COLUMNA: Por fin es viernes. Hoy: La otra Ángela. D.D.OLMEDO. 25-02-2018



Esta es mi primera Columna en muchos meses. En sí misma, creo que ya no puedo escribir de acuerdo a las consignas anteriores, porque ese alterego, está muriendo. Así que puede ya no encuentren lo que les daba antes, tal vez la frescura, la chispa, haya desaparecido. Pero lo intentaré de todos modos...

Con audio de Max Richter,como más me gusta estando frente al ordenador, asumo que las características del tiempo han mutado y que en cierta forma, no hay retorno tampoco. Cierro mis ojos para entender dentro de la brevedad, qué es lo que se me viene a la mente, sobre qué necesito escribir y qué desee compartir con ustedes... Y lo visto me sorprende: Descubro entre mis pensamientos el deseo de hablar sobre mi madre... Un inconsciente mágico intercepta nuestros pensamientos, reluce en mi mente a una Amy Adams interpretando una sólida Louise Banks, seguro por la influencia de esta hermosa y melancólica música incidental en mis oídos... Supongo que no es casualidad (y perdón por el spoiler de mala calidad), porque hacia el final, la revelación profunda fue que Banks optase por la vida, a pesar conocer con antelación que su pequeña hija moriría.

En este momento, me duele el corazón (no es eufemismo). Y me duele de forma intensa, como si alguien hubiera metido una enorme mano áspera, lo aprieta, lo estruja, lo deja en pausa. Nunca había deseado tanto la muerte como en este instante. Y lo pienso porque sería el único modo viable de ir a encontrarse con quien se extraña: Con mi madre, los abuelos, con Eduardo, conmigo misma para entender si en efecto, puedo resucitar y sobrevivirle al dolor que a veces arrecia, dejándonos medio tuertos... Me duele el brazo, así mucho y siento que el dolor es punzante, me duele tanto que hasta se desliza por entre mis pensamientos ser candidata a conato de infarto, en realidad, siempre viene ese idea a mi cabeza y mi cuerpo lo sintetiza. 

¿O sucede al revés?

La vida, con todos sus bemoles, a veces nos deja fritos, nos coloca en situaciones en las que nos preguntamos qué cresta estamos haciendo? Nos preguntamos si vamos en la dirección correcta, qué hay de más y qué de menos, cuánto nos falta, y por qué hay días en que no se puede ni respirar... Yo miro a través de una enorme vidriera, buscando algo que ni siquiera puedo nombrar en voz alta, porque no aparecerá, pues si apareciera, seguro que lo incinero con mi fuego acumulado, con mi rabia, con mi resentimiento. Me escondo detrás de mis gafas negras, un hábito que refunda todos los días la instancia marcada de apartamiento, de gran truco: desvanecer, Y vuelve el momento aquel en que mi madre se marchó. En la tragedia griega que ha sido mi existencia, su partida no podía ser la excepción. Claro que no. Así que a sabiendas la exilié de mi vida, de mis días gloriosos de chica creativa, aún siendo consciente que todo ese talento provenía de su herencia. 

Los escasos meses de vida que le dieron, los tiré a la basura. Preferí rajarme el lomo trabajando y hacer de cuentas que la había olvidado, antes que el cáncer la humillara  dejándola en los huesos. Y durante ese período, desarrollé una habilidad que me acompaña hasta el presente, sin shows mediáticos, sin ruidos estruendosos al sollozar, sin fruncir el ceño, sin cambiar las facciones ni dejar a la vista amago de cicatrices. Aprendí a imitar a la gente que finge no dolerle nada. Absolutamente nada. Yo escuchaba: "flores de bach", "veneno de alacrán", "experimentales en Michigan", payasadas contra el tiempo, contra el suceso, contra el designio de Dios, pero yo la había enterrado hacía mucho tiempo atrás. Y a mi, junto con ella. Así que el día funesto, no entré en razón, tuve que instalarme en el eco de la Rosario para entender que había llegado su momento. Y fui, me resigné a ir por las migajas, a creer que las postrimerías de la vida dan clarividencia al que agoniza.,, Recuerdo el olor, ese olor denso a muerte, a su arrolladora presencia. La sentí en mi piel, como si supiera perfectamente que luego vendría mi turno, tan cerca de el de ella... Y la respiré, la respiré profundo al acercarme a su cuello para besarla, decirle que al menos yo, la había perdonado cada una de sus infamias, sus golpes, sus insultos, su odio parido sobre su descendencia. Vete en paz mujer, ya no eres más mi madre, pensé... Creía que si al menos una vez en mi vida, y en la fugacidad de la de ella, podría entenderla como mujer, más allá del rol de madre imperfecta. 

Le agarré fuerte la muñeca, se la sostuve a la fuerza, quería someter su orgullo, su precariedad. Su famélica semblanza no me perturbó, ella era responsable de mi corazón de piedra, de mi insignificancia ante la maternidad, de mi incapacidad en el amar, y de tantas otras atrocidades con las que he de morir sin respuestas. pero la hija de su madre que era, se salió con la suya. Resolvió impetrar el mismo desprecio de toda nuestra historia juntas, esa cosa abominable en su ser que le impedía ser una mujer diferente, viéndose obligada a conformarse con lo que era, con lo que había sido a pesar nuestro... Y su desprecio rayó en lo chistoso: Se va ir en su ley, le dije a una de mis hermanas. La muy condenada se va a morir en su puta ley...

Así parece. Déjala ya. Déjala en paz...

¿Qué más daba? Somos los campeones en adornar a pesar del hedor de algunos fiambres. Y la dejé, la dejé sin no asestarle mi tiro de gracia. me monté en su cama, todos habían salido de la habitación, y por primera vez en 30 años, estábamos solo tú y yo.

Miro por la vidriera, y no aparece nadie... Nadie vendrá por mi...

...Y entonces, anclada cerca del lecho de tu muerte, contemplé tu indignidad, la pobreza de espíritu que no fue creación tuya, sino la imputación asesina que una suerte de mierda, volvió a tu persona un completo desastre. Y las lagrimas inundaron la habitación porque comprendí que no nos quedaba tiempo, que el tiempo lo había despreciado, igual como desprecie el amor, el cariño de tanta gente, las amistades inolvidables, a mi amado Eduardo, las faenas, las gracias, el sendero de la vida durante el invierno, la época que más amo... Y logré verte, logré amarte como nunca lo había hecho y lloré más fuerte, grité de dolor porque no nos quedaba tiempo, porque tu cuerpo se apagaba y nunca te había dicho que te quería, que te necesitaba, que no se sabe que una madre es mujer aparte de todas las demás asignaciones. Te vi ahí, casi inmóvil, reducida a escombros, sin tu cabello suave y castaño, sin la profundidad de tus hermosos ojos verdes, hundida en el padecimiento físico que ha sellado tu suerte. Me digo que eso es un sueño, que voy a cerrar los ojos, voy a apretar los dientes y todo será como alguna vez debió haber sido, diseño onírico dentro del cual no me advierto y que por lo tanto, sólo recreo cuando tengo suerte...

Y estamos ahí, las dos solas, Nos avisan que son tus últimos momentos, mi pecho se colapsa, Claudia no está (ha salido brevemente a la farmacia), Marcela no aparece en la pequeña cámara de Skype... Fernando ha hecho escala en Miami... sólo estamos tú y yo e imagino que mascullas entre dientes: ¡Maldición!

Así que cojo tu mano, se aparece el hombre que te ha dado tus mejores años, me pregunto cómo lograste que un tipo de 16 menos que tú, te amase con tal demencia e intensidad. Siento una envidia feroz, pienso en lo macabro del asunto, lo contemplo despojado del hábito de la sonrisa consternado en un canto indescifrable a tu oído. Alza la voz y esa mierda de obra de teatro se vuelve una en elegía, las lagrimas no han cesado y creo que moriré contigo. 

Y entonces, te vas, te he cogido de la mano y has mirado sobre el borde de mi cabeza, la contracción de tu ceño, de tus mejillas, y de tu frente, confirma de que hay algo más allá, que alguien ha venido por ti, que está ahí, juzgándote porque a decir por tu rostro, no se te viene fácil. Y entonces siento raro adentro, no distingo que me pasa, no sé si reír o llorar, si rajarme el pecho o golpearte hasta que no quede nada de tu cara muerta. 

Decido solo abrazarte.

Y toda esa habitación se vierte en la desgracia...

Lo que sobrevino después está difuso. Labial en tu labios endurecidos, un turbante blanco para cubrir tu calvicie, quitarte el pijama y amortajar tus carnes... prepararte para la gran caja. Mi cuerpo mecanizado respondía valiente. No sé de dónde saque las fuerzas, de dónde apareció esa clara prestancia. Mi rigidez mental había desaparecido. No eras más mi madre, sólo eras Ángela Teresa yendose, saliendo de nuestro mundo. Sin despedirte, sin pedir perdón, son advertirnos que eso era una soberana nada.

Y te enterramos.
Camila lloró
Paula Lloró
Laurita Lloró
La Antonia dijo que le gustaba tu pollo al limón...

Pero Fernando, Claudia y yo, nos nos abrazamos al borde de tu cajón. Ya no era necesario. Ya no había familia a la cual regresar. 

Cuando pude al fin estar en silencio, lo único que vino a mi mente, fue aquel cumpleaños número 12 cuando vivíamos en la Calle Aldunate. Te veo ahí con una torta rectangular y un montón de velas que no no se apagaban derritiéndose sobre ella... Te recuerdo viva, ligeramente, contenta. Se me viene al corazón la única vez que fui feliz contigo y te agradecí por ese milagro. Y me despedí en silencio, a solas, conociendo por vez primera lo que era sentir compasión y siendo honesta conmigo misma. 

Al final de mis días, veo que siempre fui como tú, repleta de miedos inconfesables, mitad tullida, mitad despierta.

Y sigo reteniendo esa información, rogándole al cielo que ahora hagas tu parte, que donde quiera que estés, no me abandones cuando más te necesito, porque no puedo morir así, no de este modo, no sin entender todas las cosas que no nos enseñaste, sin amor, sin pasión, sin creer de nuevo en la gente. 

Sin mi, y sin ti para querernos.

Te extraño.





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