COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: Costras. (Segunda parte). Continuación... D. D. Olmedo.





(Continuación nota anterior...)

No creo que a la gente le sea fácil retirar su maquillaje, gran parte del tiempo por hábitos muy arraigados, otras porque no  poseen la habilidad  y una buena cantidad de personas porque ni siquiera saben o entienden qué tipo de máscara es la que cargan encima, olvidando sus verdaderos rostros... Se me ocurre que detrás de esta re-significación, yo también esté impedida de ver la propia. Y con "C", especulo casi el mismo asunto.

¿Desde cuándo los hombres adquirieron el gusto por un maquillaje tan sofisticado?

¿Cuándo ocurrió aquello?
¿Qué les pasó que no quieren mirarse desnudos frente a un espejo?

Contemplo este nuevo paisaje a mi alrededor y miro a este hombre que me parece francamente, alucinante como ejecutivo y promotor de un concepto en el cual cree, eso es evidente. Pero, cuando las luces bajan, yo veo otra cosa, yo aprecio a un tipo más bien deslavado en un albor de juventud rezagada, como si en verdad llevara cierto peso encima. 

¿Quién no lleva mochila?
¿Cierto?

Desde la primera vez que lo vi, me pasó algo para lo cual no tengo explicación. Pensé que lo ubicaba de otro lugar remoto, de la juventud o qué sé yo, incluso, hasta de otra vida porque, desde el primer segundo no pude dejar de atender su predica, aunque él, nunca hubiere reparado en mi ni siquiera un instante. Aquella vez, dentro de una dinámica corporativa de agradecimientos y speaches varios, reconocí a un hombre que intentaba a toda costa ser lo más lúcido e integrado posible, con vista al frente imponiéndose sobre un vasto equipo que recién conoce su mano, gente extraña, gente que no evalúa tal vez, puede que exista otras cosas que lo vuelven mejor sujeto, más allá del residuo externo, cuestiones sutiles... qué loco que no supiera de la existencia de ese tipo de limones, jugosos, medio dulzones, rígidos por fuera y sin embargo, con tanto zumo refrescante y delicioso en su interior...

Ahora que me lo pienso mejor, y que vuelvo sobre la peligrosa espiral de efectos hipnóticos en mi ser, entiendo que él llama mi atención, pues entró en mi mente, como entran las palabras a las cuales nunca se les ha dado sentido alguno, como un lenguaje inexplorado sin frontera conocida, pues no sabes sobre qué versa lo que él tiene para mostrar más allá de la costra a la que por defecto se acostumbró, y es justamente lo que me intriga, el deseo de arrancársela, la gana de enfrentarlo y orillarlo a ello, quede un hombre frágil, dulce como lo que es sin adjetivos que otros le cuelguen apresuradamente...

Lo imagino en un caserón enorme, asolado por un eco ensordecedor registrando los ribetes de una vida medio monótona, un tipo que se ha franqueado mucho pero a un enorme costo y donde muchas veces, y seguramente, puede hasta que se haya sentido: invisible para los demás. Lo asimilo sordo entremedio de mucha gente, robotizado en aquella vorágine que nos toca, porque en lo básico, muchas veces solo toca hacerse cargo, cargo que no queremos, cargo que sólo asumimos porque se trata del deber ser y no de lo que deseamos, a veces... Pero puede que todo eso, sólo lo vea yo, yo la experta en gente rota, yo la que siempre anda buscándose gente a la cual reparar.

En cualquier evento, mientras en el ruedo del un baile medio tosco, medio trance, medio bruto, entendí que las personas a veces lloran solas aunque haya un gentío alrededor, como lo hago yo tantas veces, parada enfrente de la multitud queriendo estar en medio del desierto de atacama. Nadie tiene la vida comprada, nadie sabe por qué es que pasan determinadas cosas y sobre todo, cómo es que la gente se cruza con su batería de lenguaje corporal que nos inunda de emociones e ideas que se entrelazan... 

Puede que tal vez sea mi misión en la vida, ver más allá, entender que soy como un túnel por donde la gente pasa y de la cual recibo información privilegiada, personas con heridas graves, otras no tanto, pero personas que exhiben su rotura, la parte de su ser que se descompuso y que arreglaron a la carrera para funcionar, aunque fuese con deficiencia. No sé, qué sé yo, tal vez solo sean un conjunto de pelotudeces mías. Pero no puedo evitarlo, tengo talento para meterme en las patas de los caballos y si no fuese honesta conmigo misma, entonces no tendría nada, no al menos el valor que se exige para vivir, y vivir de verdad.

Yo veo en él a un hombre cuya vida lo ha dejado de acariciar emocionalmente, y que, casi él sin saberlo, busca a tientas dónde guarecer, donde cobijarse; como si el clima a veces tuviera sus reveses, y él, simplemente ya no estuviese interesado solo en hacerle fintas al viento, a los granizos, a la lluvia negra y densa que a veces nos cae encima. Como cuando el hastío se instala y tu ser te pide a gritos, escapar. No importa dónde, no importa hacia quien.

Conocer a este tipo de personas me hace bien, me recuerda que no estoy sola, que cada cosa que veo sigue siendo la mejor película de mi vida, que hay escenas maravillosas que desearía repetir una y otra vez como en antaño en los rotativos de mi niñez... Lo tuve cerquita, así muy muy cerquita, tanto como para pasarse la mejor película... Pero a hombres como "C", solo se les mira a la distancia, brillan demasiado y encandilan. 

Por eso que insisto. Lo que más me atrae de él, es lo que está de atrás, lo que esconde debajo de la piel; eso si que me gustaría ver, sin foro, sin el aplauso fetichista, sin la hoguera de vanidades que supone solo quedarse con su envase, y aspirando a acariciar otros contornos, los del alma, los de sus historia, los de las dolencias que lo vuelven frágil y humano.

Eso si que me causaría, gran gracia.

Si hay algo que me encanta, es la sutileza de la arrogancia.
Si hay algo que me mata en los hombres, es que no se den cuenta de su virtud.

En buena hora.
Me gusta tanto mirar a través de mi gran angular...

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