuales hice referencia, como a tantos, no me lo permite, casi siempre acabo sucumbiendo ante la fragmentación del tiempo, los deberes y la insensibilidad de tener que optar odiosamente por el costo de ser adulto. Pero he ahí mi interrogante ¿debo necesariamente someterme a la frialdad de mi actualidad irreversible? Me cuestionó en qué parte de la historia me volví indolente ante las cuestiones antes importantes. Así las cosas, vuelvo a la imagen de muchas parejas desperdigas viviendo en una especie de intervalo estacionario en donde no hay menos preguntas y un simple paso de la vida, una triste constante. No hay más besos sorpresivos, no hay más imágenes felices de propaganda, no hay más abrazos de escalinata en los cuales costaba tanto soltarse de la mano… no hay más gestos espontáneos que sorteen la bruma del otoño…


Los amantes ya no son tales, no son los de antes: apasionados, flemáticos, irreverentes, se convirtieron en algo diferente; fenómeno extraño que superpone en las necesidades de la carne lo más efectista del ser humano. Al final, siendo el hombre un eterno recolector de imágenes (visual) y la mujer, una eterna incomprendida que creyó que el mejor camino era equipararse al hombre, las parejas devinieron en una suerte de pacto en el que la permanencia no depende de lazos afectivos, mucho menos, de demostraciones de amor incondicional.

Como ya sabrán algunos de ustedes, suelo hacer del desayuno del sábado un rito sagrado y el último me apetecía devorar unas ricas tostadas con palta cremosa, así que partí donde el casero más cercano para surtirme del manjar en cuestión. Una vez en el almacén me percaté que quedaban apenas tres unidades en la cesta. Las comparé (que en buen chileno significa toquetearlas por todos lados) y caí en una especie de desanimo al constatar que estaban lo suficientemente apretujadas como acertar en el contenido… grande fue mi sorpresa cuando el casero, muy atento y con una sonrisa amplísima exclamó: ¡Probemos si está buena por dentro! Yo, de una pieza en mi asombro asesté: ¡Claro, porqué no! Al quedar expuestas ambas mitades el color verde relució al punto de hacerse agua mi boca, así que no se habló más del tema; pagué y me fui rauda a ultimar los detalles de mi desayuno.


Mientras leía el diario y saboreaba me puse a pensar en la última frase del casero: “Si hubiera salido mala por dentro, no habría sido obligatorio que la comprara, no habría quedado más remedio que tirarla”. Y me pegué en eso, en esa frase tan bien dicha y tan precisa para lo que al final concluí sumando y restando.

Qué distinto sería todo si antes de embarcarnos pudiésemos enterarnos del contenido, cuan diferentes seríamos todos nosotros si viviésemos en la convicción de haber mirado dentro y estar seguros de haber optado por llevar con nosotros el contenido correcto, el de mejor color, estampa, apariencia y sobre todo, el de mejor calidad. Pero al ESCOGER, casi siempre lo hacemos a ciegas, a tientas si es que… lo hacemos otras tantas en la imprevisión del arrojo impetuoso que dicta la osadía; unas pocas, obrando acogidos a nuestro instinto, instinto que a alguno afortunados, no les falla. Pero la inmensa mayoría sigue decidiendo movido por la convicción del momento y aunque muchos factores se entrelazan en tales opciones, lo cierto es que el 100% nunca llega a avalarnos.


¿Qué se escoge cuando se opta por algo o por alguien? Y al mismo tiempo, ¿Porqué si dicha motivación fue razonable en un momento, deja de serlo en otro; ¿Qué acontecimientos se desarrollaron en el intertanto para que las personas dejaran de creer o de ampararse en sus viejas argumentaciones? ¿Qué ocurrió con la elección primaria? ¿Qué la volvió obsoleta? ¿Porqué si amaste tanto a alguien en una época determinada como para atravesar la calle corriendo en su encuentro, sucumbes ante la circunstancia de contemplarla y no saber qué te hizo amarla y al mismo tiempo, dejar de hacerlo?


Claro que sería todo menos complicado, más fácil incluso, más sano. Bastaría con testear y desistirse si el contenido viene malsano de fábrica. No obstante, la inescrutable naturaleza del amor hace que mis prolegómenos ante un eventual manual de comportamiento humano-afectivo sean un completo sin sentido. Aún cuando mire entristecida mi entorno por la ausencia de indicadores de afectividad, la vida en pareja parece haberse estandarizado bajo otros códigos, detrás de nuevas barreras que por el precio de la soledad, muchos –con todo- deciden traspasarlas.

Bebí mi desayuno con la misma diligencia de siempre, esto es, disfrutando de cada trozo de alimento como si fuera el primer bocado consumido en hartos años y la sensación de letanía en relación a las cuestiones de antaño se difuminó por la particularidad de una nueva vida florecida entre nosotros, la del pequeño Amaro. Esta nueva vida acogida en los agasajos y cuidados propios de su llegada, lo colocan muy lejos de mis nefastos comentarios; él se encuentra a kilómetros de la desidia, la costumbre y la falta de amor. Todo lo contrario, el pequeño Amaro goza de la fortuna de haber nacido en el seno de una pareja que se ama profundamente y que se conocieron en una galaxia distinta a ésta, la del tropiezo cotidiano con las tempestades del desamor, del vacío y el silbido de la torpeza humana. Amaro ha nacido simplemente para ser amado, para ser mimado y para sellar el lazo del amor de antaño, ese al cual hago referencia y que se extraña tanto. Amaro vino desde muy lejos para quedarse y para dar fe que con bruma o sin ella, los angelitos rondan entre nosotros para demostrarnos que nuestra verdadera esencia se encuentra escondida, recogida entre los faldeos del corazón y que en un mejor tiempo, el menos pensado, aflorará otra vez como la promesa de amor añorada, esperada y que sigue vigente como el primer día que se creyó en su existencia.

¡Bienvenido mi querido angelito! En buena hora has pintado de colores estos fríos días de otoño.

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