Lenin.






Justo al instante siguiente de suponer que todo lo he visto ya, venga un palo, que te lo asesten de una buena vez: Nunca nada se agota, siempre hay una reedición de lo que creías no estaba destinado a suceder…


Ayer conocí a Lenin (aunque me hice de su envase un poco antes; a él no había logrado apreciarlo), y eso fue como balde de agua fría. Lo juro. Tal vez, me estoy volviendo de veras loca, pero loca de locura mayor. Y aún así, ya no me importa acabar como mi abuela si al menos por un momento, descubro la verdad con el corazón y no con la razón que siempre me fue tan tan esquiva. El artificio de su performance hizo que luzca diferente; más alto, más delgado, con otro cuerpo, otro oficio, incluso otra raza, pero eso tampoco me importa mucho. Lo que me importa es el ritmo de secuencias rayando la perfección, como la entonación de una canción que no nos recuerda a nadie, como algo viejo envuelto en novedad, como lo conocido reencarnado en el alma de lo desconocido, como un sintético lugar común que ya no lo es más pues ha encontrado su ruta, su estigma, su piel fuera de la humanidad… Puede que sea otro. Evidente que si. Y seguramente eso me enciende y me arroja al infierno…


Parte el juego, el ritual inicia con un diálogo apretado pero que posee perfecta idea sobre qué paño cortar, qué tijeras usar, qué patrón marcar (o sea, ninguno). El verbo arrogante en su paladar se vuelve una delicia como pocas, me fascina leerlo, me fascina confundirme a ese nivel, siento que mi corazón se hincha, que algo pasa debajo de mis encías que duele, y se remece… la pausa previa de mi lengua mordaz, se frena ante un miedo acostumbrado. Quiero ser sobria, quiero ser recatada, quiero que me insulte para argumentar que todo es más de lo mismo. Pero su sofisticación sigue intacta: es un artista y él, lo sabe; su mejor obra de arte es la representación de su vida al límite… Se mide conmigo como si yo tuviera valor, quien va a  calificarlo con una distinción que jamás será la máxima, sólo por joderlo, sólo por reservarme la única cosa que  no le dará en el gusto.  Porque la rebelión no puede depender de alguien a quien tememos y nos mate, temor de que nos coarte, nos deje o de alguien que nos atrape incluso en la distancia.


Quiere maltratarme. Lo hace manifiesto y punza. Me doy cuenta incluso sólo con mirar el pequeño hilarante discurso cazabobos que colocó en su perfil, para que lo encontrara, para reencontrarnos en el sitio que le es como al agua al pez asustadizo… en sus corrientes.


Pero el hombre-muchacho, quiere temblar, anhela encontrarse en los ojos de una mujer, tenerla adentro de una tina, su cuerpo encima, su calor, su olor, su silencio cómplice aunque no dure nada…
Qué distinto sería todo si no existiera gente que:

Nos hace creer que debemos callar
Nos hace creer que debemos asumir
Nos hace creer que no debemos esperar nada
Nos hace creer que no hay nada para decir…

O, qué diferente sería si existiese esa misma gente, pero
que no hablara sin saber qué dice,
porque igualmente asume,
igualmente calla,
igualmente espera,
e igualmente dice, y a veces, lo que más dice
lo hace con su egoísta silencio…

Somos esclavos de nuestras palabras y prisioneros de nuestro pensamiento. Esa es la única verdad transada. Por ahora.

Lenin se escuda en su nuevo nombre para decirme todo lo que se le antoja, exuda soberbia, de esa que se arrebata en una sola frase poderosa mía, al descorrer sus carencias; el cuerpo que no llega, la contención que no existe, la estocada que no puede vaciarse en otro cuerpo, porque ninguno se le parece al de aquella otra mujer que siguió adelante y lo dejó en el camino. Pero él, con su cuota de cinismo estrecha, me aconseja, dice que algo debo hacer con mi cabeza loca y lo descubro arrojándome unas migajas para que sucumba a su treta de hombre que es al fin y al cabo.


La imagen de mi cuerpo echado sobre el suyo, no me basta; lo supera una lágrima deslizándose por una mejilla… Todavía.
Pero supongo que este es solo el comienzo, que su ingeniosa bestia lo ha preparado para faenas mayúsculas, que todo este estrellato es solo una pequeña dosis de lo que podría tener si me decido a ser su esclava, si me figuro que puede apostar por mí, que es algo más allá que un mero sucio juego de egos maltrechos y de avenidas contaminadas con la perversión del ser humano que está roto por defecto…
The world was on fire
No one could save me but you.
Strange what desire will make foolish people do
I never dreamed that I'd meet somebody like you
And I never dreamed that I'd lose somebody like you

Y el muchacho-nuevo no se detiene en ello. Me habla de coincidencias, de la música que se nos va por las venas, que antes escribió poesía y ya no, que no cree mucho en determinadas cosas, ah… qué eventualmente podría devolverme mi libertad si descubro que lo amo, verdaderamente… ¡Ja! Un ídolo. Ni yo lo hubiese hecho mejor; agregando que –a lo Hemingway- se largaba por ahí a comer ostras y a beber un buen vino!!! Madre Santa: I’m really really sick


Yo le recuerdo que la esclavitud acabó hace muchos años y que amar no es el problema verdaderamente… No hay ronchas que sacar ahí; él es el hombre de corazón perforado, y todo lo que diga se va por aquel forado.

Lenin, qué buen personaje, qué buena interpretación del tipo que se sincera y se abre, que de pronto le ha nacido la inquietud de mirar dentro de su corazón para saber si es miedo lo que siente, si no será que al final del día, más allá del agua tibia escurriéndole, no es el cuerpo de alguien a quien amar lo que necesita. Como todos los demás, como la verdad corporativa universal que patea todos los días, como la clave que lo salva solo en el recuerdo de su más grande amor hasta ahora, como los sueños que se funden en su piel al anhelar un último gran viaje del cual tanto narra.

Al final, Lenin teme salir de su zona de confort, que le pateen el cráneo, que le destrocen el corazón, lo mismo que me ocurre a mi, la misma razón por la cual huyo todos los días, la causa de imponer distancia, de suprimir los diálogos honestos, de decirlo todo arrebatada, de emplazar al mudo odioso que siempre juzga sin preguntar, que se mira el ombligo y piensa que sólo él la pasa mal…
Claro que fue un balde de agua fría. Hasta donde yo sabía, la única que lidiaba con ese lado oscuro era yo, convencida de que las cosas siempre sucumben a la funda gris de mi suerte perra, la misma que canjea párrafos como compensación cósmica a propósito de todo lo que no llega, cosa que en este momento desea mutar con fuerza hacia algo más que ni yo misma soy capaz de explicarme muy bien que digamos…

Pienso ahora en la noche de ayer, en que para variar, nuevamente recorro la zozobra de creer que él es otra persona, el cuento de nunca acabar, el deseo de estar en otra parte, en otro lugar, mirando la sonrisa desencajada del que llora porque no puede amar, y pienso que ya no me molesta, que la vida es así, que yo soy así, con quien quiera que sea que me esté jugando la broma de la vida, porque al igual que Otto, siento que mi vida la he construido así, a punta de grandes casualidades.

 Y puede que de ello nunca vaya a desistir.
Quizás yo no quiera que cambie.










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