Columna: Por fin es viernes. HOY: “La insoportable competencia”. Junio, Viernes 13. Año 2008.

Junio, Viernes 13. Año 2008.
Columna: Por fin es viernes.
HOY: “La insoportable competencia”.





La otra vez conversaba con una amiga sobre “chicas y pechugonas” ─nótese que van de la mano, nada personal contra las “unas” o las “otras” de manera separada─, esto es, aquel grupo privilegiado en su delantera y que hace USO y ABUSO de tal condición, de aquello que Dios le bien dotó. Al son de una buena mesa (quizá sublimizando nuestra masa corpórea ausente mediante la ingesta de unas cuantas portentosas cazuelas) paseamos por un sin fin de anécdotas varias y sobre el particular, respecto del caprichoso destino colocándonos en idéntica situación: Transformarnos en víctimas de aquellas famosillas y últimamente tan bien rankeadas, entre cierta clase de machos.
Nunca he creído en los estereotipos, es más, los desecho con antelación a pegarme de bruces un entusiasmado guatapique. Pero he de reconocer que, gracias a las repudiadas cirugías de CUERPO Y ALMA, últimamente nos hemos estandarizado más, incluso mucho más de lo que pudiese soportarse (Para muestra, un botón: A. BARRIENTOS). Esto y otras tantas cuestiones alusivas conversamos con la flaca, y cómo, de manera indirecta te vas afectando por esas penosas rotulaciones, muchas veces arbitrarias. Caímos en la cuenta ─secreto a voces─ que las ALTAS y FLACAS tienden a intimidar al hombre chileno (por suerte que hay excepciones). Y claro, cómo no ha de suceder de tal modo si en promedio las mujeres de este Chile insolente son más bien bajitas. Insisto, no es algo personal con éstas. Lo cierto que a nosotras nos ocupa una cuestión diversa. En verdad nos revuelve el estómago primero, el hombre que dice “NO” ante tipos de personalidades de féminas y después se desdice, ignorando que su pasado le condena. En este sentido, hay personajes que deambulan por la vida sintonizando el dial según la canción escuchada en el patio del vecino; nada más deprimente que asistir al discurso guarro de un tío que se las da de GALAN argumentando que el tipo de mujeres que le simpatiza, agrada o gusta son precisamente aquellas que, OH!!! Caspita, reúnen idénticas características de su interlocutora, o sea uno misma. Pero al cabo de un tiempo, tiempo durante el cual ingenuamente se cree haber dado en la talla, misteriosamente surge la ocasión en donde se devela que la historia iba narrada en una dirección completamente contraria. ¿Qué parte nos perdimos? Suele cuestionarse la turbada cabeza (corazón) que definitivamente no comprende nada. De pronto, ha aparecido el flamante galán abrazado de una mujer que es tu antítesis. Mejor dicho, aparece con una mujer que le cuelga del de brazo cual llavero, un perrito fu-fu, una chicoquita de pinta nefasta pero que goza de la virtud de dos portentosas razones de sobrado argumento. Entonces, ente el shock, una que es la “otra”, la patilarga sesuda, suele abstraerse, valerse de una que otra contracción isométrica y seguir, seguir adelante pues es aquello lo que mejor sabe hacer. Y le resulta.
Renglón aparte, y dejando críticas solapadas en contra de “una” situación de nombre y apellidos conocido, créanme, esta no es una circunstancia aislada. Me puse a indagar en Internet sobre porcentajes y a revisar unas cuantas estadísticas al respecto y la sorpresa fue absolutamente mayúscula. Resulta que el periódico estadounidense The National Enquierer, penosamente famoso por sus titulares amarillistas, publicó un estrambótico reportaje sobre la incidencia de este prototipo de féminas en la perspectiva del hombre post contemporáneo. Dentro de la dinámica del reportaje y aún en la presencia de una línea Darwinista para el análisis de la evolución de la especie y del cómo los hombres escogen al momento de reproducirse, la cuestión no pasaba de ser un culto hedonista de las mismas dos grandes razones esbozadas a este lado de la cordillera.
En la mesa bien puesta y dispuesta para mi amiga y yo, los accesorios de la conversa resultaron ser los mismos subyacentes en el reportaje que les comento: Pechugas, más pechugas y pechugas al fin y al cabo.
Una de las grandes razones para sufrir y desvanecerse ante este símbolo y culto al erotismo, reside básicamente en que los hombres son, ante todo, personajes eminentemente visuales y la exhibición de este elemento exógeno representativo de la sexualidad femenina, exacerba fantasías de antaño, prolegómenos de cualquier comportamiento cavernícola existente en la esencia de la escuela masculina. ¿Qué hacer entonces ante tamañas cifras de competencia? Acá va lo segundo: ¡NADA! En este sentido, la apetencia sexual nada tiene que ver con el amor que fluye cuando las nubes se despejan.

Parte de esa conversación fue reírnos a destajos, reírnos de nosotras mismas, reírnos de los hombres que suelen tasar a las mujeres indiscriminadamente, en dárselas de sabelotodo y creer que ciertas condiciones físicas hacen especiales a unas respecto o en desmedro de otras. La cuestión resulta realmente chistosa si se piensa que el verdadero sentido de las relaciones entre hombres y mujeres no se determina por factores eminentemente físicos. El propio artículo comentado así lo desata en tono de guerra, indicando que el sujeto hambriento en cuestión, apriorísticamente puede –y así ocurre– llenarse de mujeres exóticas, voluptuosas y sobre todo, livianitas de pensamiento, pero al escoger la compañera de vida, lo hace asentado sobre registros intro, sobre la apreciación de cuestiones que llegan a la vena en ángulos disímiles a los que primitivamente le hicieron comportarse como un cavernícola más. De que la carne es débil, no cabe duda. Por la misma razón y tras años de represiones varias, la mujer intenta equipararse al comportamiento masculino incurriendo en conductas absolutamente contestatarias; no sólo se inmiscuye en política asumiendo la conducción de un país, sino que dentro de los mismos parámetros, intenta hacerle creer al mundo que puede sostener relaciones basadas en argumentos meramente técnicos apelando al sentido común y a la preservación de sanas condiciones mentales. Yo, no discuto que el sexo sea grandioso, que proporciona endorfinas naturales, aparecer rozagante y con ojos incendiarios, si en esos aspectos mundanos estamos absolutamente claros. Yo me ocupo del después, del momento preciso en que miras al artífice de tu orgasmo y no ves más que una terrible sensación de vacío pues la temperatura del cuerpo ha comenzado a descender. Algunos dirían que es justamente en ese momento en donde el macho ataja con su herramienta y la hembra, manipula con la suya. Pero yo, yo solo digo que en mi caso, y en el de muchas que conozco, hace falta mucho más que eso para darse por embriagada.
La conversación sostenida no ataca a un tipo de mujer en abundancia, sino a uno misma por permitirse caer en una vorágine de dudas gatillada por el comportamiento de unas cuantas. Se puede ser igualmente exótica, sensual, sexual y desenfrenada pero en la intimidad y con quien corresponda. Se pude enloquecer de placer, pero con la persona adecuada. Se puede dar lo inimaginable pero no a costa de exhibir descaradamente pechugas. Con los años, cuando se caen, cuando se desinflaman figurando como un triste recuerdo del pasado de gloria, aparece todo lo otro, aquello con lo cual nunca se contó y que pasa a jugar en contra. De ahí deviene la lectura clásica, esa que te susurra que lo mejor no es lo externo sino aquello que se descubre en el tránsito, con sumo cuidado, con el pasar de las anécdotas, con el abrumarse con uno mismo y su capacidad para reinventarse sin tanto doloroso bisturí.

Mi amiga y yo, comimos como endiesiochadas y bebimos como cosacos. Evidentemente, las calorías no se fueron a la delantera, como el alcohol no se fue a la divina inconciencia. Pero una cosa si es cierta; en la raya para la suma siempre asistimos pacíficas a la constatación de que hay cuestiones que en esencia no cambian. Los valores, la simpleza de ver la vida como la creemos; usar punta cuadrada y no puntiaguda, no a la boquita cereza si apenas algo de gloss para dar luminosidad ligera… ser intensa sin mostrar todo el hilo que hay en la cuerda… aunque alguna vez se haya cometido el estúpido error de creer que alguien merecía cortarla.
El placer de lo superficial no puede negarse, sobretodo en los hombres, tan cansados del agobiante discurso femenino. Pero hoy abunda en relativismo en el más amplio sentido de la palabra y esa tampoco es la solución al más escandaloso de los lamentos: El individualismo como contrapartida de las limitaciones de tiempo y espacio. Quizá, el punto medio sea un poco de alivio entremedio, un poco de bálsamo o acondicionador que suavice las necesidades de uno y las demandas de afectividad de la otra, algo así como una especie de consenso en donde las necesidades recíprocas tomen cuerpo y cobren sentido en el momento que se deja de ser uno para pasar a sentirse ciento por ciento en el otro.
Les dejo esta reflexión para que le den una vuelta… la sirvo en horas despejadas que sirven de preámbulo al descanso, al vuelo reposado del sin tiempo, aunque ciertamente se encuentra limitado, la dejo expuesta porque eso es lo que me gusta hacer cuando recuerdo que por fin es viernes.

Comentarios