COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: ¡Isabel! D.D.Olmedo. Viernes 2 de Marzo/18.-
Isabel...
Hay una parte de mi
que está medio despierta. Escribo a razón de la idea puesta en la cabeza que un
mal día, ya no podré recordar, como la protagonista de Malhablado:
"Greta", convencida que la única forma de sobrevivir a un desamor,
debía ser arrancándose la memoria, la parte de ésta que a veces y con urgencia
católica, nos llega a doler demasiado...
Como ha ocurrido con casi todos mis personajes, a la Greta me la figuré tras conocer a una mítica mujer en Cucao, Chiloé: Isabel. No pondré aquí su apellido (me hizo jurar que nunca revelaría la verdadera identidad de la mujer que se enamoró de forma tan torcida, del peculiar fulano narrado en mi novela. Si bien es cierto, los paisajes se abren sobre las avenidas del no-amor, Greta vuelve verosímil cualquier tratamiento psicológico transpersonal... siempre hacia el final entiendes qué tenía que pasar, con qué objeto y hasta la utilidad de refundar el drenaje de un lago, después de haber llorado tanto. La Isabel, me dio herramientas que yo ni siquiera sabía, existían y ni siquiera así lograba procesar todo el océano de posibilidades que se abría ante mí por el solo hecho de asistir a si relato. Ahora que la recuerdo, anticipo días intensos, pruebas de fuego, asumiros y despedidas, todo revuelto sin más condimento que la vida real y cómo es que en verdad pasan las cosas, antes que mi pluma se sienta tentada a retocarlas... No veo otro tipo de resistencia.
La Isabel me enseñó que, escribir puede ser mejor que una droga; mientras lo haces, cualquier pulso antagónico a tu ser se desvanece y lo que ocurre es casi, mágico. Pasa con una que, te conectas con el ser, ahí todo fluye, flota, se acomoda de manera tal que las contradicciones se minimizan y lo que deviene de ti es simple, verdadero, imaginado o no, proyectado desde el alma.
Mientras escribo y aunque me sienta mal por lo que sea, las frases van desarrollándose, encontrando una puerta correcta qué atravesar y ver la luz del otro lado. Y al finalizar, nos sentimos bastante mejor que al comienzo, si hay suerte además, el conjunto se proyecta así mismo creando un conjunto que es bonito de por si. Debe ser por eso que enganchamos con ciertas lecturas y no con otras; aquellas que nos hacen sentido son por lo general diapositivas, descripciones tan gráficas sobre vívidas experiencias que, en algún punto, vuelven el relato una caricia que comulga con nuestra historia pasada, presente o lo que sea que nos figuremos para el futuro. Así la cosa, la Greta me recordó a la Nicole Krausse y su recordada novela La Historia del Amor, pero más que Gursky (entrañable ser humano), rememora en mi esa explicación con la cual Isabel y yo también comulgamos en lo subjetivo: "Escribo por una razón más egoísta que elevada, más pedestre que compleja.... en mis novelas puedo dar respuesta a preguntas que en la vida real, es imposible de realizar..." Sentenció la Krausse hace algunos años hacia atrás. Sigue abordándome aquel loco pensamiento juvenil, eso de
Como ha ocurrido con casi todos mis personajes, a la Greta me la figuré tras conocer a una mítica mujer en Cucao, Chiloé: Isabel. No pondré aquí su apellido (me hizo jurar que nunca revelaría la verdadera identidad de la mujer que se enamoró de forma tan torcida, del peculiar fulano narrado en mi novela. Si bien es cierto, los paisajes se abren sobre las avenidas del no-amor, Greta vuelve verosímil cualquier tratamiento psicológico transpersonal... siempre hacia el final entiendes qué tenía que pasar, con qué objeto y hasta la utilidad de refundar el drenaje de un lago, después de haber llorado tanto. La Isabel, me dio herramientas que yo ni siquiera sabía, existían y ni siquiera así lograba procesar todo el océano de posibilidades que se abría ante mí por el solo hecho de asistir a si relato. Ahora que la recuerdo, anticipo días intensos, pruebas de fuego, asumiros y despedidas, todo revuelto sin más condimento que la vida real y cómo es que en verdad pasan las cosas, antes que mi pluma se sienta tentada a retocarlas... No veo otro tipo de resistencia.
La Isabel me enseñó que, escribir puede ser mejor que una droga; mientras lo haces, cualquier pulso antagónico a tu ser se desvanece y lo que ocurre es casi, mágico. Pasa con una que, te conectas con el ser, ahí todo fluye, flota, se acomoda de manera tal que las contradicciones se minimizan y lo que deviene de ti es simple, verdadero, imaginado o no, proyectado desde el alma.
Mientras escribo y aunque me sienta mal por lo que sea, las frases van desarrollándose, encontrando una puerta correcta qué atravesar y ver la luz del otro lado. Y al finalizar, nos sentimos bastante mejor que al comienzo, si hay suerte además, el conjunto se proyecta así mismo creando un conjunto que es bonito de por si. Debe ser por eso que enganchamos con ciertas lecturas y no con otras; aquellas que nos hacen sentido son por lo general diapositivas, descripciones tan gráficas sobre vívidas experiencias que, en algún punto, vuelven el relato una caricia que comulga con nuestra historia pasada, presente o lo que sea que nos figuremos para el futuro. Así la cosa, la Greta me recordó a la Nicole Krausse y su recordada novela La Historia del Amor, pero más que Gursky (entrañable ser humano), rememora en mi esa explicación con la cual Isabel y yo también comulgamos en lo subjetivo: "Escribo por una razón más egoísta que elevada, más pedestre que compleja.... en mis novelas puedo dar respuesta a preguntas que en la vida real, es imposible de realizar..." Sentenció la Krausse hace algunos años hacia atrás. Sigue abordándome aquel loco pensamiento juvenil, eso de
encontrármela en una
Cafetería pequeñita del lado Norte de Nueva York, justo en medio de un
inmejorable momento de lucidez, decirle que ese hermoso libro hizo de mi una
verdadera escritora, que al igual que ella, consideraba justo y necesario -a
veces- engrupirse de tal manera que la ficción ofreciese una mitigación exprés
de todas esas cuestiones que ensombrecen al corazón. Decirle también que,
algunas otras veces ni siquiera la ficción franqueaba paréntesis y que por eso,
por aquí y por allá, muy contadas veces, la prosa objetiva y siniestra, también
sacudía las bases; y que ello no era nada de malo.
Sé a ciencia cierta que Isabel le diría más o menos lo mismo. Puede que también le diera un abrazo apretado de agradecimiento.
Es verdad. Aunque algunas personas finjan diciendo que no buscan o anhelan respuestas, siempre se agradecerá una respuesta que nos deje contentos. Yo, tan evolucionada no soy, y muchas veces sueño con respuestas casi esculpidas a la medida de mi fantasía. Para qué voy a mentir. Que me resigne al mal hábito de fingir, bueno, esa es la parte de estupidez con la que coopero al monto final de nuestra cuenta corriente colectiva.
Sé a ciencia cierta que Isabel le diría más o menos lo mismo. Puede que también le diera un abrazo apretado de agradecimiento.
Es verdad. Aunque algunas personas finjan diciendo que no buscan o anhelan respuestas, siempre se agradecerá una respuesta que nos deje contentos. Yo, tan evolucionada no soy, y muchas veces sueño con respuestas casi esculpidas a la medida de mi fantasía. Para qué voy a mentir. Que me resigne al mal hábito de fingir, bueno, esa es la parte de estupidez con la que coopero al monto final de nuestra cuenta corriente colectiva.
Así no más.
Creo que he escrito lo suficiente como para infundir una corriente poderosa, es verdad que no me ha servido para resucitar al Edu, o para que Juan Pablo y yo hubiésemos acabado juntos; pero a través de los años, me impidió recurrir a la horca, al andén del metro, a la cornisa del puente, a los vidrios sobre los muslos... a impedir ese deseo violento de pegarme un tiro y dejar de vivir una vida vista con ojos que se acostumbraron a tildarse de miserables.......
Isabel fue una gran maestra. Hoy me enteré que su cáncer le sacó la cresta y que le quitó los finales adulterados que le hubiese escrito Nicole. Yo creo que no pude escribir mejor novela que esa, porque la escribí cuando entendí que Bruno jamás regresaría, que por su lengua pasó la singularidad de un párrafo malhablado, no más que eso.
Puede ser que después de todo, un rayo pueda caer dos veces en el mismo casco duro como palo.
Todo puede ser.
Todas las cosas pueden ocurrir ante nuestros ojos.
Nunca se sabe...
Nunca se sabe...



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