¡RUN! CRISTINA RUN: (Relatos Cortos)
¡RUN! CRISTINA RUN:
(Relatos Cortos)
Breves sin fecha.-
DDOLMEDO.
Que yo recuerde, a la Cristina nunca la vi
correr. Y sin embargo, de un momento a otro, estaba zurcando el cemento con
velocidades formato exprés. Es decir, primero no corría y al instante
siguiente, seguía los pasos de Forest Gump. Así, tal cual como se los escribo.
Yo creo que razones tenía la pobre, porque al hacer memoria, se había muerto su
abuelo, ligerito su abuela, al tiempito su mejor amigo y para rematar, el alma
de la fiesta: su vieja. Entonces, cuando Ramiro le preguntó por qué le había
dado por correr, respondió que temía que la muerte le alcanzara... Dos meses
antes le habían detectado un cáncer fulminante. Más allá de la sangre, Ramiro
era su único y más fiel amigo, al menos, el que le quedaba. Pensaba Cristina. Y
con su partner del alma, salía a aplanar calles como si lleváse cien años de
retraso; primero corrió unas diez cuadras, después unas cuántas manzanas...
Hacia finales de Agosto había peinado toda la Costanera y ahora se inclinaba
por la Marina. Podríamos decir que se había vuelto una verdadera adicta y la
velocidad del viento resoplando en su cara era su mejor recompensa.
Cristina, aparte de lanzarse al trote violento,
había desarrollado cierta habilidad para las sumas y las restas. Lo que en el
fondo quiero contarles, es que esta tipa administraba una que otra vida ajena;
ordenaba cuentas, liquidaba asuntos, ponía en orden lo que fuera, y al decir LO
QUE FUERA, incluía un talento sin igual para solucionar tragedias griegas. El
problema es que eso le funcionaba con todo el mundo, menos con ella misma.
Algunas veces, organizaba las fiestas de los hijos de su jefe. Otras tantas,
enviaba correspondencia secreta para las amantes, y no menos que muchas
oportunidades, secuestraba a su jefe de aburridas ceremonias y reuniones con un
cordial: "Le necesitan urgentemente allá afuera". De que era
habilosa, por supuesto que si. De eso no podemos argumentar contras. El único
problema que le ví a Cristina fue que, una vez que se puso a correr, se le
metió en cabeza que todo era para ayer. Y así fue como de un momento para el
otro, todos fuimos a dar al loquero:
- Cristina, ¿Enviaste los "correos"
sexcretos?
- Claro que sí Jefe.
- Cristina, ¿Pagaste a los cobradores?
- Por supuesto, Jefe.
- Cristina, ¿reservaste la mesa que te dije?
- Hace más de tres días... Jefe.
- Cristina, me puedes explicar entonces, ¿por
qué mi mujer responde que si acaso gané el loto que le depositamos tal cantidad
de dinero, el cobrador responde que si bien le caigo de maravillas no sabe qué
indicar a mis insinuaciones y galanterías y mi amante, que me vaya al quinto
infierno sin número al confírmarle que no hay encuentro en el restaurat de
siempre?
Apenas esbosaba la última parte del reproche,
Cristina se desplomó como torre de naipes enfrente del Sr. Allenparte...
Había ocurrido que la pobre Cristina, se había
poco más que trastornado... Mientras yo me ocupaba de solucionar las calamidades
en tránsito, ella le contaba a su médico tratante que debía soltarla lo antes
posible porque se venía la maraton de no sé dónde, que ahora eran más
kilómetros y que con ese desafío gastado ni la muerte podría agarrarle. Le
contaba de ésto y de otras icongruencias más histéricas... El doctor nos dijo
que no había mucha vuelta que digamos, no por el desorden en su mente. Aquello
daba más o menos lo mismo sino por el vertiginoso avance del cáncer que
irónicamente, se había extendido apenas inició a correr.
Al final decidimos llevarle el amén, Ramiro me
decía que era más generoso -pues mención aparte de amiga, también era su
hermana- dibujar desde su mano, lis mismos colores que aalían por sus ojos
ensimismados... El sólo quería estar con ella lo que restara de tiempo.
En cuanto a mi, convencí a mi cuñada de que
estábamos en medio de una gran posta y que yo había sido seleccionada para
hacer los honores y representarla... Me respondió que le parecía
archi-sospechoso porque en mi blandengue conplexión, seguro que el viento
sur-este iba a arrastrarme hasta que mi pulso se olvidara de tener piedad en
mis momentos finales... Me aseguré que, no fuese yo quien estuviese en la pista
sino su espíritu corriendo en mis venas. Sólo respondió que me encontraba filosófica
y que todo eso no ganaba competencias. Después de eso sonrío largamente hasta
llegar al silencio. A la larga, no dijo más, puedo asegurar que había entrado
en una suerte de callejón, justo en donde la pierna izquierda se arquea hacia
atrás y el resto del cuerpo se echa encima del aire casi rosando la arcilla...
Cuando escuché el tiro de arranque, salí al
trote enajenado, como si las vísceras estuviesen a punto de escaparse del
estómago. Yo sabía dentro de mi que ella había muerto, que ni siquiera iba a
verla de nuevo... Pero en cierta manera, estaba ahí conmigo, forzando el vaivén
de mis tobillos, apresurando la débil carcasa que era mi cuerpo a asociarse con
el viento que ella amaba tanto. A seguir adelante sin importar que su cuerpo
nos había abandonado, a continuar sobre el ripio majadero que nos conducía a
ella y a mí, hacia su cinta de bienvenida en la nueva casa. Lugar en donde yo
la despediría sin poder oponer ninguna clase de resistencia...
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