COLUMNA POR FIN ES VIERNES. Ese preciado tesoro llamado valor. Del 2008.
Columna: Por fin es viernes. HOY: Ese preciado tesoro llamado valor.
(Mayo, Viernes 9. Año 2008).
Hace mucho tiempo atrás, para ser precisos durante el 84’, Kundera publicó su más afamada obra: La insoportable levedad del ser. Aunque de buenas a primeras el sólo nombre de la novela pudiese estresar a muchos, lo cierto es que sus páginas van más allá de la eterna interrogante sobre la inutilidad de la existencia humana. A partir de cuestiones simples (cotidianas) el escritor checo logra trazar cierta profundidad en el análisis del porqué de sus dudas en torno a la convivencia en pareja; lo sexual, lo amoroso-afectivo, lo meramente doméstico, se entrelazan para dibujar un historia que concita interés desde sus primeras páginas. Quizá lo que le da sentido común a la novela en comento sea precisamente la universalidad de su lógica: la vida adquiere consistencia cuando la dotamos de momentos que la hacen especial, única y plena de sentido sólo para nosotros mismos.
Los últimos días he tenido largas conversaciones construidas de reflexiones especiales, únicas y de un sentido increíblemente coherente; el cabildo de ellas en su conjunto, han posibilitado en hallazgo de un sentido sólo pertinente a mi ser y que me ha colocado en un lugar de inmejorable perspectiva. A través de esta navegación plácida, la pertenencia e integración al colectivo ha vuelto a mi corazón como un soplo minúsculo pero cien por cien verdadero... a veces creo que voy a bordo de un bergantín en el cual siempre desee navegar solo que en esta ocasión he logrado comandarlo yo misma. Todas estas navegaciones a paso de la letra silbada de buenas charlas, colocan sobre relieve las circunstancias que nos hacen meditar y, gravitando sobre un tema recurrente, voy entendiendo que aquellas decisiones son parte de una mística tan grupal como íntima.
Ciframos un mundo desarrollado en la colocación de ideas personales dentro de un flujo y a éste advienen todo tipo de opiniones contestes y encontradas, reacciones varias a la peculiaridades de cada quien. ¿Y cómo no ha de ser de tal modo? Somos distintos y queremos cuestiones que al menos, en unos tantos milímetros, difieren de las apetecidas por otros. Kundera reclama la necesidad de absorber su amor dubitativo de manera mediática sin tener que soportarse asimismo en un desdén profundo de no-correspondencia; lo ordinario, lo diario, el odioso quiebre en la cuestión circunstancial de tener que aprender a vivir con otro y hasta a veces, por y para otro, colocan al amor en un sin fin de desfases que acaban en un cuestionamiento del ser o no capaz de bancarse un proceso de tales connotaciones. Y de ahí, el viaje atroz hacia la resistencia de la pureza implícita en el sentimiento v/s la desidia de reemplazarlo por otro que no nos complique la vida; la futilidad, la levedad del ser en su máxima expresión. La no profundización, la muerte misma de la esperanza...
Pero la vida de estos últimos días, con dolores, con pesares extremos, con distanciamientos inevitables y con tantas pero tantas y tantas otras circunstancias sobre las cuales no tienes control en lo absoluto, SORPRENDE con una magnitud que es urgente aquilatar para acometer las instancias futuras que vendrán a sorprendernos. La vida sentida de este modo, con su característica única (insondable), demuestra que es justamente en el amor (representado en todas las formas posibles) lo único realmente importante en esta vida. Así queda definido, diagramado, bosquejado de un modo singular si vas por la calle y todo el mundo te sonríe por el simple hecho de que tú lo has hecho primero, si el chico que te sirve un chocolate caliente te muestra los ojos brillantes por el mero hecho que es alabado sus bellos rizos dorados; si la amiga que dejaste de frecuentar durante años, de pronto te tiende la mano sin pronunciar una sola palabra de reproche, si a quien quieres entrañablemente responde tu llamado asfixiado y no te enrrostra el daño que le has ocasionado y a diferencia de ti, deja caer las costras sin cobrarte el importe de los dardos que en alguna le arrojaste sin pensarlo demasiado... si la vida misma te muestra que el azar y los buenos sentimientos escondidos en tu pecho, pueden de todos modos marcar una diferencia.
Somos, en cualquier escenario, una fuente inagotable de sentimientos verdaderos, de emociones truncas que se renuevan a pesar de sí mismas y de personajes creados a destajo que nos devuelven las ganas y el asombro, pero también somos el ser que espera, soñando, creyendo, volviendo una y otra vez al estado más sensible de ilusión, “del poder” y ahí nos encontramos con la profundidad, aquella anhelada y que a pesar de todas nuestras diferencias, se analoga de manera sorprendente formando una demencial colcha de amor (como así lo decía Amy Tan).
De entre todas las fronteras, la única que no me da miedo atravesar es aquella tras la cual siento que puedo reencontrarme con el valor. Y lo hago en este día, hoy que por fin es viernes.
(Mayo, Viernes 9. Año 2008).
Hace mucho tiempo atrás, para ser precisos durante el 84’, Kundera publicó su más afamada obra: La insoportable levedad del ser. Aunque de buenas a primeras el sólo nombre de la novela pudiese estresar a muchos, lo cierto es que sus páginas van más allá de la eterna interrogante sobre la inutilidad de la existencia humana. A partir de cuestiones simples (cotidianas) el escritor checo logra trazar cierta profundidad en el análisis del porqué de sus dudas en torno a la convivencia en pareja; lo sexual, lo amoroso-afectivo, lo meramente doméstico, se entrelazan para dibujar un historia que concita interés desde sus primeras páginas. Quizá lo que le da sentido común a la novela en comento sea precisamente la universalidad de su lógica: la vida adquiere consistencia cuando la dotamos de momentos que la hacen especial, única y plena de sentido sólo para nosotros mismos.
Los últimos días he tenido largas conversaciones construidas de reflexiones especiales, únicas y de un sentido increíblemente coherente; el cabildo de ellas en su conjunto, han posibilitado en hallazgo de un sentido sólo pertinente a mi ser y que me ha colocado en un lugar de inmejorable perspectiva. A través de esta navegación plácida, la pertenencia e integración al colectivo ha vuelto a mi corazón como un soplo minúsculo pero cien por cien verdadero... a veces creo que voy a bordo de un bergantín en el cual siempre desee navegar solo que en esta ocasión he logrado comandarlo yo misma. Todas estas navegaciones a paso de la letra silbada de buenas charlas, colocan sobre relieve las circunstancias que nos hacen meditar y, gravitando sobre un tema recurrente, voy entendiendo que aquellas decisiones son parte de una mística tan grupal como íntima.
Ciframos un mundo desarrollado en la colocación de ideas personales dentro de un flujo y a éste advienen todo tipo de opiniones contestes y encontradas, reacciones varias a la peculiaridades de cada quien. ¿Y cómo no ha de ser de tal modo? Somos distintos y queremos cuestiones que al menos, en unos tantos milímetros, difieren de las apetecidas por otros. Kundera reclama la necesidad de absorber su amor dubitativo de manera mediática sin tener que soportarse asimismo en un desdén profundo de no-correspondencia; lo ordinario, lo diario, el odioso quiebre en la cuestión circunstancial de tener que aprender a vivir con otro y hasta a veces, por y para otro, colocan al amor en un sin fin de desfases que acaban en un cuestionamiento del ser o no capaz de bancarse un proceso de tales connotaciones. Y de ahí, el viaje atroz hacia la resistencia de la pureza implícita en el sentimiento v/s la desidia de reemplazarlo por otro que no nos complique la vida; la futilidad, la levedad del ser en su máxima expresión. La no profundización, la muerte misma de la esperanza...
Pero la vida de estos últimos días, con dolores, con pesares extremos, con distanciamientos inevitables y con tantas pero tantas y tantas otras circunstancias sobre las cuales no tienes control en lo absoluto, SORPRENDE con una magnitud que es urgente aquilatar para acometer las instancias futuras que vendrán a sorprendernos. La vida sentida de este modo, con su característica única (insondable), demuestra que es justamente en el amor (representado en todas las formas posibles) lo único realmente importante en esta vida. Así queda definido, diagramado, bosquejado de un modo singular si vas por la calle y todo el mundo te sonríe por el simple hecho de que tú lo has hecho primero, si el chico que te sirve un chocolate caliente te muestra los ojos brillantes por el mero hecho que es alabado sus bellos rizos dorados; si la amiga que dejaste de frecuentar durante años, de pronto te tiende la mano sin pronunciar una sola palabra de reproche, si a quien quieres entrañablemente responde tu llamado asfixiado y no te enrrostra el daño que le has ocasionado y a diferencia de ti, deja caer las costras sin cobrarte el importe de los dardos que en alguna le arrojaste sin pensarlo demasiado... si la vida misma te muestra que el azar y los buenos sentimientos escondidos en tu pecho, pueden de todos modos marcar una diferencia.
Somos, en cualquier escenario, una fuente inagotable de sentimientos verdaderos, de emociones truncas que se renuevan a pesar de sí mismas y de personajes creados a destajo que nos devuelven las ganas y el asombro, pero también somos el ser que espera, soñando, creyendo, volviendo una y otra vez al estado más sensible de ilusión, “del poder” y ahí nos encontramos con la profundidad, aquella anhelada y que a pesar de todas nuestras diferencias, se analoga de manera sorprendente formando una demencial colcha de amor (como así lo decía Amy Tan).
De entre todas las fronteras, la única que no me da miedo atravesar es aquella tras la cual siento que puedo reencontrarme con el valor. Y lo hago en este día, hoy que por fin es viernes.



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