DESVANECER...



DESVANECER...


Lo peor que pude haber hecho… dar “enter” columnas abajo…
Abajo la montonera de entrepierna, abajo la levitación ordinaria
que nos sujeta la espalda de cuando en cuando…
me reconocí  al instante, como el cobarde que se pasea en su propia antología,
como el villano que se regodea con los versos de Rush, o como el fulano
indómito, exagerado e indecente de culpabilidad desatada.

No me hastía su cabrona honestidad, perturba más bien, la punta
filuda que incrusta al costado, cada vez que puede, y sólo, porque lo quiere
desabrido de tono que robustece su lado enfermo, apaleado y ciego de dolor…
Pero qué más da: Él es así. ¡Lo supe al primer instante!

Me sonrío ante la evidencia de la profundidad de su mar, travesía de olas
a las que regresa, como el asesino redimido que solo haya paz en ese lugar…
inoportuno, deslenguado, cínico y depredador, enlazador de personajes grotescos
de los que puede reírse en el extremo de su soledad…
Te veo, lo veo de pronto sin el antifaz, y sé que vive destrozado y que patea la realidad
Haciendo honor del recorrido de su obra. Dice no juzgar, pero utiliza su vitrina en un
vitoreo mezquino, blindando así la coraza que supuestamente lo valida…

¿Qué hacer con la rabia se ser imposible poseerlo? ¿Qué han de figurarse, las no pocas
Muñecas desechadas que lamieron su pene erecto? ¿Qué clase de holocausto necesita para
Darse por derrotado?
¡Imposible! No puede saberse.
Zumo de equivocaciones y erráticas costumbres que, como él mismo
refiere, sólo cumplen la misión de trasladar su tristeza a otro sitio, encapsulado…
Ese amor completo, esa caricia plena, ese abrazo verdadero, no está en la
habitación de motel barato, no está en la llamada intempestiva de la madrugada,
ni siquiera en la huída violenta o majadera, ni en la inflexión de su voz que derrite
a mi mente quinceañera…

Comprendo, entonces, sus frases entrecortadas, mientras enfilamos por la
Alameda, forzados, apretados, presurosos de que se acabe la cuadra, para desaparecer…
Me quedó mirándolo desde lejos, con la guata apretada, con el tañar de mis dientes,
Con la sensación de que jamás volveré a tocarlo. Y está bien, así debe ser, porque
No quiero convertirme en linchadora.

Traigo a mi mente el momento anterior de la fascinación,
caigo en la cuenta de que he sido fichada por un protocolo bien diseñado,
y lloro, pero mi llanto es combinado, sabe amargo, sabe dulce,
recuerdo cada palabra en la que se trabajó y no puedo culparlo de nada;
él es yo, soy yo a sus años… como la Bestia que devoraba a sus presas si asco y
luego se retiraba con la sutileza de un varón bien portado.



Entonces, le agradezco en silencio mientras lo observo hacia lo lejos.
Me repito que la vida es así, a destiempo, aciaga, dolorosa, no por las
performances ajenas, sino por la manía de abrocharnos a lo que no existe,
por la exigencia ridícula del que vive para poseer…

Antes de girarme, retengo un recuadro de nuestro encuentro, por un
momento, juro que lo tengo, que es solo mío, pero mi suceso mental no
trasciende; recorto su lágrima, su mirada extraviada, su hilo de respiración
enredado entre mis brazos, y entonces sé, que no hay “remedio” si él no
lo desea, que puede su complexión abalanzarse sobre las olas, abrazarse
a la furia de estrellarse contra el mundo… y aún así, cada tramo de su fibra, no
cambiaría en nada.

Eclipsado de sombras… se esfuma.

Me retuerzo en mi promesa… avanzo.

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