En la Mitad.
Viendo un video de J. Timberlake, me percaté del vestido que traía una chica ahí haciendo la coreografía. Es uno de fondo amarillo, con estampados anaranjados, con mucho tema, muy print... bien inolvidable... Hace varios años atrás, abriendo unos fardos con la Mónica (Mi ex- socia, mi ex-amiga; mi ex-persona de confianza...), apareció entremedio de toda esa cantidad de ropa, el mismo vestido que lucía la tipa del video: Lo juro. Cómo olvidarlo, si los ojos de la Rocío, nuestra flamante recién contratada diseñadora en práctica, se desbordaron en él. Se flechó. Recuerdo perfectamente el momento en que salió del probador... loe quedaba perfecto, como si siempre hubiese sido suyo.
Me puse a pensar en estas cosas. Con esto de las casualidades cósmicas y su avatar de inconsistencias para la risa, como que de pronto me llegó iluminación divina, pues no se trata sólo del vestido de un video que luego acabó en un fardo y del fardo, al cuerpo de la Rocío. También está la famosa blusa de Leftovers en el primer episodio, las canciones de Rupert Weick (mi personaje fantástico mejor logrado) que a pito de nada son las mismas que muchos años después suenan en una cinta de un director noruego... o el propio Álvaro Durán y su disccurso de la casualidad de la vida y el soundtrack ídem. Tuve qué... Tuve que empezar a darme cuenta de que no hay nada fantástico a la luz de nuestros ojos. No por lo menos en este plano, no por lo menos cercano a la posibilidad de entederlo.
Y no me quedó remedio, básicamente porque tengo otras cosas qué hacer, otras cosas por vivir, algunas cuestiones que no desearía dejar atrás sin resolver: como ese histórico viaje planeado por la carretera en USA, para llegar al mítico bar en Seattle en que tocó Vedder por primera vez... cosas de ese tiempo, cosas que solo nos importan a nosotros mismos, cuestiones que no debemos dejar colgando, porque nadie las recogerá. Sólo nosotros podemos hacerlas, resolverlas, desarrollarlas y concluirlas.
Sé qué está pasándome algo, lo vengo experimentando desde como hace dos años a la fecha. Es una sensación que nunca tuve antes, algo que se disuelve en lo mental porque por más que lo pienso, no lo comprendo, y se aviva en lo físico, porque experimento determinados pulsos en el cuerpo que me hacen notarlo. Es una cosa muy rara. He llegado a pensar que es mental (ya hice de todo para descartar), incluso sintomatología asociada al Alzheimer, porque me han venido a la mente cuestiones del año uno, pero me he sorprendido en la calle, varada sin saber qué era lo que iba hacer...
Pero también fui al neurólogo, me hicieron el famoso test. Y nada. Me explicó el tipo que me revisó, que a veces, la respuesta más simple es la más básica: ¿No se ha preguntado si ha descansado lo suficiente? ¡Bingo!
Puede que se trate solo de cansancio.
Pero mi cabeza es la mar de cabrona. Obvio. Se manda sola, siempre quiere salirse con la suya; a veces son las cuatro de la mañana y nada, ahí están todos esos pensamientos que no me dan tregua. No son pensamientos suicidas, son conversaciones entre ellos, los pensamientos, entre ser y no ser, entre hacer y no hacer, entre lidiar y no, entre hago esto o aquello... es como si la determinación hubiese desaparecido y sólo se hubiera extendido sobre mi mente una eterna sombra de dudas... Es extraño cómo alguien que fue tan valiente y arrojada hoy, sea incapaz de agarrar el teléfono y pedir disculpas, por ejemplo. Al final, quedo atrapada en la supuesta consecuencia del ¿qué tal y si me va mal? Y acabo sin hacer nada.
Pero no todo es tan desastroso. La cosa buena de titubear es que los pensamientos racionales han ido ganando buen terreno. No es que hayan usurpado el lado salvaje, fui yo quien renunció a ello. Y me parece que por ahora, está bien; hay circunstancias en que amerita administrarse, bajar un cambio y dejar de creer que la vida es un paisaje fantástico en que todo se desenvuelve como en un cinta favorita. Ojalá lo fuese, así muy en serio lo digo. Pero llegué a un punto en que fue necesario hacer sumas y restas y el saldo no pintó bien. Ahí, justo en ese margen, percibí que la pobreza de la que soy presa no tiene nada qué ver con las "casualidades" y el rollo disparado dentro de mi cada vez que me he visto forzada a enfrentarlas. Porque, digámoslo acertado:
¿Qué real importancia puede tener que dos personas no conocidas entre sí, hayan reparado en las mismas alusiones hace tantos años atrás?
Puede que ninguna.
Así no más.
Quizás, lo atinado sea comenzar a pensar quizá existan más lugares comunes de lo que uno podría llegar a pensar y no tanto que la casualidad al hacernos reparar en lo mismo, de suyo implique algo mágico o misterioso... Pensar tal vez que al ver aquella fotografía tomada desde el Mapocho, prácticamente en el mismo sitio en que había estado el día anterior y a la misma hora en que cae el sol, tan sólo sea una coincidencia cósmica y nada más, sin trasfondo, sin ideas preconcebidas, sin mensajes para descifrar; sólo un hecho que sucede y que incluso podría deberse más a la similitud entre las personalidades que optan a la larga por definirse en gustos, rutas, acciones y pensamientos que configuran estratos de ser, como lo explica el eneagrama. Así la cosa, sería menos tormentoso entender por qué alguien se cruza con otro en determinadas circunstancias y luego, jamás vuelve a hacerlo teniendo la potestad de poder decidir por sí mismo.
Fui diagnosticada hace poco más de 5 años de un par de tocs que son para la risa, además de síndrome de déficit atencional en adultos... lo tragicóbmico fue que cuando eso pasó, atravesaba los niveles más altos de creatividad, de concentración, de emotividad, de conexión, de paz espiritual. Yo creía que era invencible, y en cierta forma durante todo ese tiempo, lo fui in el más mínimo esfuerzo... Pensar en aquella casualidad me hizo recordar esa época de oro, del
Puede que hacia el final de mis días vea las cosas que hoy bajo presión he buscado entender incansablemente. Pero de seguro, también puede que esa razón jamás converja. Incluso podría pasar cualquier otra cosa, una explicación que no se ha establecido, como las premisas alucinantes que aprecen muy de cuando en cuando y te quedas lelo, perplejo porque la esencia de todo, siempre estuvo debajo de tus propias narices... ¡Ja!
Salinger hubiere dicho: ¿Tanto te importa?
¿Qué importancia real tenía que el lago se congelara durante el invierno?
Quizá sólo importancia retórica. Porque si bien es cierto no capto nada de nada, como si en efecto todo dentro de mi hubiera colapsado, una cosa es segura: capaz y la explicación entronque con una necesidad bastante simple, bastante ridícula e insulsa... puede que intentar bucear sobre la magnitud de estos hechos surreales, sea una manera extravagante y atípica de hacernos la vida menos terrible, menos plana, tan poco sofisticada... Porque claro, ¿quién aguanta la fomedad de la vida así y tal como la conocemos?
Seguro que la gente capacitada, la que destila determinación para imponerse sobre el agobio que a veces implica vivir como uno más, sin ningún tipo de connotación diferente, sin magia, sin pistas escondidas, sin finales felices y sólo con la batalla de intentar llegar dignamente hacia el final del mes.
La única casualidad que me parece más compleja de diluir es aquella que aconteció mientras me encaramaba sobre unas rocas hace unos cuántos meses atrás, atrapada en lo indecible e indescriptible del dolor cuando crece como cáncer... dispuesta a lanzarme al mar, decidida como nunca antes, y escuchando el reventar furioso de las olas, se oye por entre el viento una canción cuya letra jamás olvidaré:
Send your dreams where nobody hides...
Give your tears to tho the tide...
Y entonces lo supe de súbito, entendí que mi momento aún no llegaba, que quizás podría llorar ahí y contaminar aun más el ancho mar que nos rodea, hacer de cuentas que vaciarse en él, suponía la mejor venganza sutil contra el mundo cruel que veían mis ojos nublados... que la condensación con el tiempo hiciese lo suyo durante el invierno, el más crudo de todos en muchos años...
Al regresar a la costanera, me di cuenta que la música venía de una camioneta estacionada, una camioneta
Retiré mi vista antes de que pudiese notarme. Me sometí a mi capucha de fugitiva y apuré el tranco. A varias cuadras del lugar me pregunté cómo era posible que después de tantos años, él siguiera regresando al mismo lugar en el que alguna vez fuimos tan felices; un él ya casado, ya con hijos, ya con otra vida... Pero más me pregunté cómo un gesto cósmico de nobleza surgió de la casualidad. Una melodía que se esparció a través del viento y que pellizcó algo dentro de mi y que me dio un segundo tiempo...
Y creo que va siendo tiempo de vivirlo.



Comentarios
Publicar un comentario