16 de mayo de 2014 a la(s) 16:33 COLUMNA: Por fin es viernes.- HOY: Esa cosa llamada felicidad... D.D.Olmedo.- 16/05/14.-




16 de mayo de 2014 a la(s) 16:33
COLUMNA: Por fin es viernes.-
HOY: Esa cosa llamada felicidad...
D.D.Olmedo.-
16/05/14.-
- ¿Y si no pudiera decirte jamás esa palabra?
- Entonces creería que eres una mala agradecida...
- Está bien, soy feliz entonces. ¿Te gusta como suena?
- No, así no me sirve... Debe ser creíble...
- Ah. Entonces te digo que soy infinitamente INFELIZ. ¿Mejor?
- Bueno, ahora sé por dónde comenzar. Ese es un buen comienzo...
(Cordelia Fisher y Santiago Heller, en: "El Mundo de las Cosas Aparte".-)



En época universitaria, me asignaron la lectura de “Ética a Nicómaco”, célebre obra del filósofo Aristóteles que abarca un análisis bien elaborado sobre la relación entre carácter e inteligencia visto desde el ángulo de la felicidad. En Wikipedia se escribió que “junto con el mensaje bíblico judeocristiano, constituye uno de los pilares fundamentales sobre los que posteriormente se erigió la ética occidental”. No entendí nada. Lo juro. 15 años después y con la ayuda de un Seminario, caché lo medular y de ahí surgió la arista de comprender una cuestión anexa, suponiendo abordar el contenido del concepto felicidad…

Una de las grandes preguntas durante el curso de la carrera, en lo personal, fue tratar de entender el porqué de la imposibilidad de solucionar las cosas pacíficamente, conversando, tirando líneas, solucionando el asunto con buena disposición y no a las patadas y los combos (que en términos legales son bastante más duros y desacertados, por mucho que tengan la venia “legal”), pregunta que por lo demás, se ha mantenido hasta el presente.

El profesor de apellido Ortiz, fundamentaba la cosa diciendo que, aunque lamentable y por deshonroso que resultase, había que deliberar sobre componentes genéticos. Este señor, tenía la personalidad suficiente para verbalizar que a la felicidad sólo accedían los que -de acuerdo a la teoría de la viabilidad- estaban más aptos para salir adelante… Entonces, en ese tiempo, se me quedó pegado que, un ciego, un parapléjico, una mujer con retraso mental, o incluso, cualquiera otra que no pudiera sobrevivir a una cuestión física de incapacidad, entonces era material combustible para la hoguera…

Afortunadamente, los años pasaron y entendí también que una cosa es la inteligencia y otra bien diferente, la intelectualización… No me cabe duda alguna que la incapacidad física representa un gran obstáculo para admitir y construir estados de alegría y que al contrario, puede convertirse en fundamento para vivir anclado en la amargura muchas veces. Sólo personas muy elevadas de espíritu podrían trascender al cuerpo, sus dolores y aflicciones, etc., y creer que aun así, mescabados, podrían sentirse dichosos. Esa una cuestión mucho más espiritual y compleja que no entraré a discutir al menos en este episodio.

Descontada esa mala referencia, me interesó más allá el asunto, pues Aristóteles postulaba que al hombre buscaba alcanzar la felicidad con postulados materiales y definidos tales como riquezas, honores, fama, en consecuencia que un camino acertado sería la práctica de la virtud (bien reducido el cuadro eso sí).

Pero, ¿qué es la felicidad?

Pues bien, al entender que la felicidad no era otra cosa que la práctica de la virtud, entonces para Aristóteles, llegar a ella existía un camino: La Eudaimonía, el que vendría a ser algo así como un tránsito por medio del cual se ejecuta lo que esencialmente es humano, la razón.
A estas alturas, uno tiene una licuadora en la cabeza: ¿Euda qué?

Si, a mí me pasaba lo mismo. No entendía nada.

Todos nosotros nos acostumbramos a entender que la felicidad tiene que ver con “aprehensión de cosas” o bien, la de “experimentar sensaciones”. Una lleva o conduce a la otra y viceversa. O sea, cada persona entiende que es feliz cuando posee o cuando siente.

Le he preguntado a montones de personas qué entienden por felicidad y nótese que últimamente, escasamente uso esta palabra en mis escritos (no en la Novela, por cierto) y muchos empiezan casi, inmediatamente, a enumerar un frondoso listado sobre las cosas que le gustaría comprarse o derechamente tener. Otros algo más aprehensivos, a qué personas les gustaría ayudar si tuviesen dinero extra, o las pegas en las que les gustaría desempeñarse, o cuántos viajes podrán hacer dentro de un determinado período de tiempo. Cosas de ese estilo.

Sólo una vez, un niño me respondió que sería más feliz (nóte esto usted, “más”) si el Colegio no le quedara taaaaannn lejos. Así tal cual.

Pero el resto de todos nosotros, más de alguna oportunidad deseamos cosas, objetos, y algunas emociones, como las mujeres más jóvenes: yo sería más feliz si encontrara el amor verdadero. ¿Qué significa eso? Me pregunto yo.
He tenido largas conversaciones sobre este tema con personajes de lo más variopinto: curas, agnósticos, profes, chefs, actores y actrices, abogados y en general con personas sensatas y también de las otras, las que creen que se las saben todas. ¿Felicidad? ¡Ah, qué siútico eso! Trabaja más y piensa menos cabezas de pescado. Bueno, también alguna vez se me interpeló de ésta forma. Pero bueno, no siempre tenemos conversación fluida a nuestras anchas.

Como les decía, las lecturas son variadas. Pero la gran mayoría tiene conceptos errados.

No puede pretender encontrar la felicidad afuera, contenida y transportada en un envase de un lugar a otro como un insumo corriente más. Por ejemplo, yo claramente sería más feliz si a nadie se le hubiese ocurrido colocar mensajes publicitarios en youtube antes de cada canción… Pero aquello era crónica de una muerte anunciada, era obvio que eso tarde o temprano sucedería y sin embargo, no dejé de enganchar videos por el suceso en cuestión. Pasó que me adapté.

Pero en cuestiones elementales, pregunto con frecuencia ¿qué te hace feliz? (aunque insisto majaderamente en que no sé qué es esa palabra con exactitud), y en términos generales, las respuestas van asociada a la adquisición, al poseer y al desarrollar determinadas actividades que se realizan sólo si cuentas con recursos.

Es decir, ¿nadie se siente feliz por una nube, por ejemplo?
Bueno, sí, lo sé. Estoy exagerando, pero, ¿alguien se siente feliz por un conjunto de nubes que pasan por el cielo y forman una figura?

No sé, puede que se sonrían. Pero para sentirse felices, requieren de más, necesitan sostener aprehender, agarrarse de algo, que tenga materia, que sea plausible. Todo lo etéreo los confunde.

Para la gran mayoría de las personas la felicidad se sustenta sobre logros varios, objetivos concretos y ver su resultado, un proceso como tal a lo mejor resulta insignificante al alero del producto. Eso se piensa con usual periodicidad.

Me pasa que nunca antes había sido más feliz, pudiendo administrar un tiempo que antes no tuve (durante 10 años), quedándome en completo silencio si me apetece e instaurando en el ocio una herramienta de contemplación para “ver mejor”. Pero para llegar a este estado de soledad en donde nada interrumpe la concentración, tuve que darme una vuelta tremenda de larga, intensa, dura y al tiempo, prescindir de hasta las pertenencias más regalonas.

Empezar de cero una y otra vez, para muchos es sinónimo de mediocridad, de no poder sustentarse en algo. Para mí, un símbolo de desapego y de liberación.

El cáncer se transformó en un mero detalle, porque mis sentidos se agudizaron a un punto tal, que veía cosas que los demás no. La impronta de la muerte postula que tú seas quien realmente has sido siempre, pues ya no hay atrás ni delante, hay un piso en donde te apilas (arriba de tus pies está el resto de tu cuerpo) y sugiere que mires ese estado de manera objetiva, sana y humilde.

Para mí, eso es felicidad: Oportunidad de ver la verdad.

Y cuando vi la verdad, descubrí que un camino para desarrollar la virtud, tenía que ver con la vocación, con no ir en contra de la corriente, con vivir austeramente, con sacar todas las pilchas de mi cuerpo y vestir lo estrictamente necesario, abandonar el maquillaje, alimentarse cuando hace hambre, tender la mano, socorrer con el aliento más que con la tarjeta de crédito, despuntar el alba y mirar hacia arriba, dar las gracias, ser uno mismo siempre de capitán a paje, dar testimonio del esfuerzo, reconocer valor al sacrificio, auspiciar las causas perdidas, sembrar ternura, amar al cuerpo lo mismo que a la mente, servir a las lides del amor sin esperar recompensa, transformarme en amante si la oportunidad lo amerita y no voltearme a pedir explicaciones, ni arrogancia, ni egoísmo; aplicar reglas trasgresoras, levantar la voz para acreditar defensa y no para maldecir… Cuando abrí los ojos entendí que lo que me hacía feliz no pasaba por un objeto, una persona, un discurso… yo me di cuenta que ya lo era dentro de mí, por el sólo hecho de poder elegir con qué sentirme bien, dónde cómo y cuándo…

Si usted siente que es infeliz, reevalúe porqué se siente así, abra la mollera, no tenga miedo, deje de hacerse el leso; un buen caño le auspiciará el placer, un copete le atontará el rato, cualquier eufemismo le tirará un voladero de luces, todo eso es así, por eso se ha descubierto que el ser humano se coloca cada vez más sofisticado para activar el sistema de recompensa cerebral. Pero se lo digo aquí y ahora, lo único que lo conducirá a la Eudaimonía, no es otra cosa que abrir los ojos. Y dejarlos bien abiertos todo el tiempo que pueda.

Hay algo que se reconecta cuando usted pierde el miedo a ver, es como si las piezas se reacomodaran dentro de un puzle sin tener que hacer absolutamente nada. Si hay tirantez, si de alguna manera usted nota que la cosa no fluye, entonces levántese, haga lo que tenga que hacer, pero no se quede estático pues la vida jamás se detiene ante el miedo, al contrario, lo usa de combustible para convencerlo de que la felicidad se compra, se prorratea y sirve de abono para su realización personal.

Como dijo Aristóteles, la Eudaimonía permite hallar y hacer el camino, encontrarlo, la pega nuestra.

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