COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: Dar; entregarse... D.D.OLMEDO. 10ma. de Retorno. Viernes 28/03/2014 29 de marzo de 2014 a la(s) 20:20


COLUMNA: Por fin es viernes.

HOY: Dar; entregarse...

D.D.OLMEDO.

10ma de Retorno.

Viernes 28/03/2014





"Yo no sé quién eres tú y sin embargo, te miro y sé de qué hablas..."

Nick Hornby en: Alta Fidelidad.



Durante el desarrollo de un seminario de programación neurolingüística (PNL), me enteré de que existe un camino menos pedregoso para darse a entender (y comprender a los demás) y que, con una que otra palabra mágica, podemos llegar a tocar hasta las más renuentes y testarudas personas; poder decretado, sugestión, a lo mejor una combinación de todos esos elementos y mucho más. Pero el asunto es que las personas “inteligentes” se comunican a través de códigos más sencillos y auténticos, de los que se asocian a la sintonía del cuerpo y en donde la mentira o el engaño no tiene espacio, porque es el ser el que está hablando, lo que fluye y no se contradice…



Hace muy poco tiempo, un amigo me dice: “Hum, y ¿a qué se debe tanta alegría? ¿Se te quitará pronto?” Y luego de eso me quedé pensando si él lo decía porque con frecuencia suelo perder el brillo o simplemente de maletero que se vuelve el mundo de repente (con uno y también con los demás)… El asunto es que, sobre el particular, en aquella oportunidad, prácticamente no moví mis manos, estaba particularmente quieta, como si la conversación me hubiese sedado o producido algún tipo de efecto somnífero; en cierta parte de la plática, mi cabeza había logrado desconectarse de la parte fea del asunto. ¿Cuál asunto? Se preguntará usted. Esa parte penosa que nos toca enfrentar cuando todos por igual, nos volvemos renuentes a creer, a ser vistos como amargados y desesperanzados y sin querer, el agua se convierte en estanco de mala experiencia que migra de la lengua hacia el aire que respiramos en conjunto…



Pero bueno, mi amigo en general es bien buena persona, pero lamentablemente, no sabe qué hacer con su pena, como yo misma cuando pensaba que nunca más miraría hacia el costado… es verdad, nos volvemos como planos, como una suerte de napa que va entre capas que casi ni se advierte por estar encriptado entre otras superficies.

Conversando con mí amigo entonces llegué a la cuenta de que con él, podría experimentar, podría averiguar qué era lo que le había sucedido para que se convirtiera en un dibujo desteñido de lo que alguna vez fue: un gran personaje. Le pregunté qué le sucedía, a qué se debía el sabor amargo en su entrelínea, esa contracción sutil entremedio de sus cejas, su ceño arraigado en la parafernálica manía de vernos usados y malgatados.



¿Qué te pasa? A mi nada. Esa fue su respuesta.



Después de un rato me di cuenta de que era verdad; a él nunca le pasaba nada…



Entonces, use las palabras mágicas:

1)  Estimado, necesitas algo…

2)  Amigo, quieres conversar?

3)  ¿Cuándo fue la última vez que te sacaste la máscara?

4)  ¿Quién te hizo daño?

5)  Esto no durará toda la vida… Te lo puedo asegurar.

Y claro, al comienzo fue súper duro querer tratar entenderme con él, porque sus patadas y sus combos más que dolor, producía exasperación y desgaste y a veces, hasta el más aplicado se nubla con su propio ego, se diluye en la labor de pretender mostrar algo que el otro no es capaz de ver o identificar. Pero bueno, como dije, al comienzo fue duro, no sólo porque él no deseaba recibir ayuda sino porque yo no sabía que mostrándole, yo iba a sanarme de muchas cosas… Sin embargo, la sincronía ayudó y la paciencia retribuyó. Hoy sé quién es y sé qué necesita de mi. También todo lo bueno que él podrá darme.



        Muchas veces en la vida no sabíamos qué estábamos haciendo y justificábamos los procesos diciéndonos a nosotros mismos que todo eso obedecía a una razón. Pero a la larga, lo que realmente pasaba era que uno (por cansancio) acababa resignándose, más allá de entender o no el contenido del asunto. Por eso, cuando descubrí que las personas se comunican a través de códigos, sin querer, también entendí cuál era mi pega, cuál era la razón por la que durante tantos años nunca caché nada de nada y sólo me dedicaba a criticar y comportarme como una cría inmadura demandando que se obedeciesen mis deseos y expectativas… Todo ese pasado me dediqué a pedir de acuerdo a lo que yo necesitaba, no me colocaba a pensar qué me estaba diciendo el otro, no me importaba tal vez porque estaba más ocupada de que se canalizaran mis carencias con mis pobres justificaciones… Pero de repente, entendí, me di cuenta de que todos nosotros buceamos.



Pero el que no sabe nadar, se va al fondo…



Y en la profundidad de ese abismo, ¿Quién podría culparnos de perdernos?



Tuvo que pasar mucho tiempo para entender que, volver a la superficie, implicaba haber estado en el bajo fondo. Allá, en la negrura de ese mar denso, vi cosas que quizá nadie más vio y entendí que antes de juzgar el código ajeno, uno debe darse a la tarea de zafarse de prejuicios: Uno de veinte y tantos no es peor que otro de cuarenta y tantos. Nada que ver; somos todos diferentes y paradojalmente, hasta en las pifias coincidimos como su fuese un asunto de karma generacional: Todos padecemos del mismo asfixiante miedo a que nos descubran.



El código, no por ello debe volverse secreto. No por el miedo profanador debemos ir a cada rato al fondo submarino. Todo lo contrario, uno debiera asumir la buena y sana costumbre de comunicarse, y hacerlo aceptando el código del otro, buscando la conexión, no la imposición, adentrándose en el mar ajeno, en la odisea de ver qué resulta sin demandar la urgencia de una respuesta concreta o esperada…



Yo, particularmente, he descubierto que soy mejor persona desde que asumí que mi código es el arte de escuchar, de transmitir de esta manera mía, de ir por las vida dándole a las personas lo que necesitan (con independencia de que yo crea algo diferente), es como enseñar, es como navegar en todos los mares al mismo tiempo, surcando una travesía que no conoce final. Yo sé que mi amigo es un buen marinero, que un buen día de estos emprenderá un gran viaje, de esos que se vuelven una constante aventura y yo, yo estaré feliz de verlo deslizarse por otras fábulas, hacia otras coordenadas, pues después de todo, el aprendizaje tiene que ver con que al final uno descubre que la gracia reside en dar más allá de recibir algo a cambio. Ese es mi placer culpable, sentir que puedo darme a infinidad de personas y en diversas situaciones y jamás conocer un final… Y dar, entregarse, es un don, un regalo.



A la larga, cuando andas en alta mar. Nunca se sabe. Nunca.

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