COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: “Vivir con diez…” Viernes 29 de Enero, Año del Bicentenario. D. D. OLMEDO.
COLUMNA: Por fin es viernes.
HOY: “Vivir con diez…”
Viernes 29 de Enero, Año del Bicentenario.
D. D. OLMEDO.
Hay días en que uno quisiera despertarse y tener hartos años menos. Que te digan qué hacer, qué vestir, qué comer… qué pensar. Tener unos cuántos años menos, implicaría ser irresponsable de tus actos, andarte por la vida sin conciencia de errores y demases, porque en ese caso, nadie podría responsabilizarte de ser un crío que experimenta para saber cómo es la vida y cómo se hace para andar en ella. Lamentablemente, ya no se es tal y por lo tanto, tienes que asumir el costo de ser grande.
Asumir, en este caso, es caer en la cuenta que, de acuerdo al criterio popular, estás empantanado, enterrado en una parte complicada y en cuyo sendero hay pocas instrucciones para sacarte los baches del camino; según una de mis hermanas, lo obvio sería buscarse un buen tipo acorde a la edad, para que a una la apoye, para que te sostenga (que en buen chileno es, mantenga) y para no andar dando pena creyendo que un tío de menos edad se va a fijar en ti o peor, para no surtirle de dádivas para que se ande al lado tuyo cogiéndote la mano… Que yo recuerde, James me tendió la mano voluntariamente muchas veces.
En esos día imaginarios, retrotraería el tiempo a un momento en que se me hubiese preguntado qué era lo que sentía, por qué hacía y reiteraba ciertas cosas, porqué, en buenas cuentas, yo tiraba para un lado en consecuencia que la parentela parecía distinguidamente tirar hacia el otro. De hecho, la primera vez que recibí un premio en el colegio, nadie de mi familia me acompañó a recibirlo, ahora sé que en ese tiempo, no me dio pena, sino alivio, alivio porque tendría que haber reconocido que me importaba que a ellos les importase un bledo mis dotes literarias. Así que fui con una profe, la profesora más querida de aquel entonces, la misma que me alentó a terminar el segundo medio a pesar de todos los sinsabores de ese terrible año. Fui, lo recibí y no lloré, no derramé ni una sola lágrima porque en ese tiempo estaba prohibido quejarse, decir tonteras como “hey, yo quiero ser escritora”, vetado estaba decir: “jódanse” yo voy hacer lo que mi corazón sienta.
Ahora, ahora que tengo todos los años demás. Me sigo preguntando lo mismo: ¿Y a quién le importa lo que haga de mi vida?
Nacemos solos y morimos ídem.
Entonces, por qué el afán de controlar a los demás, de ser parte de algo, de alguien, por qué estar bajo la sujeción de alguien diciéndote cómo lo haces o cómo debieras hacerlo. Por qué las decisiones de cómo llevar nuestra vida pueden afectar a los demás. Si no dependes para el pan de los demás, entonces, por qué la censura, por qué la constante cantinela de que todo lo has hecho mal, que debes enderezarte, que debes hacer esto y aquello… por qué la insistencia en que lo correcto sería tener casa, marido, empleo, sueldo y una pila de bienes materiales que darían cuenta de tu buena vida, de tu buen pasar, del éxito y quién sabe de cuantas idioteces más.
Yo vivo con lo justo y no ando viendo visiones sobre lo que debería ser mi vida si fuese fiscal, defensora pública o abogada súper estar de un gran bufete. No me interesa figurar. Ni siquiera los accesorios que fabrico llevan mi nombre.
Si me alejé del derecho fue porque todo lo que pertenece a el me desconsuela mucho más de lo que ya venía estándolo por el sólo hecho de obviar lo que es imposible de soslayar.
No digo que no se bueno y necesario proponerse metas, trazar objetivos realizables, esforzarse por algo que se considere valioso y destacable. Obvio que entiendo todo eso. Y sin embargo, no lo acerco a mi persona como único modo de vivir la vida.
No tengo hijos. Alguna vez pensé en tenerlos y en ese evento, me figuré que para engendrarlos debía estar profundamente enamorada del hombre con el que antes tendría que haberme unido religiosa y legalmente, aparte de la consigna de la proyección, la solidez emocional personal por separado y descontada, la seguridad material y todas esas cuestiones que le suelen importar a las personas para llegar a pensar que pueden conformar una familia. Claro que acuñé en la cabeza todas esas pretensiones que hoy me parecen casi ridículas.
Para hacer familia, se requiere simplemente de un lazo potente de amor en fe, de la creencia de que ese amor trascenderá y podrá pavimentar gran parte de los espacios por donde haya de circularse, especialmente por variados pedregosos y desalentadores. Para formar una familia se requiere de voluntad, de energía, de esperanza en que lo que se da es extraordinario y que no requiere de potestad, simplemente es natural. Surge.
Pero hay personas convencidas que ser parte de una familia es tener posesión sobre el cuerpo, la mente y la vida misma de las personas que la integran; una cosa es amar a los hijos, otra muy distinta es pensar que los hijos te pertenecen porque los pariste, los alimentaste, los vestiste, les diste techo, etc. Así que por eso, es una inversión que debe cuidarse hasta que de réditos. ¡Valor!
No imagino la grandeza del amor de madre, me resulta complejo porque la mía intuyo, jamás lo experimentó con respecto a mi o a mis hermanos y, en sincrético lenguaje técnico, facilita en tránsito hacia el hiperrealismo o al final, a esconderse en una burbuja para no tener que asumir lo que no se puede esquivar. Dicen que el amor de madre nubla, enceguece, te torna tirana o santa, todo depende del cristal con que se mire. Y claro, eso también puedo comprenderlo. Lo que jamás entenderé es cómo se llega a perder el juicio y la razón por defender a un hijo; el hijo es también otro ser humano, con defectos y virtudes, con demonios y ángeles. Una persona que comete faltas y que un día crecerá y que se dará cuenta que el daño causado no pasó inadvertido.
El otro día mi amiga más entrañable me llamó para confirmar la buena nueva; sería madre por segunda vez. No supe en ese momento cómo expresarle mi alegría interior y quizá ella haya pensado en mi dureza exterior ganándole al magno evento. Pero lo cierto es que la noticia me pone contenta porque es una de las pocas madres que conozco ante la cual me saco el sombrero.
Mi amiga Lorena es valiente, persistente y luchadora y lo que más me gusta cuando la observo de madre es que nunca ha perdido el norte en su rol; sabe cómo y cuándo reprender, entiende bien el momento de abrazar y de entregar, se desliza con entereza cuando debe juzgar. Por lo mismo, ella es un modelo y en ese modelo veo cuando todo lo demás está en un lugar equivocado. Mi amiga me ha enseñado que el ser madre no significa dejar de ser todo lo demás y asimismo, entender cuando como ser humano se ha obrado mal.
Ahora, justo cuando tengo más años, sigo pensando que los hijos deben engendrarse en amor, en fe, en la esperanza de que ellos serán personas más allá de la matriz, seres humanos íntegros que brillen con luz propia y que ojalá, no hereden las pestilencias de nuestros genes. Pero a veces, la fórmula falla, a veces, la vida propia que ellos adoptan se parece mucho al patrón que los condujo, a ese modelo que les inculcó dogmas herrados, estímulos exitistas e idioteces marcadas por el acopio de riquezas, logros y éxitos medibles en puntajes. Eso acaban siendo y eso será lo que finalmente también transmitan a su descendencia.
Amo profundamente a todas mis sobrinas, jamás haría nada para lastimarlas, por ello, entenderán quizá cuando sean adultas porqué esquivo los enfrentamientos, las humillaciones y los malos tratos; no los merezco. Sólo espero que los años y su perspectiva ponga en la retina de cada una de ellas, las cosas buenas que les dejé, los consejos, los momentos alegres, la vida simple y básica a la cual jamás renunciaré, porque tal vez nunca coloque un Best Sellers en las estanterías, pero sabrán que nunca me traicioné y siempre me dediqué a lo que me hizo más feliz: A colocar en palabras los sentimientos que versan sobre ese latir del corazón una cantidad limitada de veces. Esto es lo que soy y no me avergüenzo en defenderlo.
Los títulos, los bonos y las acciones no van a ninguna alforja, se van al pozo séptico junto con todas las otras cosas desechables que muchos se empeñan en acumular; mientras el resto acopia, a mi me interesa despojar, no hay ningún abastecimiento que surta de valor para vivir la vida consigo mismo sin apoyarse en los adornos que distraen la vista de lo que realmente somos.
Hace mucho tiempo que le vengo siguiendo la pista a ese loquillo que dijo que uno debía buscarse apenas cien cosas con las cuales aprender a vivir. Se puede. Incluso con diez.
Aire,
Agua,
Proteínas,
Carbohidratos,
Vegetales,
Energía Eléctrica,
Un colchón decente,
Un cepillo de dientes,
Un cuaderno,
Un lápiz.
Con amor para ti, amada Laura. Nunca dejes de escribir.


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