COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: "Austero", sin "o". DDOLMEDO Segunda de Octubre/2014.-




COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: "Austero", sin "o".
DDOLMEDO
Segunda de Octubre/2014.-

"La carta continúa en este tono durante varias páginas, sin mencionar una sola vez el tema de los tormentos y preocupaciones de Azul. Éste se siente traicionado por el hombre que en otro tiempo fue como un padre para él y cuando termina la carta se siente vacío, como si le hubieran sacado el relleno a golpes. Estoy solo, piensa, ya no hay nadie a quien pueda recurrir. A esto le siguen varias horas de abatimiento y autocompasión, durante las cuales Azul piensa una o dos veces que quizá le valdría más morirse. Pero finalmente sale de la depresión. Porque Azul es un tipo sólido en general, menos dado a los pensamientos sombríos que la mayoría, y si hay momentos en los que siente que el mundo es un lugar asqueroso, ¿Quiénes somos nosotros para reprochárselo? Cuando llega la hora de la cena, incluso ha empezado a ver el lado positivo. Quizá éste sea su mayor talento: no que no se desespere, sino que nunca se desespera por mucho tiempo. Podría ser una buena cosa después de todo, se dice. Quizá sea mejor estar solo que depender de alguien. Azul piensa en esto durante un rato y decide que hay algo favorable en ello. Ya no es un aprendiz. Ya no tiene un maestro por encima. Soy mi propio jefe, se dice. Soy mi propio jefe, no tengo que rendirle cuentas a nadie excepto a mí mismo." (extracto: Trilogía de NY/Fantasmas; Pág., 197. Ed.Seix Barral-Booket.).-

Si alguna vez tuve duda sobre si era realmente una persona obsesiva o no, finalmente he determinado que el SI es el más completo, cabal y absoluto de las afirmaciones sobre mi personalidad. Pero no solamente la obsesión decora mis bordes, añadiré que en el mejor de los casos (mientras investigo para mis personajes) utilizó aquella característica en pro de la creación, condición que por lo demás se vuelve constante en los escritores inexpertos, sucumbiendo ante la validación y los créditos aspiracionales del reconocimiento. Sin embargo, hay un placer no convencional en la obsesión y que libera su poder aturdidor sólo cuando te coloca ante el premio sugestivo: la conciencia de que la insistencia ha arrojado su fruto...

Contrario a lo que se pueda pensar, no me siento aún mecanizada tratándose de escribir, no podría obligarme a hacerlo y cualquier síntoma de ello implicaría un cese inmediato de mis publicaciones; nada peor que sustituir el ego con la mediocridad. Ni lo uno ni lo otro. Ni ego ni mínimos decorosos... Es mejor la nada misma. Irse a negro es más honesto.

Una cosa interesante de descubrise obseso y deponer exactamente eso, pasa también por encontrar sentido a ciertas tribulaciones personales, cosa que para mi, mucho antes, habría sido impensado sin tener que estar justificando mis actos ante los demás, aún cuando éste epígrafe "los demás" fuese una creación sólo mía, ya que escasamente puedes importarle a alguien de modo políticamente correcto, y con algo de suerte, porque hay algo en tu persona que para bien o para mal, surte un grado de atracción que se circunscribe a un razgo, a una actitud, a alguna proyección de ellos mismos en ti...

Me la había pasado el último mes colocando relieve en menesteres nada piadosos con el ser, abrigando la secreta idea de torcerle la mano al destino y poder de una buena vez, arrellanarme en los quehaceres superfluos de mi personalidad: volver a ser superficial con causa, no es tan malo después de todo si encaminas ese talento hacia la orientación de otras almas perdidas. De cualquier modo, paréntesis al fin y al cabo, desviación destinada a apartar el ruido, no de los demás sino que el que produce la queja propia y que no va a parte alguna... Con cero efecto, reubiqué mis posibilidades, de entre las cuales pasaba de tanda en tanda sorteando una pauta loca de ideas viniendo, si pensaba en un segundo texto (aún cuando el primero sigue sin tapa). Pero es la locura mental tan propia de nosotros, los que por alguna extraña razón no calzamos dentro de un prototipo -no por pura fanfarronería, más bien porque el no lograr engranar en parte alguna apenas es un síntoma del padecimiento- que por fin, entiendo, sólo puede ser comprendida por otro del mismo equipo...

Daniel Quinn, es un detective privado atrapado en su monotonía, mal acostumbrado a echarle la culpa a la vida sin reclamación previa capaz de arrojar algún otro resultado en contrario: su propia negligencia, por ejemplo. De suerte que la sincronización y otras hierbas, como a veces suele suceder en la vida, viene a darle una curiosa mano: erradamente, es confundido con un tal Auster y consignado para un complejo caso investigativo... Por otra parte, tenemos a un personaje denominado "Azul", contratado por otro bautizado como "Blanco", precisamente para vigilar a un tal "Negro" ¿Le parece chistoso? Eso no es nada, debería atestiguar cómo a veces nada culmina como uno lo supone... Finalmente, Sophie, aparentemente, una bella y sincera mujer con un pequeño bebé a cuestas, conecta a un tipo "x" para dar cumplimiento a un extraño requerimiento de un marido desaparecido: materializar la pretensión de un antiguo amigo de la infancia, que a la postre lo trastorna todo y no deja más alternativas que desquiciarse para hallar la verdad en las respuestas... 

Lo interesante de estas apuestas no pasa por el descorazonamiento de sus protagonistas sino que, la interpelación del otro, causa tal impacto que obliga a mirarse hacia adentro y, con ello, iniciar una expedición personal profunda hacia el corazón de nuestra propia mente... como si creyéndote especial, en verdad, no lo fueses o mejor dicho, arribar a la conclusión de que a veces, tu singularidad te destruye y es mucho mejor fundirse hasta desaparecer en la multitud... 

Concluí la lectura de TRILOGIA DE NUEVA YORK, el
que admito me tomó bastante trabajo leer porque -hidalgamente- no entendía ni media palabra y tuve que retomarlo y dejarlo varias veces. Un día, particularmente una tarde en que me sentía muy ofuscada, lo tiré lejos y rebotó contra la pared. Antes de chocar ruidosamente, recordé que sólo era una edición de bolsillo y que no iba a resistir el puñetazo. No pasó a mayores, pero creo que el
Libro lo resintió, pues en cada página despreciada por mi, en lo venidero iba a cobrarse con creces mi desprecio. Y así ocurrió...

Auster no solo logra que uno se meta en el asunto (a pesar que al comienzo es fácil enervarse un poco), también da con varias teclas espirituales que bien pueden tener que ver con mi momento, más allá de que si es o no así tal cual lo percibo y describo. El libro en cuestión fue abandonado por mi durante poco más de cuatro meses y de la nada, retomado de súbito y no soltado hasta que lo cerré en su página trescientos ochenta, con un final rarísimo que aún me tiene colgada de la lámpara. Aunque en algunas cuestiones yo habría caminado en direcciones diferentes, la mas de las veces lo que ciertamente me perturbó fue la definición arrolladora con que se logra ilustrar algunas emociones universales así como también, la maestría para dar en la nota, tratándose del sentir de quien ha optado por el oficio de la escritura. Eso me impresionó bastante.

Había leído otras cosas de este escritor neoyorkino, pero esta conjunción me deja pensativa, más allá de la complejidad o de la cuestión estética, al verme retratada como nunca antes lo experimenté. Y de eso se trata justamente lo que intentamos hacer en este oficio, interpretar, trasladar los sentimientos y las emociones al papel y colorcar todo eso al alcance de los demás... Si se logra una coherente y armónica integración y las personas volteamos la última página del libro con un gran suspiro, entonces algo mágico sucedió: algo en el lector ya no está igual, hubo efectos, la trama asestó un golpe interesante en la mollera.

Leer, es una pasión vinculante; si nunca fuiste a Nueva York, entonces algunos autores podrán hacerte el favor de los mejores city tours que hayas imaginado en tu vida. Te lo puedo asegurar. Sin embargo, la ventaja de Auster, es que lo resuelve de modo artesanal, combinando nombres y localidades con ciertos códigos simbólicos. El que estén encriptados, lo vuelve todo aún más interesante. El buen lector, es decir, el de oficio (el busquilla), rápidamente agradece estos talentos, porque nos acercan a un mundo que por diversas razones no está tan al alcance de la mano y posibilitan deambular en trances de la mano de buenas historias...

Me he preguntado cientos de veces por qué me gusta leer. Pareciera ser que a veces se torna una empresa gruesa y complicada, ¿Cuál sería el objeto de torturarse? Mmm, creo que a través de las líneas de otros fui entendiendo que habían cientos como yo. Antes, muuuucho tiempo atrás, época en que el reproche era una constante por ser singular, sufría muchísimo, me sentía tremendamente incomprendida y, en vez de luchar por darme a entender, bajé la voz mientras la amargura ganaba espacio dentro mío. Mi refugio natural fueron los libros. Quizá primero a tientas, luego con más definición, las letras formando mundos aparte pusieron paños fríos dentro de una sumatoria de efectos adversos en el vivir resignado, como si no existiese opción alguna de rebelarse ante la corriente demoledora de la razón... Parejas terminaban amándose a escondidas, la familia admitía al integrante "díscolo" a pesar de todo, un amigo del pasado regresa a pedir perdón confirmando una vieja tesis de equivocaciones y malos entendidos; mundos reencontrándose o despegándose definitivamente... Tantas historias, tantos personajes, tantos autores...

Auster me encantó porque trajo a mi memoria el remate de las conversaciones sostenidas con un viejo amigo, al que jamás volví a ver tras su casamiento: "Hay que ser asquerosamente honesto". Decía Alejandro Romo en esos años en que me rapé la cabeza.

Yo también hubiese sentido envidia de "Franshaw", cuya nobleza podría revenir el hígado de cualquiera, pues también he experimentado el miedo visceral de perder a quien he amado... Sin embargo, a la larga, más me inclino por el sendero estrecho de la reflexión, el que sin duda con el correr del tiempo nos va aislando cada vez más (a los escritores), la dinámica se convierte en algo fundamental (el apartamiento y la soledad del retiro voluntario), como de seguro puede llegar a serlo un par de zapatos para alguien que sufre de vacío espiritual crónico... Auster me puso a pensar sobre la posibilidad de rehacerse ayudando a otro, o al menos, escudriñando la vida de los otros... Y de ahí, un paso a la concordancia sobre la teoría del espejo; no se puede repeler al otro porque si, pues el rechazo pasa justamente por la proyección. Hay algo tan detestable en el otro parado enfrente nuestro que en vez de enfrentarlo, nuestro sistema inmunitario nos alienta a salir corriendo despavoridos...

Escudriñar al otro y destemplarse, más allá de botar nuestra cáscara, también advierte que en la examinación de los demás podemos encontrar pliegues propios que deben ser estirados, mucho antes del escarnio ajeno. Me gusta eso, lavar mi ropia sucia y no criticar o, al menos aspirar a intentarlo.

Por eso a pesar de su lucha contínua, Franshaw a la larga sucumbe (tienen que leer el libro para captar esto): siento ahora que la pega más dura no es hacer gala de ser diferente (a quién puede importarle menos eso), sino que a pesar de ello tener la valentía de, aún sabiéndolo, mezclarse entre el resto hasta desaparecer sin perseguir jamás los honores de dicho mérito. Ser el más insigne de los subterráneos...

Creo que los buenos escritores saben esto, y descartando ciertas excepciones, por lo mismo van por la vida con una templanza alucinante; hay una distancia enorme con la pose y el tirano que aturdido en su fama, exprime los ceros en su cuenta corriente. El buen talento ni siquiera se entera de lo que está pasando a su alrededor y por eso justamente consigue ese efecto en los demás, ahí está la magia: estos escritores -Auster, Roth, Bolaño, Capote, Hornby, Carver, Coeeteze, y sobre todo Salinger...) escribieron y escriben para ellos mismos. No se mal entienda. Cuando escribo lo anterior, aludo a la circunstancia de que sus almas no penden del palmotazo en la espalda. De ahí esa inagotable genialidad.

Tiene que ser don. No hay de otra. 

Cuando Azul se enoja profundamente con Castaño, me trasladé más a o menos a un escenario de similares características, con uno que otro detalle peculiar... Pero la sensación que experimenté fue la misma, también sentí que mi patrocinador, mi mentor, mi amigo, me había abandonado. But, a la larga, dentro de esa terrible y vasta nada, no me tenía más que a mi misma y conmigo misma es con quien debía resolver las cuestiones elementales. Eso era un hecho. Y de toda esa tragedia griega que podría haber significado quedarse a la deriva extrema, al final sobreviene el dote innato de la sobrevivencia.

Debe ser por eso que a algunos se les da naturalmente inventar historias y dárles alma, cuerpo, sustancia, pues al interior de una habitación cerrada te encuentras a solas contigo mismo, enfrentado a todo lo que corre en ti, con gente de carne y hueso y también con todos los fantasmas...

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